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Aunado a ello, la sala estaba invadida por un aroma a panquecas con mantequilla y queso que me provocó nauseas. Precisaba del café para calmar el malestar. Pero solo había jugo y yogurt. Por tanto, me vi obligada a bajar a la cafetería.
—Hasta que te despertaste, Bella Durmiente —habló mi primo, desde la cocina. Me acerqué a donde él se encontraba, y le saludé con un abrazo—. ¿Has dormido bien?
—Pues más o menos —repuse, adormilada. Él, sonrió con sinceridad—. ¿Qué hora es? ¿Dónde está Alexandra?
—Casi mediodía —respondió él—. Tu amiga se levantó temprano y regresó a su casa con la excusa de que no quería estorbar.
—En honor a la verdad, creí que era más tarde —él me miró atónito. Caminé hacia el refrigerador para servirme un vaso de agua y agregué: —Bajaré a comprar café, ¿quieres uno?
Entornó sus ojos, llenos de pura alegría. —Sí, por favor, un mocaccino.
—Ok, ya vuelvo. Si llaman, me fui a Narnia —respondí. Él soltó una sonora carcajada.
Tomé un vaso de agua para saciar mi sed y, como toda chica, pasé por el baño a ver mi aspecto antes de salir. —¡Santo Dios, que horrible estoy! —chillé. Escuché a mi primo reír. Lavé mi cara, cepillé mis dientes y recogí mi cabello. Sonreí al ver la nueva imagen—. Mucho mejor.
—Stefy. —Me llamó mientras veía televisión—. Ahora que recuerdo, hoy es domingo, ¿en dónde comprarás café? —preguntó,
—¿Se te olvida que vivo al lado de una cafetería? —inquirí—. Y hoy es sábado, primo. ¿En qué mundo andas?
—Oh, cierto —susurró—. Bueno, ve rápido —dijo y luego sonrió.
Tomé el monedero y las llaves para bajar. Esperé a que el ascensor se abriera pero tardaba demasiado. Opté por las escaleras, teniendo en cuenta que tardaría más por allí. Por milagro del cielo, el ascensor se abrió antes que comenzara a bajar. Sin duda alguna, lo tomé. Cuando hube llegado a planta baja, vi al vigilante mirándome sonriente.
—Buenos días, señorita Martínez —saludó con alegría.
—Igualmente para usted, señor Iván —le respondí al salir.
La cafetería estaba abarrotada. Había una cola inmensa, y el solo hecho de tener que hacerla me hacía sentir peor. Solo para calmar el dolor, susurró el subconsciente. De pronto, recordé vagamente una conversación, mas no me llegaba el rostro de la persona. Muchas interrogantes llegaron a mi mente muy rápido. Como si el dolor de cabeza no fuera suficiente para hacerme reventar.
Cuando la fila avanzó un tanto por ciento, me percaté de la presencia de un chico bastante atractivo en uno de los mesones. Estaba enfocado en su celular, y por las expresiones de su rostro, parecía estar molesto.
—¿Tendrá novia? —me pregunté a mí misma.
Quién sabe.
—No creo que esté soltero. Digo, con semejante atractivo, ¿quién no se fijaría en él?
De pronto, alguien se aclaró la garganta, llamando mi atención por completo. Apenada, miré al cajero, quien, como de costumbre, me dedicó una sonrisa. —Buenos días, Stefy ¿qué te apetece en un día como hoy? —me preguntó.
—Buenos días, Nachito —él sonrió—. Ya sabes, un Café Moca para Marco y el mío...
—Un Caramelo Macchiato —continuó él, sin dejar de sonreír; asentí—. ¿Efectivo o punto?
—¿Qué clase de pregunta es esa, Nacho? —reímos al unísono.
—Preguntas de rigor, cariño —contestó mientras manejaba el dispositivo. Minutos después, ya había cancelado mi pedido—. ¿Vendrás mañana?
—Como todos los días, cariño —contesté con una sonrisa. Él también sonrió, y pude notar que sus mejillas se habían enrojecido—. Hasta mañana, Nachito —besé su cachete, despidiéndome.
