El auge del supremacismo blanco y la epidemia de la violencia por armas de fuego son dos problemas que sufre EE.UU. y que el pasado fin de semana convergieron en la tragedia de El Paso (Texas). Ayer, la cifra de muertos de la matanza, perpetrada por un supremacista que combatía la «invasión de hispanos en Texas», ascendió a 22 víctimas, después de que dos personas fallecieran en el hospital por sus heridas. La tragedia, ocurrida en la mañana del sábado, tuvo una réplica triste unas horas después en Dayton (Ohio), en otro tiroteo masivo -van 251 en lo que va de año en EE.UU.- en el que murieron nueve personas. Durante el fin de semana, la oposición demócrata no dudó en vincular el ataque de El Paso -que las autoridades ya tratan como de atentado terrorista- con la retórica divisiva y antiinmigrante del presidente de EE.UU. desde su campaña de ascenso al poder. Patrick Crusius, el autor de la carnicería, había publicado pocos minutos antes de su ataque un manifiesto en Internet en el que hablaba de esa invasión, un término usado hasta la saciedad por Trump para referirse a la entrada de inmigrantes indocumentados.