En el corazón del barrio de Flores, en Buenos Aires, hay una plaza que ha sido testigo de innumerables historias y momentos especiales. En el centro de esa plaza se encuentra una calesita, una de las pocas que todavía conserva el encanto y la magia de los viejos tiempos. Para los niños y sus familias, la calesita de la plaza de Flores no es solo un juego, sino un lugar lleno de recuerdos y alegría.
La calesita, con su techo colorido y sus caballos de madera pintados a mano, atrae a niños de todas las edades. Su dueño, Don Ernesto, un hombre mayor con una barba blanca y una sonrisa perpetua, ha estado al cuidado de la calesita durante más de treinta años. Para él, mantener la calesita funcionando es una pasión y una responsabilidad que asume con amor.
Cada tarde, Don Ernesto enciende las luces de la calesita y pone en marcha la música alegre que acompaña el giro constante de los caballos y las carretas. Los niños, con los ojos brillantes de emoción, se forman en fila, esperando su turno para montar. Los padres, mientras tanto, observan con ternura y nostalgia, recordando los días en que ellos mismos giraban en esa misma calesita.
Un día, una niña llamada Sofía llegó a la plaza con su abuelo. Era la primera vez que visitaba la calesita, y su emoción era palpable. Sofía eligió un caballo blanco con una crin dorada, y su abuelo la ayudó a subir. Mientras la calesita comenzaba a girar, Sofía sentía el viento en su rostro y la melodía llenando el aire, creando un momento mágico que nunca olvidaría.
Don Ernesto, viendo la alegría de Sofía, recordó cómo su propio abuelo lo llevaba a esa misma calesita cuando era niño. Era una tradición que se había pasado de generación en generación, y cada risa y cada sonrisa eran un testimonio de la felicidad que la calesita traía a tantas personas.
A lo largo de los años, la calesita de la plaza de Flores se convirtió en un símbolo del barrio, un lugar donde se celebraban cumpleaños, se hacían nuevas amistades y se creaban recuerdos duraderos. La comunidad apreciaba profundamente la dedicación de Don Ernesto y el esfuerzo que ponía en mantener viva la magia de la calesita.
En una ocasión especial, los vecinos organizaron una fiesta para celebrar el 50 aniversario de la calesita. Decoraron la plaza con guirnaldas y globos, y trajeron comida y dulces para compartir. Don Ernesto, conmovido por la sorpresa, agradeció a todos y dedicó unas palabras sobre la importancia de mantener vivas las tradiciones y el espíritu comunitario.
Esa tarde, la calesita giró más que nunca, llena de niños y adultos que recordaban su propia infancia. La plaza de Flores resonó con risas y música, y el cielo se iluminó con fuegos artificiales, marcando una noche inolvidable.
Y así, la calesita de la plaza de Flores siguió girando, día tras día, llevando consigo la magia de los sueños infantiles y el amor de una comunidad que la abrazaba como un tesoro invaluable. Don Ernesto continuó cuidándola con devoción, sabiendo que cada giro traía consigo una nueva historia y un nuevo momento de felicidad.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.
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