Metí el monedero en el bolsillo de mi suéter y tomé los dos vasos con libertad. Intentaba recordar lo que había sucedido en la fiesta, o al menos, la conversación que tuve con cierta persona. El resultado fue nulo.
Cuando caminaba hacia la puerta de salida, sentí el café caerse sobre mí.
Había tropezado con alguien.
Típico de mí.
—Mira que si eres idio...—chillé pero me quedé callada al ver de quien se trataba.
—Perdona, en serio, no fue mi intención —se disculpó—. De verdad, te pido disculpas. Ha sido torpeza mía —habló rápido.
—N-n-no te preocupes, la que venía distraída era yo —tartamudeé.
¡Genial! Lo que me faltaba.
—No, espera.
—¿Qué sucede?
—No puedo dejarte ir así, déjame reponerte el café por lo menos —me dijo.
—No hace falta, de verdad —le respondí.
—¿Como qué no? Déjame reponerlo, por favor. He sido el responsable —lo miré por un rato. En sus ojos pude ver la culpabilidad.
Aquellos ojos... Dios... Eran impenetrables. El hecho de mirarle, me hacía perder la noción del tiempo y el espacio. Me limité a asentir con la cabeza, que, por cierto, me estaba dando vueltas. Cuando él regresó con otro vaso de café, me lo entregó amable y se disculpó nuevamente.
Decidió acompañarme hasta la salida y allí conversamos un rato.
—No hay nada que disculpar —insistí—, fuiste un caballero al enmendarlo. Eso no lo hace cualquiera.
—Sí, pues...
—¿Vives por aquí? Nunca te había visto en la cafetería.
—¿Siempre vienes? —asentí—. Es extraño, yo tampoco te había visto antes.
—No me has respondido lo que te pregunté.
—Oh... La verdad, sí. Vivo en el edificio que está al lado —disimulé una sonrisa victoriosa al escuchar aquello—. ¿Y tú?
—Yo no creo en las casualidades, y, por ende, no creo que esto lo sea, pero yo también vivo en ese edificio.
—¿Me estás vacilando?
Negué riendo.
—Bien, entonces nos veremos luego si es que no vivimos en el mismo piso —sonrió.
—Eso sería digno de recordar —reímos.
—Bueno linda, nos vemos luego, ¿te parece? —asentí. Lo que no me esperé fue el beso que depositó en mi mejilla, antes de despedirse.
Y allí quedé como tonta enamorada.
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Bonita forma de llamar la atención, Stefanía.
Mordí mi labio, al imaginarme los suyos besándome—. No, no, no. Estás delirando, ya. Debes comer algo —susurré mientras subía al apartamento.
El señor Iván me abrió rápidamente al ver que traía dos vasos de café en mano. Subí un tanto apresurada, pero con cuidado de no volver a tropezar. Reí por lo bajo al recordar lo que acababa de ocurrir. Nunca había visto a un chico como él. La verdad es que estaba demasiado bueno, más que el mismo pan.
—Marco ábreme —grité—. Estos cafés están demasiado calientes —lo escuché reír—. Apúrate, me estoy quemando las manos.
—¡Voy, voy! —exclamó riendo. Al abrirme, tomó uno de los vasos. Entré y él me siguió luego de cerrar la puerta—. En la barra, está tu desayuno.
—¿Has comido ya? —pregunté.
—Sí, bueno, solo una que se me quemó —reí burlándome—. Esperaba que llegaras para comer contigo.
—Gracias, Marco, pero no era necesario.
—Claro que sí, no quiero ser malagradecido. Has hecho mucho al dejarme quedarme aquí en tu casa. Por lo mínimo, debía ayudarte en algo.
—Bueno, si es por eso, tú también has hecho bastante al soportarme anoche mientras estaba ebria —rió—. Además, eres mi primo y mejor amigo. No te iba a dejar morir, lo sabes.
—Sí, lo sé. Me queda claro que siempre podré contar contigo.
—Por supuesto que sí —le dije sonriente—. Me iré a dar un baño y vuelvo para comer.
—Está bien, estaré viendo tv en la sala —me dijo.
