Apreciados amigos de Steemit y lectores de Astrolabio, publicación de @EquipoCardumen, comparto con ustedes un artículo de estudio literario sobre la novela corta El lugar del escritor de Victoria de Stefano, a quien considero una de las novelistas venezolanas más lúcidas y densas de las últimas cuatro décadas. Agradecido de antemano por su lectura.
El lugar del escritor de Victoria de Stefano o la autoconciencia de la novela
por @josemalavem
Retrato cubista de escritor, de Diego Rivera (1916) Fuente
I
Mijail Bajtin ha insistido en el carácter abierto de la novela, en su condición de género en proceso de formación. Tales rasgos se explican, como expone este autor, porque es “el único género producido y alimentado por la época moderna de la historia universal, y, por lo tanto, profundamente emparentado con ella” (1989, p.450).
Efectivamente, la modernidad inaugura un tiempo y una cultura signados por el cambio, la pluralidad y la inestabilidad; aun en su expresión apoteósica y paradójica, la llamada “postmodernidad”, se manifiesta esta oscilación y mutabilidad, si concebimos este estadio como la rebelión de lo moderno contra sí mismo (ver Compagnon, 1991, p.119). Desde Descartes, el hombre moderno se entiende como existencia pensante, se constituye a sí mismo como objeto de conocimiento y reflexión. La conciencia crítica sobre su ser y el mundo que ha construido, tal como sostiene Octavio Paz (1985), será la marca constitutiva del hombre de los tiempos modernos.
Este talante autocrítico alcanza una singular revelación en el arte, y, sobre todo, en la literatura. Es lo que se ha dado en llamar autorreflexividad que, según sostiene Breuer (en Watzlawick,1993,p.123), “tiene su verdadero hogar en la literatura narrativa contemporánea”. La autorreflexividad supone un fenómeno en el que la literatura se convierte en objeto de sí misma, lo que permitirá hablar de autorreferencialidad: la literatura constituye su materia en referente propio; la obra literaria habla de su naturaleza como creación ficticia; se autoanaliza, se mira en el espejo.
La condición autorreflexiva será una de las características fundamentales de la novela, en especial de la producción novelesca del presente siglo. Corresponderá a ese emparentamiento con la época moderna, del que habla Bajtin, y que la situará en analogía con la complejidad del mundo que quiere expresar. En su capacidad autorreflexiva, la novela mostrará la lucidez y criticidad características del hombre moderno, a través de las cuales se mira y, muchas veces, se desconoce. Por eso, la novela contemporánea incorporará cada vez más a su discurso el comentario, la reflexión explícita, el ensayo, como advierte Genette (1989, p.312), y los entes de la instancia narrativa estarán definidos por un pensamiento sobresaliente y perspicaz, hasta llegar a razonarse como creaturas de la ficción o productores de su propia condición ficticia. En esta operación de desdoblamiento o repliegue, la novela se ficcionaliza, habla de su especificidad, se transforma en metaficción –la ficción que habla de sí misma, de su naturaleza y de sus artificios– (ver), en metanovela.
Victoria de Stefano Fuente
II
En la obra El lugar del escritor (1992), de Victoria de Stefano, tenemos un importante ejemplo de cómo la novelística venezolana más reciente asume la naturaleza autorreflexiva y autorreferencial, es decir, una muestra relevante del fenómeno de la metaficcionalidad narrativa. La novela en cuestión tematiza su propio estatus textual; aborda reflexivamente la poética de la creación escritural y ella misma se revela como una poética. Esto no sólo se manifestará en el discurso explícito, sino también en sus marcas paratextuales (título, subtítulos, epígrafes), en la configuración de sus imágenes nucleares y en la composición de su estructura externa e interna.
El título de la novela nos abre dos posibilidades interpretativas iniciales, no excluyentes, que, gracias a nuestra cooperación lectora, podrán emerger como hipótesis a confirmar: el lugar del escritor puede aludir al espacio físico habitado por el creador, pero, también, al espacio textual, léase novela, que es la morada esencial del escritor. En esta marca textual preliminar funcionará germinalmente la dimensión autorreflexiva de la obra.
En una primera instancia, la novela se nos muestra como la narración de Claudia, personaje protagonista de la historia, que encarnará la voz y la focalización fundamental del relato. Claudia es escritora, y cuenta la historia de lo que le acontece un fin de semana: un sábado en la noche, en la fiesta de cumpleaños de su amigo Julio; y al día siguiente, en su apartamento, cuando una vez levantada intenta escribir, y mientras da un paseo por la calle. Las acciones narradas son elementales: encuentro y diálogo con los amigos en la fiesta de Julio; volver a su casa; despertar y levantarse de la cama; ordenar el apartamento y sentarse en el escritorio para comenzar su trabajo.
