Contigo Quiero Estar | 5. Cruella De Vil

in #spanish7 years ago (edited)

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Fuente: Wikipedia

Luego de terminar de comer, nos dirigimos a la casa de mi primo. La cabeza me daba vueltas, mientras meditaba lo que él me había dicho. Le pedí a mi hermana que me esperara en el auto mientras arreglaba un asunto con mi tío. Marco me insistió que me quedara quieta, pero sabía que nada me detendría.

—Acá está tu hijo tal como lo querías ver.

—¿Dónde se habían metido? Son más de las ocho de la noche, se supone que...

—Se supone que andaba conmigo. No estaba en malas manos. Salimos a comer, por eso está llegando a esta hora. Deja tu drama, ¿ok?

—Me haces el favor y respetas, ¿quién te crees?

—Ay ya, no me vengas con ese discursito, no me vas a convencer —vi que mi tío se estaba acercando por detrás—. ¡Hola, tío! ¿Cómo está? ¿Me podría conceder unos minutos? —ella recobró la compostura de inmediato.

—Claro, hija, ven conmigo al despacho por favor —dijo mientras miraba desconfiado a su mujer. Cuando estuvimos dentro, cerró la puerta—. En primer lugar, ¿qué fue lo que pasó con Abigail allá afuera?

—¿En serio lo preguntas? Cruella desconfía demasiado de mí, y no sé por qué. Cada vez que Marco sale conmigo, forma unos dramas que ni te cuento.

—Es que no es contigo nada más. A veces la miro y me pregunto qué fue lo que la transformó tanto, ella no era así.

Un silencio incómodo invadió la habitación.

—¿Qué era lo que me querías decir, hija? Soy todo oído.

—Yo sé que, si se lo digo a ella, se va a negar de inmediato, por eso preferí hablarlo exclusivamente contigo —suspiré—. Estaba pensando que lo mejor es que Marco se vaya a mi apartamento cuando cumpla la mayoría de edad.

—Lo haces por Abigail, ¿verdad?

—Lo hago por mi primo. Me duele verlo en esas condiciones. Cruella De Vil lo tiene sometido, y no me digas que no es así, porque tú, más que nadie, sabes que es la verdad. Tío, Marco va a cumplir mayoría de edad y esa bruja todavía lo trata como si fuera un niño de diez años. ¿En qué mundo vive?

—Te entiendo, hija. Y sé que tú quieres mucho a Marco.

—¿Pero?

—Pero él es su único hijo, es natural que lo trate así.

—Eso no la justifica, tío. Ella debe estar consciente de la realidad —respondí—. Y lo del único hijo... Lo es, aunque no biológico, y lo sabes.

—En eso estoy de acuerdo contigo, parece que no acepta que Marco ya está creciendo. Con respecto a lo otro, ni se te ocurra hablar de eso, frente a él.

—Él lo sabe, tío. Él sabe que esa bruja no es su madre biológica, pero ese no es el tema en cuestión, sino su independencia. Con Abigail cerca, no va a poder —espeté—. Ella desconfía de mí y yo de ella. Así tal cual te lo digo. Fueses visto el drama que armó porque llegó casi a las nueve de la noche. O sea, ¿qué le pasa? Sabe que todos los viernes Marco y yo nos juntamos para ir a comer, salir... Además, yo no lo estoy exponiendo, tío, tengo carro y allí nos movemos.

—Lo sé, Stefanía, tienes toda la razón.

—¿Entonces qué me dices? ¿Dejarás que Marco se vaya a vivir conmigo luego de su cumpleaños?

—Claro que no —suspiré. No era necesario voltear para saber que había sido Abigail. Mi tío se levantó del asiento.

—¿A ver y por qué no? Bien sabes que Stefanía no es una mala persona, es mi sobrina, es la prima y mejor amiga de Marco. ¿Qué tiene de malo que él viva con ella? Mi hijo necesita ser libre, salir y conocer gente, y contigo cerca no va a poder.

—¿Y por qué tú la defiendes a ella?

—Porque es mi sobrina, es mi sangre.

—Yo soy tu esposa, tú tienes que defenderme a mí.

—Pues lo siento mucho, pero mi hijo es más importante para mí, y, por tanto, debo bregar por su bienestar.

Me acerqué a Marco que me miraba fijamente. Parecía enojado. Murmuramos un par de cosas mientras los otros discutían.

—¡Entonces preguntémosle a él que es lo que quiere hacer! —escuchamos decir. Los dos miramos a mi tío y suspiramos—. Marco, ¿te quieres ir con tu prima luego de tu cumpleaños?