—Claro, estás en tu casa —respondí y me retiré.
Tomé algo de ropa cómoda, la toalla y mi iPhone para conectarlo a las cornetas de mi laptop. Subí el volumen lo más que pude y me dediqué a escuchar cada canción, tararearla si era posible. De pronto, Saturn de Sleeping At Last, invadió la habitación. Aquella melodía era perfecta. Justo la que necesitaba.
Pero fue con Your Lover de Micro TDH, que pude recordar con exactitud lo que había sucedido en la fiesta de fin de curso. El reencuentro inesperado con Mauricio, el beso, luego Christian, y, para cerrar con broche de oro, el espectáculo de Alexandra. Para rematar, el recuerdo de la conversación con mi flamante ex, me retumbó la cabeza.
Tarareaba la canción al mismo tiempo que las gotas de agua caían sobre mí, provocando contracción en mis músculos. Tenía el cuerpo pesado y el dolor de cabeza se había aligerado solo un poco. Darme esa ducha me fue de gran ayuda.
—Me siento como nueva —manifesté al salir a la sala.
Mi primo sonrió. —Te ves mucho mejor, ¿te ha ayudado la ducha? —asentí sonriente—. Bueno, vamos a comer. Ya es casi la una. —explicó.
—Vale, no hay lío. ¿Y mis panquecas? —pregunté.
—Te las he guardado en el microondas. Para que te las comas luego, si quieres.
—Marco haces demasiado por mí.
—Bueno, si quieres no hago más nada —replicó—. Aunque, no creo que eso sea posible. Digo, tu vida depende de mí.
—No seas ridículo.
Pasamos toda la tarde hablando sobre lo ocurrido en la fiesta. No me podía enojar con él, sabía que todo lo que hacía era por mi bien y porque me quiere mucho. Y si, tiene razón, es un muy buen amigo, no sé cómo antes no me daba cuenta de eso.
Pero por desgracia, se dio cuenta de mi actitud cuando volví de la cafetería. De la sonrisa de idiota que traía.
—Ahora que recuerdo, cuando regresaste de la cafetería tenías una sonrisa tremenda. ¿A quién viste por ahí? —preguntó, levantando las cejas varias veces.
—¡Tú sí que me conoces! —exclamé—. Creí que no te darías cuenta.
—Por supuesto, ¿no nos la pasamos juntos todo el tiempo? El colmo es que no te conociera. Pero ya, cuéntame, ¿Qué fue lo que te pasó? De por si tardaste mucho.
—Sí, pues, me distraje.
—Típico de ti, pero no creo que tardaras tanto solo por distracción. A ti te pasó algo en la cafetería y no me quieres contar.
El momento en que mis ojos encontraron los suyos, llegó a mi mente y no pude evitar ruborizarme. Marco se mantenía expectante, y yo me rehusaba a hablar. Sabía que se burlaría si le decía que había chocado con alguien.
—Bueno, en resumen, cuando estaba esperando que me atendieran, vi a un chamo demasiado bello, Marco. Y está más bueno que las hamburguesas de ayer —viró los ojos—. En fin, pedí los cafés, me los entregaron, y de camino a la salida... tropecé con alguien —mi primo estalló en risas—. Estúpido, no te rías, no es gracioso.
—¿Con quién chocaste, Stefanía? —me preguntó riéndose.
—¿Con quién crees tú? —pregunté rodando los ojos. Él se asombró al captar la respuesta y llevó su mano a la frente.
—¿Cómo puedes ser tan despistada en la vida? ¿Qué le dijiste? —cuestionó, y obvio le conté todo tal cual había sucedido, mientras que él no hacía más que reírse—. Solo a ti te pasan esas cosas, Stefanía, de pana. De hecho, no sé ni porque me sorprendo, es tan común en ti.
—Bueno ya, deja de reírte —le dije—. Lo mejor de todo es que vive en este edificio. Imagínate que su apartamento esté en este mismo piso, Marco —susurré.
—¿Por qué hablas en susurros?
—Porque nunca sabes quién está escuchando.
—En fin, ¿y si te lo vuelves a encontrar? —inquirió—. No me quiero imaginar tu reacción.
