No fue un adiós,
ni una pelea.
Fue un “no me importa”
dicho dos veces,
como quien apaga la luz
y deja a su madre y su hermana en la oscuridad.
Silueta femenina en perfil, compuesta por sombra difusa que se desvanece hacia abajo. Su forma se disuelve en el fondo claro, como si la memoria la borrara poco a poco. Representa a una hermana que se aleja emocional y físicamente, hasta volverse ausencia.
Antes de la fiebre,
antes del cuerpo débil,
ya el alma se había roto.
Porque hay palabras que no gritan,
pero desgarran.
Yo la quise como se quiere a una hermana:
con confianza, con ternura,
con la certeza de que estaría.
Pero no estuvo.
Ni cuando la vida me pidió ayuda,
ni cuando el miedo me hizo pequeña.
Y entendí que la sangre no basta,
que el lazo se rompe
cuando el cuidado no llega
y el silencio pesa más que el apellido.
Hoy no hay rencor,
pero tampoco hay regreso.
Porque hay hermanas que se vuelven sombra,
y hay almas que aprenden a caminar sin ellas.
La familia no es quien comparte tu historia,
es quien la escribe contigo cuando tiembla el suelo.
Y si el lazo no abraza,
mejor soltarlo
como quien deja ir una estrella
que ya no alumbra.