Desde pequeños, nos condicionan para que seamos lo que somos: a un varoncito le regalan el balón de fútbol y una metralleta, así sea de Star War y a la niña, una Barbie y un juego de tazas de té. Al niño de se llevan a los deportes, a la niña al Ballet. Al niño se le viste como el papá, a la niña la visten como si fueran muñecas.
Esas mujeres que disfrazan a sus hijas de mil colores, con mil adornos, que las entrenan desde pequeñas para ser objetos de los hombres, son las que luego protestan por el machismo y las desigualdades.
Los niños son llevados desde temprano a las iglesias, a creer en el Dios de los padres y los llenan de normas: “así no se habla”, “así debes sentarte”, “al levantarte da los buenos días”, “se come de esta manera”…En la escuela, fábrica de nacionalistas, comienzan los libros con las historias fabuladas de héroes que dieron todo para fundar una nación a la que están todos obligados a querer e incluso, a sacrificarse.
Las formas de amarse, el tiempo para amarse, las condiciones para reprimir el despertar sexual, las normas éticas del erotismo, incluso, hasta la forma de sonreír, todo, absolutamente todo, moldea y condiciona al ser humano.
Los primeros condicionamientos provienen de su camada o familia, los enseñan a sentirse orgullosos de apellidos, estatus o miserias. Luego las comunidades, las ciudades, las tribus urbanas, el país e incluso, la misma especie tienen la arrogancia y la prepotencia de sentirse la mejor especie.
Un adulto humano, es producto de miles de programaciones exteriores y condicionamientos que determinarán su conducta social y sus aspiraciones como un miembro más de su sociedad.
En otras palabras, somos nuestro entorno y nuestra crianza. Los colores, los olores, los sabores, la forma de vestir… no nos pertenece, le pertenece a la sociedad y al mercado.
Nuestros miedos, nuestras alegrías, nuestros gustos, nuestros odios y nuestros temores son parte del condicionamiento humano. Un adulto homofóbico, racista, sexista, nacionalista, fanático religioso, agresor, desconfiado, inseguro… todo es transferencia de los padres hacia los hijos; moldeado y perfeccionado por el entorno de los padres y sus realidades sociales.
El caldo genético producto de millones de años de evolución también son determinantes. Un ser humano sabe que debe huir del fuego, que los sabores dulces son de confiar, que los sabores amargos puede ser señal de descomposición, que los olores fétidos pueden conducir a la muerte, que una sonrisa es una señal de sumisión, que un rostro cuadrado puede esconder una personalidad agresiva…
El ser humano tiene conciencia de camada y es profundamente territorial. Cuando los distintos están cerca, se siente inconscientemente o conscientemente inseguro, esto origina xenofobias, racismos, clasismos. Incluso, cuando un ser humano nace distinto, como un enano, un albino, alguien con visibles deformidades físicas o psicológicas, inmediatamente se produce el rechazo, que no es más que el miedo a estar cerca del “enemigos”
Escapar de lo que somos como especie es casi imposible. Los ermitaños, para sobrevivir aislados de la sociedad, usan todas las herramientas posibles de su arsenal humano, para no ser devorado por la naturaleza. Sin embargo hay dos caminos posibles: volverse una bestia o volverse algo superior, algo que solo se encuentra en los mundos míticos o esotéricos… volverse un ángel.
Cuando el amolador (afilador, en muchos países) pasaba por mi casa, y mi padre escuchaba la musiquita de este antiguo oficio gallego, oriundo de Orense, hay registros desde el siglo XVII, él solía colocarse cualquier cosa en la cabeza y pedía un deseo.
Asociar la música del amolar de cuchillos con la buena o mala suerte también tiene orígenes muy remotos. En la España nómada de siglos pasados, cuando los gitanos llegaban a un pueblo, ejerciendo sus oficios ambulantes de barbería, ventas de ropas y cacharros, también hacían trabajo de magias y dejaban sonar el “chiflo”, esa flauta de pan que anunciaba que se amolaban cuchillos.
Cuando los gitanos se marchaban, dejaban las interrogantes de cuantos animales domésticos se habían robado, cuantas fechorías habían cometido e incluso se les atribuía el robo de niños.
El amolador de cuchillos sigue pasando por mi casa, la tecnología no ha podido desaparecer este antiguo oficio de los cuchilleros. Quizás porque el cuchillo en sí, es una de las herramientas más fascinantes surgida de la mente humana.
Con el cuchillo cortamos alimentos, son útiles a la hora de alimentarnos pero el cuchillo también es nefasto, es el arma que está al alcance de todos, es un objeto de defensa y también de muerte.
El cuchillo es erótico y es tanático al mismo tiempo, como los seres humanos. El cuchillo da vida, da bienestar, pero su uso cambia, cuando no lo manipula el ángel de la vida si no el ángel de la muerte.
Nuestra conciencia, nuestros impulsos, nuestros temores, la forma en que nos divertimos o nos deprimimos, todo es absolutamente programado por la camada humana. Somos la arcilla de los tiempos, moldeada por el destino y por los avatares de la vida.
Ser libre es casi imposible…
Casi.
No podemos escaparnos de ser la especie que somos, pero si podemos huir, lo más que se pueda, de las conductas colectivas, de los gustos colectivos, del universo colectivo y tratar de ser únicos… infinitamente únicos y que seamos, como el amolador de cuchillos, un moldeador de la sociedad y no un moldeado por todos los factores que procuran que seamos, algo menos que un imbécil consumidor o un alma sin memoria.
Aquí les dejo este poema escrito en mi adolescencia, cuando pensaba que huir era posible.
LOBO SOLITARIO
Llovía,
la noche profunda se desnudó frente a mí,
mostrándome su divina decadencia,
toda la manada dormía,
supe que era el momento de partir,
como siempre lo había hecho,
sin avisar,
sin hacer despedidas,
sin relatos a la orilla del fuego,
imitando a los humanos,
pero esta vez,
fue distinto.
Esos lobos plateados,
dormidos,
habían jugado conmigo,
destrozamos conejos,
perseguimos siervos,
cantamos,
bailamos,
nos ridiculizamos,
muy cerca del barranco,
iba a extrañar los aullidos,
de luna llena,
entre plateados,
pero soy lobo solitario…
esa manada no era mía.
Partí,
en medio de la lluvia fría,
Partí,
bosque oscuro sin rostro,
Partí,
piedras deformes,
aullido pestilente,
se cae mi pelaje,
me traga mi poesía,
RUBÉN DARÍO GIL
Con maletas vacías
Buena reseña histórica de la figura del amolador. Por estos predios cumaneses dejó de pasar el amolador, solo recuerdo los sonidos de la flautica que hacía sonar. Saludos
Aquí, en Caracas, aún el amolador pasa por mi casa.
Gracias por comentar.
Y casi todos son de San Mateo, alumnos de antiguos amoladores y cuchilleros libaneses. ¡Buena crónica"