El interior de las cosas

in #spanish7 years ago

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Escribí acerca de la posibilidad de meter mi nariz en tu sexo y respirarte hasta tu profunda profundidad. Pasé todo el día con la imagen fijada en la mente. Tallada con el cincel soberbio de tu lengua. Cerraba los ojos y me encontraba allí, sumergido en tu espesura marina sintiendo la brevedad de tu vello púbico taladrando mis ojos y mi frente. En medio de ese trance recordé algo que leí en alguna parte, no recuerdo dónde, pero sé que le pertenece a un médico de nombre Franz von Baader. Decía que el ser humano quiere saber lo que sucede en el interior de las cosas, pero se conforma con observar su aspecto exterior; ansía saborear la médula del cuerpo, pero prefiere quedarse atornillado a la corteza. Concuerdo plenamente con el médico alemán. Entonces vuelvo a mi pensamiento inicial, a la imagen que tengo de mi nariz en tu sexo y se me ocurre que en ese momento tendría la obligación de aspirar tan fuerte, pero tan fuerte, que a la agüita que te mana de adentro no le quede más remedio que dejarse arrastrar por mis orificios nasales y dejarse cosechar dentro de mí. Aprender a mirarte los olores, a saborearlos, que me inflamen el cerebro y no quede espacio para otra referencia del mundo que no seas tú.

Ahora creo recordar dónde leí esa cita de von Baader. Lo recuerdo debido a que ahora me llegó de sopetón, cuando me veo entre tus piernas acomodadas en la cama como si fueses a parir un universo, el deseo de Giovanni Papini de ser una araña que extrae de su vientre todos los hilos de su obra. Ambas ideas están expuestas en La Tierra y las Ensoñaciones del Reposo de Gaston Bachelard. Ahora entro en la cuenta de que es en los libros de Bachelard donde, de alguna manera, están reproducidas todas mis fantasías contigo. Una antología de imágenes que van reproduciéndose como este deseo absurdo de abrirte cada capullo de tu cuerpo con esta misma nariz decorada a mitad de camino por unos anteojos que poco me sirven ya. Ir separando los pliegues que conforman los labios de tu sexo y luego entrar hasta nunca más, hasta tropezarme con el porvenir de tu alma al final del camino. ¿Mencioné el universo? Sí, cuando escribí lo de Papini. ¿Verdad que sabes que cuando digo universo te estoy diciendo?

Nuevamente otro autor me lleva a las páginas de Bachelard. Esta vez se trata de Alberto Ruy Sánchez. El narrador y ensayista mexicano escribe sobre El Jardín más Íntimo en su hermosa novela Los Jardines Secretos de Mogador. Allí hace referencia al libro del filósofo francés. Ruy Sánchez recuerda a un Michaux recordado por Bachelard a través de una cita que dice: “Pongo una manzana sobre la mesa. Luego me meto en la manzana ¡Qué maravillosa tranquilidad!” No sabe el poeta y pintor belga la idea que me ha dado. No podría saberlo, Michaux está muerto. Sin embargo, desde la muerte que es la vida desnuda en los libros me ha dicho que hay algo más poderoso que una nariz obsesiva por los olores perdidos en una vagina. No estoy en desacuerdo con la actividad olfativa, no, no se trata de eso. Se trata del sentido práctico que brinda la mirada ante las múltiples posibilidades de penetrarte fuera del campo de la intimidad. A través de la mirada puedo perfectamente edificar otra intimidad en medio del bullicio fatigoso del mundo exterior. Basta con que te sientes frente a mí y yo me pierda con la mirada en la infinita profundidad que guardas. Mirarte entre las piernas y sentir que soy Flaubert quien sabía muy bien cómo entrar en una piedra, en un animal, en un cuadro, nada más con la mirada. Triturar con el punzante deseo de mirarte la carne, que ahora supongo mojada, el triste y lamentable espacio exterior. Penetrar con mis ojos tu dulce y suave intimidad marina. Establecer desde la mirada una dialéctica del hambre, del frenético fervor de chuparte con los ojos todos tus sabores de mujer tejedora de ballenas enamoradas. Te veo, puedo verte conmigo entre tus piernas tejiendo ballenas y se me ocurre que soy Jonás, aquel personaje bíblico tragado por una, ¿o fue tan sólo un pez gigante? No lo sé, no importa. Importan las oraciones carnales que ofreceré en las intimidades de tu propio goce.

Mirarte mirándome con el ojo de tu propio sexo. Dejándome interrogar con las ganas de su mirada con la cual te miro. Tu sexo es un ojo que siempre me reacomoda la realidad donde me desnudo, donde me despueblo de las miradas que ya no miran, que ya no respiran imágenes felices. Tu sexo es el ojo del abismo que siempre está allí, frente a mí, profundo, inmenso, espeso, tratando de someterme la mirada con una especie de soga que lanzas desde tu propia esencialidad de mujer divina, sabrosa. Una liana que escupes desde tu vulva para que chupe de ella una muerte feliz. Te miro mirándome desde la entrada de tu vagina. A mi lado haciendo señas como simulando ser un molino de viento, Cervantes me grita: "No es en modo alguno un infierno, Valmore, es la casa de las maravillas. Siéntate, hijo mío, escucha bien y cree".