Hegel, pensador alemán del siglo XIX consideraba que la filosofía aparece como consecuencia de ver al mundo real decaer, perder su sentido y amenazar con desaparecer. El caso venezolano debería ratificar estas palabras porque vivimos una crisis que afecta todos los niveles de nuestra vida humana: la religión, la moral, la política y la económica parecen desmoronarse aprisa. Y no aparece en el ambiente ningún planteamiento filosófico serio, que trate de indagar por algún sentido o coherencia de lo que está sucediendo. He aquí la pertinencia del título.
Lo cierto es que tenemos una dirigencia política que tiene un proyecto ideológico universal que por el celo que le imprimen parecería inspirado desde alguna región celestial, por lo cual está decidida a asumir el pleno control del aparato estatal, y gobernar siguiendo sus propios criterios y no el de una mayoría que expresó su descontento en las elecciones del 6D. Diría también que el celo tiene toda la pasión y vehemencia con la que también podrían defenderse intereses eminentemente particulares, o asociados a un reducido grupo de la sociedad.
Con todo este bagaje, se aleja nuestra esperanza de que el gobierno muestre el menor intento de replantear dicho proyecto, en relación a las cosas particulares que están ocurriendo: colas, desabastecimiento, escasez de alimentos y medicinas, inflación desbordada, recortes de luz eléctrica, inseguridad, desempleo, etc. Por el contrario, se busca intimidar mediante un sistema represivo, a ese sector de la población que manifieste algún tipo de inconformidad, justificado con el único maquillaje democrático que le queda al régimen: las decisiones del TSJ.
Bajo este panorama subyace un cuadro de falta de excelencia tanto en la persona como en la sociedad venezolana. Los planes se han hecho fundándolos sobres teorías abstractas, en una sociedad ideal pero inexistente. Tenemos, entre otros ejemplos, a los “bachaqueros”, el fracaso de las “Zonas de Paz” y la corrupción de “políticos domesticados”, para demostrar este punto.
Por todo esto, Aristóteles recomendaría para superar la compleja situación, algo de su pragmatismo, que podría haber inspirado la famosa frase de Bolívar en el Discurso de Angostura (1819): “El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible…”. Aristóteles pensó también en formas de gobierno más justas que otras, definidas en relación a aquello que procure el bien común en detrimento de los intereses particulares de los gobernantes.
Aristóteles propondría al gobierno, en aras de satisfacer una aspiración popular que no comenzó con Chávez, porque la aspiración de ser feliz es tan antigua como el hombre mismo, es que se aleje lo más posible de los postulados utópicos, y que sea más vigilante de que cada instrumento, cada cosa, cumpla su misión y alcance su sentido de ser, incluyendo el propio gobierno. Esto es el resumen de toda ética, que es la aspiración de los venezolanos que queremos vivir bien, sin el sobresalto de temer por nuestras vidas, sin la preocupación de que falte el alimento y el abrigo ó vestido, sin percibir otra alternativa en el horizonte que no sea el caos y el sálvese quien pueda.
La filosofía griega tiene todavía mucho que aportar, especialmente Aristóteles quien dibujó tantos contornos y matices de la felicidad y de la amistad, para integrarnos debidamente en un verdadero proyecto común como país.