Relato de un anciano.
Una puerta de ébano es la única entrada a un extraño habitáculo. Se encuentra sumergido absolutamente en las tinieblas. En las profundidades de la mansión existe una habitación ausente de ventanas y cualquier mínima abertura esta sellada con paños. Las telas sirven de filtro, dejando pasar el aire, sin permitir que incida dentro un sólo rayo de luz. La respiración se dificulta en ese lugar, es sofocante estar allí dentro y el calor es insoportable.
Un anciano de aspecto desagradable permanece sentado en una de las esquinas de la habitación, esta sucio y vestido con harapos. Su piel, aunque imposible de ver en esa oscuridad profunda, es tan pálida como una hoja de papel. Se comporta nervioso, todo su cuerpo está trémulo y se balancea incesantemente. Una voz susurró.
—Cuéntame tu historia—dijo esa voz surgida de la oscuridad.
El anciano se alteró, su respiración se hizo más agitada, se mecía rápidamente y comenzó a sudar. Hizo un intento por calmarse y con su voz temblorosa respondió.
—Si lo hago ¿Te irás finalmente?—dijo y apretó las manos con tal fuerza que sus largas uñas rasgaron su piel.
La habitación se quedó en silencio. El anciano se mordía los dedos de las manos y se mecía ansioso. Pasaban los minutos y la respuesta no llegaba. El nerviosismo le carcomía.
—Sí—contestó la voz.
—Te gusta hacerme sufrir—dijo el anciano.
Las manos y piernas no le paraban de temblar, incluso más que antes. Tomó aire, hizo un esfuerzo en la memoria y comenzó a narrar.
Todo empezó hace muchos años, más de los que pueda recordar. Yo era un niño de 11 años y estaba en primaria. Era el niño más inteligente de la clase y a mis padres les decían que tendría un futuro prometedor. Para mi edad ya estaba avanzado en conocimiento, decían que lo mejor era promoverme a secundaria pronto. Recuerdo que las clases me parecían aburridas.
Mi familia me apoyaba, aunque fueron muy exigentes. Debía ser perfecto; ser el mejor en los deportes, el mejor en ciencias, el mejor en arte. Así que me esforzaba por cumplir las expectativas de mis padres. Y ellos siempre me pedían más y más.
Jamás había soñado, a esa edad no recordaba nunca haber soñado con algo. No sabía nada de ese mundo fantástico del que otros niños hablaban. Mis noches eran monótonas, era como pestañear. Cansado cerraba los ojos, pasaban horas que parecían minutos para mí y luego despertaba. Estaba maldito, Dios me había castigado.
Un día se me ocurrió que podía hacer un elixir del sueño, una poción mágica que me hiciera entrar en ese mundo. Robé 3 somníferos de mi madre, tomé tres plumas de mi almohada y le saque los ojos a un pescado congelado. Disolví todo bien machacado en un vaso de leche caliente. Oré frente al vaso, rogué pidiendo a Dios que me quitara la maldición. Me tomé la bebida aunque tenía un sabor asqueroso. Desperté al día siguiente por la noche, parecía que la cabeza me iba a estallar y un doctor estaba frente a mí.
—¿Que hiciste?—dijo el doctor mientras tomaba mi pulso.
Le conté la verdad sobre como me sentía y sobre la poción que había hecho. Me gritó diciendo que era un tonto, que pude haber muerto. Pero eso a mí no me importaba.
Desde ese día mis padres me castigaron, se decepcionaron de mi. Pero yo estaba mucho más decepcionado de mi incapacidad. Encerrado en mi habitación comencé a gritar blasfemias, no eres todopoderoso decía, no puedes hacer soñar a un niño. Apagué la luz y me senté sobre la cama, lloraba, deseaba soñar. Dije las palabras de las que estoy arrepentido de haber pronunciado.
—Si me haces soñar haré lo que quieras—fueron las palabras que sentenciaron mi vida.
En las penumbras sentí como si alguien estuviera conmigo. El aire frío me rozó acariciándome ligeramente el cabello e inmediatamente caí dormido. Soñé, fue el momento más feliz de mi vida. Desperté sorprendido por lo que había visto, deseaba seguir soñando. Traté de dormir pero mis padres me obligaron a ir a la escuela.
Pasé todo el día imaginando que mundo mágico me depararía. Le dí gracias a Dios esa noche por su regalo y me disculpé por lo que dije. La lámpara de mi habitación se hizo pedazos en ese instante.
Cuando llegué a la secundaria mis calificaciones cayeron aparatosamente, pasaba mucho tiempo soñando. Dejaba de estudiar y ocupaba ese tiempo. Mis padres se enojaron y no me daban tiempo de dormir.
Anhelaba dormir y como no podía hacerlo en mi casa, lo hacía en las clases. Una carta les llegó del colegio, la furia se apoderó de sus almas. Me dieron el peor castigo que imaginaron. Me privaron de cama, a mi comida la espolvoreaban con cafeína y me daban café en lugar de agua. Éstas acciones tuvieron efectos adversos en mi cuerpo, comencé a comportarme de forma nerviosa. Mis manos jamás dejarían de ser trémulas al igual que mis ojos. Era inevitable que soñara, pero era cada vez menos constante.
