Foto: Archivo
Mi primo no tardó mucho en colgar, y me devolvió el celular enseguida. Un mensaje de texto había llegado. No despegué mi vista de la pantalla hasta responderle a mi amigo, que continuaba con el interrogatorio. Este chico suponía un gran misterio para mí, además de la gran atracción que ya sentía hacia él.
Estuve ocupándome de la limpieza del departamento en todo el día. También hice la colada pues tenía bastante ropa que lavar, y, por supuesto la comida. Aunque debo admitir que, de no tener la compañía de Marco y Selene, no habría probado bocado.
—Debo confesarte algo —soltó Marco mientras me ayudaba a preparar el pasticho.
—Dispara ahora.
—Tenemos invitado esta noche para la cena.
Lo miré atónita.
—¿Qué has dicho?
—Lo que escuchaste —replicó—. Y no te enojes, por favor.
Escucharle decir aquello, aumentó mi tensión. —¿De quién se trata?
—No te diré.
—Marco, ¿a quién has invitado? —insistí.
—Espera que llegue, por favor.
Mi hermana me había insistido en que luciera lo mejor posible. No le veía sentido ya que solo éramos nosotros tres, y el invitado cuyo nombre desconocía. Le hice caso solo para que ella se quedara tranquila. Me repetía a cada instante que se lo iba a agradecer el resto de mi vida.
Sentía ansiedad debido al visitante misterioso. Cuando al fin tocaron el timbre, corrí hacia la puerta para abrir. Me llevé una gran sorpresa al encontrarme con el chico de mis sueños. Él estaba allí, de pie frente a mí, con su perturbadora sonrisa, qué, además, era mi favorita. Le devolví el gesto y le invité a pasar.
Me preguntaba mentalmente como Marco había hecho esto si yo no solté el celular en ningún momento. Luego lo recordé.
Estaba en mi habitación organizando mi armario. Tenía un verdadero desastre, pero no era más grande que el de mi mente, eso estaba más que asegurado. Marco me llamó desde fuera, para poder pasar.
—Adelante —dije sin desviar mi mirada del montón de ropa que yacía en mi cama— ¿Qué necesitas?
—Necesito comunicarme con mi papá urgentemente. ¿Podrías prestarme tu celular? —preguntó.
—Claro, tómalo. Está en la barra de la cocina —respondí.
—Gracias, eres la mejor. —dijo y se despidió.
No era necesario mirarlo para saber que en su rostro se había formado una sonrisa traviesa. Algo estaba planeando, pero le resté importancia debido a la tarea que estaba realizando en ese momento.
Creía con fervor que cometería alguna estupidez a causa de los nervios, porque conociéndome, era capaz de eso y más. Pero no fue así. Me felicité a mí misma de no haber arruinado la cena. Él parecía estar encantado con todo, y se sorprendió al saber que lo había preparado Marco.
—¿Así que fuiste tú quien cocinó todo? —le preguntó mi amigo.
—Tú lo has dicho, hermano.
—Vaya, tienes muy buenas habilidades culinarias, Marco.
—Gracias, de verdad. Me alegra que te haya gustado.
—¿Qué dices? ¡Me ha encantado! —exclamó—. Yo también les invitaré a mi casa, algún día.
—Vale, y me enseñas a cocinar lo que me dijiste el otro día —le pedí.
—Claro que sí —prometió sin dejar de sonreír.
Nos quedamos conversando un poco más y luego, el episodio más tedioso. Era un hecho que no me gustaran las despedidas. Él se fue a su apartamento y yo me dispuse a dormir.
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Finalmente, me despertó la tenue luz de otro día nublado. Yacía con el brazo sobre los ojos, grogui y confusa. Algo, el atisbo de un sueño digno de recordar, pugnaba por abrirse paso en mi mente. Gemí y rodé sobre un costado esperando volver a dormirme. Y entonces lo acaecido el día anterior irrumpió en mi conciencia.
—¡Oh!
Me senté tan deprisa que la cabeza me empezó a dar vueltas.
—Tu cabello me gusta.
La voz serena procedía de la mecedora de la esquina.
