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Al abrir los ojos, me encontré en el Parque Boyacá. El brillo de aquel lugar era indescriptible. Estaba soñando, eso era seguro. Corría, entre cientos de árboles, angustiada por encontrar a José Miguel, quien me esperaba en algún lugar del parque.
Agitada, caí al suelo de rodillas. No sé si estaba desvariando cuando su melodiosa voz pronunció mi nombre. Sin embargo, mantuve mis ojos cerrados. Me llamó de nuevo, e insistió en que me levantara del suelo. Cuando ya estuve calmada, abrí los ojos para verle. —Me he perdido entre tantos árboles, ¿cómo es que me encontraste?
—Eso ya no importa —. Vamos a dar un paseo, ¿quieres? Aterrada, asentí con la cabeza. Sus gestos no eran para nada amables. De pronto nos detuvimos en el mismo lugar donde nos encontramos. Sin darme cuenta, le dimos una vuelta completa al parque. Fue, al detenernos, que él tocó el tema en cuestión.
—Te cité aquí no para hablar de cualquier cosa sino de algo que, desde hace meses, me trae bastante intrigado —le miré atenta. Él se sentó en la grama, y me invitó a hacer lo mismo. Dudosa, le imité, sin dejar de mirarle—. Verás, Stefanía, yo quiero que tú me digas la verdad. —No entiendo, ¿de qué hablas?
—No te hagas, sabes bien de que hablo —Negué, una vez más. Sus manos sostenían mi rostro. Podía sentir su aliento mezclarse con el mío—. Mira, hace meses que estoy enamorado de ti, y pues quiero…—Hizo silencio—. No, más bien, me urge saber si tú sientes lo mismo.
Quedé helada ante semejante declaración. No tenía las palabras adecuadas para responder aquello. Cuando por fin me dispuse a hacerlo, la oscuridad se interpuso, abriendo paso a la realidad. Somnolienta, me removí en la cama de un lado a otro. Ya estaba cansada de esa situación. Las pesadillas parecían una señal. Y es lo que quería averiguar.
—¿Stefanía? ¿Estás bien? —me preguntó alguien—. Epa, despiértate, es tarde. ¿no tenías la cita hoy con este chico? —mis ojos se salieron de sus orbitas al escuchar aquello. Le miré al instante.
Llevé mis manos a la cabeza. —Ay Dios, si es cierto. ¿Qué hora es?
—Faltan 15 minutos para las nueve —respondió—. A menos que te des prisa, no llegarás nunca.
—Gracias por el apoyo, amiga —respondí.
Con prisa, tomé una ducha. Tomé algo ligero para vestirme, pues el sol decidió brillar con fuerzas aquella mañana. De lejos, noté su perfecta anatomía en uno de los mesones cercanos a la entrada. —Actúa normal —me dije en voz alta, antes de acercarme a la mesa.
Él despegó su vista del celular para ver quien estaba frente a él. Al verme, el fulgor de sus ojos se hizo más intenso. —Hola —me saludó. Su perfecta sonrisa hizo acto de presencia—, ¿cómo estás?
Me acerqué y besé su mejilla, tomándolo desprevenido. —Yo estoy bien. ¿Y tú?
—Te noto nerviosa, ¿segura que estás bien? —curioseó, con una amplia sonrisa en su rostro.
—Sí, por supuesto que estoy bien —Me apresuré a contestar—. ¿Por qué estaría nerviosa?
—Te has quedado dormida, ¿no es así? —preguntó en un susurro. Su sonrisa permanecía allí.
—Claro que no —repuse al cabo de unos minutos. Él, divertido, asintió. Podría jurar que no creyó semejante mentira. Sus ojos irradiaban pasión y alegría por doquier. Y sus labios... ¡Dios! ¡Enfócate, Stefanía! Esto debe ser un delito. No se puede ser tan deseable en la vida. ¿O sí? ¿Y qué decir de su mirada? ¡Dios santo! La profundidad de la misma, no se igualaba a nada.
El silencio que se pronunció a continuación fue bastante incómodo. Ninguno de los dos decía ni hacía nada. Me las apañé para romperlo.
—Y dime algo, querido amigo —comencé a hablar. Él me miró con total atención—. ¿A qué se debe esto? Me refiero al motivo. No respondió, por lo que me atreví a insistir: —¿No me dirás?
Bufó. —No hay algún motivo especial, cariño, es una salida de amigos nada más —contestó, con calma—. ¿Era esa tu duda? —Asentí.
Si medía la distancia que separaba su rostro del mío, no llegaría ni al centímetro exacto. Me iba a besar, estaba segura de eso. De pronto sentí mi estómago pesado, y desconocía el motivo. Aunado a ello, mi respiración se volvió superficial y agitada.
—Stefanía, ¿estás bien? —preguntó, preocupado.
Me limité a observarle. Cerré mis ojos para pasar el malestar que sentía en el estómago. —Estoy bien —mentí.
—¡Sí, claro! De ser así, no parecerías un fantasma, ¿viste un muerto o qué? —cuestionó. Su elevado tono de voz captó mi atención de inmediato. En las pocas semanas que teníamos conociéndonos, nunca le noté tan… ¿alterado?
—Es probable que yo sea uno —respondí, él se mantenía serio—. Te noto molesto, ¿por qué el repentino cambio de humor? ¿Hice algo mal?
Su semblante volvió a la normalidad. Tomó mi rostro entre sus manos, obligándome a mirarle. —Stefy, mírame, por favor —rogó con voz suave. Su belleza aturdía mi mente. No podía verle sin perderme en sus magníficos ojos color avellana—. No has hecho nada malo, despreocupate. ¿Cómo podría enfadarme contigo? ¡Es imposible!
Requería de unos minutos a solas para procesar la información. —Ya vuelvo, espérame aquí —Me levanté y encaminé hacia el baño. Una vez dentro, pude pensar con claridad. Minutos más tarde, me encontraba de vuelta en la mesa donde él me esperaba. Concentrado en su teléfono celular, tal como el día que le conocí. Levantó su mirada para verme.