—¿Te confieso algo? Me gustaría verlo de nuevo —admití—. Es un caballero, parece un príncipe.
—¿Y como se llama?
—Ahora que me lo preguntas, él no me dijo su nombre —contesté, dubitativa—. Pero lo voy a averiguar, tenlo por seguro.
—Ya te veo enamorada de ese chamo.
Le lancé una mirada envenenada. —Yo no soy así, no exageres.
El teléfono sonó, interrumpiendo la conversación. Era Alexandra. Enseguida atendí la llamada. —Hola, señorita.
—Hola, ponquesito.
—Sobreviviste.
—De no ser por ti, habría amanecido en un motel con tres sádicos hombres, así que te debo una, amiga.
—No hay de qué, para eso estamos —repliqué—. ¿Recordaste todo?
—Sí. Y estoy convencida de que Cristóbal tuvo que ver.
—Allí no puedo hacer nada, pero te sugiero que lo averigües mejor.
—Mañana temprano me paso por tu casa, quiero salir de este encierro.
—No hay problema, te espero.
—Ok. Te dejo, amiga, voy a comer —se despidió y colgó sin siquiera esperar una respuesta. Ignoré eso y retomé la charla con mi primo.
—Se me acaba de ocurrir una idea —susurré.
—¿Qué? ¿Lo buscarás?
—No seas imbécil, no se trata de eso —respondí. Él solo reprimía una carcajada, lo conocía perfectamente—. ¿Y si pasas el resto del fin de semana aquí? No creo que mi tío se vaya a molestar. Y no hables de Abigail porque sabes que no me interesa —agregué rápidamente.
—Me parece genial la idea, déjame llamar a mi papá para pedirle permiso —asentí.
Lo escuché hablando por teléfono, y parecía molesto. Seguramente era la bruja de su madrastra diciéndole que no. —Pásame a mi papá —dijo, tajante—. Tú no eres mi madre, no tengo porque obedecer tus ordenes, Maléfica.
Reprimí una carcajada solo porque me pidió que hiciera silencio. —Te pasaré a Stefy, papá. Ella misma te dirá que haremos.
—Hola, tío, bendición.
—Dios te bendiga, ¿cómo te portas?
—Como lo que soy, tío, un pan dulce —él rió—. Escucha, sé que Cruella De Vil me odia y por eso no quiere que Marco se quede aquí, pero te aseguro que no estaremos haciendo nada anormal. Lo devolveré sano y salvo, sin tatuajes ni perforaciones. Veremos películas, y quizá salgamos a comer por fuera.
—Yo tengo la plena seguridad de que será así, sobrina, no te preocupes. Por mí, él puede pasar sus vacaciones contigo. Tú eres su única familia aquí en Caracas y él te quiere como una hermana.
—¿Y qué pasará con Cruella?
—Ustedes diviértanse, yo me haré cargo de ella.
—Como usted diga, capitán —él rió—. Bueno, te dejo. Un abrazo grande, tío —dicho eso, colgué—. Me dijo que sí, que no había problema —chocamos las manos, y reímos.
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Aquellos preciosos ojos no se borraban de mi cabeza. Eran tan profundos como el océano mismo. Estaba tan concentrada en él. La verdad, era demasiado perfecto para ser real. Seguramente lo habían sacado de uno de esos cuentos de Disney. ¿Qué pasaría si nos encontramos de nuevo?
—Tierra a Stefanía —dijo Marco, agitando sus manos de un lado a otro. Lo miraba confusa—. Aterriza, chica, bájate de esa nube.
—Lo siento, es que... ¿Qué me decías?
—Nada, Stefanía, no te sigo contando más nada —replicó, se había molestado.
—¿Pero que hice? —pregunté inocente.
—Te estoy contando lo que pasó anoche con Valentina, y tú estás pensando en quien sabe qué cosa —refunfuñó.
—Perdóname, es que pensaba en lo que íbamos a comer esta noche —mentí, pero él me conocía. Sabía que no era cierto.
—Ajá, y yo soy Lionel Messi —objetó, con evidente sarcasmo—. Admítelo, Stefanía.