Extraemos aquí dos elementos a destacar. De un lado, la identidad del narrador-protagonista: una escritora. El conocimiento de este factor capital nos coloca frente a una compleja consideración: primero, el escritor es un inventor de realidades, un ser con facultades para transponer –a través de la palabra– el orden y las regularidades establecidas; segundo, una producción literaria, o mejor, una novela, tiene como sujeto enunciador a un escritor, lo cual introduce ya un sentido de duplicación y reflejo. Cabe resaltar que la voz narrativa se entregará generalmente como un discurso inmediato, en el que la reflexión sobre el acto de escribir ocupará un lugar central.
De otro lado, la escasa preponderancia de la acción permitirá resaltar la sustantividad de la palabra como fundadora de la realidad en la literatura (estamos frente a un “relato de palabras”, para decirlo con la clasificación de Genette), aspecto que se corresponde con el hecho de que el narrador-protagonista de esta novela sea una escritora. Ambas consideraciones contribuyen a lograr el sentido mataficcional de la novela.
La estructura externa de El lugar del escritor pareciera responder básicamente a la instancia señalada. Tres partes tituladas en el siguiente orden: “Hoy no haré otra cosa que escuchar”, “Al día siguiente” y “En la noche, trabajando”. Tal estructuración, lineal y tradicional, resulta coherente con la regularidad de la historia que se nos narra: una escritora asiste a una fiesta donde –como es natural– todos hablan, vuelve a su casa en la madrugada, y, una vez recuperada, emprende su trabajo. Se pone en juego en este orden el proceso de formación y producción de la creación. El escritor se abre al mundo, lo intenta aprehender, se confronta con él, se coloca a la escucha. Así restituimos el sentido autorreflexivo de la primera parte, rubricado en su título y remarcado en su desarrollo. Al respecto leemos en el discurso del narrador-protagonista: “(...) me convierto en víctima de mí misma, víctima de mi manía, pasión de ver, escuchar, registrar, conservar y después escribir” (p.10) (subrayado mío). Toda la primera parte se alimentará de constantes referencias al proceso escritural y a sus condicionantes: la dialéctica del hablar y el callar (“Estamos hechos de dos mitades: mitad que habla y oculta, mitad que calla y revela, entre ellas la hoja de un cuchillo, que separa entre filo y filo” [p.20 ), la necesidad de la soledad y de un lugar propio (“¡Apartarse del mundo, la perfecta, la nunca bastante deseada soledad!” [p.16} , “Mi cuarto es mi vida, toda está allí dentro” [p.21] ), la fatiga del vivir y el escribir (“Mis novelas en el fondo si de algo tratan es de todos esos trabajos con que nos erosiona la vida: el peor de todos, el trabajo de ser feliz. Todos mis personajes están exhaustos...” [p.40] ), la improductividad creativa y el desaliento (“Supongamos que logre vencer el blanco vacío, la inercia, la parálisis, el desaliento. Supongamos todo esto. Entonces teclearé una línea...” [pp.73-74]).
En la segunda parte, el escritor está en su “lugar”, se dispone a la escritura y enfrenta las dificultades de tal acto. En la tercera, sale a la calle, como en una metaforización de la necesaria salida al mundo que se debe cumplir en el proceso de la comunicación literaria. Ambas partes también serán atravesadas por las continuas meditaciones sobre el acto de escribir, con lo que se refuerza la autorreflexividad de la novela. A través de tales cavilaciones se tematizarán diversos aspectos que reduplican el sentido señalado, entre ellas: la resistencia del esfuerzo creativo (“Paciencia y tenacidad, la paciencia de un buey, la tenacidad de un criminal: la más alta capacidad de resistencia.” [p.89 ), la transformación de la vida por la escritura (“Es extraño, puedo escribir las cosas más tristes y no ponerme triste. Escribiendo me vigorizo, como un lindo caballo de paso...” [p.92] ). Merece especial mención la analogía que se establece entre el trabajo callado de la naturaleza, el tiempo y el trabajo denodado de la escritura, expresado en la labor de corrección. Así podemos leer:
Nada la espera, ella trabaja, trabaja, atenta a la despaciosa labor de sus órganos secretos, de sus intermitentes resurrecciones. Desde el embrión han de crecer la hierba, la flor, el árbol, el fruto, en silencio. Que no se oiga ni el rumor de una brizna traspasar la levedad del aire. Trabaja. Es apenas un suspiro el trabajo de los siglos. (pp.112-113)
Manos dibujando, de Escher (1948) Fuente
(...) corregir es una demente y continua rectificación, es ponerlo todo de cabeza cuando se creía que todo se mantenía en pie. De nuevo, desde el principio. (...) ¿Es el oficio, no? Se lo alcanza muy tarde, a costa de mucho, y cuando se está cerca de conseguirlo, cerca de la tierra prometida, pierde toda fascinación. ¿Era esto, apenas esto, sólo esto? (p.114)
El oficio de la escritura, su labor entregada, esforzada y silenciosa, es resignificado gracias a esta correlación con el proceso de la naturaleza, tal como parece estar sucediendo en el decurso de esta novela. Esta significación se remarcará a continuación, en oposición al tormento de la vida:
Un trabajo agotador, un trabajo de muerte lenta que requiere mucha dedicación, mucho amor al detalle y la inversión de un gran caudal de energías (...) Un potro de tormento que comparado con el dolor de la vida es nada: del placer que le proporciona el escritor obtendrá la medida de su talento y de su verdad. (p.115)
Dos imágenes nucleares resaltan en todo esta elaboración metaficcional: el cuarto y la lámpara. Ambas imágenes actuarán como recursos figurativos para subrayar la soledad y concentración del quehacer creativo del escritor; demarcan una atmósfera y un espacio interior a través de una presencia exterior. Sobre la lámpara dice la voz narrativa: “(...) era sin duda mi lámpara. ¡Veinte años alumbrándome! Podía contar sus andanzas, que era como decir buena parte de mi vida (...)” (p.85); “En mi cuarto, en toda la casa, no hay más luz que la de mi vieja lámpara sobre mi escritorio.” (p.118). La lámpara es símbolo de reposo, de silencio y de la visión. De este modo lo reflexiona el narrador protagonista cuando, mediante un flashback narrativo, establezca la asociación con el cuadro visto en el Museo de Nueva York:
Recuerdo su título, abajo y a la derecha. ¿Dónde están mis anteojos? Still life under the lamp. Jarrón, frutas, bandejas, objetos en la extensión luminosa, en el reposo y la quietud, en una suerte de repliegue silencioso. (...) La luz, la oscuridad, el alto umbral divisor de las aguas. Una vida que se abre de afuera hacia adentro. Adentro, más adentro, hasta el extremo de ver más claro. (pp.118-119).
Still life under the lamp, de Pablo Picasso Fuente
Pero es la imagen del cuarto la que cobra mayor significación, pues especificará los sentidos condensados en ese “lugar del escritor”. Refugio para la creación y espacio ficcionado de la vida que es la novela misma. Dos citas muy puntuales permiten ilustrar lo dicho:
Ahora poseía una vida mía, muy mía, un lugar mi propia habitación, una ventana desde la que contemplar un trocito de paisaje e ir hinchando el detalle, de adentro para afuera, en sus bellas y secretas relaciones. (p.107)
Mi cuarto es la vibración de mi voz, óigase como tiembla. Mi cuarto es la proyección de todo mi ser y mis seres múltiples, virtuales, potenciales, aún por nacer, aún por morir y transformarse. Mi cuarto y mi ser son la misma cosa (...) (p.24).
III
Habíamos establecido una primera instancia de interpretación de la novela: la historia contada por Claudia. Pero la configuración novelesca se nos muestra con una sugerente ambigüedad. La estructura se complejiza internamente. En el recorrido textual aparecen indicios que conducen a pensar en un relato preexistente, que envuelve el relato de superficie. La hipótesis, que no confirmaremos, que quedará desdibujada como la penumbra del cuarto del escritor, es la existencia de un relato primero, anterior, el que hace a la novela que estamos leyendo. Ciertos momentos nos inducen a esta sospecha constructiva, propia de nuestro fuero en la cooperación interpretativa. En la página 24 encontramos: “Podría desvanecerme y seguir estando, invisible presencia (...) Muda, no, elocuentísima presencia”. Y más adelante, en la página 26: “ (y ahora, mientras escribo, veo al lado de mi máquina...)”. Curiosamente, estas citas están tomadas de la primera parte, donde se supone se nos narra la fiesta de cumpleaños de Julio; es además muy llamativo el uso de los paréntesis. Así, también leemos en la página 116, un fragmento introducido casi abruptamente, como presentándonos el repliegue del relato, y llevándonos a un plano que se nos ha ido deslizando discretamente:
Ahora escribo, en mitad de lo que escribo me detengo. En realidad, siempre se está en mitad de lo que se escribe, pues el escribir no acaba nunca. Los libros sí, los libros tienen un comienzo y un final, una tapa que abre y otra que cierra (...), pero el escribir (...), siempre virtual por más que se actúe, no tiene final, a menos que llamemos final el hecho meramente contingente de la vejez y la muerte.
La metaficcionalidad se consuma: el discurso autorreflexivo y autorreferencial constituye la esencia de la novela, la que se escribe y se lee. El lugar del escritor es, al mismo tiempo, el lugar de la escritura, de la ficción que se mira y se piensa a sí misma.
Victoria de Stefano Fuente
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Bajtin, M. (1989). Teoría y estética de la novela. Madrid: Edit. Taurus.
Compagnon, A. (1991). Las cinco paradojas de la modernidad. Caracas: Monte Ávila Editores.
Gaspar, C. (1991). La lucidez poética. Caracas: Fundarte.
Genette, G. (1989). Figuras III. Barcelona, España: Edit. Lumen.
Paz, O. (1985). Los hijos del limo. Vuelta. Colombia: Edit. La Oveja Negra.
Stefano, Victoria de (1992). El lugar del escritor. Caracas: Grupo Editor Alter Ego.
Watzlawick, P. y otros (1993). La realidad inventada. Barcelona, España: Edit. Gedisa.
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