La silla que minutos antes ocupé, se encontraba ahora a su lado. Interrogantes invadieron mi cabeza, mas no presté atención a ninguna de ellas.
—Qué bueno que estés aquí de nuevo, pensé que no regresarías —confesó. Me sentí culpable por dejarle allí sin explicación—. ¿Te ha molestado algo en particular?
—Para nada. La verdad es que no me fui, estaba en el baño. Ya sabes, retocando la imagen —Él sonrió.
—Qué bueno, creí que… Nada —hay algo que me gustaría intentar.
—¿Sí? Cuéntame, ¿de qué trata? ¿Y cómo puedo ayudarte? —Con sus manos, tomó mi cabeza, de nuevo. Me acercó a él un poco más.
Le vi vacilar, y para serles bien sincera, la forma en que lo hizo no parecía nada humano. Ningún hombre vacilaría como él, antes de besar a una dama.
Se detuvo, indeciso, por unos segundos. Acto seguido, sus labios presionaron muy suavemente los míos. No obstante, mi reacción fue algo que ninguno de los dos se esperó, pues, con la sangre hirviente, lo atraje hacia mí. Rodeé su cuello con mis brazos, y, de forma simultánea, él me pegó más a su cuerpo. Mantuve los labios entreabiertos de modo que pudiese respirar su aliento embriagador.
Minutos después, sus manos, con gentileza y fuerza a la vez, me apartaron de su divino rostro. Abrí los ojos, poco a poco, y vi su expresión vigilante.
—Ay, por Dios… —Bajé la mirada y jugué con mi cabello como si nada. Intentaba procesar lo ocurrido. Alcé la vista, para ver su expresión. Noté, pues, que sus ojos brillaban como nunca. La picardía se apoderó de él, pues una sonrisa traviesa se formó en sus deseables labios.
Me aturdía estar tan cerca de su rostro.
—Seguro piensas que estoy loca —susurré, luego de reaccionar.
—¿Perdón? —cuestionó.
—Nada, nada. —murmuré—. Son cosas mías, estoy bien —Él me miró, para nada convencido de mis palabras—. No me mires así.
Sonrió, se disculpó, y luego agregó: —¿Cómo te sientes ahora? ¿Estás mejor? —le miré. La confusión era evidente—. ¿O el beso te ha debilitado un poco más?
El desenfado yacía en su angelical rostro. Por unos instantes, juré que se trataba de un sueño. De ser así, no despertaría jamás. José Miguel era muy diferente a todos los chicos que conocía. Esto, por supuesto, daba pie a que enloqueciera aun más por él.
—No estoy segura, aún sigo medio lenta —conseguí responderle—. Creo que es un poco de ambas cosas.
—Deberías comer algo.
—Sí, es lo mejor —coincidí. Mi estómago rugió como león feroz—. Ahora que recuerdo, no he desayunado.
—Con más razón todavía —llamó al mesero e hizo un pedido que yo consideré exagerado. ¿Acaso me creía una Pensé en rechazar semejante cantidad de comida, sin embargo, lo consideré descortés, por cuanto desistí de esa absurda idea. Además, el hambre no me ayudaba a pensar con coherencia.
—¿Irás al curso de inglés esta tarde? —Lo miré asombrada—Me has dicho que estás viendo clases de inglés, ¿no?
—Oh, sí, es cierto —murmuré. Me sorprendió que lo recordara. Me di cuenta de que, en verdad, prestaba atención cuando le hablaba—. Pues sí, aunque no tengo ánimos de ir —confesé—. De todos modos, Marco cuenta con que le buscaré al salir de sus clases de música.
—¿Y eso es un problema? —Negué—. La verdad, no me gustaría que repruebes tu curso. Si es muy importante para tu carrera, lo mejor es que vayas, en serio te lo digo. Así tampoco dejas mal a tu primo.
Él se preocupaba por mí de una forma que nadie más lo hacía. Lo más cumbre del caso es que tenía en razón en lo que decía.
De un momento a otro, el semblante de José Miguel cambió por completo. Como si estuviera ideando una travesura. —¿Y si vemos películas esta noche? Preparamos pepitos, hamburguesas, qué sé yo —Reí por los gestos de su rostro—. Por supuesto, sería algo íntimo.
—¿Con eso te refieres a…?
—Algo privado, quise decir —respondió, sonriente—. Tu amiga, tu primo, tú...—tragó en seco—. Y yo.
Asombrada, desvié la vista. Medité en su propuesta, que, por cierto, no era algo atroz como imaginé. —Me parece buena idea —comenté, con mis ojos puestos sobre los suyos. En nuestras miradas habitaba la complicidad.
—¡Excelente! —exclamó, con una ancha sonrisa en su rostro—. Deberías avisarles a los chicos —repuso. Su móvil sonó de pronto. Sus labios se arrugaron al ver la pantalla del mismo—. Espérame un momento, por favor, será rápido —Asentí.
El pedido llegó a nuestra mesa, justo cuando él se levantó para atender la llamada. Al ver todo lo que José Miguel pidió, sentí mi mandíbula caer. ¡Era una exageración!
¡Me pondré como una vaca por comerme todo esto! ¡Al diablo lo fitness, tengo mucha hambre! Di el primer bocado al pastel de jamón y queso crema que yacía frente a mí. Di un sorbo al jugo y así, hasta consumir lo suficiente para sentirme satisfecha. Pensé en dejar la mitad para él.
Al regresar, me miró sorprendido. —¿Qué?
—Ya veo que tenías hambre —comentó, con una risa burlista—. ¿No vas a comer más? Quiero decir, todo eso es tuyo —me explicó. Le miré atónita—. Yo ya desayuné, cariño, en cambio, tú no puedes estar sin comer.