—¡José Miguel! —me regocijé y crucé el dormitorio para arrojarme irreflexivamente a su regazo. Me quedé helada, sorprendida por mi desenfrenado entusiasmo, en el instante en el que comprendí lo que había hecho. Alcé la vista, temerosa de haberme pasado de la raya, pero él se reía.
—Por supuesto —contestó, sorprendido, pero complacido de mi reacción. Me frotó la espalda con las manos. Recosté con cuidado la cabeza sobre su hombro, inspirando el olor de su piel.
—Júrame que no estoy soñando —negó.
—No eres tan creativa —se mofó.
—¡Los chicos! —exclamé. Volví a saltar de forma irreflexiva en cuanto me acordé de mis amigos y me dirigí hacia la puerta.
—Están en la estancia, desayunaron hace una hora. No quisieron despertarte, pero al verme aquí, me dejaron pasar sin dudarlo —estuve reflexionando mientras me quedaba de pie, me moría de ganas de regresar junto a él, pero temí tener mal aliento.
—No sueles estar tan confundida por la mañana —señaló. Me tendió los brazos para que volviera. Una invitación casi irresistible.
—Necesito un minuto —admití.
—Esperaré.
Me lancé en el baño sin reconocer mis emociones. No me conocía a mí misma, ni por dentro ni por fuera. El rostro del espejo, con los ojos demasiado brillantes y unas manchas rojizas de fiebre en los pómulos, era prácticamente el de una desconocida. Después de cepillarme los dientes, me esforcé por alisar la caótica maraña que era mi pelo. Me eché agua fría sobre el rostro e intenté respirar con normalidad sin éxito evidente. Regresé a mi cuarto casi a la carrera.
Parecía un milagro que siguiera ahí, esperándome con los brazos tendidos para mí. Extendió la mano y mi corazón palpitó con inseguridad.
—Bienvenida otra vez —musitó, tomándome en brazos. Me meció en silencio durante unos momentos. Todo parecía tan irreal. ¿Por qué se le habría ocurrido venir en la mañana a mi departamento?
—¿Por qué haces todo esto? O sea, no es que me moleste. Me agrada mucho más de lo normal. Pero, siento una pequeña curiosidad —rió ante mi confesión.
—Eres muy curiosa —ignoré eso—. He de admitir que me siento bastante extraño. Hace bastante tiempo que no salgo con alguien, y nunca había experimentado esto. Es como una especie de conexión que tengo contigo. Además, somos muy buenos amigos, a pesar del corto tiempo que llevamos conociéndonos, nos llevamos de lo mejor.
—En eso tienes razón —concedí.
—Ven, vamos a desayunar.
—¿No has desayunado? —pregunté perpleja.
—No, vine a desayunar contigo..., si no es molestia.
—¿Molestia? ¡Para nada!
Nos dirigimos hacia la cocina, él se encargó de buscar el desayuno y servirlo. Lo miraba de pies a cabeza mientras realizaba cada movimiento. ¡Este tipo es demasiado perfecto para mí!
—¿En qué piensas? —me preguntó.
—La verdad, en muchas cosas.
—¿Cómo cuáles?
—El curso de inglés, la universidad...—murmuré.
—Creí que estabas de vacaciones.
—Lo estoy, pero en dos semanas debo inscribir las pasantías.
Necesitaba concentrar mis pensamientos en otra cosa. Pero era casi imposible, y más cuando él me miraba a los ojos. Seguía sonriendo. Resultaba difícil concebir que existiera alguien tan guapo. Temía que desapareciera en medio de una repentina nube de humo y que yo me despertara. Él debía de esperar que yo comentara algo y por fin conseguí decir: —Esto es diferente.
—Bueno —hizo una pausa y el resto de las palabras salieron precipitadas—. Decidí hacer lo que me dicta el corazón. Allí estará mi felicidad.
Esperé a que dijera algo más. Transcurrieron los segundos y después le indiqué: —¿Sabes? El corazón a veces es engañoso.
—Cierto —volvió a sonreír y cambió de tema—. Creo que tus amigos se han enojado conmigo por haberte raptado hoy.
—Sobrevivirán.
—Aunque es posible que no quiera liberarte —dijo con un brillo pícaro en sus ojos. Tragué saliva y se rió—. Pareces preocupada.
