Cuenta la leyenda que con la invasión de los españoles a tierras Venezolanas, muchas comunidades indígenas se adentraron a selva adentro para protegerse de aquella amenaza latente que traía consigo la muerte en todas sus dimensiones, el pueblo indígena Warao fue una de las culturas que busco como vía de escape al Delta del Orinoco.
El río Orinoco con sus torrentes de aguas permitió darles cobijo y seguridad a estas numerosas familias de indígenas que poco a poco fueron poblando sus riveras laderas y aldeas, las afluencias de estas aguas desembocando al Océano Pacifico permitía ser navegable por barcos, goletas, balandras y canoas que eran comunes en aquel entonces.
Un cacique a quien llamaban Kaidamo en idioma warao, formo una comunidad en la que él era su líder, tenía el domino total de toda la población, le debían respeto y obediencia, este privilegio le permitió tener más de una esposa, entre algunas de ellas se encontraba una muy joven de características magníficas y de una cabellera negro azabache, oscura como la noche.
El nombre de esta hermosa india era “Imaya”, que en lengua warao significa, como la noche, Kaidamo, había habilitado a varios guerreros para brindar seguridad a toda la comunidad incluyendo a sus esposas en particulares, en ese sentido había ordenado exclusivamente cuidar, vigilar y proteger a su esposa más joven Imaya.
Cierto día el wisiratu quien era el consejero, médico y brujo del Cacique, le había revelado un presagio producto de un sueño que había tenido la noche anterior, le sugirió estar en selva adentro por el lapso de cinco días consecutivo para contrarrestar esa profecía extraña que se aproximaba a su familia, siendo necesario rendirle cultos a los espíritus de las selva.
Una tarde Imaya logra burlar a los guerreros quienes servían de guardia en los aposentos del Cacique, y emprende su recorrido rio abajo desahogando su tristeza por sentirse prisionera, lagrimas en sus ojos brotaban por la angustia de no continuar viviendo de esa forma, quería ser libre, andar sin miedo y sin zozobra de ser vigilada.
A cierta distancia de su recorrido disfrutaban del canto de los guacamayos, tucanes y demás aves que a su paso encontraba, en ese momento se sentía feliz observando en el horizonte las bandadas tricolores de garzas, cidras y loros, era una escena maravillosa que muy pocas veces sus ojos podía admirar en aquel paradisiaco lugar.
El encanto que ofrecía ese atardecer duro poco; cuando de forma repentina una imagen de un hombre de aspecto cristalino comienza a emerger del agua a poco metros de donde se encontraba la hermosa Imaya, petrificada y sin poder moverse, sintió un pánico que fue apoderándose lentamente de todo su cuerpo, no podía pronunciar palabra alguna.
Ante este acontecimiento cerros sus ojos encomendándose a los espíritus de sus ancestros, una voz misteriosa la hizo reaccionar “ven, no tengas miedos” no podía creer lo que acababa de escuchar, el misterioso personaje aparecido extendió sus manos en señal de invitación, lo que a su vez hizo que la bella india no sintiera miedo alguno.
La voz misteriosa se volvió a escuchar por segunda vez “soy Okarima espíritu del agua, no temas” Imaya accedió a su invitación tomándole de su mano, sus pies descalzos estaban parado sobre el agua, lentamente se fue sumergiendo hasta que el agua oculto su hermosa cabellera negro azabache, su emoción creció más cuando sintió que podía respirar bajo el agua.
Sin pronunciar palabra alguna disfruto de los más bellos paisajes que jamás había visto, la compañía de Okarima le lleno de seguridad y coraje durante el paseo ofrecido, en algún momento pensó que era un sueño, toco sus manos apretándola varias veces y constato que todo lo que le estaba sucediendo era realidad.
El espíritu del agua sintió la pasión y libertad que anhelaba la encantadora indigena, esta vez su voz se sintió más natural al preguntarle; ¿quieres vivir en este mundo? Imaya sin pensarlo mucho le respondió; ¡si, deseo vivir aquí para siempre!, fascinada contemplo como su cuerpo se trasforma poco a poco y su mente se conectaba a Okarima.
Desde aquel momento Imaya sale en vez en cuando a la superficie del río convertida en tonina, lo que algunos llaman delfines, los warao cuentan que al momento de estar parida las crías lloran como niños recién nacidos, esto para recordar que en algún momento fue una hermosa india.
Esta Historia recopilada por el Msc. Cesar Antonio Zambrano (@cesar41zamcer)