Contigo Quiero Estar | 3. ¡No estoy enamorada!

in #spanish7 years ago

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Foto: Archivo

—¡Stefanía, despierta! ¡Mujer, te están llamando por teléfono! —escuché decir.

Aún adormilada, restregué mis manos contra mi rostro. —¿Qué dices? ¿Qué hora es? —pregunté a la vez que me daba vuelta para cubrirme con la almohada.

—¡Que te están llamando, criatura del Señor! —exclamó, impaciente—. ¿Vas a atender o no?

Miré el reloj de mi celular. El mismo, marcaba las nueve y media de la mañana. Gemí, producto de la pereza. —¡Ay, no! Que fastidio. Atiende tú —le pedí—. No tengo ganas de hablar con nadie. —Él no dijo nada. Solo se retiró de la habitación con el teléfono en mano.

Con sinceridad, creí haber escuchado el nombre de mi brillante ex entre sus oraciones. ¿Era él quien me estaba llamando? ¡Pff! Seguro estaba soñando todavía. Me levanté, como pude, para dirigirme al baño y lavar mi rostro.

En honor a la verdad, estaba cansada en exceso. El cuerpo me dolía como si fuese recibido una paliza. Me habría quedado durmiendo todo el día, si no estuviera Marco en el apartamento.

Mi estómago rugió, hambriento. Recordé, de pronto, que Marco me había dejado unas panquecas el día anterior en el microondas. Claro, no había desayunado porque al llegar de la cafetería era la una de la tarde y él ya había preparado el almuerzo.

Con pasos lentos, me dirigí a la cocina para buscar mi desayuno. —¿Quién llamó? —inquirí, mientras calentaba la comida. Él respondió a mi pregunta de forma muy puntual, lo que me confundió un poco. Marco, muy pocas veces, solía ser de pocas palabras.

Eso me llevó a pensar que estaba molesto conmigo. Pero no quise irme al extremo ni deducir nada sin razón alguna. Si su actitud no cambiaba, le preguntaría con sutileza que demonios le pasaba. Porque, aunque fuera mi primo, no me la iba a calar. Así de simple.

—¿Qué haces? —pregunté, en un intento de aligerar el tenso e incómodo ambiente.

—Oh, pues, creo que es obvio, ¿no? Estoy preparando el desayuno, ¿o es que tampoco piensas comer hoy? —cuestionó.

Su agria respuesta me hizo apretar los dientes. Inhalé y exhalé con fuerza. Y, aunque intenté no dar una mala respuesta, no lo logré. —No pues, fíjate que había pensado pasar hambre todo el día. —Levantó su mirada para verme.

—Si eso es lo que quieres. —Se encogió de hombros—. De todos modos, si te place, puedes comerte lo de ayer. No les diste siquiera un bocado —respondió sin cambiar su expresión.

Resoplé y le miré, aunque él tenía su vista puesta en el sartén. —A ver, ¿a ti que bicho te picó? ¿Te levantaste con el apellido revuelto o qué?

—¿Yo? Para nada —mintió con descaro—. Solo estoy preparando el desayuno, ¿no lo ves?

—Sí, claro. A otro perro con ese hueso, Marco Antonio. —Él se tensó cuando le llamé por su nombre—. Tú eres mi primo, casi mi hermano, pero no me voy a calar, y te lo digo así sin pudor, que estés pagando tus rabietas conmigo, me haces el favor —reproché—. Así que te me calmas. Porque, en serio, no soporto tu mal humor.

Arrugó sus labios, mientras me miraba. Sabía que yo estaba molesta, y con mucha razón. Desvié la mirada, y él, por su parte, no respondió nada.

—En el refrigerador hay unas naranjas para hacer jugo. Pero si quieres café, puedes ir a comprarlo tú mismo —añadí, sin mirarle.

Marco no pronunció palabra alguna. Sacó las naranjas y las exprimió. Endulzó el jugo y lo sirvió en dos vasos. Acercó uno de ellos hacia mí, mientras yo le observaba en silencio.

El microondas sonó, desviándome de mis pensamientos. Abrí la compuerta del mismo, retiré el contenido y tomé el vaso de jugo. Me senté en la barra, frente a la cocina. Él se dirigió a la sala para ver televisión.

Terminé de desayunar, me levanté y apilé los trastos sucios sin mirarle. Los coloqué en el seno y abrí el agua. Supe que él había terminado de comer cuando depositó su vaso y plato en el fregadero. Él tomó un paño para ayudarme a secarlos.