—No, no es preocupación —respondí, pero mi voz se quebró de forma ridícula—. Más bien estoy sorprendida. Aún no me has dicho lo más importante —me miró—. ¿A qué se debe esta visita?
—Sé que no ha pasado mucho tiempo desde que nos conocimos, pero... Hay algo dentro de mí, que me dice que tú eres diferente de todas las demás chicas.
Seguía sonriendo, pero sus ojos de color ocre estaban serios. —¿Diferente? —repetí confusa.
—Sí, diferente. Has marcado evidentemente la diferencia.
—Me he vuelto a perder.
—He conocido demasiadas chicas, todas son...Tienen lo suyo, claro. Pero al final son iguales todas. Solo se interesan por el físico y lo material... Y tú... ¡Vaya, siempre hablo demasiado cuando estoy contigo!
—No te preocupes. No me entero de nada —le repliqué secamente.
—Cuento con ello.
—Desde que tropezamos aquel día, ¿lo recuerdas? —asentí—, desde ese épico momento me percaté de la conexión que tengo contigo.
—¿Tú también la sientes? —entrecerré los ojos y él sonrió asintiendo. En ese caso me esforcé por resumir aquel confuso intercambio de frases—, yo también la siento, y creo que cada vez es más fuerte...
—Eso mismo siento yo, sobre todo cuando hablamos.
Perpleja, lo miré y luego busqué con la mirada mis manos. —¿Qué piensas? —preguntó con curiosidad. Alcé la vista hasta esos profundos ojos ocres que me turbaban los sentidos y, como de costumbre, respondí la verdad. Nos contemplamos el uno al otro sin sonreír. Miró por encima de mi hombro y luego, de forma inesperada, rió por lo bajo.
—¿Qué?
—Tu primo parece creer que estoy siendo desagradable contigo. Se debate entre venir o no a interrumpir nuestra discusión.
Volvió a reírse. —No sé de qué me hablas —dije con frialdad—. Pero, de todos modos, estoy segura de que te equivocas.
—Yo no.
No le respondí.
—Stefanía, no es tan difícil descubrirlo. Eres inteligente, lo sé. Puedes hacerlo.
—Es mejor que me lo digas de una vez, en serio, podría desvelarme una noche entera tratando de descubrirlo y créeme que no me conviene. Mañana tengo clase de música y no me apetece un insomnio en estas circunstancias.
—Sí, bueno —su humor cambió de repente—. Me pregunto por qué será.
La intensidad de su mirada era tal que tuve que apartar la vista. Me concentré en abrir el tapón de mi botellín de limonada. Lo desenrosqué sin mirar, con los ojos fijos en la mesa.
—¿No tienes hambre? —preguntó distraído.
—No —no me apetecía mencionar que mi estómago ya estaba lleno de... mariposas. Miré el espacio vacío de la mesa delante de él—. ¿Y tú?
—No. No estoy hambriento.
No comprendí su expresión, parecía disfrutar de algún chiste privado.
—¿Me puedes hacer un favor? —le pedí después de un segundo de vacilación. De repente, se puso en guardia.
—Eso depende de lo que quieras.
—No es mucho —le aseguré.
El esperó con cautela y curiosidad.
—Sólo me preguntaba si podrías darme al menos una pista más. Sería la última.
Mantuve la vista fija en el botellín de limonada mientras hablaba, recorriendo el círculo de la boca con mi sonrosado dedo.
—Te he dicho que vivo muy cerca de ti, incluso más de lo que crees. ¿Te parece una pista muy compleja? Stefanía, estás cerca. ¡Intentalo! ¡Vamos, no es tan difícil!
Apretaba los labios para no reírse cuando alcé los ojos.
—¿Debería decir "gracias"?
—Puede ser —murmuró dejando ver su perfecta sonrisa—. En ese caso, ¿puedo pedir una respuesta a cambio? —pidió.
—Una.
—¿Clases de música, Stefanía? ¡Creí que detestabas la música!
Puedo ser idiota, a veces. Es contagioso.
—Sí bueno —me las apañé para inventar algo lo bastante creíble—. No he conseguido un curso de fotografía, que es lo que realmente quería hacer. Pero solo lo hago por diversión. No es algo que me apasione como la fotografía, o la escritura.
