Por: Elver Sánchez.
Pero se equivocó, Luzbel y su sequito se negaron a ser absueltos, así que fueron exiliados del cielo, convirtiéndose en ángeles caídos. Arrepentido y dirigido por su dolor, Raziel se abalanzó hacia la tierra, para encontrar de nuevo a Luzbel y pedir su perdón, pero este siempre le evadía cada vez que se acercaba; después de un tiempo, Raziel entendió que nunca obtendría el perdón de Luzbel así que trató de volver de nuevo junto a Dios, pero ya no podía, había recordado en ese momento que cuando te conviertes en ángel caído renuncias voluntariamente a todas tus potestades celestiales, por lo que ya no podía volver a su yugo divino.
Desde entonces, vaga por la tierra como un espectro de hermosa forma, emanando un aura de tristeza corrosiva, engañando a otros, prometiéndoles el amor y la felicidad en sus vidas. Raziel solo busca aquellos que son dóciles y fáciles de engatusar para así devorar la poca felicidad que llevan en sus corazones, y así sin esperanzas quitarse ellos mismos la vida.
Romina era una chica amante de la buena lectura, se la pasaba en la biblioteca leyendo libros de literatura fantástica. Tenía un videovlog en youtube donde comentaba sobre sus libros favoritos, personajes y tramas, le gustaba más que todo la literatura épica, seres mágicos y criaturas colosales de épocas antiguas y ambientes ficticios que volvían loca su mente. Romina tenía un trabajo en una oficina en la UCV (Universidad Central de Venezuela) un trabajo aburrido; sus libros eran lo que la salvaba de su agobiante rutina fuera de la facultad de ciencias.
A su edad de 27 años, Romina era de esas personas que les gustaban los paseos en caminatas. Sabana Grande era su zona favorita para pasear, visitaba bibliotecas, comía helados, no era de las chicas que estaba pendiente de una fiesta los fines de semana sino más bien, una pequeña reunión con amigos. Era una chica que vestía siempre casual, nunca para impresionar, de baja estatura, pelo lacio y ojos café, no era muy atractiva pero su nivel de cultura la hacían ver muy interesante, aunque estaba más pendiente de comprar nuevos libros que de buscar un novio o de tener una cita.
En su trabajo un compañero le había comentado sobre una nueva librería en el centro, donde vendían el tipo de libros que a ella le gusta. A Romina le llamó mucho la atención como él hablaba de aquél lugar como si se tratara de lo mejor del mundo y de la gran variedad de libros que allí se encontraban, en realidad si se trataba de comprar libros nuevos ya era de su inmenso interés y como ese día tenía que salir temprano decidió ir hasta ese sitio después del trabajo para echar un vistazo.
Después de salir, tomó el primer bus que la dejara lo más cerca posible a ese sitio, el cual era muy difícil de ubicar a pesar de que sabía dónde posiblemente quedaba. No tuvo otra opción pues, al final, preguntar por la dichosa librería, se sintió un poco estúpida porque preguntar por el sitio le hacía parecer una turista. Después de tanto recorrer los alrededores del lugar y preguntar varias veces sin resultado alguno, decidió sentarse en un boulevard cansada y decepcionada, hasta que se levantó para dirigirse a su casa y fue cuando la vio, la dichosa librería que tanto buscaba, frente a ella.
La librería se llamaba “Llamas etéreas” un nombre muy llamativo con un letrero enorme para ser un sitio tan difícil de encontrar, o al menos eso parecía, la entrada era una cortina roja y gruesa, y adentro, era un ambiente oscuro de iluminación tenue y lleno de libros por todos lados, el espacio era muy pequeño, como dos personas cabían allí. De repente, mientras Romina revisaba los alrededores de la pequeña y clandestina librería, una voz de la nada le habló.
-¿Puedo ayudarte querida?
Al escuchar la voz Romina dio un pequeño grito de sobresalto, pensó ¿de dónde habrá salido esta señora? La librería era tan pequeña que obviamente hubiera percatado que estaba allí sentada encima de esa pequeña silla al fondo.
-Buenas tardes señora, me asustó, pensé que estaba vació el lugar. –Dijo Romina asombrada.
-Tranquila querida, suele pasar, mis libros tienden a tener ese efecto en los verdaderos amantes de la lectura que hacen que no noten al resto de las personas.
La anciana era de piel morena, pelo blanco y seco como la paja, ojos color miel y la piel excesivamente arrugada, Romina le calculó unos 80 años por lo mucho, tenía un suéter verde y una falda gris que le llegaba hasta las rodillas, usaba pulseras de cascabel una en cada muñeca, su estatura era mucho más baja que la de Romina lo que la clasificaba como una enana.
-Puedes revisar cuanto quieras, adelante, pero yo ya tengo el libro adecuado para ti. –Dijo la anciana con una sonrisa en el rostro.
A Romina le invadió la curiosidad por lo que dijo la anciana, por lo que preguntó.
-¿Cómo puede usted saberlo si ni siquiera le he dicho que es lo que busco en particular?
-Créeme querida lo sé.
-Pero… ¿cómo?
La anciana no respondió, y en su lugar extendió su brazo hacia uno de los libreros sin levantarse de su asiento, sacando un libro grande, marrón con cubierta de piel y pasta dura. La viejita tuvo que usar sus dos brazos para sujetarlo, lo extendió para entregárselo a Romina y esta lo tomó.
-Sé que te va a encantar, una escritura características y particularmente echa para una muchacha amante de la buena literatura como tú.
Romina lo tomó sin pensar y siguió el consejo de la extraña anciana.
-¿Cuánto le debo?
-Es gratis
-¿En serio? ¿Por qué?