—No sé de qué hablas.
—Ay, por favor, no seas ridícula y reconoce que tu mente navegaba en un mundo surrealista junto al príncipe sin nombre.
—Y luego yo soy la ridícula.
—¿Lo vas a admitir o no?
—...
—Bien, como quieras.
—¡Está bien, Marco! ¡Ganaste! Sí, pensaba en él, ¿y qué? —él rompió a reír—. ¿Qué es lo que te causa gracia?
—Nada, solo me gusta hacerte molestar. Tú puedes pensar en quien quieras.
—Bien, Marco, te la comiste.
Me fui molesta hacia mi habitación. Algunas veces amaba que mi primo fuera el único que me conociera tan bien, pero en ocasiones como estas, lo odiaba.
Intentaba sacarme de la mente el suceso de esta mañana, pero no podía. Se quedó tan grabado como mi reputación de despistada. Y él, tan caballeroso, tan perfecto, tan apuesto, enmendó el error y me repuso el café derramado. Pero más allá de eso, lo que me dejó anonadada fue su forma de despedirse de mí.
—Estaba pensando en que deberíamos ir a comer hamburguesas esta noche, si quieres claro —me dijo Marco, entrando a la habitación de un momento a otro—. ¿Sigues molesta conmigo?
—¿Qué dices? Claro que no. Si con alguien debo molestarme, es conmigo misma.
—¿Por qué dices eso? —pregunta sentándose a un lado en la cama—. ¿Qué ocurre?
—Es que desde ahora intento sacarme a ese chamo de la cabeza, y no he podido, Marco. No sé qué me pasa, pero no puedo quitarme su mirada de la mente. Es como si cupido fuese acertado por primera vez en la vida y me flechó con la persona ideal.
—Te entiendo, pero no te ilusiones. Solo lo has visto una vez.
—Y eso es lo peor del caso, Marco.
—Tranquila, Stefy. Si es para ti, ni que te quites.
—Tienes razón.
Se pronunció un silencio incómodo en la habitación. Uno que otro suspiro salía de mí. Estaba hastiada de la situación. Todo el tiempo era lo mismo. Siempre fracasaba en temas de amor. Me aburría estar así.
—¿Qué hora es? —pregunté para romper el hielo.
—Seis de la tarde —respondió.
—Pediré unas hamburguesas para cenar.
—¿A domicilio?
—Obvio, el carro está accidentado, no tiene gasolina —contesté. Ambos reímos recordando la penosa situación de ayer en el sótano.
Tomé mi celular y busqué el número de Mauricio en mi directorio. Al ver que aún lo conservaba, sonreí. Solo esperaba que él mantuviera la misma línea. Me daba pánico pensar lo contrario. Imagínate, que pena que conteste otro tipo.
Sin pensarlo dos veces, lo llamé. —¿Qué demonios estás haciendo?
—Calla y observa.
Uno...
Dos...
Tres...
—¿Hola? —escuché su voz y sentí una corriente eléctrica—. ¿Quién habla?
—Hola, soy yo, Stefanía. Estoy llamando para invitarte a comer unas hamburguesas aquí en casa. Si no tienes planes, claro. De lo contrario, podemos cuadrar para otro día y...
—Me parece bien, ¿qué hace falta? No quiero llegar con las manos vacías.
—Trae lo que puedas.
—Está bien, ¿a qué hora?
—En quince minutos, ¿puedes?
—Claro, voy saliendo para allá —dijo y colgó.
Si las miradas mataran, yo ya estuviera en el subsuelo. Marco me tenía la vista fija, asombrado de lo que había dicho y hecho. Pero no le di importancia. Tal vez, si intentaba mejorar mi relación con Mauricio, podría existir al menos una linda amistad.
—¿Se puede saber qué hiciste? —me reclamó mi primo.
—¿Hice algo malo? Solo lo invité a comer como amigos —él me miró fijamente—. De verdad, ha sido en plan de amigos. No pienso volver con él, te lo aseguro.
—Más te vale, con lo que me contaste que te hizo, te mataría si vuelves con ese tipo —alcé una ceja—. Ya sabes, ni lo pienses.
