La perdida de un ser querido duele. Pero perderse a uno mismo, duele el doble. No sé si terminar la frase con un punto limpio e impoluto, o hacerlo con un punto y coma; pudiendo poner final a esto pero eligiendo no hacerlo.
Y que cobarde el que quiere llorar y no derrama ni una lágrima. Y que cobarde el que quiere huir y se corta la alas. Pero que más cobarde es él que empapa las cortinas de las pestañas y despluma el alma a otro por placer propio. Eso se llama así, perderse. Como duele perderse y como duele comprender que todo, tarde o temprano, acaba donde empezó. Con el rumbo caóticamente alterado y quemaduras de segundo grado de las mismas cenizas.
Pero se va, se va, se va, y se va... Almas que vienen y van, y van y vienen.
Ni yo me entiendo. O quizá si.
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