¡Oh, haberlo sabido antes!, pensé. —¿Me estás viendo la cara o qué? ¡Esto es demasiado José Miguel! —exclamé—. No, que pena. Llévate la mitad, así comes algo en un chance libre que tengas, no sé.
Él rió. —No, no, vale. No te enrolles, chica, todo eso es para ti —le miré, sin creer nada.
—Ajá, claro, ¿y tú que vas a comer? —le pregunté. Él negaba con su cabeza, sin dejar de reír—. No te burles, José Miguel, estoy preocupada por ti, chico.
—Y no tienes porqué, cariño —Seguía sin entender nada, él lo sabía—. Mi amor, yo ya desayuné y llevo suficiente almuerzo, de verdad —arrugué los labios, incrédula—. En serio, dulzura, todo eso es tuyo, y más vale que no me lo desprecies, porque me sentiré mal si lo haces.
Bien, era obvio que sabía como manipularme. —¡Eres terrible, José Miguel! —Él reía como nunca. Me encantaba verle de tan buen humor—. Está bien, me convenciste, me voy a llevar el resto al apartamento —Me miró, con seriedad, luego volvió a reír. Se levantó y entró a la cafetería para pagar.
Minutos después, regresó con una caja y una bolsa para guardar lo que sobraba.
Le agradecí por el gesto, y prometí reponerle el dinero gastado. Él se negó, tajante. —José Miguel, por favor…
—Por favor te digo yo a ti —replicó, con total seriedad—. Cuando un caballero invita a salir a alguien, debe cubrir los gastos necesarios para que esa persona se sienta cómoda y a gusto —Le miré fijo—. Así que, te agradezco, aceptes el gesto y ya.
—Al menos déjame reponerte la mitad —insistí. Él se negó, de nuevo.
—¡Qué mitad ni qué mitad! No vale, Stefanía —protestó—. No quiero que me repongas el dinero. No lo aceptaré, que te quede claro —me sentía incómoda por la situación—. Prométeme que no vas a reponer nada —pidió.
—Está bien, si es lo que deseas, perfecto —acepté, resignada—. Te lo prometo —Levanté la mano, como digna señal de la promesa. Él asintió—. Ahora, si me permites, debo retirarme. Ya se hace tarde, y tengo que preparar almuerzo.
Me levanté y tomé la bolsa. Allí, de pie, cara a cara, él plantó otro beso en mis labios. —Deja esa seriedad, no me gusta que estés molesta conmigo —susurró en mi oído, al abrazarme—. Ve, tranquila. Te escribo al llegar al trabajo.
—Por favor —respondí, y sin decir nada más, me di vuelta.
Entré a la residencia, y tomé el ascensor. Por suerte, iba vacío. No demoraría tanto en llegar. Abrí la puerta del apartamento, y, en total silencio, crucé la sala de estar hacia mi habitación. No deseaba hablar con nadie.
Encendí mi televisor e hice zapping hasta ver “Titanic” en “Pay Per View”. Apenas comenzaba, cuando tres golpes en la puerta, llamaron mi atención. —¿Qué parte de no quiero hablar con nadie les cuesta entender? —protesté—. ¡Lárguense!
Por unos minutos juré que obedecieron mi petición. Me tumbé en la cama a ver la película. El sonido de mi celular desvió mi concentración. Contesté sin mirar el ID. —¿Quién es? —pregunté, cortante.
—¿Podrías hacer el favor de abrir la bendita puerta? —era Marco. Me negué, por supuesto—. ¿Al menos podemos saber qué te pasa?
—Marco, en serio… ¡Déjame en paz! —chillé. Colgué la llamada y lancé el celular contra la pared. Este, por supuesto, se desarmó.
Tomé una de las almohadas, la apreté contra mi rostro y grité lo más que pude. Lo que me molestó, a decir verdad, fue el hecho de discutir con él. Me dejó sin ánimos de nada. De todos modos, concentré mi mente en la película, y deseché cualquier pensamiento negativo que quisiera robarme la paz.
—Estarás bien, eres fuerte. Tranquila. —me dije a mí misma.
De nuevo, tocaron la puerta. —¿Qué sucede? —pregunté.
—¿Puedo pasar? —era Selene. Suspiré antes de darle permiso. Pausé la película cuando ella abrió la puerta, y asomó la mitad de su cuerpo—. ¿Tu teléfono anda mal, se descargó o qué? —preguntó, como si nada. Señalé, con la mirada, al celular hecho pedazos en el suelo—. ¡Ay, por Dios! ¿Qué hiciste?
Bufé, ella asintió dando por cerrado el tema. —¿Qué era lo que querías decirme? —pregunté.
—Bueno, que José Miguel llamó al local para avisarte que ya llegó al trabajo. Que te escribió al WhatsApp, y le sorprendió que no te llegara ningún mensaje. Te llamó y le cayó la contestadora —Asentí—. Me sorprendí cuando me dijo, ahora entiendo la razón.
—Da igual, en un año me iré del país y compraré uno mejor —repliqué. Ella no dijo nada más—. Si vuelve a llamar, le dices que mi teléfono se dañó —Asintió, y, sin decir nada más, se retiró.
Me dispuse a terminar de ver Titanic. Chillé y peleé con los personajes como si me pudieran escuchar. Al ver el primer beso de Jack y Rose, suspiré como idiota. Eso no fue todo. Cuando se acercaba el final, agarré una almohada y la mordí con suficiente fuerza como para no gritar. En la parte del hundimiento, cubrí mi rostro con la misma almohada. ¡Pensarán que estoy loca, Dios mío!
—¡Por Dios, ahí hay lugar para los dos, Rose! —protesté minutos más tarde. De todos modos, no servía nada—. No dejes que Jack muera, ¿no que lo amas, imbécil?
Un par de lágrimas humedecieron mis mejillas ante aquella escena. Sobre todo, el sueño de Rose al final. Dios… ¡Qué final!
