Viernes, 8 de Septiembre.
Por fin el día tan temido llegó, ese día que por semanas me había causado tanto miedo y ansiedad. Decir que me desperté sería mucho, llevo semanas sin dormir bien, (aunque he de admitir que no sólo es por eso, pero bueno, ya esa es otra historia) sólo pude conciliar el sueño un par de horas cuando mucho... No quería, pero tenía que levantarme y hacerles el desayuno a mis abuelos, ya que yo no tenía ni la más mínima hambre, me levanté, bajé y los saludé, en su cara se veía, sabían que hoy era el día. Les cociné, y les vi comer sin ganas mientras conversábamos como casi todas las mañanas.
Luego me di cuenta, 8:30 "¡M*erda!" exclamé, iba tarde, tenía que tomar una ducha porque prometí ir a ayudar con los preparativos. Me duché, vestí, les pedí la bendición a mis abuelos y salí buscando a mi papá para irnos, me estaba esperando, puntual como siempre... Me monté en el carro y el viaje fue silencioso, sólo cruzamos un par de palabras, era de esperarse supongo... Y llegamos al destino, la casa de mi hermano, al entrar saludé a mi cuñada, a su mamá, a mi hermosa sobrina y por supuesto a él, que como siempre tiene su semblante serio pero con buena predisposición, "¿Qué necesitas?" Pregunté, "Mete las maletas al carro por favor." Dijo...
En ese momento un nudo trancó mi garganta y unas lágrimas que nunca cayeron nublaron un poco mi vista. Metí las maletas al carro y pensé: "Se va". Sí, mi hermano se va del país, esa persona que aunque yo no lo demostrara, era muy apegado a él, siempre me protegía, siempre me involucraba en sus planes ya sea para que aprendiera del negocio familiar, para que ganara un poco más de dinero, o simplemente para que me beneficiara de alguna manera. Pero más allá de todo eso, él era mi hermano mayor, mi figura paterna, la persona que yo más respetaba en el mundo, la persona que en cada decisión importante de mi vida siempre le pedí su opinión.
Bueno, volví a entrar, todos hablaban, se aseguraban de que no se quedara nada y que llevara todo lo necesario, como siempre entré callado y me senté, lo último que quería era hablar, pues el nudo en mi garganta no había desaparecido y no quería que lo notasen... Él desayunaba, su hija (de menos de un año) lloraba, como si sintiera lo que se avecinaba. Él la cargó y la puso en sus piernas, eran los últimos momentos que pasaría con su hija, se notaba preocupado y algo temeroso, algo muy extraño en él, ya que siempre fue la típica persona que nunca mostraba debilidad alguna. Mi cuñada le preparaba algo de comer para el largo, largo camino, no se veía afligida, tal vez en ese momento no se daba cuenta de la dimensión de todo esto.- Puedes ver la imagen Aquí