Eleonor era una joven que encontraba paz en la rutina de sus tardes. Cada día, después del trabajo, se dirigía a la pequeña cafetería en la esquina de su calle. Allí, con una taza de café humeante y un libro en mano, se sumergía en un mundo de letras y aromas.
La cafetería era su refugio, un lugar donde las preocupaciones del día se desvanecían con cada sorbo de café. Los baristas la conocían bien y siempre tenían su bebida favorita lista: un cappuccino con un toque de canela. Los clientes habituales la saludaban con una sonrisa, y Eleonor se sentía parte de una pequeña comunidad.
Una tarde, después de una jornada especialmente agotadora, Eleonor se despidió de los baristas y salió de la cafetería. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Mientras cruzaba la calle, absorta en sus pensamientos, un coche apareció de la nada.
El impacto fue rápido y brutal. Eleonor cayó al suelo, y el mundo a su alrededor se volvió un caos de gritos y sirenas. Los vecinos y los baristas corrieron a su lado, pero era demasiado tarde. Eleonor había dejado este mundo, llevándose consigo la calidez de sus tardes en la cafetería.
La noticia de su muerte sacudió a la comunidad. La pequeña cafetería, que había sido un lugar de alegría y tranquilidad, se llenó de tristeza. Los baristas colocaron una foto de Eleonor en su mesa favorita, rodeada de flores y velas. Los clientes dejaron notas y recuerdos, compartiendo historias de cómo Eleonor había tocado sus vidas con su amabilidad y su sonrisa.
Con el tiempo, la cafetería se convirtió en un lugar de homenaje a Eleonor. Cada tarde, a la misma hora, los baristas preparaban un cappuccino con canela y lo colocaban en su mesa, recordando a la chica que había encontrado paz en sus tardes de café. Y aunque Eleonor ya no estaba físicamente, su espíritu seguía presente en cada rincón de la cafetería, recordando a todos la fragilidad y la belleza de la vida.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.