Me detengo justo en medio de la calle. Las gotas de lluvia comienzan a tomar lugar poco a poco mientras moja mi cuerpo entero. Respiro a bocanadas, se me nubla la visión y traslado mi mente a hace quince años, justo el día en que perdí una parte de mi ser. Las piernas me tiemblan y soy incapaz de avanzar. Pareciera como si mi cuerpo es capaz de recordar todo el dolor y sufrimiento que yace sobre este pavimento.
Mi padre se detiene bruscamente. Alcanza mi mano y me dice que no la suelte. Me indica que me quede quieto y que no levante la vista. Un hombre encapuchado se planta en frente de nosotros, mira a los alrededores buscando señales de vida, cuando ve que no hay moros en la costa saca un objeto de la parte trasera de su jean, logro notar el arma que lleva en la mano desafiando la vida de los que nos encontramos presente.
Con temblores en el cuerpo mi padre le dice que por favor no nos haga daño, el hombre demanda que entreguemos nuestras pertenencias o nos volverá un colador. Se nota nervioso, incluso no puede mantener el arma firme, pareciera que está demasiado agitado para el momento. Con sigilo, mi padre comienza a sacar la cartera desde el bolsillo trasero. El hombre le advierte que entregue el celular o el niño no vivirá para contarlo.
Inmediatamente mi padre le dice que por favor no lo haga, que no carga telefono encima y que el dinero en efectivo es todo lo que tiene. El sujeto mirando en intervalos hacia atrás grita que no le mienta, que le saldrá claro la broma, que si se atreve a jugar con él lo lamentará. El agarre de mi padre se hace más fuerte, incluso yo puedo notar la tensión, no hago más que ver hacia el pavimento. No puedo ni moverme. Me da ganas de ir al baño. Me quiero ir.
Justo cuando mi padre le va a entregar la cartera, una sirena policial suena a varias calles de distancia. Mientras levanto la vista, escucho tres sonidos aturdidores. Pierdo la noción del tiempo. Veo el correr del sujeto al mismo tiempo que arroja el arma a la carretera. Lo siguiente que mis ojos logran captar es la laguna de sangre que envuelve la acera, no es la mía, es la de mi padre que se desploma con dos agujeros en el pecho y uno en la pierna.
La lluvia se convierte en un aguacero. Incluso si alguien me viera no podría notar las lagrimas que desbordan por mi cuerpo. Veo las gotas que trazan su camino desde las nubes para impactar contra el pavimento, acabando su función y dejando a las demás seguir. Tantos años después soy capaz de ver charco de sangre sobre la acera. Las manos temblorosas de mi padre buscando mi piel para tocarla una última vez. Los últimos esfuerzo por mantenerme tranquilo y decirme que todo estará bien.
Tres segundos son suficiente para acabar con la vida de una persona.
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Muchas graciass!!