—Sí, sí quiero —respondió sin más.

—Pero Marco...—susurró Cruella.

—Marco, nada. Estoy cansado. Voy a cumplir dieciocho años y tú me tratas como un niño. Desde que tengo uso de razón, has querido dominarme a tu manera. Ni siquiera eres mi madre, no sabes nada de mí, y no impedirás que yo haga lo que quiera.

—¿De verdad te quieres ir? ¡Entonces, hazlo! ¡Vete!

—Claro que lo haré. Eso es un hecho. Y, para que lo sepas, nunca terminé con Valentina. Seguiré con ella, te guste o no. ¿Sabes por qué? Porque no me interesa su posición económica. Los dos nos queremos y es lo que realmente importa. Seguro es por eso que te casaste con mi padre, por su fortuna, ¿o lo vas a negar? —dicho eso, salió hecho una furia del despacho de mi tío, no lo seguí porque sabía a donde se dirigía. Me quedé mirando a mi tío y Cruella quién no hacía más que lanzarme miradas envenenadas. Estaba segura de que, si no estuviera mi tío presente, ella ya me habría matado "por haberlos puesto en su contra". Ridícula.

—Iré a hablar con Marco —anunció mi tío, quien mantenía la vista en su esposa—. Agradezco, te sepas comportar.

Cuando ya mi tío estuvo lo suficientemente lejos, me habló: —¿Quién te dio el derecho de hacer eso? —me preguntó.

—Yo tengo el derecho de expresarme libremente, si a ti no te gusta lo que pienso, no es mi problema.

—No seas grosera, niñita.

—No soy tan niña, después de todo. ¿Cuántos años tienes tú, Cruella De Vil? —le pregunté—. Además, si no lo recuerdas, tu vida aquí, es una farsa. Tú no eres ni serás la madre biológica de Marco, nunca vas a ocupar el lugar de mi tía Sara, que te quede claro.

Sus ojos estaban cristalizados, por las lágrimas. Se las secó bruscamente y recobró su compostura. —No has respondido mi pregunta, Stefanía.

—Bien, hagamos algo. Yo te diré porque lo hice, y tú me dirás la razón por la que me odias tanto.

—Eso ya tú lo sabes.

—No, Abigail, te equivocas. Yo no sé, ni me imagino el motivo de tu desconfianza, para conmigo.

Mi celular sonó, era mi hermana.

—Pasa y espérame en la sala de estar, estoy conversando con Cruella.

—No, no. Solo date prisa, por favor.

—Claro, claro. Ya voy para allá.

—Está bien.

Colgué y la miré fijamente. Hubo un largo e incómodo silencio en aquel despacho.

—Está bien, te diré la razón —comenzó ella.

—Te escucho.

—Cuando conocí a Alexander, él me hablaba muy bien de ti. Te presumía en todo momento, y decía que tú eras como una hija para él. Marco estaba pequeño, tendría cinco años cuando pasó todo lo de Sara. Él nunca dejaba de hablar sobre ti, decía que tú eras como su mamá. Alexander también te defendía de todo. Complacías a Marco en todo. Él decía una sola letra y ya tú le tenías lo que quería.

—Es demasiado ilógico lo que estoy escuchando, Abigail —susurré—. Mira, debes estar consciente de que él necesita socializar, sino se va a quedar como idiota aquí en la casa, no sabrá cómo defenderse. Todos se van a burlar de él, ¿te gustaría eso? —negó con la cabeza—. Respóndeme algo, ¿al menos sientes afecto por él? De no ser así, hazme saberlo, y créeme que moveré cielo y tierra para tener la custodia, porque mi tía Sara no querría esto para su único hijo. Piensa en él, en sus necesidades, es claro que tú no eres su madre, pero por lo menos, ten en cuenta que debe independizarse. Y no logrará nada mientras tú lo sometas de la forma en que lo haces.

—Yo lo que quiero es protegerlo.

—¿Protegerlo de qué? ¿De la calle? Él no es un príncipe de la realeza para que lo encierres en una torre. No seas ridícula, por favor. Si de alguien se tiene que cuidar Marco, es de ti. Sus actitudes para contigo, no se las enseñé yo. Él está creciendo y se está dando cuenta de quien eres. Si piensas que él es así por mí, te equivocas.

De pronto, escuchamos pasos y nos encontramos con Marco, seguido de mi tío, quien le ayudaba con sus maletas. —¿Qué son todas esas maletas, Marco? —le preguntó Abigail, secando sus lágrimas.

