Sobre la arena húmeda
te miras en el río de tus recuerdos,
mientras la brisa arruga con sus manos,
la oscura piel del agua adormecida.

Dos lágrimas abrasan tus mejillas
abriendo un ancho surco
en tu rostro de múltiples caminos.

El sol de tu memoria visualiza
la fortaleza en ruinas
sobre cuyas almenas
las águilas urdieron sus canciones.

El ocaso te encubre
con un manto de astrosa soledad
mientras con torvo empeño
una serpiente hurga en tus entrañas,
y muerde en tus heridas,

espoleando el dolor
que los perros voraces te causaron,
cuando a orillas del mar, y en la llanura,
empañaron la aurora de tus hijos,

y con salvaje impulso
dispersaron sus miembros sonrosados,
para que inmundas aves
saciaran su rapiña, y su insolencia.

Sobre la arena blanca
la tarde pone un beso en tus sandalias
cuando el mar trasciende
una sombra furtiva que deambula,
y encamina sus pasos vacilantes

hacia el campo nefasto
donde el héroe del casco rutilante
mordió el polvo, y sus manos
se crisparon en gesto de impotencia
como una hoja seca entre llamas.

El aletear de raudos gavilanes
tras un ave indefensa,
te substrae al ensueño,
y el destino te exhibe indiferente,

Miserable y cautiva,
lejos de tu ciudad y de tu pueblo.