—Stefanía —apeló Marco, en tono de conversación.

—¿Sí?

—¿Aún estás molesta conmigo? —Mantuve los ojos fijos en el plato mientras lo recogía—. Sé que no debí pagar mi rabia contigo, es solo que...—Inhaló con pesadez y continuó: —Escucha, la cosa es que, antes de que te levantaras tuve una conversación, aunque, más bien fue una discusión, con Alexandra, ella... Yo no sé si seguía ebria, lo más probable es que no, pero sonaba muy segura de lo que me estaba diciendo.

—Ve al grano —le pedí, sin variar mi expresión.

Marco tragó saliva ruidosamente y entonces sus ojos se entrecerraron y se volvieron hacia mí. —Me dijo que le gusto, que está enamorada de mí.

—Ya —murmuré, inexpresiva—. ¿Y qué con Valentina?

—Valentina es otra cosa, Stefanía —alegó con dureza.

—¿A qué te refieres con "otra cosa"? —Dibujé las comillas en el aire, al tiempo que enfatizaba en sus propias palabras—. Digo, se puede malinterpretar, ¿no crees?

—Sí, pues, me refiero a que con Valentina sí quiero estar, ella sí me gusta —contestó.

—¿Y la ves como tu novia en un futuro inmediato?

—¡Claro! —exclamó como si fuera algo obvio—. ¿Por qué no? Sabes que yo no soy de andar jugando con los sentimientos de otros.

Sonreí, a medias. —Bien, si ya sabes lo que sientes, díselo a Alexandra, así ella no se ilusionará contigo.

—¡Lo hice! —dijo, aventando el pañuelo sobre la encimera de la cocina—. ¿Sabes lo qué me dijo? Que no le importaba tener un poco de competencia.

Le miré incrédula. —¿En serio?

—¿Me ves riéndome? Obvio que estoy hablando en serio.

—Uy.

—Sí, bueno, da igual —bufó, al tiempo que se encogía de hombros—. Pero, no me cambies el tema, no me has dicho que es lo que te ha molestado —me recordó.

—Ya lo has hecho tú, te pagaste y diste el vuelto sin darte cuenta —alzó una ceja, confundido—. Quiero decir, lo que me molestó fue tu actitud. Me hablabas como si yo fuese hecho algo contra ti, o que sé yo, cuando en realidad, era ajena a lo que estaba pasando en tu vida.

—Sí, bueno, reconozco que no debí hacerlo —admitió e hizo un puchero—. ¿Podrías disculparme?

Me quedé en silencio, sopesando sus palabras. —Está bien —murmuré, luego sonreí, con cierto deje de complicidad.

Poco a poco, las cosas fueron tomando su lugar. La verdad es que no podía vivir molesta con mi primo por tanto tiempo. Los temas de conversación fueron variando, hasta que me preguntó sobre lo ocurrido con mi ex la noche anterior. Le conté, como era de suponerse, lo que hablé con él.

Entonces, Marco hizo una pregunta que me dejó fuera de lugar.

—¿Sigues enamorada de él, Stefanía?

Mis ojos se salieron de sus órbitas al escuchar semejante locura. —¿Qué? ¡Claro que no! —exclamé con certeza. Me puse de pie y golpeé la mesa con una palmada—. ¿De dónde sacas tremenda barbaridad, Marco? ¡No estoy enamorada de Mauricio! Que quede claro.

—Tranquila, solo es una pregunta —replicó, relajado—. Tampoco tienes porque reaccionar de ese modo.

—Si lo estuve, no lo niego, pero él jugó conmigo —suspiré—. Tampoco voy a mentir y decir que no me ha afectado verle después de tanto tiempo.

Él asintió, comprendiendo. —¿Y qué piensas hacer?

—Tal vez, solo tal vez, podríamos arreglar las cosas y quedar como amigos.

—Está bien, solo te diré algo, prima. —Suspiró—. No le huyas al amor.

—¿Por qué me dices todo esto?

—Tú sabes que te quiero, y porque te quiero, te digo lo que necesitas escuchar, más no lo que quieres. Quizá te esperabas otra respuesta de mi parte, y lamento defraudarte si así era, pero debo ser sincero contigo. No solo eres mi mejor amiga, eres mi prima, casi mi hermana. —Tomó mi mano y sonrió—. Lo último que quiero es que te lastimen.