—¿Tienes amnesia o qué? Te dije que me iré con mi prima a su apartamento.

—Pero creí que...

—No, no esperaré más tiempo, no me beneficia en nada seguir aquí, y espero que respetes mi decisión, porque no hay nada más que hacer. Ya no hay vuelta atrás —suspiró—. Y es chimbo, ¿sabes? No llevarse bien con la persona que, se supone, hace feliz a tu padre. ¿Pero que se hace? En rigor, tú nunca fuiste de mi agrado, pero este hombre que está aquí —señaló a mi tío—, si te quiere, y a mí solo me tocó aceptar a una madrastra que yo no quería.

Un suspiro pesado dio por cerrada la conversación. Me dedicó un gesto, haciéndome entender que era hora. —Adiós, Cruella, espero... Olvídalo, de ti no quiero nada.

Por un momento sentí lastima hacia ella. Aunque no era la madre biológica de mi primo, ella intentaba cuidarlo. Sin embargo, no conseguía otra cosa que odio por parte de Marco. Eso, sin contar las duras, pero merecidas, palabras de él hacia ella. Lo había hecho explotar y él, sin dudarlo, soltó todo lo que guardaba en su corazón desde hace años.

Salimos con las maletas, y, Selene que permaneció dentro, salió a ayudarnos. Abrió el maletero e introducimos el equipaje de mi primo. La mujer de mi tío se hallaba en el umbral de la casa. Las lágrimas desbordaban de sus ojos mientras le suplicaba a Marco que se quedara.

—Hijo, no puedes irte ahora, es de noche —susurró Cruella a su espalda. No se volvió—. Espera otra semana —le suplicó—. Te prometo que yo...

Esto me desquició por completo. Cerré el maletero y me acerqué, furiosa. —¿Qué? ¿Qué vas a prometerle ahora?

Ella me ignoró. —Yo haré lo que me pidas, Marco, te complaceré y...

—No es suficiente como para remediar todo el daño que me has hecho, Cruella. Yo no quiero ni espero nada de ti, te lo acabo de decir. Acabaste con mi sueño de ser una familia feliz. No sé si tú lo fuiste mientras me manipulabas y me sometías, pero yo no... Yo no lo fui, y si sigo aquí..., no lo iba a ser jamás.

Cruella estaba muy cerca de Marco, con una mano en el brazo de mi primo y el rostro aturdido.

—¡Déjame ir de una vez por todas, Cruella! —gritó—. No ha funcionado, ¿ok? De veras, ¡te odio con toda mi alma! Odio esta situación. Creí que podría llevarlo con calma, que podría soportar todo esto... Incluso, creí qué podría llegar a quererte, pero no —se encogió de hombros y una sonrisa falsa.

Las crueles palabras de Marco parecieron cumplir su cometido a la perfección, porque Cruella se quedó helada en la entrada, atónita, mientras él subía al coche. —Te llamaré mañana, papá —avisó antes de cerrar la puerta y poner el carro en marcha.

En solo quince minutos estuvimos dentro del edificio. Bajamos el equipaje y poco a poco, subimos las escaleras. Tomamos el ascensor que, para suerte nuestra, venía desocupado. Al llegar al piso donde resido, las puertas se abrieron. Nos las apañamos para sacar las maletas.

—Oh, Dios, déjenme ayudarlos —escuché decir. Levanté la mirada y entonces, le vi. Él, sonriente, se acercó a nosotros y cargó con las más pesadas. Aquel gesto me dejó anonadada...Me estaba enamorando. Eso era un hecho. Caminé tras ellos, siguiéndoles el ritmo.

Abrí la puerta principal, para dar paso al pesado equipaje de mi primo. Dejaron las maletas en la sala de estar, y se dejaron caer en el sofá. Le agradecí a mi príncipe encantado por su ayuda. Él sonrió como respuesta y se despidió como lo hacía cada que nos veíamos.

Cerré la puerta y miré a los muchachos quienes sonreían con picardía. —¿Ustedes por qué me miran así?

—No, pues, por nada —replicó mi amiga. Le dediqué una mirada cargada de veneno, y, en respuesta, ella soltó una carcajada.

—No me había dado cuenta de la falta que me hace mi madre —comentó cambiando el tema de conversación—. Pero así es la vida.

—Hey, nos tienes a nosotros, me refiero a mi tío, a Valentina, a mí...

—Incluso puedes contar conmigo —añadió Selene—. No soy de la familia, pero te aprecio mucho, Marco.

—Ustedes son las mejores amigas que tengo —susurró—. Por cierto, gracias por estar en este momento tan depresivo de mi vida.

