Escribo estas líneas desde la soledad de mi celda. Se me acusa de asesinar brutalmente a mis amigos; pero juro por dios que soy inocente, aunque todas las evidencias me señalen como autor de tan aberrantes acciones ¡Yo soy inocente!
Me niego a ser juzgado y sentenciado por un crimen que no cometí, por esa razón he decidido quitarme la vida. Esta misma noche, en cuanto termine de garabatear estas líneas, pondré fin a mi existencia y con eso espero poder alcanzar al fin la paz que me fue arrebatada aquel maldito día. Estoy convencido de que los sucesos que estoy a punto de narrar podrán parecer increíbles y que muchos me tildarán de loco; aún así, mantengo la esperanza de que alguien me crea y entienda la magnitud del peligro al que todos estamos expuestos.
Esta historia comienza a finales del mes de octubre. A mi amigo Carlos se le había metido en la cabeza empezar en las redes sociales un canal de exploración urbana; y según él, la necrópolis de la ciudad era el lugar perfecto para hacer su primer episodio.
Durante el día, aquel extenso camposanto, se podría catalogar como muy hermoso, con sus elaborados panteones y sus grandes mausoleos de mármol y granito, adornados con exquisitas estatuas de ángeles y gárgolas. Sin embargo, durante la noche la cosa cambiaba: todas las sombras eran perturbadoras y todos los sonidos parecían amenazantes; esto quizás se debía a la misma naturaleza del lugar, o al abandono constante al que habían sido sometidas sus partes más antiguas . En cualquier caso, ese era el efecto que quería lograr Carlos en su programa.
Nos adentramos al cementerio muy cerca de la medianoche, éramos tres, Carlos con su cámara y José y yo haciéndole compañía; la idea era dar una especie de recorrido por la parte más antigua y abandonada para acentuar la imagen lúgubre y desolada del sitio.
Apenas habíamos comenzado, cuando un extraño cántico llamó nuestra atención. La primera reacción fue ocultarnos tras unas tumbas, pues el sonido parecía estar acercándose a nosotros. No pasó mucho tiempo para que apareciera un grupo, formado por al menos una veintena de personas; ataviadas con largas túnicas negras y con el rostro cubierto por horrendas máscaras. Su andar era ligero, y obedecía a un ritmo marcado por el mismo canto que nos había alertado de su presencia, aunque las palabras eran imposibles de descifrar pues pertenecían a una lengua diferente a cualquier idioma conocido. Alumbraban su camino con antorchas y en el centro de su formación llevaban unas parihuelas con lo que parecía ser una persona tendida sobre ellas. La extraña procesión pasó de largo sin percatarse de nuestra presencia y luego se adentró en uno de los mausoleos, dónde poco a poco el sonido de su canto pareció apagarse en la distancia.
Es difícil describir cómo nos sentíamos en ese momento, supongo que asombro es una buena palabra, aunque insuficiente para abarcar el torrente de emociones que atiborraba nuestra mente. ¿Quienes eran esos desconocidos...y que hacían allí a esas horas? No teníamos constancia de la existencia de ningún tipo de culto o corriente religiosa extraña en la ciudad; además... había algo raro en aquellas personas, era como si un aura oscura y malévola los rodeara, una vibra estremecedora que evocaba en el subconsciente un miedo y una repulsión casi instintivos.
En lo personal, yo era partidario de dar por terminada aquella ridícula exploración y salir de ahí lo más rápido posible; pero Carlos insistía en que había que seguir a esas personas para filmar "algo inédito y desconocido", mientras que José, el más impulsivo de los tres, decía "sentir curiosidad por lo que sea que fuera a hacer aquella secta de chiflados".
Quizá fue por la adrenalina del momento o por no querer parecer un cobarde frente a mis amigos, pero al final decidí ir en contra del sentido común y perseguir al extraño grupo para ver cuál era su propósito.
Nos acercamos en silencio al mausoleo, que con total seguridad era uno de los más antiguos de toda la necrópolis.
En el pasado, aquella estructura debió ser impresionante, no solo por sus dimensiones, si no también por el exquisito trabajo de sus detalles arquitectónicos; sin embargo, ahora sus paredes estaban cubiertas por el musgo, las verjas de hierro carcomidas por el óxido, los vitrales de las ventanas descoloridos y las numerosas estatuas que la custodiaban, rotas y deformadas por el paso de los años, acentuando así su aspecto oscuro y amenazador.
Para nuestra sorpresa, el interior del lugar estaba completamente vacío. Sólo había una entrada visible, y era imposible que aquellas personas se hubieran esfumado en el aire, así que comenzamos a buscar alguna otra puerta con ayuda de nuestras linternas. Finalmente en una esquina encontramos una losa del piso corrida, que dejaba al descubierto un agujero y una escalera que se perdía en la oscuridad.
La sola visión de aquella entrada al subsuelo debió ser razón suficiente para salir corriendo de ahí y avisar a alguna autoridad....pero, otra vez la curiosidad y un absurdo espíritu de aventura lograron imponerse sobre el sentido común, y luego de un breve momento de duda decidimos internarnos en el negro agujero. Los lisos peldaños descendían hasta un espacioso túnel que a ambos lados estaba lleno de nichos excavados en la roca, algunos de los cuales contenían cadáveres en distintos estados de putrefacción, al parecer el lugar era utilizado a menudo por los miembros de aquella extraña secta para realizar sus enterramientos. Es imposible describir con palabras el sofocante olor que emanaba de aquella hedionda catacumba, solo diré que necesitamos tomarnos unos minutos antes de poder continuar con la exploración.
Imagino que mis amigos se sentían en aquel momento como aquellos primeros arqueólogos que se internaron en la tumbas de los faraones del antiguo Egipto. Pero honestamente, yo sentía un nudo en el estómago y una opresión en el pecho...no soy un cobarde y aquellos que me conocen podrán dar fe de eso, pero había algo en esa catacumba que me hacía sentir amenazado, era como si nuestra presencia en aquel lugar estuviera molestando la tranquilidad de alguna entidad superior y desconocida.
¡Tenía que haber salido de allí mientras aún quedaba tiempo! Pero en vez de eso decidí reservarme mis sensaciones por miedo a ser blanco de las burlas....lo último que quería era ser sometido al bullying en aquel horrendo túnel.
Caminamos lentamente por aquel camino subterráneo que parecía no tener fin, hasta que desembocamos en una espaciosa cámara, donde el extraño grupo se había reunido en torno a un cadáver, colocado en lo que parecía ser un altar de piedra rodeado de ofrendas.
Se que la ciudad es muy antigua y que muchas de las casas, que siglos atrás pertenecieron a la nobleza, poseen sótanos y cavas subterráneas. Pero nada de eso se comparaba a aquella caverna de techo abovedado y columnas cinceladas en un pasado tan lejano que posiblemente precediera a la fundación de la ciudad misma.
Los sectarios había alumbrado el lugar con antorchas y lámparas de aceite, lo que volvía el ambiente más tórrido y sofocante de lo que ya era.
Nos ocultamos lo mejor que pudimos detrás de unos sarcófagos y esperamos a que la secta terminara su ritual de enterramiento. No voy a describir aquí la naturaleza de las acciones que llevaron a cabo en esa cámara porque las considero en extremo grotescas y solo serviría para acentuar la mala opinión que se tiene de mi persona.
Solo diré que vi cosas que exceden los límites de la comprensión de la mente humana. Si hubiera podido habría salido corriendo de aquel lugar; después de ver eso ya no me importaban las burlas ni lo que mis amigos pensaran de mi. Pero fui víctima de un miedo paralizante, una especie de hipnosis provocada al observar lo que aquellas personas eran capaces de hacer....de lo que serían capaces de hacernos a nosotros si descubrían que observábamos como llevaban a cabo sus horribles actos; que sin que me quepa duda, le hubieran revuelto el estómago al más valiente de los hombres.
Estuvieron ahí alrededor de una hora y en todo ese tiempo apenas pudimos pestañear; a pesar del intenso calor, una capa de sudor frío cubría nuestros cuerpos y el pánico nos provocaba temblores involuntarios que casi delatan nuestra presencia. Aún ahora, el recuerdo de aquel momento lleva mis nervios a un punto de quiebre; que conste que solo evoco esa terrible situación porque quiero dar fe de mi inocencia.
Cuando los sectarios terminaron con sus indecentes prácticas y sus pasos se perdieron en la distancia, nosotros necesitamos varios minutos para recuperarnos. Sin embargo, lo más raro de todo era la atracción que ejercía el altar sobre nosotros; a pesar de que más de una vez nos dijimos que teníamos que largarnos de ahí, nuestros pasos y nuestras miradas no podían liberarse del magnetismo sobrenatural que nos obligaba a dirigirnos hacia el.
A medida que nos acercábamos, Carlos no dejaba de murmurar como un loco que se iba a volver famoso con todo el material que había filmado y José se veía furioso e irritado como bestia enjaulada.
No puedo asegurarlo, pero ahora que reflexiono sobre el tema con la cabeza fría, tengo la sensación de que esa fue nuestra última oportunidad; nuestra suerte se decidió en el mismo momento en que nos paramos frente a ese blasfemo altar e hicimos lo que hicimos.... ¡Si tan solo hubiera sido capaz de evitar todo lo que sucedió entonces, cuántas calamidades no se hubieran evitado!.....