Lo miré en silencio. Nunca lo había escuchado hablar de esa manera. Iba a contestar, pero mi celular me interrumpió con una llamada.

Resoplé al ver de quien provenía. —Hola, Mauricio. ¿Qué ocurre?

—Baja un momento, por favor, necesito que hablemos —me pidió, casi suplicando.

Mi frente se arrugó, al igual que mis labios, cuando escuché aquello. —¿Más o menos? ¿Sobre qué vamos a hablar?

—Es importante, Stefanía, baja solo un momento —insistió—. No te quitaré mucho tiempo, lo prometo.

Lo sopesé durante unos segundos. Debe ser algo muy importante, me reclamó el subconsciente. Ve, no tienes nada que perder, insistió.

—Está bien, voy para allá —contesté minutos después. Corté y miré a mi primo quien esperaba una respuesta—. Dice que necesita hablar conmigo de "algo importante".

—Baja, a ver qué es lo que quiere —mordí mi labio inferior—. Ve, no querrás hacer esperar al príncipe Mauricio —Le lancé una mirada furibunda.

Él sonrió con burla.

—Eres de lo peor, Marco.

Cerré la puerta, y salí. Cuando bajé, él estaba allí, de pie junto a su Tundra color naranja. Irresistiblemente guapo, con unas gafas oscuras y un cigarrillo en su mano. Contrólate, Stefanía. ¿En qué estás pensando?, me regañé a mí misma.

—Hola —saludé, un tanto nerviosa—. ¿Cómo estás?

Él depositó un beso en mi mejilla. —Pues muy bien, pero no mejor que tú —sonrió.

—Ya... —murmuré—. ¿Qué es lo que tienes que decirme?

Se deshizo de las gafas oscuras, para mirarme. —¿Estás apurada? —inquirió, con un asombro muy mal disimulado.

Me las apañé para encontrar una excusa justificable. —Estaba por desayunar cuando llamaste —mentí.

¿En serio? ¿No pudiste ser más creativa?

—Perdona si te he interrumpido —su tono de voz era cálido y aterciopelado.

—No hay problema —le respondí con sorna—. Debe ser muy importante lo que tienes que decirme, ¿no?

—Sí, la cosa está en que... —murmuró—. Bien, te debo ser leal y honesto, cariño. El punto es que yo no te merezco, tú necesitas a alguien que se comprometa a quererte sin complicaciones, no como yo, que te he hecho tanto daño en la vida.

—Mauricio...

—No, déjame terminar, Stefanía —me pidió. Sus pestañas largas y gruesas, cubrían en cierto modo, la intensidad de sus ojos—. Yo quiero que tú seas feliz, y estoy consciente de que te lastimé... Stefanía, tú mereces una vida mejor. Es más, ni se porque estoy aquí. Yo no debí venir a Caracas a buscarte. Porque eso fue lo que hice. Si soporté cuatro horas de carretera, fue por ti —confesó—. Pero fue un error.

—No, no fue un error, Mauricio. Como tú, yo tampoco creo en las casualidades. Y tienes razón, nuestra relación no sería igual si llegáramos a intentarlo de nuevo, pero al menos intentemos ser amigos. ¿Qué tal y estamos destinados es a una amistad?

—¿Crees que pueda funcionar?

—No estoy segura, pero podemos intentarlo —le respondí.

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La mañana pasó demasiado lenta a mi parecer. La cabeza me daba vueltas. Decidí salir un rato, de esa forma, despejaría la mente. Me duché, luego escogí el atuendo del día, y un maquillaje básico. Salí con mi pequeño bolso de cuerina negro hacia la sala.

—Creí que no querrías ir a ninguna parte —comentó Marco al verme.

—Bueno, pues... Me dieron ganas de ir a caminar un rato —respondí simple.

—Oh, está bien.

Resoplé. —Sí quieres, puedes ir conmigo.

Dejó caer su mandíbula. —¿Y perderme el maratón de Harry Potter? ¡Ja! Ni loco —contestó.

—Como quieras —respondí, mientras buscaba las llaves.

—¡No te tardes mucho, recuerda que es domingo!

—¡No estaré lejos! —grité una vez estuve fuera del apartamento.