—Para eso estamos, cielo. No te dejaremos solo en esto.

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Me desperté a primera hora de la mañana. Por primera vez pude dormir sin pesadillas. Aun así, salté de la cama con el mismo frenesí de la noche anterior. Miré el reloj, y me di cuenta de que aún daba tiempo. Escogí con cuidado lo que iba a vestir para mi salida. Me propuse pensar que sería un gran día.

Con disimulo, eché un rápido vistazo por la puerta para verificar que mi hermana y mi primo seguían durmiendo. Una fina y algodonosa capa de nubes cubría el cielo de la Gran Caracas, pero no parecía que fuera a durar mucho.

Preparé el desayuno y me apresuré a fregar los platos en cuanto terminé. Volví a echar un vistazo por la ventana, pero no se había producido cambio alguno. Apenas había terminado de cepillarme los dientes, cuando vi que Marco se levantó. Su semblante había cambiado bastante.

—¿Y tú a dónde vas? —me preguntó.

—¿No te comenté? —él alzó una ceja—. Saldré con mi príncipe encantado —exclamé, sonriendo como idiota.

—¿Con quién?

—Con José Miguel...

—Vaya, vaya. ¿Por qué no me habías dicho nada?

—Bueno, recién ayer me invitó y..., con lo del drama de anoche, lo olvidé.

—Bueno, te perdono —replicó—. ¿A qué hora se verán?

—Diez de la mañana en la cafetería.

—¡Que romántico! —exclamó.

—Cállate.

Esbozó una sonrisa burlona.

—¿Estoy bien? Me refiero a como estoy vestida y...

—Siempre te ves bien, prima. No tienes de que preocuparte.

—Gracias —sonreí.

Mi celular sonó. Era un mensaje suyo. Lo leí con una tonta sonrisa en mis labios. Este chico era realmente especial. Sin embargo, yo no quería ilusionarme. ¿Qué tal si no le gustaba? No, no. Stefanía, piensa positivo. Todo saldrá bien. Ya verás.

Buenos días, ¿cómo amaneciste? —J.M.

—¿Es él, cierto? —preguntó Marco.

—Sí, ¿cómo sabes?

—Ayer tenías la misma sonrisa de idiota que ahora.

—Tengo la esperanza de que todo saldrá bien esta vez.

—Ya verás que sí, prima. O debería decir, ¿madre, hermana?

—No seas tonto, somos como hermanos —reímos.

—Sí, esa es la razón por la que somos tan unidos.

—Y seguiremos así, nada cambiará ¿de acuerdo?

Seguimos platicando hasta que mi reloj marcó que faltaba un cuarto para las diez de la mañana. Obvio había respondido a los mensajes de mi querido amigo. Ya estaba lista, no hacía falta nada más. Retoqué el maquillaje y mi sencillo peinado frente al espejo. Los nervios se habían apoderado de mí.

—Si quieres desayunar, hay comida en el microondas. Selene está durmiendo aún, no vayas a despertarla si no quieres verla de mal humor —asintió—. Bueno, debo irme.

—Que te vaya súper bien, prima.

—Gracias —respondí sonriente.

Bajé de prisa por las escaleras, ya que el ascensor se había empecinado en amanecer dañado. Cuando llegué a la puerta principal, saludé al señor Iván como siempre y salí. Miré el reloj de mi celular. Solo faltaban cinco minutos. Esperé hasta verlo entrar, pero no había rastro de él. —Piensa positivo —me dije a mí misma.

Sentí un aroma varonil implacable cerca de mí. Inhalé con los ojos cerrados. Su aliento sobre mi cuello, causó corrientes eléctricas en mi espalda. Me di vuelta y allí estaba él.

—Hola —saludó amable.

—Hola.

—No te preguntaré como estás, es obvia la respuesta —me ruboricé enseguida—. ¿Quieres comer algo?

—No es necesario, gracias, ya he desayunado —me encogí de hombros. La verdad tenía hambre aún pero no quería incomodarle ni que gastara su dinero en mí. Su sonrisa se borró, lo que provocó una punzada de culpabilidad—. Pero podría hacer una excepción.

Su sonrisa predilecta apareció de nuevo, y con ella, se dirigió al mostrador para hacer un pedido. Cuando regresó, me asombré.

—¿Qué haces? —objeté, impresionada—. ¿Traes todo eso para mí?

Negó con la cabeza y se sentó frente a mí, otra vez. Su mirada, en ocasiones como esta, resultaba bastante intimidante. ¿Cómo era que podía sostenérsela? Era claro que sentía algo cuando él me miraba, solo que yo no quería darle mucha importancia.