Apagué el televisor cuando terminó la película. Emití un bostezo, estiré mis brazos, me acosté y, casi enseguida, me quedé dormida. Y, si me preguntan si soñé con José Miguel, la respuesta, por supuesto, es afirmativa. En resumen, soñé que los protagonistas del Titanic éramos él y yo.
Sí, ya sé. Seguro se burlarán por eso. Es algo estúpido, lo tengo claro.
La oscuridad invadió mi habitación. Lo supe al despertar de un largo descanso. ¿Qué hora era? Estiré mis brazos de nuevo, busqué el móvil, y, al no encontrarlo, recordé que yo misma lo hice pedazos. La bombilla se encendió, mas no presté atención al hecho, hasta que escuché unos pasos acercarse a mí.
—¡Vaya! Creí que no despertarías nunca —Él estaba allí, al pie de la cama. Su rostro era inescrutable—. Te estuve llamando, mas me caía el buzón. Llego aquí y me encuentro con que sufriste un ataque de histeria en la mañana y lo lanzaste contra la pared.
Intenté explicar lo ocurrido, mas él me interrumpió. —No tienes que explicarme nada, imagino a que se debió tu ira —Avergonzada, bajé la cabeza—. No te sientas mal, es normal molestarse. ¿Me crees si te digo que me pasó lo mismo cuando llegué al trabajo?
—Al menos tú teléfono no pagó las consecuencias —mascullé.
—Por poco sí lo hace, sin embargo, logré controlarme —Le miré. Decía la verdad y nada más que la verdad—. Debes dejar de ser tan impulsiva, cariño.
Seguía sin responder. —Lamento si te hice sentir mal esta mañana, en serio no fue esa mi intención —se disculpó, y me abrazó con fuerza.
—¿Crees que esto mejorará? —pregunté, sin separarme—. ¿Conseguiré, algún día, que el corazón no logre salirse de mi pecho cuando me tocas?
—La verdad, espero que no —respondió, un poco pagado de sí mismo.
Él me inspiraba muchas cosas, eso estaba claro. ¿Qué tal si era verdad que le gustaba? El verlo a los ojos, causaba que yo me perdiera en ellos. Como lo dije en una ocasión, este chico suponía un total misterio para mí, por su forma de expresarse y, sobre todo la conexión que teníamos desde el primer día que nos vimos.
La puerta se abrió, y el rostro de mi mejor amiga se dejó ver. —Perdona que te interrumpa, amiga, quería saber si ya estás mejor.
—¿Por qué no estarlo? —respondí sonriente—. Digo, tengo unos amigos increíbles que hacen lo que sea para que yo esté bien.
—No tienes que agradecernos, queremos tu felicidad y haremos lo que sea necesario para verte bien —Le sonreí, ella me devolvió el gesto—. Ya está todo listo para la cena y la noche de películas, José Miguel —agregó luego.
—¿Cena? ¿Noche de películas? —pregunté, alarmada—. ¿Qué hora es?
—Siete de la noche, cariño —respondió él—. Te quedaste dormida quien sabe desde que hora y tus amigos no quisieron despertarte —Asentí con cierta lentitud. Miró a mi mejor amiga y sonrió—. Chévere, dame unos minutos y voy, ¿sí?
—Claro, aunque me gustaría hablar contigo a solas —respondió ella—. Amiga, lo siento, no puedes saberlo. Es algo privado —Miré a ambos con detenimiento. ¿Acaso me ocultaban algo?—. Por cierto, una tal Alexandra quiere hablar contigo. Marco está afuera discutiendo con ella.
Entrecerré los ojos, imaginando todo. —Bien, debo resolver eso antes que Marco explote y diga alguna barbaridad —murmuré y me retiré, dejándolos a solas.
Me picaba la curiosidad, eso era evidente. ¿Qué tema podía ser tan privado como para no querer compartirlo conmigo? Sacudí la cabeza ante la idea de que ella estuviese enamorada de él, luego recordé su confesión. —Relájate, su corazón le pertenece a tu hermano. Ella no te traicionaría de ese modo.
—Necesito hablar con ella, Marco —le escuché decir desde afuera.
—No, no vas a pasar. Ya te dije que mi prima no quiere saber nada de ti.
—¿Cómo estás tan seguro de eso, ¿eh? ¿Ella te lo dijo acaso?
—A ver, ¿qué está pasando aquí? —demandé al salir. Ambos hicieron silencio—. Estoy esperando una respuesta, ¿qué pasa? ¿Les comió la lengua el ratón o qué?
—Yo te puedo explicar —respondieron al unísono.
—No pues, el concierto y tal. Les falta el uniforme —repliqué, sarcástica—. Uno de los dos me va a explicar ahora mismo que es lo que pasa. Y quiero la verdad.
Los dos se miraron y suspiraron. Alcé la ceja en señal de molestia. Esperaba una respuesta y ninguno se veía dispuesto a dármela. —Bien, ya que ninguno quiere ir por la vía democrática…
Alexandra comenzó a hablar antes de que pudiese decir algo más. —Stefanía, tú eres la única amiga que tengo, lo sabes. Me has dado tu apoyo desde que nos conocimos —Le escuché en silencio—. Tu primo no me dejaba pasar porque según él, tú estabas muy molesta conmigo. ¿Eso es verdad?
Tragué saliva ante las palabras de Alexandra. Era verdad lo que decía. Desde que nos conocimos, nos hicimos muy buenas amigas.
Observé los gestos de Marco y le hice señas de que esperara su oportunidad. Cuando le concedí el derecho de palabra, explicó el motivo de su disgusto. Todo se resumía en celos por parte de Marco hacia Cristóbal, aunque él lo negaría, por respeto a Valentina.
—¿Son cosas mías o tú estás celoso de Cristóbal? —inquirió Alexandra antes que yo pudiera decir algo al respecto—. Ah, no, pero es que se nota. Después del espectáculo aquel que hice, no hacías más que decirme cosas. ¿No será que yo te gusto?
