Relato sobre la determinación de una señora muy vieja

in #spanish6 years ago

El siguiente material es de mi autoría, obtuvo el Segundo Premio (ex aequo) del III Concurso Litteratura de Relato en Barcelona, España, mismo que fue publicado en la página oficial del concurso: Litteratura.    Espero y sea de su agrado:


Usté sabe cómo es la vida 



Para ese entonces ya había escampado y el vapor del camino se alzaba en llamaradas blancas, rasguñándole las piernas a quien se topase con ellas. Daban la sensación de que se iba rumbo al infierno y no al cementerio, donde todo muerto está. Bueno, salvo aquellos visitantes que, si no los alcanzó a mojar la lluvia por el paraguas rosado chillón, lo terminaron de hacer las gotas de sudor que les discurrían sienes abajo, enchumbándolo todo.

Agüela.

Dime.

Y si nos preguntan.

La anciana pareció meditar las palabras un momento, fastidiada por el calor, por el sol y la vida y, cambiándose para el otro hombro el morral de tela que llevaba a cuestas, agregó,

Les decimos que lo compramos en los chinos. Total, paraguas repetidos es lo que sobra.

Usté dice.

Sí, yo lo digo, con tal de que no vayas a abrir tu bocota como la otra vez.

Se refería a un episodio, todo el mundo lo sabía porque ella se lo contaba muerta de risa a quien fuese, en el que le robaron unas naranjas chinas al vecino y, cuando ella le dijo que las habían comprado en el mercado, su acompañante saltó diciendo qué embustera eres, agüela, si las acabamos de coger del patio, y que ella le dio un cocotazo que casi lo manda a cagar.

Ce, men, te, rio, muuu, niii, ci, pal.

Ve si aprendes a leer ya de corrido, que a tu edad pareces pendejo.

El silencio del cementerio exageraba los sonidos metálicos que salían del bolso, haciendo imposible el deseo de pasar desapercibidos ante un cúmulo de ángeles clónicos y cruces sin razón.

El sol está fuerte, verdad.

Sí, mejor, y no mires tu sombra.

Por qué.

Porque predice la muerte y no está bien saber esas cosas.

Yo no me quiero morir, agüela.

No digas eso, que hasta de la vida uno se cansa.

Usté dice.

Yo lo digo, pero aún falta para que me canse.

Y lo devolveremos.

Qué cosa.

El pico.

Lo devolveremos, claro que sí.

Espero, así no nos lleva el diablo.

Cállate, chico, solo dices pendejadas.

La anciana se paró en seco, escrutando el final del cementerio, allá donde la maleza se confunde con esta maleza de cemento.

Hijo, estás viendo lo mismo que yo.

Qué, agüela.

Mira ese animal coñoesumadre cagándose en la tumba.

Desde la distancia a la que estaba la anciana, que no era poca, le logró atinar una pedrada en un costado a un perro gris, sorprendiéndolo en esa postura de indefensión total que adoptan la mayoría de los seres que comen. El aullido se extendió más allá del monte.

Hijo de perra.

El suceso les hizo llegar a la tumba más rápido de lo esperado, aunque, no habiendo ni rastros del crimen cometido por el perro, sería bueno decir que solo fue una suposición malsana en la que la parte agraviada no podrá defenderse ni quejarse. Con una naturalidad premeditada, la anciana sacó un pico sin mango envuelto en papel periódico, una pala jardinera, unos sobres de semillas y una botella de agua con la cual comenzó a rociar los alrededores de la tumba.

Ojalá y el señor Arcenio no se vaya a aparecer ahorita, agüela.

Bueno, según tú, a esta hora no viene.

No, no viene, pero usté sabe cómo es la vida.

Esa vida a la que hace alusión no es otra que su vida, la de la anciana, a la que llevaba endilgada como un zarcillo la tragedia de un terremoto y la desaparición de su hijo mayor y el nieto entre los escombros de un hotel. Escombros que ella misma removió y no encontró nada, aún mucho después de concluido el plazo para rescatarlos, cuando el olor a muerte se cernía como una cortina oscura. En un par de ocasiones salió por la radio describiendo a sus seres queridos, son así y asá, que si los veían por favor llamaran al número tal, pero nadie dio con ellos, hasta que la gente, intentándola traer de vuelta a la razón, le decía que estaban muertos, y ella les contestaba con resignación que eran puros embustes. A veces se la oía decir, yo se lo había dicho que no se llevara a trabajar a esa criatura, que no se la llevara, pero todos lo tomaban como otro desvarío más en la larga sucesión de disparates que iban desde alucinaciones de todo tipo a pedir a gritos ayuda para sus familiares. Nadie acudía porque vieron cómo en una ceremonia oficial enterraban al hijo y al nieto en este lugar, siendo lo peor, según las autoridades y la gente, la manía de querer desenterrarlos. Por eso, con calma, dispuso los instrumentos en el suelo como quien va a operar. De entre el mausoleo vecino sacó un palo y armó el pico, asegurándolo con el papel periódico y unos golpes en el suelo.

Agüela.

Dime.

Y si nos descubren.

La anciana no dijo nada, sólo vio alrededor antes de dar el primer picotazo en la tumba más pequeña. La loza, ya rota por embestidas anteriores, se rajó de par en par, separando la fecha de nacimiento de la fecha de la muerte. Con la pala jardinera simuló sembrar las semillas, rociándolas por aquí y por allá, al tiempo que con la otra mano escarbaba, con tan mala suerte que se encontró con otra plancha de cemento.

Vigila la zona, criatura.

Qué es eso, agüela.

Ojo de águila.

Mirada de halcón.

No fue tan fácil como lo había imaginado durante los doce años anteriores, a fin de cuentas, es más difícil desenterrar un muerto que darle vida. Temblaba por un frío extraño, mojando con goterones de sudor la tierra sedienta de agua y preñada de huesos. Con el mango del pico logró separar la segunda plancha de cemento, y ahí estaba el ataúd infantil, cubierto por raíces y congorochos que huyeron sorprendidos por una ola de luz y calor. Con temor, la anciana abrió la caja y la miró con atención clínica. Removió con sus propias manos la almohada y las sabanitas de lino, sintiendo la humedad, la respiración de la tierra.

Lo que siempre te había dicho, criatura.

Qué, agüela.

Que jamás has estado muerto. 



Autor: Ysaías Lucas Núñez

Imagen: Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile