Casi no me dejan entrar a Honduras: Experiencias de viaje

in #spanish6 years ago (edited)

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Hondas memorias

I
De Tegucigalpa a Danlí


Toncontín aguarda.



Mucho podríamos decir sobre ese aeropuerto que ostentaba el poco honorable segundo lugar del más peligroso del mundo (superado, según una lista hecha por History Channel , por el aeropuerto Lukla, de Nepal) ¡qué consuelo!, y donde poco más de un año había ocurrido un accidente fatal con Taca Airlines, aerolínea en la que viajo. Son las 9.00 de la noche, y con tales referencias no rezo al sentir el descenso. Confío en las artes del piloto y copiloto, aunque en mi mente siguen las imágenes sobre la pequeñez de la pista de aterrizaje, la pendiente en la cual termina y la avenida que la remata. Sé de algunos que le dan por aplaudir en cada aterrizaje, es entendible, considerando que lo más peligroso de un vuelo es la llegada a tierra, pero no fue mi caso. Sí le doy las gracias al ayudante de vuelo por la buena asistencia durante las dos horas de vuelo, nada que objetar a Taca. Piso tierra, y una ráfaga de aire frío me tambalea, ¿acaso es un abrazo sincero de quien se entrega a la amistad sin esperar nada a cambio? Son cosas que el viento por viejo lo sabe y no lo dice, y que uno por joven lo ignora todo.



Esperando están los amigos, que con sonrisas y abrazos me reciben también. Me veo envuelto en una nube de palabras hondureñas, país que para ese entonces había aportado la mayor cantidad de palabras a la RAE, y que yo precariamente sabía usar algunas, o al menos intuía lo que se estaba hablando. No tanto así cuando, ya en el carro, exclamaron de tener cuidado con un burro en plena calle. Fascinado yo por la imagen, no de ver un burro, que suficientes vi en mi pueblo, sino de verlo a esa hora y en una ciudad. No supe lo que era hasta que el carro dio el salto característico de haber pasado por un policía acostado, que es como lo llamamos en Venezuela. Esta pequeña historia no hace más que esbozar las dificultades de un idioma que se llama igual pero que se comporta diferente de región en región, de país en país, y peor aún, de persona a persona. En verdad el español es un idioma jodido, como una carretera llena de burros o de policías acostados.



—Esto es Tegucigalpa— me dice uno de los amigos, y agrega con una sonrisa—: Bienvenido.

La primera sensación que tuve, a pesar de estar a miles de kilómetros de mi casa (contrario a la que experimenté en San José, Costa Rica, para hacer escala) fue la de sentir que estaba cerca. Que conocía esas luces, esas montañas, que aun el andar de la gente en la calle me era familiar, y que esta compañía en el carro de todos ellos ya la conocía a pesar de estar viéndonos por primera vez: hermanos, casa, hogar. Si eso de las vidas pasadas es verdad, esta ha de ser una prueba de ello.

Fuimos hasta un restaurante ubicado al final del Bulevar Morazán llamado El Patio (lamentablemente perdimos las fotos tomadas allí). El estrés que causa un viaje termina repercutiendo en la maleta natural de uno. Comí poco, aunque quería más. El anafre humeaba en la mesa, calentado las tortillas, mientras la horchata me inundaba la boca, y yo la asociaba con alguna bebida que llegué a probar cuando niño. Cierto que el común denominador entre los países latinoamericanos, aparte del idioma, es el maíz. Sin embargo, aquellas tortillas me supieron tan diferentes (aparte de sabrosas), que era como si en ellas hubiese una información ancestral que me estuviese siendo revelada, y que la arepa, por nueva, no poseía. No sabía qué nombre darle a esas imágenes que acudieron a mí. No es que intente yo parecer un San Antonio que obtiene una revelación divina a través de una tortilla hondureña. Era como haber viajado en segundos mil años atrás, más allá de Morazán y Lempira, y estar conociendo el sabor de la historia. Esta sensación se iría enriqueciendo en cada visita que hice a los pueblos, la de que el tiempo no pasa, sino que somos nosotros los que pasamos por él, los que nos desvanecemos.

