Hoy escuché en la radio que en este año 2018, han muerto ocho personas sometidas a operaciones de trasplantes de órganos, porque luego de la cirugía, no pudieron conseguir los antibióticos ni el tratamiento necesario para evitar el rechazo del órgano trasplantado.
Las clínicas privadas ya se equiparan al sistema hospitalario público en cuanto a la carencia de los medicamentos, materiales e insumos necesarios para atender a los pacientes que llegan requiriendo sus servicios. En este sentido, atender las emergencias es casi una misión imposible.
Ante tanta calamidad, los médicos cirujanos, antes de practicar cualquier cirugía a sus pacientes, les prescribe el tratamiento pos-operatorio y les exige su consecución previa a la operación, como condicionamiento indispensable para efectuar la operación. En el caso de que esta sea una emergencia, la situación queda a la buena de Dios.
A lo anterior, se adiciona el alto costo de una hospitalización en una clínica privada, y sobre esto, hablo con propiedad porque tengo contacto directo con los empleados universitarios que trabajan con la contingencia médica de los profesores, donde se procesan presupuesto que fácil y regularmente superan los ochocientos millones de bolívares, sin incluir los honorarios médicos, que por experiencias particulares de personas cercanas a mi familia, ya empezaron a cobrar en dólares, cuestión que hasta resulta ilegal por cuanto esta no es la moneda de circulación oficial en nuestro país, aunque todo está dolarizado.
Para que tengan una idea de la gravedad del asunto, el solo derecho de admisión a la emergencia de una clínica privada, puede llegar a costar más de cincuenta millones de bolívares, sin incluir el costo de los medicamentos, exámenes, estudios y honorarios médicos que se requieran para atender la emergencia.
Por otro lado, el desabastecimiento o carestía de los medicamentos en general, se ha convertido, junto al hambre del pueblo, en el calvario de todos aquellos que sufrimos alguna enfermedad que requiere tratamiento permanente y prolongado.
Personas hipertensas, diabéticas, con cáncer o cualquier tipo de infección como neumonía, pasan las de Caín para conseguir los medicamentos necesarios para controlar o curar su enfermedad. Dan vueltas y vueltas de farmacia en farmacia, buscando la posibilidad de obtenerlos, en la mayoría de los casos, sin tener éxito.
Probablemente no haya un reporte oficial al respecto, pero es fácil imaginar que a diario se producen muertes de personas ataques cardíacos, accidentes cerebro-vasculares, deficiencia renal o cualquier otro tipo de padecimiento, por haber dejado de tomar la medicación de control requerida para su enfermedad, sea cual sea la que esta fuere.
En otras palabras, ya casi no hay diferencias entre las personas que pueden adquirir un medicamento y las que no, porque muchas veces no se trata de lo que cuesta, sino de la posibilidad de encontrarlo.
Para terminar, ni siquiera voy a describir el panorama dantesco que se vive a diario en los hospitales públicos, porque es fácil imaginarla después de lo señalado arriba en cuanto a la atención médica privada.
Por eso es que vuelvo a repetir: ENFERMARSE EN VENEZUELA ES PRÁCTICAMENTE MORIR.
Autor: Tucídides López @verseador