En el vibrante barrio de Caballito, en la ciudad de Buenos Aires, la iglesia Caacupé era un lugar de encuentro y devoción para muchos. Sin embargo, había un grupo de feligreses que compartían una pasión especial y única: su devoción por la Virgen de Chiquinquirá, conocida cariñosamente como "La Chinita", del estado Zulia en Venezuela.

Esta devoción había comenzado años atrás, cuando un pequeño grupo de inmigrantes venezolanos se estableció en el barrio. Trajeron consigo sus tradiciones y, con ellas, su profunda fe en La Chinita. Inicialmente, las reuniones eran en hogares particulares, donde rezaban y compartían historias de milagros atribuidos a la Virgen. Con el tiempo, esta pequeña comunidad creció y decidió llevar su devoción a la iglesia Caacupé, convirtiéndola en el corazón espiritual de su fe en Buenos Aires.
Cada año, el 18 de noviembre, la comunidad celebraba con gran fervor la fiesta de La Chinita, coincidiendo con la celebración en Zulia. La iglesia Caacupé se transformaba en un mar de colores, con banderas de Venezuela y arreglos florales en tonos amarillo, azul y rojo, recordando a su tierra natal. La estatua de la Virgen de Chiquinquirá, un regalo traído desde Maracaibo, era colocada en un altar especial, adornada con flores y velas.
Las celebraciones comenzaban temprano en la mañana con una misa solemne. El párroco, conmovido por la devoción de la comunidad, siempre dedicaba palabras especiales a La Chinita y a los inmigrantes que habían encontrado en Buenos Aires un nuevo hogar. Las voces de los feligreses se unían en cánticos y oraciones, llenando el ambiente de una energía espiritual única.
Después de la misa, el festejo continuaba en el patio de la iglesia. Había puestos de comida donde se podía degustar arepas, empanadas, hallacas y otros platos típicos venezolanos, preparados con amor por las familias de la comunidad. La música llenaba el aire, con gaitas zulianas y otros ritmos que recordaban a la querida tierra lejana.
Los niños, vestidos con trajes tradicionales, bailaban y jugaban, aprendiendo las tradiciones de sus padres y abuelos. Para muchos de ellos, estas celebraciones eran una manera de conectar con sus raíces y comprender la importancia de La Chinita en sus vidas.
Durante la procesión vespertina, la estatua de la Virgen de Chiquinquirá era llevada en andas por las calles del barrio, acompañada por una multitud de devotos. Las personas de diferentes culturas y nacionalidades se unían en el camino, atraídas por la fe y la alegría que irradiaba la comunidad. Los cantos y rezos resonaban en cada esquina, y el barrio se llenaba de un espíritu de unidad y esperanza.
La devoción por la Virgen de Chiquinquirá en la iglesia Caacupé no solo fortaleció la fe de los venezolanos en el barrio, sino que también creó lazos de hermandad con los demás feligreses. La historia de esta devoción se convirtió en un testimonio de la resiliencia y la capacidad de los seres humanos para encontrar consuelo y comunidad, incluso lejos de su hogar.
Así, la iglesia Caacupé en Caballito se convirtió en un faro de fe y amor, donde la Virgen de Chiquinquirá encontraba su segundo hogar y donde la devoción de su comunidad seguía viva y vibrante, iluminando los corazones de todos los que la veneraban.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.