Opté por bajar las escaleras. Cuando me dirigía a estas, vi que de uno de los apartamentos salía un chico bastante guapo. Seguí caminando, como quien no quiere la cosa, hasta acercarme lo suficiente. Y fue así como le reconocí.

Era él. Tal como lo había previsto yo misma en la cafetería. No sólo residíamos en el mismo edificio, también estábamos en el mismo piso. Esto se pondrá bueno. Continué mi camino como si nada, y de pronto, escuché unos pasos apresurados tras los míos. Ninguno de los dos se atrevió a decir algo, lo que me hizo comprender que solo yo me había percatado de su presencia.

Cuando ya nos acercábamos a planta baja, él habló. —Permiso, por favor —de su voz emanaba total amabilidad. Me aparté un poco y él me adelantó. Cuando se dio vuelta, nuestras miradas chocaron.

—Tú... —dijimos los dos al unísono.

—¿Cómo es que no te reconocí? ¡Qué distraído soy!

—Bienvenido a mi mundo —pensé en voz alta.

—¿Qué?

—Nada. —Sonreí.

—¿Y tú vas a...? Quiero decir... ¿Vas a ver a alguien o...? —estaba nervioso, se le notaba—. Ya me enredé.

Reí suavemente. —Entendí todo, no hay rollo. Y no, no saldré con nadie. Solo caminaré... y ya —me encogí de hombros. Él sonreía y yo sentía que me perdía poco a poco—. ¿Y tú?

—¡Que coincidencia! —exclamó y enseguida reímos—. No, en, serio, solo caminaré un rato. Recién regresé a Caracas, me gustaría caminar, despejar la mente. Ya sabes.

¡Esto va a estar muy interesante!

—Oh... ¿Estabas de viaje?

—Algo así —asentí, sonriente—. Bueno, ya que los dos tenemos el mismo objetivo... ¿Por qué no vamos a caminar juntos? —dijo él.

Me asombré ante su petición, alcé las cejas en señal de ello. Noté que estaba tan nervioso como yo.

—¿Qué dices? ¿Aceptas?

Dile que sí, gafa. ¿Vas a perder esa oportunidad?

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—Se me ha ocurrido una idea —habló mientras caminábamos sin rumbo fijo—. Vamos a Hard Rock —alcé una ceja—. ¿Qué dices?

Sonreí. —Me parece bien.

—Debemos tomar el metro porque sí, y nos quedamos en Chacao —me dijo.

—Está bien —respondí sonriente—. ¿Es muy lejos?

—Ni tanto, solo a dos estaciones, ¿o eran tres?

—Creo, por el tiempo que llevo aquí, son dos estaciones.

Caminamos hacia la estación del metro donde no hicimos más que reír por las ocurrencias de mi acompañante, cuyo nombre desconocía. Cuando por fin se abrieron las puertas de la unidad, entramos. Por suerte, conseguimos asientos disponibles. Las puertas del metro se abrieron una vez que llegamos a nuestro destino. Comenzamos a caminar en dirección al Hard Rock, que, por cierto, estaba dentro de un centro comercial.

Subimos las escaleras y al llegar, sentí que mi corazón se aceleraba. Comencé a sudar frío. ¿Qué me estaba pasando? Ni siquiera yo lo sabía.

—Oye, ¿estás bien? —me preguntó—. ¿Qué te pasa?

—No es nada, tranquilo. Seguro es por el choque de temperaturas —él parecía preocupado—. ¿Vamos a comer?

—Sí, pues, por algo te he traído hasta aquí —sonrió, causando que mis pómulos se ruborizaran. Nos acercamos a un mesón en el interior del sitio, pues las externas estaban ocupadas en su totalidad—. Espera aquí, ¿sí? Yo iré a pedir la comida.

Asentí.

Durante la espera, me dispuse a revisar mis redes. Nada interesante había en ellas. No pasó mucho tiempo para que mi amigo regresara, lo que me alegró, porque mi estómago rugía como cual animal hambriento.

—¡Vaya! —exclamé asombrada.

—¿Qué? ¿Se me pasó la mano? —negué—. ¿Entonces?

—Me ha impresionado, no me esperaba esto. Y me refiero a todo.

—Si, pues... Ahora que recuerdo, ni siquiera nos hemos presentado.

—¡Es cierto! —reímos—. A ver, dime tú, primero.

—No, no. Las damas, primero, señorita sin nombre.