—Toma lo que quieras —dijo, empujando la bandeja hacia mí.

—Siento curiosidad sobre algo muy particular —comenté mientras elegía una manzana y la hacía girar entre las manos.

—Tú siempre sientes curiosidad, Stefanía.

Buen punto.

—¿Qué harías si alguien te confesara sus sentimientos?

Hizo una mueca y sacudió la cabeza. Me observó fijo, atrapando mi mirada, mientras alzaba un pedazo de pizza de la bandeja. —Vaya pregunta, señorita. ¿Necesita desahogarse? —la condescendencia de su voz me impactó.

Asentí una sola vez. —S-so-solo es curiosidad —tartamudeé—, o sea, no tienes que escuchar todas las locuras que vivo, en serio. No soy nada interesante —admití—. Al menos..., no en comparación contigo.

Se echó a reír.

—Supongo que no me sorprende —murmuró—. ¿Pero a qué se debe esa falta de autoestima? Digo, la última vez que hablamos... No creí que pensaras así de ti.

—Verás —comencé a decir—, sucede que no soy de las que se creen superior a los demás. Quizá a ti te parezco interesante, cosa que es ilógica —añadí entre risas—. Pero, es cuestión de educación, supongo. Mis padres me enseñaron a ser modesta y no alardear ni sentirme más que nadie.

Empujó hacia mí el resto de la pizza, la mordí apartando la vista, ya que sabía que pronto comenzaría el interrogatorio.

—¿De modo que te parezco interesante? —preguntó de forma casual.

—Sí —confesé—. Te repito, eres más interesante que yo.

—No digas eso, Stefanía, cada quien es interesante a su modo. Tú lo eres, créeme, hay muchas cosas de ti que me gustaría saber.

—¿Cómo qué? Dame un ejemplo.

—Ya sé tus gustos, sé lo observadora y predecible que puedes ser... Pero, hay algo que me está haciendo ruido y quisiera saberlo.

—¿Qué quieres saber?

—Todo. Quiero saberlo todo de ti, te lo dije el domingo y lo rectifiqué aquella noche en Marbella —concedió, todavía con voz ronca—, aunque no tienes razón textualmente. Quiero saber todo lo que piensas.

Fruncí el ceño. —Esa es una distinción importante.

—Pero, en realidad, ése no es el tema por ahora.

—Entonces, ¿cuál es?

En ese momento, nos inclinábamos el uno hacia el otro sobre la mesa. Su barbilla descansaba sobre las alargadas manos blancas; me incliné hacia delante apoyada en el hueco de mi mano. Tuve que recordarme a mí misma que estábamos en un comedor abarrotado, probablemente con muchos ojos curiosos fijos en nosotros. Resultaba demasiado fácil dejarse envolver por nuestra propia burbuja privada, pequeña y tensa.

—¿De verdad crees que te interesas por mí más que yo por ti? —murmuró, inclinándose más cerca mientras hablaba traspasándome con sus relucientes ojos marrones. Intenté acordarme de respirar.

Tuve que desviar la mirada para recuperarme. —Lo has vuelto a hacer —murmuré.

Abrió los ojos sorprendido.

— ¿El qué?

—Aturdirme —confesé. Intenté concentrarme cuando volví a mirarlo.

—Ah —frunció el ceño.

—No es culpa tuya —suspiré—. No lo puedes evitar.

—¿Vas a responderme a la pregunta?

—Sí.

—¿Sí me vas a responder o sí lo piensas de verdad? —se irritó.

—Sí, lo pienso de verdad.

Fijé los ojos en la mesa, recorriendo la superficie de falso veteado. El silencio se prolongó. Con obstinación, me negué a ser la primera en romperlo, luchando con todas mis fuerzas contra la tentación de atisbar su expresión.

—Te equivocas —dijo al fin con suave voz aterciopelada. Alcé la mirada y vi que sus ojos eran amables.

—Eso no lo puedes saber —discrepé en un cuchicheo. Negué con la cabeza en señal de duda; aunque mi corazón se agitó al oír esas palabras, pero no las quise creer con tanta facilidad.

—¿Qué te hace pensarlo?

Sus ojos avellana eran perspicaces. Se suponía que intentaban, sin éxito, obtener directamente la verdad de mi mente. Le devolví la mirada al tiempo que me esforzaba por pensar con claridad, a pesar de su rostro, para hallar alguna forma de explicarme. Mientras buscaba las palabras, le vi impacientarse. Empezó a fruncir el ceño, frustrado por mi silencio. Quité la mano de mi cuello y alcé un dedo.

