Los grillos de tu cuerpo

in #spanish7 years ago

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Hermoso trabajo sobre el cuerpo femenino de Dani Olivier

Creo que cuando hacemos el amor nos volvemos jardines. Más bien, en un solo jardín. Que tus gemidos breves son las flores que apenas abren y que las irreverentes contorsiones que te provocan los orgasmos son el fuerte tronco que sostiene los árboles inmensos que dan sombra dentro del jardín. Pienso en las dimensiones de un jardín secreto en el corazón de Mogador del cual me habló alguna vez Alberto Ruy Sánchez. Pienso siempre en ese jardín cuando me tocas, más todavía si lo haces con los ojos cerrados y siento cómo tu respiración se altera con la mía. Cuando mi nombre se anuda indescifrable al tuyo en la noche que me invento. Cuando ya no sabemos lo que nos decimos y la ternura se nos llena de vocales largas, de quejas, de gemidos, de rasguños con la voz. Cuando busco en ti y hasta en los pliegues de tus sueños las más breves sonrisas de la luna. Cuando te pienso y te escucho como mi jardín de voces. Esas voces no son voces. Esas voces son las sonrisas de la luna.

Quizás te preguntes qué son las sonrisas de la luna. Hay un libro clásico del erotismo universal llamado El Collar de la Paloma de Ibn Hazm. Él cuenta en ese libro que cuando los enamorados se miran desde lejos todos los grillos del cuerpo se agitan con hambre. El canto de esos grillos es lo que llaman "sonrisas de la luna". No sé cuántas veces te habrás enamorado. Sin embargo, muy seguramente, han de ser muchos los que enamorados te sembraron miradas ardientes en el cuerpo. Esas miradas se agitan como grillos cuando mi mirada te busca en medio de ti misma. No sé si algún día te podrás enamorar de mí, ya es algo que no me pregunto. Hoy sólo pienso en seguir escuchando el canto de tus grillos aunque entienda que ninguno canta por mí. Esos animalitos que te habitan el cuerpo emiten un canto tan armonioso que resulta fácil comprender cómo a través de ellos se desnuda la otredad del mundo. ¿Cantaron alguna vez por mí? Ya no lo sé, pero sí sé que los tuyos entraron en mí, como diría Octavio Paz, como una lenta luz madura y serena que me hizo entender que el tiempo de nuestro tiempo fue “ahora mismo”. Ahora mismo fue el tiempo de nuestro tiempo cuando intenté inútilmente entrar hasta tu fondo, hasta lo invisible donde se tejen las ideas. Tiempo que nos volvió por un instante piedras imantadas o manos de agua que aprendieron a reconocer desconocidamente, pero, no siempre el tiempo siempre. No siempre el tiempo siempre, me dice Hesnor Rivera, mientras me voy haciendo invisible bajo el canto de otros grillos que siempre cantan sintiéndome raramente como una G mayúscula en georgia.