—¿Fotografía? ¿Escritura? No mencionaste nada de eso cuando te lo pregunté ayer —comentó dubitativo.
—Claro, y tú no has roto ninguna promesa —le recordé a mi vez.
—Te dije que quería saber todo de ti. ¡Vamos! ¿Por qué te avergüenza? Cuéntame, no me reiré, te lo aseguro.
—Sí lo harás.
Estaba segura de ello. Bajó la vista y luego me miró con aquellos ardientes ojos color café a través de sus largas pestañas negras.
—Por favor —respiró al tiempo que se inclinaba hacia mí.
Parpadeé con la mente en blanco. ¡Cielo santo! ¿Cómo lo conseguía?
—Eh... ¿Qué?—pregunté, deslumbrada.
—Cuéntame, ¿cómo es que te gusta la escritura? Y la fotografía...Porque ambas son excepcionales.
Su mirada aún me abrasaba. ¿También era un hipnotizador? ¿O era yo una incauta irremediable?
—Pues... Eh... ¿Has escuchado que la escritura es la pintura de la voz? —sonriente, me dedicó una mirada de aprobación—. Así me siento, cuando escribo me desahogo. Es el medio por el cual me expreso de mejor manera. Hablando también, pero nada se compara a lo que experimento cuando tengo un lápiz y un papel.
—¡Vaya! ¿Y la fotografía?
—Me gusta, es una de las cosas que más me gusta hacer. Siempre trato de capturar imágenes no tan comunes, y a partir de ellas, puedo crear una historia así de la nada —contesté, sonrojada.
—También me gusta escribir —confesó.
Incapaz de ocultar mi asombro, le digo: —¿De verdad lo dices?
Sus mejillas tomaron un leve color rojizo. Se veía tan adorable.
—Creo que no me has contado todo sobre ti, querido amigo.
—No te he contado ni la tercera parte, pero con el tiempo creo que podemos conocernos mejor.
—Eso es trampa, tú me has hecho un verdadero interrogatorio —exclamo—. Entonces quiero saber yo de ti y me dices que "con el tiempo podemos conocernos mejor", ¿es en serio? —suspiré.
—Tampoco exageres, ¿me quiere interrogar señora detective? —se rió entre dientes.
—Se suponía que no te ibas a reír, ¿te acuerdas?
Hizo un esfuerzo por recobrar la compostura.
—Con el tiempo, lo voy a averiguar. Voy a averiguarlo todo sobre ti —le advertí.
—Eres terca —dijo, de nuevo con gesto serio.
—¿Hasta ahora te das cuenta?
—¿A quién podría interesarle tanto mi vida? —sonrió jovialmente, pero sus ojos eran impenetrables.
—A mí, sin duda —dije.
Abrió los ojos debido a la sorpresa que le causó mi declaración. Supongo que no estaba acostumbrado a este tipo de situaciones.
Y como la imprudencia es parte de mí, seguí hablando más de la cuenta. —¿Por qué te sorprendes? Creí que era bastante obvio. La conexión que existe desde que nos vimos por primera vez, es más fuerte de lo que podría jurar. Soy de las personas que les gusta escuchar a sus amigos, conocer todo acerca de ellos, y se interesa por sus amistades. Los gustos, lo que detestan... Todo.
—¿Y eso que tiene que ver conmigo?
—Que tú no eres, ni serás la excepción.
—Me interesa saberlo todo de ti —susurré al tiempo que movía la cabeza—. No te conozco lo suficiente pero entiendo que no quieras contármelo, apenas nos estamos conociendo. Solo quiero saber una cosa.
Su rostro, tenso e inescrutable, me dio a entender la incomodidad que le causaban mis preguntas. —¿Qué?
—¿Por qué ha de ser tan malo que te guste escribir? —inquirí, con cierta curiosidad—. Digo, es lo mejor que puede existir.
—No es que sea malo, es que a veces siento que no encajo en ese mundo, que a nadie le interesaría leer lo que escribo por ser hombre o no sé. ¿A quién le interesaría leer algo escrito por mí?