Entre preguntas sobre el viaje les comenté que, al igual que cuando fui a retirar mi pasaporte, una agente de seguridad me dijo que sin representante no podía salir, al mostrarle mi documento, la agente se disculpó, apenada, contrariada (eso me volvería a pasar en varias ocasiones acá). La conversación fue corta, ya que todos tenían trabajar al día siguiente, por lo que la despedida fue más temprana de lo esperado debido al retraso con el que salió el vuelo desde Venezuela, ¿cuándo no?



Este San Antonio contemporáneo fue trasladado a Danlí, pero aún había mucho camino que recorrer para llegar hasta allá. Mientras, le cuento algunos detalles sobre el viaje a mi compañero y tratando de conectar la laptop a Internet, queriendo avisarle a los míos que estoy bien, pero nada, la señal del teléfono celular es muy inestable y féisbuk pesa mucho. La carretera nos llevaba colinas arriba, colinas abajo, y la oscuridad, como telón de teatro, me ocultaba la maravilla que sería develada una vez que este terreno se encontrara con la luz del día, pero para no resultar tan cruel, me dejaba conocer por primera vez el olor de los pinos a medianoche.



A Honduras llegué en un momento políticamente turbio, finales del 2009. Dos días después se celebrarían las elecciones presidenciales, por lo que preferí aguardar en casa, solo. De hecho, la señora que me recibió, al ver que era venezolano me dijo con ese acento característico:



—Fíjese que no sé si lo voy a dejar pasar.


Aunque me vi pasando la noche, encerrado en el aeropuerto, tomando el primer vuelo al día siguiente, sin siquiera saludar a mis amigos, aguardé con calma. No tenía nada que ocultar, mi verdad, por muy cliché que suene, era la paz. Le dije que no tenía intenciones de quedarme.

—Pero es más de un mes —replicó, contrariada.



—Vengo a ver a mis amigos.



—¿De turismo?



Le di los nombres completos de mis amigos, números de teléfonos, direcciones de residencias, y le mostré mi pasaje de vuelta.



—Mucho cuidado—me dijo la señora sellando el pasaporte y dándomelo de vuelta, y con un aire severo agregó—: Lo estaremos vigilando.



Sonreí.

Al día siguiente me levanté algo tarde, comí albóndigas, tomates con queso y aceitunas. Y pasado el mediodía me dispuse a escribir algunas impresiones a mis familiares desde una mini laptop en la que no sabía ubicar bien las tildes. Les di referencias bastante vagas, pero era solo para que se hicieran una idea mientras llegaba un mejor momento.

Decía que me quedé solo en Danlí porque mi hospedero, a pesar de insistir mucho en que lo acompañara a Tegucigalpa, yo temía que algo pasara, que por cosas del destino y la mala suerte, me capturaran y dieran a entender que yo era uno de esos infiltrados, y si necesitaban algún pendejo para su show seguro ése no era yo, también temía que pasara algo como lo que se mostraba en televisión, lo cierto, y agradezco que haya sido así, que nada sucedió. Al contrario, desde la ventana vi pasar en la noche una caravana, bastante austera, para qué negarlo, en apoyo a Porfirio Lobo, tan pronto como se fue, cayó el silencio.

El silencio de un pueblo que tiempo después se logra comprender del todo, mientras, acostado en la cama me preguntaba en qué estaría pensando mi abuela.

Ysaías Núñez

Próximo capítulo: Danlí.

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Excelente relato amigo mio, con tu acostumbrada maestría como escritor, te deseo mucho éxito.

Muchas gracias, amiga querida. Es bueno despertarse y leer estas expresiones de cariño.

Muchas gracias, gente de Goya y Cervantes. Muy gentiles.

Hola Amigo, que hermosa historia. Felicidades.

Gracias, amiga. :D Un abrazo.