Escena 1

Quisiera compartir algunas de las cosas que oigo por acá en Argentina, y lo que conversamos azarosamente desconocidos y yo.

--¿Está haciendo la fila?
--Sí, soy la última.
--¡Qué bonito habla! ¿De dónde es usted?
--De Venezuela.
--¡Venezuela! ¡Qué maravilla! Bueno, no… es terrible lo que están pasando ahora, lo veo por televisión.
--Sí.
--¡Cómo odio a ese hombre! ¿Cómo puede tratar así a su gente?
--Bueno, sí, es terrible…
--Terrible no, ése es un desgraciado.
--Es verdad. Adelante, ya pasó esa señora por la caja.
--Sí, gracias. Cómo se tardan estas filas, ¿no?
--Jeje, sí, los cajeros se tardan mucho, aunque no haya nadie.
--Y… el otro día éramos apenas tres clientes ¿y puede creer que me demoré más de veinte minutos? ¡No, quién lo puede creer!
--En Venezuela era igual, los bancos eran un desastre, o los supermercados, como acá. Podía haber cinco taquillas o cajas, que sólo funcionaban dos. Y le estoy hablando de antes, mucho antes. Parece que pasa en muchos lugares. Cuando uno sale del país se da cuenta de lo similares que somos. Al menos en Latinoamérica.
--¿Ah, sí, en serio? ¿Y es verdad todo lo que se cuenta?
--Creo que es peor.
--¿Y cómo pueden aguantar? Me lo pregunto mucho. ¿No hay nadie que le dé un tiro a ese hombre?
--Bueno, creo…
--Yo le daría un solo tiro en medio de la cabeza.
--Jeje, bueno, para mí eso no es un castigo. Yo lo dejaría vivo pero preso, y viviendo sin nada, como cualquier venezolano.
--Bueno, es verdad, a veces la muerte es muy suave.
--Sí. Fíjese, Chávez murió tranquilo en su cama.
--¡Es verdad! ¿Y a Chávez lo querían?
--Mucha gente todavía.
--¡Pero cómo odio a ese hombre! Yo le destrozaría la cabeza. Fíjese qué mala soy.
--Yo lo dejaría vivo.
--¡Es que lo odio tanto! ¡Lo escucho por televisión y se me revuelve todo por dentro!
--Imagínese a los venezolanos…
--¡Sí, mucho más! ¡Le daría un tiro en la cabeza! ¡Lo odio tanto! Soy muy mala, qué malos sentimientos tengo…
--Le toca a usted el turno…
--Sí, gracias… y la chica de la caja es compatriota suya, ¿no?