Su voz apenas era audible. Bajó la vista al tiempo que me arrebataba el tapón de la botella y lo hacía girar entre los dedos. Hablaba en serio, eso era evidente, pero sólo me sentía ansiosa, con los nervios a flor de piel... y, por encima de todo lo demás, fascinada, como de costumbre siempre que me encontraba cerca de él.
—A mí, seguro que sí —solté. Él me miró, dejando ver la sorpresa en sus ojos—. No puede ser tan malo, al contrario, me parece de lo más interesante.
Ya callate, Stefanía, no digas más nada. No aclares que oscurece.
—¿Interesante? ¿Bromeas?
—No, para nada. Quiero leer lo que escribes.
—Podría enseñártelo, pero antes prometeme algo —le miré confundida—. ¿No te burlarás?
—Lo prometo. Además, ya te dije, no me parece que sea tan malo que a un hombre le guste escribir.
—Porque no lo has leído, pero...
—¡Ya deja las excusas baratas! —exclamé— Quiero leerte, en serio lo digo.
—Bueno, buscaré mis escritos y te los traeré en algún momento, ¿de acuerdo? —satisfecha, sonreí.
—De acuerdo.
Luego de aquella grata visita, mi amigo se retiró para dejarme con mi hermana y mi primo. Ellos me miraban divertidos. Ya me imaginaba mi expresión, seguro de tonta enamorada. Marco acudió despacio para sentarse en el sitio libre que José Miguel había dejado a mi lado.
Lo miré fijamente con la esperanza de que comprendiera mis nulas ganas de hablar con alguien. Estaba totalmente enfocada en él, en todo lo que platicamos, y en lo especial que se ha convertido para mí. Me gustaba y mucho.
—Te has enamorado, ¿verdad?
—¿Se nota mucho? —dije con un suspiro.
—Oh, sí. No sabes disimular ni un poquito —agregó haciendo un divertido gesto con sus manos.
—Oh —dije, con preocupación—. Debo aprender. Eso es seguro.
—No seas tonta, estuviste normal, créeme, pero desde que cerraste la puerta, apareció la idiota que tanto quiero —reí—. Él pareciera sentir lo mismo, bueno así lo noté.
—Estás loco, ¿cómo podría gustarle? Él es mil veces más interesante —respondí.
—¿Por qué piensas así de ti? —inquirió mientras miraba hacia la ventana.
—Es que después de que pasó lo que pasó con Mauricio, me volví más insegura —Marco negó con la cabeza—. Por más que quiera cambiar eso, no puedo.
—¿Qué no puedes? —estaba atónito—. Podría jurar que le gustas.
—No es tan fácil como crees, Marco —desvió la mirada—. Pero no quiero ilusionarme.
—Ahí si te apoyo, pero creo que deberías darle una oportunidad —objetó.
—¿Por qué o qué?
—Ya te lo dije —replicó—. ¿Acaso no me estás escuchando?
—Sí, si te estoy escuchando, pero dame una razón concreta.
Esbozó una amplia sonrisa y no pude evitar devolvérsela.
—Es obvio que le gustas, hermana —alegó Selene, quien se acercó a nosotros.
—Estaría loco si no —soltó Marco entre risas.
—Bueno ya pues. Además, si me gusta no voy a salir corriendo a decírselo, eso júrenlo —dije para luego levantarme. Ellos me siguieron hasta la cocina.
—Deja ya esa baja de autoestima, chica. Comienza a ser más segura de ti misma. Tú no eras así —decía Selene, mientras me seguía los pasos—. ¿Por qué crees que él no se fijaría en ti? Eres bella, inteligente, aplicada y directa siempre. Te aseguro que el brillo que vi en sus ojos no era solo de amistad —me animó—. Y si te gusta, deberás decírselo.
—Lo siento —me eché a reír—. Pero eso no sucederá ni porque me paguen.
—¿A ver y que cenaremos? —preguntó Marco desde el otro lado de la estancia, se encontraba ahora viendo televisión. Noté el cambio radical que le dio a la conversación.
—Vaya, se me ha olvidado la cena —contesté entre risas— ¿Qué tal si pedimos pizza?
—Yo opino que hagamos patacones.
—No, mejor unas arepas fritas.
—A ver, decídanse. No podemos comer todo eso. Es la pizza, o es la arepa.
