Un día de tantos Esmeralda, acostada en su habitación, despertó ahogada en un suspiro con lágrimas en los ojos « ¡Cuánto te extraño, Aristóbulo! »
Fuera de sí, se repetía aún somnolienta: «Aristóbulo… aun no puedo soportar vivir sin tu presencia, son inolvidables todos los momentos vividos, tengo fe en que nuestros caminos se cruzarán nuevamente, bailaremos bajo la mirada de un nuevo amanecer y no habrá interrupción en nuestro encuentro. »
¡Bellísima Esmeralda! He vuelto para llevarte conmigo, quiero declararte todo mi amor, antes de marcharme y seguir mi camino; desde aquel verano en que nuestras miradas se cruzaron por primera vez, no pude dejar de admirar tu sublime belleza. Quiero declarar contigo un felices para siempre, Esmeralda…
¿Esmeralda?, ¡¿Esmeralda?!.... titubeaba Aristóbulo con voz cada vez más débil…
—¡Despierta!, ¡Despierta, Tía! Insistía la pequeña Marie al ver a su tía a punto de caer de la cama con gesto de ansiedad.
Una vez más, no hubo despedida pero sí final.