—¿Tú te volviste loca? ¿De dónde sacas semejante barbaridad? ¡Claro que no me gustas! ¡Tengo novia y se llama Valentina, gracias! —exclamó mi primo.
Agitada, caí al suelo de rodillas. No sé si estaba desvariando cuando su melodiosa voz pronunció mi nombre. Sin embargo, mantuve mis ojos cerrados. Me llamó de nuevo, e insistió en que me levantara del suelo. Cuando ya estuve calmada, abrí los ojos para verle. —Me he perdido entre tantos árboles, ¿cómo es que me encontraste?
—Eso ya no importa —. Vamos a dar un paseo, ¿quieres? Aterrada, asentí con la cabeza. Sus gestos no eran para nada amables. De pronto nos detuvimos en el mismo lugar donde nos encontramos. Sin darme cuenta, le dimos una vuelta completa al parque. Fue, al detenernos, que él tocó el tema en cuestión.
—Te cité aquí no para hablar de cualquier cosa sino de algo que, desde hace meses, me trae bastante intrigado —le miré atenta. Él se sentó en la grama, y me invitó a hacer lo mismo. Dudosa, le imité, sin dejar de mirarle—. Verás, Stefanía, yo quiero que tú me digas la verdad. —No entiendo, ¿de qué hablas?
—No te hagas, sabes bien de que hablo —Negué, una vez más. Sus manos sostenían mi rostro. Podía sentir su aliento mezclarse con el mío—. Mira, hace meses que estoy enamorado de ti, y pues quiero…—Hizo silencio—. No, más bien, me urge saber si tú sientes lo mismo.
Quedé helada ante semejante declaración. No tenía las palabras adecuadas para responder aquello. Cuando por fin me dispuse a hacerlo, la oscuridad se interpuso, abriendo paso a la realidad. Somnolienta, me removí en la cama de un lado a otro. Ya estaba cansada de esa situación. Las pesadillas parecían una señal. Y es lo que quería averiguar.
—¿Stefanía? ¿Estás bien? —me preguntó alguien—. Epa, despiértate, es tarde. ¿no tenías la cita hoy con este chico? —mis ojos se salieron de sus orbitas al escuchar aquello. Le miré al instante.
Llevé mis manos a la cabeza. —Ay Dios, si es cierto. ¿Qué hora es?
—Faltan 15 minutos para las nueve —respondió—. A menos que te des prisa, no llegarás nunca.
—Gracias por el apoyo, amiga —respondí.
Con prisa, tomé una ducha. Tomé algo ligero para vestirme, pues el sol decidió brillar con fuerzas aquella mañana. De lejos, noté su perfecta anatomía en uno de los mesones cercanos a la entrada. —Actúa normal —me dije en voz alta, antes de acercarme a la mesa.
Él despegó su vista del celular para ver quien estaba frente a él. Al verme, el fulgor de sus ojos se hizo más intenso. —Hola —me saludó. Su perfecta sonrisa hizo acto de presencia—, ¿cómo estás?
Me acerqué y besé su mejilla, tomándolo desprevenido. —Yo estoy bien. ¿Y tú?
—Te noto nerviosa, ¿segura que estás bien? —curioseó, con una amplia sonrisa en su rostro.
—Sí, por supuesto que estoy bien —Me apresuré a contestar—. ¿Por qué estaría nerviosa?
—Te has quedado dormida, ¿no es así? —preguntó en un susurro. Su sonrisa permanecía allí.
—Claro que no —repuse al cabo de unos minutos. Él, divertido, asintió. Podría jurar que no creyó semejante mentira. Sus ojos irradiaban pasión y alegría por doquier. Y sus labios... ¡Dios! ¡Enfócate, Stefanía! Esto debe ser un delito. No se puede ser tan deseable en la vida. ¿O sí? ¿Y qué decir de su mirada? ¡Dios santo! La profundidad de la misma, no se igualaba a nada.
El silencio que se pronunció a continuación fue bastante incómodo. Ninguno de los dos decía ni hacía nada. Me las apañé para romperlo.
—Y dime algo, querido amigo —comencé a hablar. Él me miró con total atención—. ¿A qué se debe esto? Me refiero al motivo. No respondió, por lo que me atreví a insistir: —¿No me dirás?
Bufó. —No hay algún motivo especial, cariño, es una salida de amigos nada más —contestó, con calma—. ¿Era esa tu duda? —Asentí.
Si medía la distancia que separaba su rostro del mío, no llegaría ni al centímetro exacto. Me iba a besar, estaba segura de eso. De pronto sentí mi estómago pesado, y desconocía el motivo. Aunado a ello, mi respiración se volvió superficial y agitada.
—Stefanía, ¿estás bien? —preguntó, preocupado.
Me limité a observarle. Cerré mis ojos para pasar el malestar que sentía en el estómago. —Estoy bien —mentí.
—¡Sí, claro! De ser así, no parecerías un fantasma, ¿viste un muerto o qué? —cuestionó. Su elevado tono de voz captó mi atención de inmediato. En las pocas semanas que teníamos conociéndonos, nunca le noté tan… ¿alterado?
—Es probable que yo sea uno —respondí, él se mantenía serio—. Te noto molesto, ¿por qué el repentino cambio de humor? ¿Hice algo mal?
Su semblante volvió a la normalidad. Tomó mi rostro entre sus manos, obligándome a mirarle. —Stefy, mírame, por favor —rogó con voz suave. Su belleza aturdía mi mente. No podía verle sin perderme en sus magníficos ojos color avellana—. No has hecho nada malo, despreocupate. ¿Cómo podría enfadarme contigo? ¡Es imposible!
Requería de unos minutos a solas para procesar la información. —Ya vuelvo, espérame aquí —Me levanté y encaminé hacia el baño. Una vez dentro, pude pensar con claridad. Minutos más tarde, me encontraba de vuelta en la mesa donde él me esperaba. Concentrado en su teléfono celular, tal como el día que le conocí. Levantó su mirada para verme.