—Déjame pensar —insistí.

Su expresión se suavizó, ahora satisfecho de que estuviera pensando una respuesta. Dejé caer la mano en la mesa y moví la mano izquierda para juntar ambas. Las contemplé mientras entrelazaba y liberaba los dedos hasta que al final hablé:

—Bueno, dejando a un lado lo obvio, en algunas ocasiones... —vacilé—. No estoy segura, pero algunas veces parece que intentas despedirte cuando estás diciendo otra cosa.

—Muy perceptiva —susurró. Y mi angustia surgió de nuevo cuando confirmó mis temores—, aunque por eso es por lo que te equivocas —comenzó a explicar, pero entonces entrecerró los ojos—. ¿A qué te refieres con «lo obvio»?

—Bueno, mírame —dije, algo innecesario puesto que ya lo estaba haciendo—. Soy absolutamente normal por ser una inútil de puro torpe. Y mírate a ti.

—Nadie se ve a sí mismo con claridad, ya sabes. Voy a admitir que has dado en el clavo con los defectos —se rió entre dientes de forma sombría—, pero desde que te vi el sábado pasado, cuando tropezamos, y luego en el transcurso de la semana —bajé la mirada y él rió suave—, juro que vi algo muy distinto en ti.

—No me lo creo...—murmuré para mí y parpadeé, atónita.

—Confía en mí por esta vez, eres lo opuesto a lo normal.

Mi vergüenza fue mucho más intensa que el placer ante la mirada procedente de sus ojos mientras pronunciaba esas palabras.

—Perdóname si sueno grosera, pero ve al grano, José Miguel.

—¿Te molesta algo en particular? Si es así, perdona, no quiero hacerte molestar —enfatizó mientras sacudía la cabeza, como si luchara contra esa idea. Le miré fijamente. Su impredecible estado de ánimo volvió a cambiar bruscamente y una sonrisa traviesa e irresistible le cambió las facciones.

—Primero, dime algo, ¿quieres que nos quedemos aquí? Podemos dar un recorrido si así lo prefieres.

—O podríamos ir en auto, tengo el mío propio —le recordé, agradecida por abordar un tema más liviano.

No quería que hablara más de despedidas. Si tenía que hacerlo, me suponía capaz de ponerme en peligro a propósito para retenerlo cerca de mí. —Bueno, me parece bien, aunque soy de lo que les gusta más caminar —agregó.

—Yo igual —admití.

—Entonces vamos —se levantó del sillón y me tendió la mano. Gustosa, la acepté y nos retiramos—. Tengo unas preguntas preparadas, supuse que iba a ser difícil que hablaras de ti, por lo que me tomé el atrevimiento de prepararlas muy minuciosamente. De pronto la conversación tomó un rumbo más agradable, al menos para mí.

—¿Tienes hermanos?

—Sí, uno mayor. Regresó de Chile hace unos días.

—Vaya —murmuró—, ¿cuántos años tiene?

—Veintiséis, nos llevamos tres años.

—¿Cuándo cumples años?

—11 de diciembre, ya está próximo, así que prepara tu regalo —bromeé.

Él rió. —De eso puedes estar segura, te sorprenderás.

Tragué en seco. —No, no, no, no tienes que hacerlo, José Miguel...

—¿Y por qué no? Somos amigos, ¿o no?

—Si, eso creo. —alzó una ceja, sorprendido—. Y tú, ¿cuándo cumples?

—El 18 de abril, tengo 23.

—Oh, solo dos años, no es mucha diferencia.

—¿Y eso que importa? ¿Acaso interfiere mucho la edad?

—Para mí, no, la verdad, pero hay muchas personas que tienen prejuicios con eso.

Íbamos recorriendo todas las tiendas del boulevard de Sabana Grande. Nos tomábamos fotos de vez en cuando y cuando menos lo esperé, sentí un roce en mi mano. Lo miré fijamente, buscando sostenerle la mirada.

—¿Que te atrae de una persona? —soltó de repente, tomándome desprevenida. Alcé la vista, encontrándome con una mirada muy atenta de su parte—. ¿He preguntado algo malo?

—No, solo que no me lo esperaba.

—Te previne de que quería saber todo de ti. ¿O no?

—Sí. Lo hiciste—me limité a responder.

Él sonrió. —Vamos, dímelo. No puede ser tan malo.