Reí suave antes de responder. —Bueno... Mi nombre es Stefanía, pero puedes decirme Stefy, es más corto y bonito. Tengo 21 años... No sé qué más decirte.

—Me gusta tu nombre, es perfecto —respondió con una sonrisa predilecta—. Háblame de ti.

Le hablé de mis gustos en cuanto a música, literatura y demás. Tal parecía que estaba frente al amor de mi vida, porque al pedirle que me hablara de él, descubrí que teníamos muchísimas afinidades.

Cupido, no te equivocaste, pensé.

De fondo se escuchaba "Riesgos" de Los Mesoneros. Mi favorita.

Una vez terminamos de comer, emprendimos una caminata por el centro comercial. No sabía qué hora era. Tampoco me importaba mucho que digamos. Sin embargo, presentía que debíamos regresar a casa.

Pedimos un taxi al salir y en cuestión de minutos, estábamos en el edificio. Su nombre quedó grabado en mi cabeza. Todo él, era perfecto. Intercambiamos nuestros números al llegar a nuestro piso. Con un beso en la mejilla, nos despedimos y cada quien siguió su camino. Una sonrisa de victoria se formó en mi rostro cuando me di vuelta.

Entré a mi apartamento. Todo estaba oscuro. Fue entonces que me di cuenta de lo tarde que había llegado. Con sigilo, cerré la puerta y me dirigí a mi habitación para poder dormir. Y tal vez, soñar con el príncipe encantado.

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Miré el móvil y me tumbé de nuevo en la cama. Apenas podía ver la hora. 09:15 am. Era día lunes. Se suponía que hoy debía comenzar el gimnasio. Pero, en honor a la verdad, no tenía ganas de ir a ningún lado.

No escuchaba nada en la cocina, mucho menos en la estancia ¿Se habría ido mi primo sin despedirse? Lo mataría si así fuera. Fui al baño a lavarme la cara y recogí mi cabello en una coleta de caballo. Lo mejor era que me diera una ducha para relajarme y así fue.

Conecté mi iPhone a las cornetas, como siempre, y me di una ducha. La suave melodía de My Love de Sia, inundó la habitación, trayéndome, además, los mejores momentos de mi última relación. El noviazgo con Christian, cuando entré a la universidad, fue el más lindo de todos, hasta que el muy imbécil decidió serme infiel con la ridícula de Jessica, una rubia platinada y operada.

Me deshice de los malos recuerdos e intenté distraerme con otras cosas.

Como si de magia se tratara, en mi mente aparecieron los ojos color avellana del príncipe encantador. Reí al recordar el tropezón que me di con él. Era increíble que fuera tan despistada. Y él que fue tan caballeroso. Me habría esperado cualquier otra respuesta menos esa. Realmente me tomó desprevenida.

Mi celular sonó de repente interrumpiendo la melodía de "Bésame sin sentir" que comenzaba a escucharse, y, por ende, la laguna de pensamientos que se formó en mi cabeza.

Miré el ID y, sin pensar, contesté.

—¡Hija! —saludó mi madre—. ¿Cómo has estado?

—¡Vaya milagro! —exclamé en respuesta—. Yo estoy muy bien, gracias por preguntar, ¿ustedes qué tal?

—Todo bien, gracias a Dios. Tu padre, trabajando y yo, pues, iba de camino al mercado, pero...

—¿Pero? —insistí—. ¿Qué pasó, mamá? No me asustes —añadí, preocupada.

—Escucha, hay alguien que quiere hablarte.

—¿Qué dices?

Se escuchó luego, unos murmullos al otro lado de la línea. La impaciencia se apoderó de mí.

—Hola, flaquita —escuché decir.

Mi corazón se detuvo al escuchar aquello. Esa voz no la olvidaría ni porque me encontrara dos metros bajo tierra. Ok, sí, era una exageración. Lo cierto es que era una de mis voces favoritas en todo el mundo.

Por supuesto, se trataba de Eduardo, mi hermano.

—¿Qué demonios, Eddy? ¿Cómo es qué...?

Dejé las preguntas a media, producto de la emoción que me causaba escucharle.

—He vuelto, flaquita, estoy en Venezuela... En mi casa —respondió, haciendo énfasis en el adjetivo posesivo. Aunque no le veía, le escuchaba sonreír—. Me duele que no estés aquí pero pronto iré a visitarte, lo prometo.

—Más vale que lo hagas, Eduardo Antonio —le advertí—. Mira que me has hecho bastante falta durante estos cuatro años.