La silla que minutos antes ocupé, se encontraba ahora a su lado. Interrogantes invadieron mi cabeza, mas no presté atención a ninguna de ellas.
—Qué bueno que estés aquí de nuevo, pensé que no regresarías —confesó. Me sentí culpable por dejarle allí sin explicación—. ¿Te ha molestado algo en particular?
—Para nada. La verdad es que no me fui, estaba en el baño. Ya sabes, retocando la imagen —Él sonrió.
—Qué bueno, creí que… Nada —hay algo que me gustaría intentar.
—¿Sí? Cuéntame, ¿de qué trata? ¿Y cómo puedo ayudarte? —Con sus manos, tomó mi cabeza, de nuevo. Me acercó a él un poco más.
Le vi vacilar, y para serles bien sincera, la forma en que lo hizo no parecía nada humano. Ningún hombre vacilaría como él, antes de besar a una dama.
Se detuvo, indeciso, por unos segundos. Acto seguido, sus labios presionaron muy suavemente los míos. No obstante, mi reacción fue algo que ninguno de los dos se esperó, pues, con la sangre hirviente, lo atraje hacia mí. Rodeé su cuello con mis brazos, y, de forma simultánea, él me pegó más a su cuerpo. Mantuve los labios entreabiertos de modo que pudiese respirar su aliento embriagador.
Minutos después, sus manos, con gentileza y fuerza a la vez, me apartaron de su divino rostro. Abrí los ojos, poco a poco, y vi su expresión vigilante.
—Ay, por Dios… —Bajé la mirada y jugué con mi cabello como si nada. Intentaba procesar lo ocurrido. Alcé la vista, para ver su expresión. Noté, pues, que sus ojos brillaban como nunca. La picardía se apoderó de él, pues una sonrisa traviesa se formó en sus deseables labios.
Me aturdía estar tan cerca de su rostro.
—Seguro piensas que estoy loca —susurré, luego de reaccionar.
—¿Perdón? —cuestionó.
—Nada, nada. —murmuré—. Son cosas mías, estoy bien —Él me miró, para nada convencido de mis palabras—. No me mires así.
Sonrió, se disculpó, y luego agregó: —¿Cómo te sientes ahora? ¿Estás mejor? —le miré. La confusión era evidente—. ¿O el beso te ha debilitado un poco más?
El desenfado yacía en su angelical rostro. Por unos instantes, juré que se trataba de un sueño. De ser así, no despertaría jamás. José Miguel era muy diferente a todos los chicos que conocía. Esto, por supuesto, daba pie a que enloqueciera aun más por él.
—No estoy segura, aún sigo medio lenta —conseguí responderle—. Creo que es un poco de ambas cosas.
—Deberías comer algo.
—Sí, es lo mejor —coincidí. Mi estómago rugió como león feroz—. Ahora que recuerdo, no he desayunado.
—Con más razón todavía —llamó al mesero e hizo un pedido que yo consideré exagerado. ¿Acaso me creía una Pensé en rechazar semejante cantidad de comida, sin embargo, lo consideré descortés, por cuanto desistí de esa absurda idea. Además, el hambre no me ayudaba a pensar con coherencia.
—¿Irás al curso de inglés esta tarde? —Lo miré asombrada—Me has dicho que estás viendo clases de inglés, ¿no?
—Oh, sí, es cierto —murmuré. Me sorprendió que lo recordara. Me di cuenta de que, en verdad, prestaba atención cuando le hablaba—. Pues sí, aunque no tengo ánimos de ir —confesé—. De todos modos, Marco cuenta con que le buscaré al salir de sus clases de música.
—¿Y eso es un problema? —Negué—. La verdad, no me gustaría que repruebes tu curso. Si es muy importante para tu carrera, lo mejor es que vayas, en serio te lo digo. Así tampoco dejas mal a tu primo.
Él se preocupaba por mí de una forma que nadie más lo hacía. Lo más cumbre del caso es que tenía en razón en lo que decía.
De un momento a otro, el semblante de José Miguel cambió por completo. Como si estuviera ideando una travesura. —¿Y si vemos películas esta noche? Preparamos pepitos, hamburguesas, qué sé yo —Reí por los gestos de su rostro—. Por supuesto, sería algo íntimo.
—¿Con eso te refieres a…?
—Algo privado, quise decir —respondió, sonriente—. Tu amiga, tu primo, tú...—tragó en seco—. Y yo.
Asombrada, desvié la vista. Medité en su propuesta, que, por cierto, no era algo atroz como imaginé. —Me parece buena idea —comenté, con mis ojos puestos sobre los suyos. En nuestras miradas habitaba la complicidad.
—¡Excelente! —exclamó, con una ancha sonrisa en su rostro—. Deberías avisarles a los chicos —repuso. Su móvil sonó de pronto. Sus labios se arrugaron al ver la pantalla del mismo—. Espérame un momento, por favor, será rápido —Asentí.
El pedido llegó a nuestra mesa, justo cuando él se levantó para atender la llamada. Al ver todo lo que José Miguel pidió, sentí mi mandíbula caer. ¡Era una exageración!
¡Me pondré como una vaca por comerme todo esto! ¡Al diablo lo fitness, tengo mucha hambre! Di el primer bocado al pastel de jamón y queso crema que yacía frente a mí. Di un sorbo al jugo y así, hasta consumir lo suficiente para sentirme satisfecha. Pensé en dejar la mitad para él.
Al regresar, me miró sorprendido. —¿Qué?
—Ya veo que tenías hambre —comentó, con una risa burlista—. ¿No vas a comer más? Quiero decir, todo eso es tuyo —me explicó. Le miré atónita—. Yo ya desayuné, cariño, en cambio, tú no puedes estar sin comer.
¡Oh, haberlo sabido antes!, pensé. —¿Me estás viendo la cara o qué? ¡Esto es demasiado José Miguel! —exclamé—. No, que pena. Llévate la mitad, así comes algo en un chance libre que tengas, no sé.
