Un viernes mas en una "Plaza Caraqueña"

in #spanish7 years ago

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Eran las 4 de la tarde, un viernes agitado, como de costumbre en la zona. Mi reloj marcaba las 3 de la tarde, apenas faltaban dos horas para la salida de los niños del colegio. La búsqueda de mi hermano debía esperar, esa espera tan habitual entre los venezolanos de hoy en día. La mejor opción era sentarme en los banquitos de la “Plaza de Propatria” y charlar un poco con la demora interminable.

A decir verdad, a pesar de vivir cerca, no suelo visitar esta plaza mucho. Quizás por una cuestión asocial, quizás por seguridad o quizás por un tema de identificación con el lugar. Nunca existió una conexión con el lugar, y ahora estaba yo allí, sentado, observando las dinámicas inentendibles del día a día caraqueño.

Ni la más linda, ni la más fea, ni la más sublime ni la más infame, solo una plaza más, como todos estos lugares de Caracas, olvidados en el tiempo, a los que a nadie pareciera importarles, solo un lugar más. Allí se posaba ante mí, con sus particulares posibilidades, a veces buenas y a veces no.

Era curioso, poca gente transita el lugar (no los culpo), la inseguridad se ha convertido en cosa de todos los días, y la plaza funge como bastión entre este nido de impunidad y miseria. La luz de la tarde era intensa, y las personas esquivaban la plaza y la evitaban a toda costa, sobre todos los mayores. Muy curioso a decir verdad. Los pocos que transitaban, iban directo a la iglesia.

Los más jóvenes, por su parte, entraban y salían indiscriminadamente de la plaza. Entre skaters, raperos y estudiantes coloreaban una plaza cada vez más opaca, cada vez más vacía. Entre los actores sobresalían dos, la droga y el alcohol, que como protagonistas y estrellas de un film, cautivaban y jugueteaban con la mayoría de los presentes.

Un par de veces me ofrecieron comprarles y unirme a su obra tan desmotivante y lastimosa a la vez. Gente muy joven deambulaba en la plaza sin ningún rumbo, solo movidos por las estrellas del lugar. Envueltos en esta obra de todos los días, listos para llevar.

Era hora de moverme de lugar, la plaza intentaba tragarme cada vez más.

Yo no pretendía subir al escenario y ver la obra (muchas veces la he visto y no me gusta repetir funciones) hasta hora me mantuve lejos de este tipo de arte de nuestra querida juventud. Camine varios pasos hacia el fondo, atravesé el sitio, las miradas furtivas caían una tras otra; la iglesia, a pesar de todo, se ofrecía como el lugar más cálido del lugar.

Al ver a los niños en la iglesia (esta también fungía como colegio), recordé mis años de niño; recordé los años de catequesis impuestos por mis padres. Reflexione, trate de acordarme como eran las cosas en aquel tiempo. Lo poco que recordé, no se parecía en nada a lo actual, y lo que imaginaba que sería todo, dista mucho de la idea que ingenuamente, vislumbré por aquellos años.

La imagen de la iglesia contrastaba mucho con el lugar, dos lugares tan cercanos y tan lejanos a la vez. Por un lado los niños sonriendo con libros; y por el otro—en la Plaza— niños un poco más grandes, también sonriendo, pero no precisamente por libros.

El ambiente se hacía denso y pesado, todavía faltaba una hora en mi reloj para encontrar a mi hermano. Era difícil tener momentos de tranquilidad en el lugar. Las paredes desgastadas y rayadas por doquier, los grafitis políticos y los afiches viejos abundaban, Propatria mostraba en todo su esplendor su cara más oscura.

El bullicio, los gritos y las groserías abrazaban a todos en el lugar, por un momento sentí asco de mí mismo. Ya la gente no se preocupaba por guardarse lo peor de si, las cloacas corrían por todo el escenario, y como ratas recorríamos ese caudal.

La gente en la suyo, las colas habituales de Caracas no son ajenas al entorno local. Las tenemos en todos los tamaños listas para llevar. Unas para el pan, otras para las camionetas, inclusive algunas para drogas. Ya no se guardan las formas.

Sin darme cuenta ante esa cloacal que me rodeaba, un chorro de agua potable se abrió como dice la canción “Un rayo de sol”. Y es que fue así, literalmente como se sintió. Los niños aparecieron y cambiaron el ambiente de la plaza, que cada vez se hacía más pesado.

Logre encontrar a mi hermano entre las camisas blanca, y fue un golpe de energía, todo ese mal humor y desesperanza que se acumuló en mi por esas dos horas de exposición, cambiaron como si nada. Con solo ver los ojos de aquel ser, ajeno a todo lo anterior, la Plaza se convirtió en el mejor lugar del mundo.

No sé si algún día cambiará la plaza, cambiara el escenario, ni los actores principales. Pero este escenario no está a la altura de lo que transmiten estos niños todos los días, con sus pequeñas acciones cargadas de inocencia.

Un viernes más en Caracas (ya son muchos), un viernes más en la plaza, un viernes habitual para todos, nada extraordinario. Un viernes triste, desesperanzador, con gotas potables y blancas que oxigenan a su paso. Solo pido tres cosas: que el suministro no se acabe, que no lo sigan racionando y que algún día se abra la llave completa…

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Me encanto tu relato sobre la vida agitada de todo caraqueño.
Te consegui en una sala de ProVenezuela asi que te sigo y apoyo de aqui en adelante.