—Y tú a mí, flaca —contestó, a mi parecer, compungido—. No sabes cuánto te extraño, mi amor —expresó, angustiado.

Conversamos un poco más sobre su estadía, aunque aseguró que me lo contaría todo cuando hiciera mi respectiva visita para navidad. Tuvimos que colgar por la cuestión del crédito de llamadas, pues era costoso llamar a otras operadoras, más si era de teléfono fijo a celular.

—¡Al fin soy feliz! —exclamé.

Cuando hube terminado la llamada, salí a cerciorarme de que mi primo seguía en casa. No obstante, mis sospechas de que se había ido, fueron confirmadas al ver una nota junto a un plato de comida cubierto.

No te quise despertar, supuse que estabas muy cansada. Te llamaré en cuanto llegue a casa. Te he dejado el desayuno listo. Gracias por todo, prima. Te quiero un montón.

Marco.

Sonreí al terminar de leerla.

Quité la cubierta del plato para encontrarme con un plato de cinco panquecas con fresas y cambur, junto a una taza de chocolate caliente. Reí al ver aquella exageración. En todo el fin de semana no había hecho más que cocinar, sin dejarme que lo ayudara pues él amaba hacer esa clase de oficios.

—Está tan silencioso todo —murmuré. Encendí el equipo de sonido, pero las emisoras no transmitían nada en especial. Ni siquiera mi favorita, La Mega. Nada bueno había en ellas. Busqué el CD que había quemado con mis canciones favoritas y lo coloqué.

Comencé a limpiar cada rincón del departamento a medida que cantaba todas las canciones que se reproducían. Hasta que por fin tomé un descanso. Y como si no fuera suficiente, se escuchó la melodía de una de mis favoritas "Completa" de Corina Smith. La coreé a todo pulmón. Me valía madres si alguien me escuchaba.

Tocaron la puerta principal, lo que me extrañaba ya que no esperaba a nadie en particular. Cuando abrí, me quedé pasmada. Allí, frente a mí, estaba Selene, mi amiga de toda la vida. ¿Hace cuánto que no la veía? ¡Dios! Ya hasta había perdido la cuenta.

—¡No puede ser! —gritamos emocionadas.

Ella soltó una carcajada.

Abrí de prisa la otra puerta y la abracé fuerte mientras las dos chillábamos de felicidad. Le di permiso para entrar, nos sentamos en el sofá, y comenzamos a platicar. La verdad es que la extrañaba demasiado. Era mi mejor amiga, mi hermana del alma.

—¿Cómo fue que me encontraste? —le pregunté.

—Oh pues, tú sabes que amo Caracas y me la conozco de pies a cabeza. Le pedí la dirección a Marco y aquí estoy.

Abrí los ojos, incrédula. —¿Marco? ¿Mi primo?

—Obvio, tonta —rió entre dientes.

—Él muy traidor lo sabía y no me dijo nada —ella sonrió—. Claro, ya lo tenías planeado.

—Obviamente, quería darte la sorpresa.

—Y vaya que lo fue —repuse, aún sin poder creerlo—. Me has hecho el día, amiga. Te extrañaba tanto.

—Y yo a ti, hermana —me abrazó nuevamente.

Sentía unas ganas enormes de comer pizza, por lo que llamamos y pedimos una a domicilio en Roma Mía. Juntas, bajamos hacia El Gran Café para comprar un refresco. Entramos e hicimos nuestro pedido. Nacho, como siempre, se comportó de lo mejor conmigo.

—Algunas veces pienso que le gusto —le murmuré a Selene cuando salimos de la cafetería.

Era claro que con ella podía ser yo misma, igual que con Marco. Aunque los dos me conocían perfectamente, a veces lo odiaba porque no podía mentirles. Era muy difícil. Ambos descubrían fácilmente mis mentiras, y sabían todas mis expresiones, gestos. Ellos sabían todo de mí.

Estábamos en el sofá, contándonos todo. Y de repente, sentí la necesidad de contarle lo ocurrido el fin de semana.

—Conocí a alguien —solté. Ella se quedó en silencio, mirándome.

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Después de darle todos los detalles, ella se asombró y al mismo tiempo, manifestó su alegría. Al igual que Marco, mi mejor amiga me sugirió no hacerme ilusiones aún. Si supiera que sueño con él todas las noches.