Él rió. —No, no, vale. No te enrolles, chica, todo eso es para ti —le miré, sin creer nada.
—Ajá, claro, ¿y tú que vas a comer? —le pregunté. Él negaba con su cabeza, sin dejar de reír—. No te burles, José Miguel, estoy preocupada por ti, chico.
—Y no tienes porqué, cariño —Seguía sin entender nada, él lo sabía—. Mi amor, yo ya desayuné y llevo suficiente almuerzo, de verdad —arrugué los labios, incrédula—. En serio, dulzura, todo eso es tuyo, y más vale que no me lo desprecies, porque me sentiré mal si lo haces.
Bien, era obvio que sabía como manipularme. —¡Eres terrible, José Miguel! —Él reía como nunca. Me encantaba verle de tan buen humor—. Está bien, me convenciste, me voy a llevar el resto al apartamento —Me miró, con seriedad, luego volvió a reír. Se levantó y entró a la cafetería para pagar.
Minutos después, regresó con una caja y una bolsa para guardar lo que sobraba.
Le agradecí por el gesto, y prometí reponerle el dinero gastado. Él se negó, tajante. —José Miguel, por favor…
—Por favor te digo yo a ti —replicó, con total seriedad—. Cuando un caballero invita a salir a alguien, debe cubrir los gastos necesarios para que esa persona se sienta cómoda y a gusto —Le miré fijo—. Así que, te agradezco, aceptes el gesto y ya.
—Al menos déjame reponerte la mitad —insistí. Él se negó, de nuevo.
—¡Qué mitad ni qué mitad! No vale, Stefanía —protestó—. No quiero que me repongas el dinero. No lo aceptaré, que te quede claro —me sentía incómoda por la situación—. Prométeme que no vas a reponer nada —pidió.
—Está bien, si es lo que deseas, perfecto —acepté, resignada—. Te lo prometo —Levanté la mano, como digna señal de la promesa. Él asintió—. Ahora, si me permites, debo retirarme. Ya se hace tarde, y tengo que preparar almuerzo.
Me levanté y tomé la bolsa. Allí, de pie, cara a cara, él plantó otro beso en mis labios. —Deja esa seriedad, no me gusta que estés molesta conmigo —susurró en mi oído, al abrazarme—. Ve, tranquila. Te escribo al llegar al trabajo.
—Por favor —respondí, y sin decir nada más, me di vuelta.
Entré a la residencia, y tomé el ascensor. Por suerte, iba vacío. No demoraría tanto en llegar. Abrí la puerta del apartamento, y, en total silencio, crucé la sala de estar hacia mi habitación. No deseaba hablar con nadie.
Encendí mi televisor e hice zapping hasta ver “Titanic” en “Pay Per View”. Apenas comenzaba, cuando tres golpes en la puerta, llamaron mi atención. —¿Qué parte de no quiero hablar con nadie les cuesta entender? —protesté—. ¡Lárguense!
Por unos minutos juré que obedecieron mi petición. Me tumbé en la cama a ver la película. El sonido de mi celular desvió mi concentración. Contesté sin mirar el ID. —¿Quién es? —pregunté, cortante.
—¿Podrías hacer el favor de abrir la bendita puerta? —era Marco. Me negué, por supuesto—. ¿Al menos podemos saber qué te pasa?
—Marco, en serio… ¡Déjame en paz! —chillé. Colgué la llamada y lancé el celular contra la pared. Este, por supuesto, se desarmó.
Tomé una de las almohadas, la apreté contra mi rostro y grité lo más que pude. Lo que me molestó, a decir verdad, fue el hecho de discutir con él. Me dejó sin ánimos de nada. De todos modos, concentré mi mente en la película, y deseché cualquier pensamiento negativo que quisiera robarme la paz.
—Estarás bien, eres fuerte. Tranquila. —me dije a mí misma.
De nuevo, tocaron la puerta. —¿Qué sucede? —pregunté.
—¿Puedo pasar? —era Selene. Suspiré antes de darle permiso. Pausé la película cuando ella abrió la puerta, y asomó la mitad de su cuerpo—. ¿Tu teléfono anda mal, se descargó o qué? —preguntó, como si nada. Señalé, con la mirada, al celular hecho pedazos en el suelo—. ¡Ay, por Dios! ¿Qué hiciste?
Bufé, ella asintió dando por cerrado el tema. —¿Qué era lo que querías decirme? —pregunté.
—Bueno, que José Miguel llamó al local para avisarte que ya llegó al trabajo. Que te escribió al WhatsApp, y le sorprendió que no te llegara ningún mensaje. Te llamó y le cayó la contestadora —Asentí—. Me sorprendí cuando me dijo, ahora entiendo la razón.
—Da igual, en un año me iré del país y compraré uno mejor —repliqué. Ella no dijo nada más—. Si vuelve a llamar, le dices que mi teléfono se dañó —Asintió, y, sin decir nada más, se retiró.
Me dispuse a terminar de ver Titanic. Chillé y peleé con los personajes como si me pudieran escuchar. Al ver el primer beso de Jack y Rose, suspiré como idiota. Eso no fue todo. Cuando se acercaba el final, agarré una almohada y la mordí con suficiente fuerza como para no gritar. En la parte del hundimiento, cubrí mi rostro con la misma almohada. ¡Pensarán que estoy loca, Dios mío!
—¡Por Dios, ahí hay lugar para los dos, Rose! —protesté minutos más tarde. De todos modos, no servía nada—. No dejes que Jack muera, ¿no que lo amas, imbécil?
Un par de lágrimas humedecieron mis mejillas ante aquella escena. Sobre todo, el sueño de Rose al final. Dios… ¡Qué final!
Apagué el televisor cuando terminó la película. Emití un bostezo, estiré mis brazos, me acosté y, casi enseguida, me quedé dormida. Y, si me preguntan si soñé con José Miguel, la respuesta, por supuesto, es afirmativa. En resumen, soñé que los protagonistas del Titanic éramos él y yo.