—Está bien, tranquilo. Tampoco está en mis planes volver con él —aseguré—. ¿Llamaste para pedir las hamburguesas?
—Sí, le escribí a un pana. Él trabaja en un local de comida rápida por las noches y... Lo cierto es que ya las pedí, con todo incluido. Tal como te gustan —sonrió.
—Sí, tal cual me gustan —afirmé—. ¿Puedes bajar a comprar una Coca – Cola? O mejor que sean dos, y guardamos una para el almuerzo de mañana —asintió—. En mi monedero está el dinero —dije. Mi celular sonó, era un texto de Mauricio.
Llevaré unos refrescos para no llegar con las manos vacías.
Enseguida le respondí: Ah, perfecto. Yo iba a comprarlos.
No, no. Ni lo pienses. Ya yo los llevo aquí. —M.L.
—Ya no compres nada, Mauricio los traerá.
—¿En serio? —preguntó. Asentí—. Eso es una señal.
—¡No seas idiota, Marco! —chillé—. Con él no voy a tener más que una amistad.
—¿Para qué, Stefanía? ¿De qué te servirá? ¿Qué pretendes con todo esto? —cuestionó molesto—. ¿Usarás a tu ex para olvidar a un chamo que recién conociste hoy?
—Ay no seas imbécil, por favor, eso no es así.
—No mientas, te conozco.
—Piensa lo que quieras.
Me fui a cambiar de ropa antes que Mauricio llegara. Entre tanto pensar que vestir, me di cuenta de que no tenía sentido llamar su atención. Con él ya no lo valía. Por lo que solo tomé un suéter del perchero y me lo coloqué encima de mi camiseta de dormir. Y en lugar del short, un pantalón de mezclilla. Solté mi cabello, y lo despeiné solo un poco.
Total. Él ya no tenía chance conmigo. Sus palabras y acciones perdieron efecto luego de descubrir la clase de persona que era y lo que había hecho. ¡Todo por un simple auto!
Llamaron de vigilancia para anunciar su llegada, y en cuestiones de segundos, tocaron la puerta. No sé porque me puse nerviosa. Parecía idiota. No debía actuar de esta manera.
Es tu ex, y se supone que solo serán amigos.
—Seguro es él, anda a abrirle —me dijo Marco.
—¿Qué? ¡No! ¡Me da una pena! —exclamé.
—No seas ridícula, Stefanía, tú lo invitaste así que ve y abre esa puerta —dijo en tono mandón.
—Está bien —mascullé.
Al abrirla, me topé con su mirada sobre mí. Ese era el hombre que me había enamorado hace cinco años atrás. Suspiré mientras lo miraba de pies a cabeza, analizándolo detalladamente.
—Hola —me limité a decir luego de un rato—. Bienvenido, pasa adelante.
—Gracias —respondió apenado—. Toma los refrescos antes de que se me olvide.
—Siéntate, ¿quieres algo de tomar? ¿Agua? ¿Jugo?
—Un poco de agua, por favor —asentí. Tomé los refrescos y los guardé en el refrigerador—. Es muy lindo tu departamento, Stefy —comentó desde la sala.
—Gracias, puedes venir cuando quieras —dije.
Estaba consciente del significado de mis palabras. Marco solo me miraba atento, y antes que pudiera decirme algo, el timbre sonó.
—¿Esperamos a alguien más? —me preguntó mi primo.
—Sí, una invitada especial —contesté al instante. Fui a abrir la puerta y al ver a Valentina, la saludé en voz alta. Esperaba que Marco no se molestara— ¡Hola, Valen! ¡Qué gusto verte! ¿Cómo estás? ¡Pasa adelante, bienvenida! ¡Toma asiento! —ella, sonriente, aceptó y se sentó.
Marco me esperaba en la cocina, sorprendido, más bien, avergonzado.
—¿Te has vuelto loca? ¿Por qué no me dijiste que vendría? —preguntó—. Al menos me habría arreglado un poco más.
—Ay, Marco, cálmate. Ella aceptó venir por ti, no por mí. Así que tranquilízate y se un caballero... Estás a tiempo de cambiarte, aun no llega la comida.