—¿Y tú? ¿Nadie te ha atacado aún?

—Atacantes, hay muchos...

—¿Pero? —ella desvió su mirada. La conozco y sé, por sus gestos, que hay algo más que no quiere decir—. ¿Hay algo que no puedas contarme?

—No, no es eso. Tú eres mi hermana, y nunca podría ocultarte algo así. Es solo que no sé cómo vayas a reaccionar por lo que te voy a decir.

—Ve al grano, por amor a Dios.

—No sé cómo empezar, Stefanía, no es tan sencillo como para decirlo así sin más.

—Déjame adivinar. Si acierto, me dirás quién es y el motivo por el cual no me lo dijiste antes —asintió, avergonzada—. Bien... Te gusta mucho alguien y...resulta que yo lo conozco. ¿Un amigo? ¿Un ex? ¿Quién es?

—Sabía que acertarías, pero te vas a morir cuando te diga quién es.

La impaciencia se apoderó de mí. —Habla ya, chica.

—Ok, lo diré a la cuenta de uno...dos...—silencio—. Me gusta tu hermano —soltó.

Como reacción ante la confesión de mi hermana, solté una risa suave. Aquello fue bastante inesperado, a decir verdad. —¡Vaya! Eso sí que no me lo esperaba —exclamé sonriendo.

—¿No estás molesta? —inquirió.

—¿Molesta? ¿Por qué lo estaría? —sonreí—. Lo que no me parece es que no me hayas dicho antes. ¿No confías en mí?

—Sí, por supuesto que lo hago, solo no supe...solo fui una cobarde. Tenía miedo de que te molestaras conmigo.

—Tal vez si se tratara de algún ex...O yo que sé, pero es Eduardo, mi hermano, y nada me alegra más que eso. Pero, dime algo... ¿tú le gustas? —asintió—. Eso es perfecto, lo mejor que le puede suceder a una persona, es ser correspondido.

—Totalmente.

—Tenemos que celebrar todo lo bueno que nos está pasando.

—Seguro que sí, negra.

Nuestra primera idea fue ir a una disco. Y en ese tema, ella era experta. Le di varias alternativas, pero ninguna era de su agrado.

—¿Sabes qué? —la miré atenta—. Te llevaré a una que creo, no conoces. He ido antes y puedo asegurar que es muy buena.

—¿Cómo se llama?

—Tú solo encárgate de lucir bella, del resto me encargo yo.

Le pedí al vecino que me regalara un poco de gasolina para el carro. Ya que no podía siquiera moverlo de su lugar. Subí a mi departamento y a eso de las ocho de la noche comenzamos a arreglarnos.

Escogí una camisa negra con letras estampadas de –Jawbreaking– y una falda color rojo vino de –Bershka–, junto unas botas negras y una chaqueta de cuero del mismo color. Mi hermana, por su parte, vistió un jumbo de jean, una franela negra –Aeropostale– y unas botas que hacían juego a la perfección. Tomé las llaves del auto, mi celular y mi maquillaje para luego retirarnos.

Bajamos por las escaleras hasta el sótano y subimos al auto. Coloqué música a todo volumen mientras corría por las calles de Caracas. Al llegar a la disco, estacioné el auto en el aparcamiento, y entramos.

Había demasiada gente en aquel lugar, pero solo uno llamó mi atención. —No puede ser —susurré. Mi cuerpo se tensó.

—¿Qué sucede? —preguntó Selene.

—Está aquí.

—¿Quién?

La miré y luego fijé mi vista en el objetivo. Ella me miró, como queriendo confirmar una sospecha. Sonreí con disimulo, ella lo captó. Nos acercamos a la barra, y nos ubicamos lo más cerca de él que fuera posible.

—Te está mirando. Actúa normal —susurró tan bajo que solo yo pude escucharla.

—Hola... Un placer verte de nuevo —escuché decir a mi espalda. El corazón se me aceleró. Sentía que iba a desfallecer en aquel lugar. Me estaba hablando y solo oírle, me causaba corrientes en todo el cuerpo. —¿Ahora qué hago? —pregunté nerviosa. Ella susurró un "salúdalo".

Me di vuelta y allí estaba él, sonriente y perfecto.

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Amiga, solo una critica constructiva, mejora la ortografía, hay partes donde no van puntos, solo comas. Votaré por ti, suerte. Estuvo buena!

Vale, gracias :)