En el barrio de Belgrano, en Buenos Aires, vivía un niño de 10 años llamado José. Desde que tenía memoria, el fútbol había sido su pasión más grande. Sus días giraban en torno al balón y sus héroes eran los jugadores que veía en la televisión, soñando con algún día ser como ellos.

Cada tarde, después de la escuela, José corría a casa para dejar sus libros y ponerse su camiseta de fútbol favorita. Luego, con su balón bajo el brazo y una sonrisa en el rostro, se dirigía al parque infantil de la plaza. El parque, con su césped verde y sus árboles frondosos, era el lugar perfecto para que los niños del barrio se reunieran y disfrutaran de su deporte favorito.
Al llegar a la plaza, José siempre encontraba a sus amigos esperándolo. Estaban Tomás, el defensor implacable; Lucas, el arquero con reflejos felinos; y Marcos, el delantero rápido como el viento. Juntos formaban un equipo invencible, y los partidos que jugaban eran tan emocionantes como cualquier final de campeonato.
El entusiasmo de José por el fútbol era contagioso. No importaba si hacía calor o frío, él siempre estaba dispuesto a jugar. Sus amigos lo admiraban por su habilidad para driblar y por su energía inagotable. Cada gol que marcaba era celebrado con saltos y gritos de alegría, y cada error era una oportunidad para aprender y mejorar.
Una tarde, mientras jugaban, un grupo de chicos mayores se acercó y les propuso un partido. Aunque eran más grandes y parecían intimidantes, José y sus amigos aceptaron el desafío con determinación. El partido comenzó y, desde el primer momento, fue una batalla reñida. Los mayores tenían experiencia y fuerza, pero los chicos de Belgrano tenían corazón y pasión.
José, con su velocidad y destreza, logró esquivar a varios defensores y marcar el primer gol. La plaza se llenó de aplausos y vítores de los vecinos que se habían reunido para ver el partido. A lo largo del juego, José animaba a sus compañeros, recordándoles que la verdadera victoria estaba en jugar con el alma y disfrutar del momento.
Finalmente, el partido terminó en empate, pero para José y sus amigos, fue una victoria inolvidable. Habían demostrado que con esfuerzo y trabajo en equipo, podían enfrentarse a cualquier desafío. Los chicos mayores, impresionados por su desempeño, los felicitaron y les propusieron jugar juntos en el futuro.
Esa noche, al regresar a casa, José no podía dejar de sonreír. En su corazón, sabía que el fútbol era más que un juego; era una manera de conectar con sus amigos, de aprender lecciones de vida y de soñar en grande. Al acostarse, se quedó dormido pensando en los partidos futuros y en las metas que quería alcanzar.
Para José, cada tarde en el parque infantil de la plaza era una aventura, una oportunidad para vivir su pasión y compartirla con quienes más quería. Y así, en cada rincón del barrio, el eco de sus risas y sus gritos de gol seguía resonando, recordando a todos que el fútbol, con su magia y su emoción, tenía el poder de unir y de inspirar.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.