—Bueno, debo confesar que primero me fijo en el físico. La imagen dice mucho, pero lo que realmente me atrae de un hombre, son los detalles y no hablo de materialismo, sino de factor tiempo, atención, confianza, respeto... Son muchos los criterios que evalúo en una persona para considerarla atractiva.

—No hay duda de que somos iguales —afirmó.

—¿También eres así?

—En cierto modo. Soy exigente cuando de pareja se trata—admitió—. Tal vez por eso estoy solo —reímos.

—Debería decir lo mismo —opiné—, digo por mí.

—No, no. Para nada.

—Por supuesto que sí —repliqué—, soy igual de exigente que tú en ese sentido.

—¿Y si vamos al cine? —propuso—. Yo invito, claro está.

—Me parece bien —suspiré y desvié la vista hacia los alrededores. Hacía un buen día, por suerte llevaba mis gafas oscuras. No habría podido soportar los rayos del sol, de no ser así. Nos dirigimos al centro comercial y al llegar al cine, vimos la cartelera. La única "interesante" era Jason Bourne. Ambos nos miramos sonriendo. Compramos las entradas, luego el combo de palomitas y refrescos, junto con unas chucherías.

La inesperada electricidad que fluyó por mi cuerpo me dejó aturdida, sorprendida de que fuera posible estar más pendiente de él de lo que ya lo estaba. Estuve a punto de no poder controlar el loco impulso de extender la mano y tocarle, acariciar aquel rostro perfecto en medio de la oscuridad. Crucé los brazos sobre mi pecho con fuerza, con los puños crispados. Estaba perdiendo el juicio.

Comenzaron los créditos de inicio, que iluminaron la sala de forma simbólica. Por iniciativa propia, mis ojos se precipitaron sobre él. Sonreí tímidamente al comprender que su postura era idéntica a la mía, con los puños cerrados debajo de los brazos. Correspondió a mi sonrisa. De algún modo, sus ojos conseguían brillar incluso en la oscuridad. Desvié la mirada antes de que empezara a hiperventilar. Era absolutamente ridículo que me sintiera aturdida.

La hora se me hizo eterna. Pero al menos pude concentrarme en la película. Intenté relajarme en vano, ya que la corriente eléctrica que parecía emanar de algún lugar de su cuerpo no cesaba nunca. De forma esporádica, me permitía alguna breve ojeada en su dirección, pero él parecía relajado en todo momento. El abrumador anhelo de tocarle también se negaba a desaparecer. Apreté los dedos contra las costillas hasta que me dolieron del esfuerzo.

Exhalé un suspiro de alivio cuando se encendieron las luces al final de la película y estiré los brazos, flexionando los dedos agarrotados. A mi lado, él se rió entre dientes.

—Vaya, ha sido interesante —murmuró. Su voz tenía un toque siniestro y en sus ojos brillaba la cautela.

—Sí, lo ha sido —fue todo lo que fui capaz de responder.

—¿Nos vamos? —preguntó mientras se levantaba ágilmente.

Casi gemí. No quería que el día se acabara. Me alcé con cuidado, preocupada por la posibilidad de que esa nueva y extraña intensidad establecida entre nosotros hubiera afectado a mi sentido del equilibrio.

Caminamos hacia la salida de emergencia del cine, para dirigirnos a la feria de comida. La verdad, me encantaba estar con él. No iba a permitir que aquella salida se terminara tan rápido. Mi hermana me escribió preguntándome cómo iba todo, pero lo único que le respondí fue "más tarde te cuento con detalles."

—¿Dónde quieres cenar?

—¿Qué? No, José, no hace falta.

—¿Cómo qué no? ¡Vamos! Debes comer algo.

—Vale, pero no te dejaré pagar todo como el otro día —murmuré. Él rió.

Finalmente, llegamos a KFC donde hicimos nuestro pedido y buscamos un mesón para comer. No quería saber la hora, pero suponía que ya era tarde. Quisiera o no, debíamos tomar el metro. Platicamos sobre la película, y luego, nos miramos en absoluto silencio.

—Deben estar preocupados por ti.

—Sí, mi hermana y mi primo seguro me están esperando.

—Entonces vamos.

En la salida, tomamos un taxi para regresar a nuestros destinos, y al llegar a la residencia, subimos por las escaleras. Me detuve a mirarlo en cuanto llegamos a nuestro destino.

—Supongo que nos veremos luego—susurró él

—Espero que sí.

Enmudecí, mi despedida se quedó en la garganta. Vacilante y con el debate interior reflejado en los ojos, alzó la mano y recorrió rápidamente mi pómulo con las yemas de los dedos. Su piel estaba tan cálida. Suspiré.