Sí, ya sé. Seguro se burlarán por eso. Es algo estúpido, lo tengo claro.
La oscuridad invadió mi habitación. Lo supe al despertar de un largo descanso. ¿Qué hora era? Estiré mis brazos de nuevo, busqué el móvil, y, al no encontrarlo, recordé que yo misma lo hice pedazos. La bombilla se encendió, mas no presté atención al hecho, hasta que escuché unos pasos acercarse a mí.
—¡Vaya! Creí que no despertarías nunca —Él estaba allí, al pie de la cama. Su rostro era inescrutable—. Te estuve llamando, mas me caía el buzón. Llego aquí y me encuentro con que sufriste un ataque de histeria en la mañana y lo lanzaste contra la pared.
Intenté explicar lo ocurrido, mas él me interrumpió. —No tienes que explicarme nada, imagino a que se debió tu ira —Avergonzada, bajé la cabeza—. No te sientas mal, es normal molestarse. ¿Me crees si te digo que me pasó lo mismo cuando llegué al trabajo?
—Al menos tú teléfono no pagó las consecuencias —mascullé.
—Por poco sí lo hace, sin embargo, logré controlarme —Le miré. Decía la verdad y nada más que la verdad—. Debes dejar de ser tan impulsiva, cariño.
Seguía sin responder. —Lamento si te hice sentir mal esta mañana, en serio no fue esa mi intención —se disculpó, y me abrazó con fuerza.
—¿Crees que esto mejorará? —pregunté, sin separarme—. ¿Conseguiré, algún día, que el corazón no logre salirse de mi pecho cuando me tocas?
—La verdad, espero que no —respondió, un poco pagado de sí mismo.
Él me inspiraba muchas cosas, eso estaba claro. ¿Qué tal si era verdad que le gustaba? El verlo a los ojos, causaba que yo me perdiera en ellos. Como lo dije en una ocasión, este chico suponía un total misterio para mí, por su forma de expresarse y, sobre todo la conexión que teníamos desde el primer día que nos vimos.
La puerta se abrió, y el rostro de mi mejor amiga se dejó ver. —Perdona que te interrumpa, amiga, quería saber si ya estás mejor.
—¿Por qué no estarlo? —respondí sonriente—. Digo, tengo unos amigos increíbles que hacen lo que sea para que yo esté bien.
—No tienes que agradecernos, queremos tu felicidad y haremos lo que sea necesario para verte bien —Le sonreí, ella me devolvió el gesto—. Ya está todo listo para la cena y la noche de películas, José Miguel —agregó luego.
—¿Cena? ¿Noche de películas? —pregunté, alarmada—. ¿Qué hora es?
—Siete de la noche, cariño —respondió él—. Te quedaste dormida quien sabe desde que hora y tus amigos no quisieron despertarte —Asentí con cierta lentitud. Miró a mi mejor amiga y sonrió—. Chévere, dame unos minutos y voy, ¿sí?
—Claro, aunque me gustaría hablar contigo a solas —respondió ella—. Amiga, lo siento, no puedes saberlo. Es algo privado —Miré a ambos con detenimiento. ¿Acaso me ocultaban algo?—. Por cierto, una tal Alexandra quiere hablar contigo. Marco está afuera discutiendo con ella.
Entrecerré los ojos, imaginando todo. —Bien, debo resolver eso antes que Marco explote y diga alguna barbaridad —murmuré y me retiré, dejándolos a solas.
Me picaba la curiosidad, eso era evidente. ¿Qué tema podía ser tan privado como para no querer compartirlo conmigo? Sacudí la cabeza ante la idea de que ella estuviese enamorada de él, luego recordé su confesión. —Relájate, su corazón le pertenece a tu hermano. Ella no te traicionaría de ese modo.
—Necesito hablar con ella, Marco —le escuché decir desde afuera.
—No, no vas a pasar. Ya te dije que mi prima no quiere saber nada de ti.
—¿Cómo estás tan seguro de eso, ¿eh? ¿Ella te lo dijo acaso?
—A ver, ¿qué está pasando aquí? —demandé al salir. Ambos hicieron silencio—. Estoy esperando una respuesta, ¿qué pasa? ¿Les comió la lengua el ratón o qué?
—Yo te puedo explicar —respondieron al unísono.
—No pues, el concierto y tal. Les falta el uniforme —repliqué, sarcástica—. Uno de los dos me va a explicar ahora mismo que es lo que pasa. Y quiero la verdad.
Los dos se miraron y suspiraron. Alcé la ceja en señal de molestia. Esperaba una respuesta y ninguno se veía dispuesto a dármela. —Bien, ya que ninguno quiere ir por la vía democrática…
Alexandra comenzó a hablar antes de que pudiese decir algo más. —Stefanía, tú eres la única amiga que tengo, lo sabes. Me has dado tu apoyo desde que nos conocimos —Le escuché en silencio—. Tu primo no me dejaba pasar porque según él, tú estabas muy molesta conmigo. ¿Eso es verdad?
Tragué saliva ante las palabras de Alexandra. Era verdad lo que decía. Desde que nos conocimos, nos hicimos muy buenas amigas.
Observé los gestos de Marco y le hice señas de que esperara su oportunidad. Cuando le concedí el derecho de palabra, explicó el motivo de su disgusto. Todo se resumía en celos por parte de Marco hacia Cristóbal, aunque él lo negaría, por respeto a Valentina.
—¿Son cosas mías o tú estás celoso de Cristóbal? —inquirió Alexandra antes que yo pudiera decir algo al respecto—. Ah, no, pero es que se nota. Después del espectáculo aquel que hice, no hacías más que decirme cosas. ¿No será que yo te gusto?
—¿Tú te volviste loca? ¿De dónde sacas semejante barbaridad? ¡Claro que no me gustas! ¡Tengo novia y se llama Valentina, gracias! —exclamó mi primo.