Me fui de mi ciudad natal hace año y medio, no por rebeldía, no porque me "botaron". Me fui porque quería estudiar una carrera que no daban en mi ciudad. La decisión sinceramente no fue fácil, muchos sentimientos me abrumaban, como por ejemplo dejar de comer la comida de mi mamá, dejar a mis amigos, dejar las calles que conocía. Objetivamente, tomé mi decisión.
El día que supe que quedé en la universidad, lloré de alegría, sentí que pertenecía a algo. Y definitivamente, pertenezco ahora.
No fue fácil al principio, el adaptarme a una ciudad más grande, calles nuevas, caras nuevas, clima diferente, hasta el sabor del agua es diferente. Cuando digo "al principio" me refiero sólo la primera semana, no me tomó mucho tiempo en realidad. Siempre he sostenido que el ser humano debe ser como las cucarachas (una comparación un poco asquerosa y todo), debemos adaptarnos a todas las situaciones que se nos presenten, a todos los lugares, a todos los olores. Obviamente no nos van a gustar todos estos aspectos, pero si somos capaces de adaptarnos y mantener siempre un objetivo claro, saber que somos merecedores de algo mucho mejor, mucho más grande, lograremos esos objetivos.
Me convertí en una persona que no pensé que tuviese dentro, una persona casi independiente, digo casi porque económicamente no me sustento sola. Aprendí a cocinar mejor, a organizar mi tiempo, a valerme por mi misma en la calle, hasta a limpiar mejor. He conocido mucha gente y mi vida ha dando una vuelta de 180° (de 360° seria volver al inicio), he conocido gente lasciva, amorosa, objetiva, bochinchera, uno que otro fracasado (oops, that's my boyfriend's fav word). Aprendí a lidiar con el dolor que arrastraba, nunca había sentido tanta paz. Aprendí a conocerme y amarme.
Más que una anécdota, creo que es un cambio necesario por el que todos deberíamos pasar: perderse, encontrarse y crecer.
PDVSA La Estancia. Foto tomada por @jeilinespinel