—Pizza/Arepa—respondieron los dos al unísono.
—Yo voto por las arepas, fin de la historia.
Comencé a preparar la cena, pero mi mente estaba distraída. Selene lo notó por lo que se dispuso a ayudarme a cocinar. Ambos me conocían perfectamente. Mi celular comenzó a sonar. Quedé pasmada al ver de quien se trataba.
—¿Qué pasa? ¿Quién es? —preguntó mi primo.
—Es Mauricio —respondí, volviéndome en parte hacia él.
—Atiende chica, tal vez sea algo importante —respondió en un tono que daba el tema por zanjado. Lo hice con recelo. ¿Qué demonios quería ahora?
—¿Hola?
—Creí que no atenderías —respondió, a mi parecer, con alivio.
—¿Qué pasa ahora? —le pregunté cortante.
—Necesito hablar contigo, estoy en la cafetería.
—¿Te volviste loco? —le pregunté al tiempo que intentaba no parecer una idiota cuando parpadeé como había visto hacer a las chicas en la televisión—. Yo no voy a bajar, está demasiado oscuro.
—Stefanía, debo pedirte perdón —confesó.
—¿Perdón? ¿Por qué? —Mi rostro se llenó de una falsa expresión de sorpresa—. Hubiera jurado que jamás ibas a hacerlo.
—Suelo ser un poco orgulloso, me conoces bien —explicó
—La verdad es que creía hacerlo. ¿Estás muy apurado o puedes subir? —pregunté con malicia, simulando esperar un sí por respuesta. Él aceptó y yo no hice más que colgar. Minutos después, tocaron la puerta. Abrí y salí hacia el pasillo con él. En sí, la visita no fue larga. Le dejé los puntos claros y le pedí que no me buscara más. Él pidió perdón por haber roto su promesa de esperar por mí.
—La verdad es que me tienes sin cuidado, Mauricio. Lo que hagas o dejes de hacer ya no me incumbe ni me interesa en lo absoluto.
—Pero...
El teléfono sonó. Era una llamada de mi amigo, y, por supuesto le atendí enseguida. —Hola cariño ¿cómo estás?
—Hola, corazón, ¿bien y tú? Oye, nos vemos mañana en El Gran Café, ¿de acuerdo? Es que quisiera que salgamos, o no sé, si tú puedes.
—Bueno, claro, ¿en la mañana?
—Sí, perfecto, ¿a la misma hora del sábado?
—Me parece muy bien, ¿es una...cita?
—Podría ser. ¿Por qué no?
—Entonces quedamos así, muñeco.
—Seguro, guapura.
No sé por qué, pero intuí una sonrisa en su rostro. Luego de una agradable conversación, colgué. Mi ex seguía allí, de pie frente a mí. Él me miró, impresionado.
—¿Eso era todo? Es que debo irme, mis compañeros me esperan para cenar.
Entré al departamento, y cerré de un portazo. Mi primo y mi hermana me miraron, esperando una explicación. Obvio les conté lo de la discusión. Sin embargo, Marco sabía que no les había contado todo. Una sonrisa me delató. Por supuesto, él me pidió que les dijera lo que ocurría.
—Me ha llamado.
—¿Quién?
—¿Cómo que quién? ¡José Miguel, idiota!
—¿Y qué pasó? ¿Qué te ha dicho?
—Oh pues... ¡Tenemos una cita! —chillé emocionada—. ¿Puedes creerlo? ¡Me invitó a salir!
—¿Qué? ¿Lo dices en serio? —preguntó Selene; asentí— ¡Dime exactamente qué dijo y cuál fue tu respuesta palabra por palabra! —pidió.
Nos pasamos el resto de la cena diseccionando la estructura de las frases y la mayor parte de la madrugada. —Debes estar perfecta mañana —aseguró.
—Obvio, siempre lo estoy.
Ella sonrió.
—Debo descansar, mis amores, tengo mucho sueño —avisé y me dirigí a mi habitación. Conecté los auriculares de mi celular y busqué mi playlist favorita para reproducirla. La melodía de -Make You Feel My Love- de Adele me tumbó por completo.
¡@stefanygabriela! Muy bueno el contenido, sigue asi!
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