Cuando me monto en autobús me gusta observar a las personas, la primera vez que me monte en uno sola quede maravillada por la cantidad de personas que veía, los pasajeros eran curiosos, algunos tarareaban las canciones que sonaban de fondo, otros se hacían amigo del que estaba sentado a su lado y cuando alguien mayor o con alguna dificultad se montaba en el autobús, no tenia que pasar mas que la puerta para que alguien le ofreciera su puesto. Los autobuses recogen a todo tipo de personas, no distinguen colores, tamaños ni clases. Sube quien quiere subir.
En ese momento vivíamos en la canción de Juan Luis Guerra "La Guagua va en reversa" , felices pero preguntándonos sin darle mucha importancia A donde va el ordeño de la vaca? y respondiendo a coro: Pues al bidón de las promesas
No veíamos o elegimos no creer que esas promesas incumplidas algún día iban a pasar factura.
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Hoy las personas se ven cansadas, agotadas, y sus semblantes son melancólicos. El transporte publico ya no es como antes, ir a cualquier lado es una travesía griega.
Lo que pasa cuando tomo un autobús:
Cuando vuelvo de la universidad después de presentar el parcial por el que estuve estudiando toda la noche, camino hacia la parada donde se lo que me espera y que nunca quiero encontrar. Una cola que en los peores días puede alcanzar medio kilómetro bajo el sol del medio día. La cola en un buen día de transporte dura media hora. La cola nunca es derecha, serpentea hacia los lugares donde hay sombra, los mas ancianos y los niños se sientan en la acera. La situación se presta para que vendedores coloquen puestos de venta de agua y llamadas telefónicas.
Usualmente llegan camiones y los mas desesperados se montan. Yo aun me niego a montarme y espero no tener que verme en la necesidad.
Siempre digo que las crisis sacan lo peor de la gente, o solo sacan a flote lo que ya se tenia.
Cuando se acerca un autobús y la cola se endereza la mayoría vuelve a su puesto, digo la mayoría porque entre el caos que se forma, la viveza criolla aparece y algunos se colean. Los que si hacemos nuestra cola nos quejamos pero al final el que se colea siempre logra entrar. En esos momentos pierdo la fe en nosotros, porque el problema también son los venezolanos.
Una vez que logro subir al autobús y tengo suerte y consigo puesto, empieza el hacinamiento, las personas que van de pie chocan sus espaldas, el sudor se comparte, el aire escasea, los que van sentados ofrecen cargar los bolsos de los que van de pie, una vez no cabe un alma en el autobús y cuatro van guindados a las puertas, el autobús avanza y entra el aire por las ventanas.
El precio de los autobuses aumenta todos los días, y con la crisis del efectivo se complican cada vez mas las cosas. Una vez llego a mi destino emprendo el camino hacia mi casa. Vivo en una de las partes mas altas de mi ciudad, solía esperar el autobús en una parada pero al incrementar la escasez de transporte los autobuses ya no entran a donde vivo, y con el sol de las 2 de la tarde empiezo a subir.
Recuerdan cuando al principio hablada de las caras felices, ahora solo veo caras cansadas, agotadas, desesperadas, angustiadas. Son autobuses tristes.. Mi caso es uno de los mas fáciles, muchos de mis amigos que viven lejos de la universidad toman 3 autobuses, hablo de tres colas.
-Candelieri.