Las pocas oportunidades en que entraba al mundo de los sueños era diferente de como lo recordaba. Esta vez era espectral, surgían seres extraños. Un zumbido constante aparecía invocando figuras tétricas y tentáculos de oscuridad que consumían el mundo onírico. Eran pesadillas aterradoras de las que no podía escapar.
Pasados varios meses decidieron llamar a un psicólogo. Éste les dijo que lo que estaban haciendo era inhumano. Ese día hablaron conmigo, me pidieron disculpas y me quitaron el castigo. Con mis piernas tambaleándose caminé hacia donde ellos estaban y les dí un abrazo.
Ese día pude dormir con tranquilidad, mi cuarto estaba como antes. Las pesadillas se habían terminado pero aun así escuchaba la voz turbia que no decía nada comprensible. Mi vida mejoró, me fue mejor en el colegio. Administraba mi tiempo para estudiar y mi tiempo para soñar. Pero era constante esa voz.
Un día regresaba del colegio, entraba a mi casa y me sorprendieron mis padres con un pastel. Mi padre cargaba el pastel con una gran sonrisa y mi madre salió corriendo a la cocina. Yo sonreía de felicidad cuando un ligero zumbido resonó en mi mente. Sentí un profundo dolor de cabeza. El zumbido se hacía más fuerte con el pasar de los minutos. Llegó mi madre y se acercó a mi.
—Corta el pastel—dijo mientras colocaba un cuchillo en mis manos.
Yo sonreía, las lágrimas se salían de mis ojos de forma inevitable y el dolor se hacía más intenso. Sentía como si taladraran mi cerebro.
—Los amo—dije.
Mis manos temblorosas acercaron el cuchillo al pastel y una fuerza incontrolable movió mi brazo. Hizo que el cuchillo atravesara el pecho de mi padre, no podía controlar mi cuerpo y nuevamente apuñaló el corazón unas dos veces más. El cuerpo se desplomó y el pastel cayó sobre su pecho ensangrentado. Mi madre salio corriendo y yo la perseguía con el cuchillo en mi mano, mi cuerpo se movía automatizado, controlado por fuerzas que no me pertenecían. Mi madre resbaló, me miraba suplicante mientras me acercaba a ella.
—Lo siento mamá, no lo puedo controlar.—Decía y las lágrimas surgían de nuestras miradas.
Acuchillé a mi madre una y otra vez. Cerré los ojos, no quería ver tal carnicería y de pronto dejé de ser controlado. Caí sobre el cadáver de mi madre y me dí vuelta. Vi como los tentáculos negros de mis pesadillas se posaron sobre el techo moviéndose de forma salvaje. El zumbido de mi mente lentamente se transformó en una voz que podía reconocer.
—Te hice un favor—dijo aquel ser que me acechaba.
Asombrado por lo que vi, no escuché cuando la puerta se abrió y llegó el psicólogo. Encontró ese desastre en la sala. Asustado vino a mí chapoteando en charcos de sangre, me quitó el cuchillo y me esposó. Me encerró en su auto mientras llamaba a la policía. Al terminar la llamada hicimos un viaje largo a las afueras de la ciudad. Pasando las montañas boscosas llegamos a una mansión desgastada por el tiempo.
Me llevó a una habitación, me quitó las esposas y me dijo que yo era especial. Cuando el doctor se fue escuche la voz en mi mente otra vez. El dolor de cabeza regresaba y una figura humeante de espesa negrura se posó frente a mis ojos. Tuve miedo, sabía que era el ser que veía en mis pesadillas. El mismo que apareció en el techo de la casa.
—¿Quien eres?—dije esperando que no respondiera.
—Soy tu amigo, que te sigue a todas partes y nunca te abandonaré.—dijo el ser.
—Déjame en paz— dije.
Perdí el control de mi cuerpo mis manos arañaban mi cuello con fuerza. Una mujer entró a la habitación, vio como la sangre fluía creando charcos en el piso. Llamó a los doctores que retuvieron mis manos y me pusieron una inyección en la yugular. Adormecido sentí como descendía escaleras tras escaleras a un abismo del que nunca saldría y escuché una parte de la conversación.
—¿Ya tenían preparada la habitación?—dijo la mujer.
—No es el primero—contestó el doctor.
Eso es lo último que recuerdo. Desperté aquí donde nos encontramos. Y esa es la historia de cómo llegué a este lugar. Me dejaron en este abismo terrenal, este infierno, porque es el único sitio donde no ejerces control sobre mí.
—Adiós—dijo desvaneciéndose la misteriosa figura.
Horas mas tarde los doctores entraron, vieron al anciano caído sobre el piso mugroso. Encendieron la luz, levantaron el cadáver y se sorprendieron al ver que no emitía sombra alguna.
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good post
Thanks
Me gustó el relato, buen post. Cada vez mejoras mas ...Me encanto, espero mas sorpresas.
Gracias me alegra que te gustara.
Tiene una trama original e interesante. Muy bueno.
A mí también me gusta escribir cuentos, he publicado algunos.
Saludos, Williams :-)
Gracias me pasaré por tu blog.
Nos vemos, y que tengas un Feliz año nuevo :-D
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