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La noche la pasamos genial. Todo fue de diez. Aunque los de las hamburguesas nos dejaron mal, nos dispusimos a prepararlas por cuenta propia y salieron mucho mejor de lo que esperábamos.
Cenamos y decidimos preparar unas cotufas. Nos pusimos a ver "Harry Potter y las reliquias de la muerte – parte 2", a petición de Valentina que aún no la había visto. Tanto ella como Marco, se veían enamorados. Durante la película, ambos estuvieron muy abrazados, gesto que me pareció de lo más tierno.
Al finalizar la película, nos levantamos del suelo para sentarnos en el sofá. A excepción de Valentina que se puso de pie enseguida. —Chicos, gracias, de verdad. Estuvo genial todo— dijo.
—¿Qué? ¿Te irás a esta hora? Son las 11 de la noche —le respondió mi primo, con cierta preocupación.
—Yo mejor dejaré que hablen solos —murmuré para luego acercarme a mi ex, que me esperaba en el sofá. Me senté a su lado. —¿Está todo bien? Digo no has dicho nada desde que terminó la película.
Él me miró fijamente. —Nunca me dijiste de que va todo esto —soltó—. ¿Acaso quieres que...
—Quiero que intentemos tener una relación de amigos —murmuré—. Sé que es difícil, después de todo lo que pasó y...
—Pero es que yo no quiero que seamos solo amigos, Stefanía, lo sabes —me interrumpió.
—Creí que todo estaba claro.
—Lo está, pero créeme que ya no será igual, yo he cambiado, te lo juro —me dijo tomando mi rostro entre sus manos—. Dame una última oportunidad y te prometo que todo saldrá bien entre nosotros.
—¿Te parece si me dejas pensarlo al menos por esta noche? —pregunté.
Parecía desilusionado, pero aceptó mi petición.
—Entiende que para mí no es fácil.
—Seguramente para mí sí lo es.
—Mauricio, por favor...
—Déjalo ya, Stefanía. Te daré el tiempo que necesites para que lo pienses bien. Si quieres, podemos ser amigos, pero quisiera, medites bien lo que te estoy pidiendo.
—Lo pensaré, te lo prometo —dije.
—No lo prometas, solo hazlo.
Vi de lejos que Marco y Valentina se estaban besando, por lo que me sentí incomoda. Me iba a levantar, pero mi compañero lo notó y me tomó el brazo, obligándome a mirarlo. De pronto, nos quedamos a milímetros.
—Yo nunca dejé de amarte, Stefanía —confesó.
—Me hiciste mucho daño, Juan. Para mí no fue fácil superarlo.
—Y me arrepiento, créeme. Desde que terminamos, me he sentido pésimo. Porque fui culpable, yo no debí lastimarte ni jugar contigo así, mientras tú ibas en serio —desvié la mirada—. Mírame a la cara, y dime que ya no me amas. Dime que ya no sientes nada por mí, y te aseguro que te dejaré en paz.
—Ni siquiera sé que siento justo ahora —murmuré—. Pero te aseguro algo, aclararé mis sentimientos y te daré una respuesta pronto —prometí. Él asintió.
—Bien, debo irme —bajé la mirada—. ¿Valentina te irás? Te puedo llevar si quieres —le ofreció.
—Oh, perfecto, gracias — respondió ella. Cada quien se despidió y luego de que ellos se retiraran, Marco y yo nos quedamos mirando.
—¿Qué demonios pasó? —preguntó.
—Pasa que ya tienes novia, primo —respondí, sonriente.
Reímos por todo lo que había ocurrido en tan solo un día. Era increíble la conexión que teníamos. Nos llevábamos muy bien. Por ello, éramos mejores amigos. Ambos fuimos a nuestras respectivas habitaciones luego de recoger todo y despedirnos para dormir.
Y allí fue donde comenzó el problema. No pude dormir nada en toda la noche. Conecté los auriculares a mi iPhone y coloqué un poco de música para relajarme y concentrarme en mi objetivo: aclarar mis sentimientos. Debía hacerlo. Era lo correcto.