-Tenemos una promoción para nuestros nuevos compradores, el primer libro les sale gratis así que ¡disfrútalo! Sé que te encantará.
Romina se sintió extrañada, pero luego, al mirar el libro le agradeció a la señora, se despidió cordialmente de ella y se fue de la pequeña librería para tomar un taxi hasta su casa. Al llegar, colocó todas sus cosas a un lado de manera brusca e impacientemente tomó asiento en el sofá de su sala aprovechando que su mamá se encontraba dormida.
Abrió el libro y quedó maravillada con todo lo que vio, era un libro de cuentos cortos y cada uno al final poseía una serie de versos que en realidad eran conjuros que tenían relación con el relato. Pasó horas leyendo cada cuento y todos le fascinaron, pero el que le gustó más al final fue la historia de un ángel caído y lo que le pasó por traicionar a su amor. Raziel se llamaba, y su historia era tan triste como terrible.
Se había convertido en un temible espectro que se alimenta de la felicidad de otros. Romina no solo era fanática de las cosas fantásticas también le gustaba jugar a las cosas sobrenaturales como ouija o rituales de invocación frente al espejo. Se decidió a realizar el hechizo de invocación para Raziel que se encontraba al final de su relato, se sentía un poco emocionada por su retorcida idea.
Se fue a su cuarto y se acomodó en su cama, colocó la lámpara de la mesita de noche al lado de su cama en luz tenue y se puso serena. Agradeció en ese momento a aquella extraña anciana por haberle dado ese libro, todavía se preguntaba como sabía que le encantaría, seguramente ese compañero de trabajo que le recomendó la librería fue quien le dijo, pensó.
Sin más pensamientos que la distrajeran Romina comenzó a recitar el conjuro de invocación para Raziel, el ángel caído, y lo recitaba en modo de cantico, como decía en el libro. Se sentía inspirada y con un hormigueo dentro de su abdomen, lo estaba disfrutando demasiado.
De repente, Romina comenzó a notar que el cuarto se hacía más claro, y un frío recorrió su espalda, miró hacia atrás y una luz emanaba de la pared, las sombras se alejaban como espantadas y el cuarto se iluminó con un aura de vapor blanca que lo cubrió todo completamente. Romina no podía creerlo, sorprendida veía que desde la pared salían alas enormes y brillantes de color blanco puro, extendidas y portando a lo que parecía ser, la criatura más hermosa que sus ojos hayan visto en su vida.
Era Raziel, y estar en su presencia era sentir una infinita paz que casi te ponía dormir, era como sentir un abrazo que te quitaba todas las penas y preocupaciones. Despedía un aura que era como una ráfaga suave de mil caricias tiernas; el ser celestial miró a Romina y sonrió, y su risa era como una orquesta de los más delicados y bellos sonidos que hacían eco en sus oídos. Raziel extendió su brazo hacia ella y ella lo miró y luego se quedó mirando su rostro de delicadas facciones y su piel que era tan fina como el mármol.
Romina quería tomar su mano, y también sonrió hipnotizada por la imponente figura de Raziel, pero luego despertó de su trance y recordó el relato sobre él, así que se apartó un poco tomando postura de desconfianza. Raziel lo notó y su sonrisa se borró de su rostro y todo cambió. De repente, las sombras de la habitación comenzaron de nuevo a ocupar su lugar, y el vapor de luz blanca se empezó a tornar gris.
Un miedo estremeció el cuerpo de Romina al ver que aquel hermoso y angelical ser tomaba otra forma oscura y áspera. Sus ojos se volvieron profundos y negros como dos abismos, y su piel de mármol comenzó a agrietarse y sustraerse hasta tomar un aspecto cadavérico. Su cabello castaño claro y brillante se tornó opaco y sin vida y sus uñas crecieron y se tornaron completamente negras como su aura.
Era como ver a la mismísima parca, ya el sonido que despedía de su boca ya no era melodioso sino un aullido horrible de agonía. Romina estaba ahora quebrada por el espanto, y de la terrible transformación de aquella criatura. Pensaba que iba a morir en ese momento, hasta que recordó el siguiente verso del conjuro que era para alejar a Raziel y mandarlo a la fosa infraterrena de dónde provenía.
Miró el libro rápidamente y recitó el verso, antes de que fuera demasiado tarde. Aunque su voz estaba quebrada y entorpecida por el miedo logró recitar el verso al final, y vio como de las sombras detrás de la criatura salían brazos que la tomaban y la arrastraban hacía ese oscuro umbral. Romina se quedó mirando con espanto como se consumía toda la maldad, hasta que en un chasquido todo volvió a la normalidad en su habitación, y sin darse cuenta, estaba de nuevo sentada en la posición inicial en su cama.
Estaba impactada, miró el libro entre sus piernas y lo lanzó con todas sus fuerzas a un lado y luego salió de la habitación casi llorando, esa noche no durmió en su cuarto sino en la sala de su casa. Al día siguiente, Romina no fue al trabajo, sino directamente a la librería para devolver el libro, pero al llegar al sitio, ya no había nada, solo un muro vacío en un boulevard en medio de la Gran Caracas. Decidió entonces ir a un rio y tirarlo allí, dejando que la corriente lo arrastrara y lo consumieran por el camino.
Romina desde entonces no supo más nada del libro, tampoco habló con nadie, era una experiencia que de verdad no quería recordar. El día siguiente después de haber tirado el libro al rio, en su trabajo, su compañero que le había recomendado la librería se le acercó sonriente pero con una mirada particular, para Romina, se veía siniestra, el muchacho solo se le acercó y le dijo.
-¿Disfrutaste el libro verdad? Sabía que era para ti…
Hermano eres un duro te lo juro que me los leo completos!!
Gracias hermano siempre mejorando cada día.
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