No te vi llegar, quizás tú a mi tampoco.
La excusa perfecta para ignorarnos,
pero no era así que tenía que suceder,
no para dos almas que se por casualidad se hallaron.
Entre grandes calles y espacios abiertos,
decidieron inconscientemente poner fin
a las largas esperas.
Se convirtieron en dos seres de agujeros
y en agujas,
de las filosas
envueltas entre grandes verdades no dichas
y silencios tenebrosos.
El amor que allí se encerraba era cristal
que no rompía el fuego, ni el frío.
El tiempo estaba congelado
y ellos desesperados
eligieron no tocarse,
porque aunque era fuerte lo que sentían
eran seres indefensos
estando uno al frente del otro.
Ni tregua, ni paz ofrecían
porque todo les era incierto,
y aunque tentador también parecía;
el miedo ocultaba aquellas miradas necesitadas.
Se dieron cuenta de sus cadenas,
pero no de la grandeza que ambos construían.
A pesar de todo como tórtolos se unieron,
durar hasta la eternidad se prometieron,
pues, aquella bella flor confiaba
y todo por él entregaba.
Pronto se rozaron
y él abandonó,
dejó un pobre flor que jamás volvería a florecer.
...
El único capaz de controlar el desastre,
lo causó, pero sin darse cuenta fue la cura
para encerrar toda la blandura que ella
alguna vez llegó a poseer.