—Stefanía —susurró—, me encantó salir contigo hoy.

—A mí también me ha gustado salir contigo.

—De verdad, espero que se repita —confesó.

—Yo igual.

—¿Te confieso algo? —lo miré atenta—. No, mejor no.

—¿Qué? — Él rió—. No seas cruel, dime.

—No, mejor olvídalo, en serio.

—¿Pero por qué? ¿Es algo malo?

—No lo sé, todo depende de tu reacción.

—Vale, dímelo y ahí vemos.

—No, no insistas —susurró—. Te dejaré que lo descubras en algún momento, eres muy curiosa e inteligente, sé que lo lograrás.

Me quedé allí mirándolo fijo. Enmudecí al escuchar aquellas palabras suyas, pero no era efecto de aquella frase, mi repentina mudez, sino aquellos labios y ojos suyos. Era inevitable el sentirme aturdida por tanta belleza humana. Su perfecta risa me hizo reaccionar.

Miré la hora por corazonada y al hacerlo, me llevé una sorpresa. Eran casi las diez de la noche. Lo miré, sintiéndome culpable de tener que despedirlo. Tenía un nudo en la garganta. ¿Por qué tenían que existir estos momentos tan incómodos?

Luego de dedicarnos una última mirada, me di vuelta hacia mi apartamento, que permaneció con la puerta semi abierta. Entré y la cerré. Me lancé en el sofá y miré el techo. Maravillada por la salida del día, y frustrada porque había acabado. Las luces de la sala de estar, de pronto se encendieron, asustándome por completo. Miré hacia la derecha para encontrarme con mi primo y mi hermana, mirándome fijamente.

—Odio las despedidas—refunfuñé.

Me dirigí enseguida a mi habitación y revisé el móvil. Aún no tenía ningún mensaje suyo. Me cambié de ropa y elegí un pijama cómodo para dormir, luego conecté mis auriculares y opté, entre mi lista de canciones, por una que no había escuchado hace bastante tiempo. Se trataba de uno de los clásicos que oía cuando estaba en la media general. La melodía de -Se te olvidó- de Kalimba, inundó mis oídos y luego mi mente completa.

—¿Qué pasa contigo, Stefanía? —me reproché en voz alta

La canción fue interrumpida por la notificación de un nuevo mensaje. Sonreí a tal hecho, pues era él quien me había escrito.

¿Te has dormido ya? Si es así, que tengas linda noche. -J.M

Le respondí y lo envié, para luego cambiar la canción y escoger otra canción. Esta vez me había costado encontrar una perfecta, pero luego ubiqué -Hasta que llegaste tú- de Ha-Ash. Era la que iba acorde a la situación en la que me hallaba.

Luego de tararear dos canciones más, me quedé dormida.

Al día siguiente, la mañana amaneció nublada. Me desperté con esperanzas renovadas que intenté suprimir con coraje. Como el día era más frío, me puse uno de mis suéteres de color azul oscuro de -Aeropostale-, y mis zapatillas deportivas -Apolo-. Me acerqué a la ventana y no podía creer lo oscuro que estaba el cielo.

La verdad es que no tenía ganas de hacer nada más. Era domingo, y parecía que aún era temprano. Me lancé nuevamente a la cama y revisé mi móvil. Tres mensajes sin leer y todos eran de mi príncipe encantado. Sonreí al leerlos todos. Iba a responderle cuando me llegó un nuevo texto, también de él.

—Buenos días, cariño. ¿Cómo has amanecido? ¡Hace un gran día allí fuera!

—¿Qué? ¿Te gustan los días lluviosos? ¡Vaya! Menuda sorpresa, amigo mío

—Bueno, en cierto modo. La lluvia ha caído en un buen día, supongo. ¿Has desayunado ya?

—No, recién me he despertado, ¿y tú?

—Oh, estoy cocinando para comer. ¿Te has fijado la hora al menos? ¡Eres una dormilona! Ja, ja, ja, ja.

—¿Cocinas? ¡Wow! ¿Acaso eres una cajita de sorpresas? Y no, no me he fijado la hora.

—Algo parecido, ¿te gustan las sorpresas? Y por lo otro, déjame decirte que son las diez de la mañana.

Miré el reloj sin poder creerlo.

Era cierto.

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¡@stefanygabriela! Muy bueno el contenido, sigue asi!

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Te recomiendo leer cuidadosamente el siguiente post:

Normas generales de convivencia y tipos de abuso

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Chévere, en cuanto al tag venezuela lo coloco porque la novela es venezolana pues. Y bueno, agregaré la fuente de la imagen.

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