Busqué en la lista de reproducción alguna que me sirviera y encontré Bad Blood de Sleeping At Last. Mantenía la mirada fija en el techo de la habitación. ¿Qué iba a hacer con mi vida? ¿Estaba en lo correcto si aceptaba darle una oportunidad a mi exnovio? No, no podía aceptar tal cosa. No me iba a permitir que jugara de nuevo con mis sentimientos. Mucho menos cuando lo había superado todo. Recordé, de pronto, el día que descubrí su traición.
Estaba en el colegio, esperando que llegara por mí. Le había mandado cientos de mensajes, pero no respondía. Le llamaba y no atendía. ¿Dónde se habría metido? ¿Y si estaba en peligro? ¿Qué tal si le había ocurrido algo? ¡Dios! Me mataba la desesperación. Comenzaba a llover y yo permanecía dentro del colegio, esperándolo a él. De pronto, me llegó un mensaje de texto de Melanie, invitándome a una fiesta que se daría en la noche en casa de Brandon. Estaba insegura en cuanto a la respuesta, pero acepté ir. Total, era viernes. Miraba el reloj que cada vez avanzaba, y él no llegaba. Me estaba preocupando. Decidí tomar mi camino y, al llegar al edificio, me dirigí a su apartamento. Tal vez estaba enfermo. ¡Pero me lo habría dicho! ¿Y si me estaba engañando con otra? Tomé el rumbo hacia el mío que estaba tres pisos más arriba y llamé directamente a su casa.
—¿Hola? ¿Se encuentra Mauricio?
—¿Quién habla? —reconocí la voz de su hermana.
—¿Amanda? Soy yo, Stefanía. ¿Está tu hermano en la casa?
—Creí que había ido a buscarte. Él salió hace una hora de aquí.
—¿Qué? Pero si nunca llegó al colegio.
—¿Lo llamaste? ¿Le escribiste?
—Claro, por supuesto, pero nunca respondió.
—Seguramente se ha descargado su celular —me dijo—. Si llega le diré que se comunique contigo. ¿De acuerdo?
—Está bien —acepté resignada.
Aquella tarde me dediqué a hacer los deberes del colegio. Pero no podía evitar mirar el teléfono a cada minuto, esperando la llamada de mi novio. Parecía idiota. Almorcé sola, como de costumbre, ya que mis padres estaban trabajando y luego limpié la casa antes que llegaran.
De momento, un mensaje llegó a mi celular. Lo abrí y era él. Baja, por favor. Te extraño. Quiero verte. Leí el mensaje como diez veces seguidas para cerciorarme de que estaba en lo cierto. ¿Acaso me creía idiota? No me buscó al colegio, y tampoco atendía mis llamadas. ¿Ahora me escribe diciendo que me extraña? Este tipo estaba mal, definitivamente.
Bajé rápidamente y noté que la puerta estaba semi-abierta. Se escuchaban unas voces masculinas riendo y gritando. Estuve a punto de entrar hasta que escuché lo que me hizo despertar de la fantasía que estaba viviendo. "Stefanía no es más que una apuesta, ya saben. Todo es por Claire." Era él quien lo había dicho. Gemí y con valor, sacado de no sé dónde, entré. Él, y todos los presentes, me vieron asombrados.
Antes de hablar, le propiné una fuerte bofetada. —De eso se trató todo esto, ¿no? ¡Una maldita y asquerosa apuesta! ¿Qué, creías qué nunca me iba a enterar? —pregunté entre llanto. Él me miraba en silencio, lo que me obligó a marcharme de aquel lugar.
—¡Stefanía! ¡Espérate, por favor! ¡Te lo puedo explicar! —me detuvo.
—¿Explicar? ¿Explicarme qué? ¡Ya escuché lo suficiente! —chillé—. No soy una bruta para entender lo que estabas diciéndole a tus amigos.
Nuevamente estaba sumida en llanto. Me quedé dormida, por fin. Pero la música seguía allí. Haciéndome recordar todo lo que me había lastimado.
¡@stefanygabriela! Muy bueno el contenido, sigue asi!
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