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1. La fiesta
Último día de clases. Significaba, en pocas palabras, que había llegado la diversión. ¡Por Dios! ¡Anhelaba tanto terminar el semestre y por fin lo había logrado! Mis compañeros del salón prepararon una fiesta durante las últimas semanas. De hecho, me entregaron la invitación cuando ya todo estuvo planificado. Me debatía entre asistir o quedarme en casa. La verdad es que no quería ir sola. Y el único que podía salvarme era Marco, mi primo. Pero había un detalle con nombre y apellido: Cruella De Vil.
Bueno, en realidad no se llama así. Su nombre es Abigail, pero yo la llamo Cruella por ser una bruja. ¡En serio! Tienen que ver cómo trata a mi primo. Lo sobreprotege demasiado, como si tuviera cinco años. ¡Y lo peor es que ni siquiera es su madre biológica! Bueno, en fin. ¡Dios quiera y no se ponga ridícula esta vez!
Por otro lado, tanto Marco como yo decidimos hacer algunos cursos en vacaciones. Él se inscribió en uno de música, y yo en uno de inglés, además me inscribí en un gimnasio. Si algún día se dignaba a llegar el amor de mi vida, por lo menos que me encuentre en forma, ¿no?
Aquel día amaneció con mucho más frío de lo habitual. Esto me motivó a levantarme un poquito más tarde. Mi celular comenzó a sonar cuando me dispuse a desayunar. Sonreí al ver de quien se trataba. Marco, obvio, ¿Quién más podría ser? Novio no tengo. Aunque con él, muchos nos decían que parecíamos pareja. ¿Por qué? Éramos primos, y de paso, mejores amigos. Nos llevábamos muy bien, éramos inseparables.
—Hola, mocosa —saludó apenas atendí la llamada—. ¿Irás a la rumba de esta noche? Coye, yo quiero ir, pero no sé qué hacer.
—Yo no sé si ir. Si tú me dices que vas, te juro que me arriesgo, no quiero andar sola en ese lugar —dije, mientras con la mano que tenía desocupada, removía el café—. Por cierto, ¿Cruella y mi tío saben de esa fiesta?
Marco se quedó en silencio.
Yo, mientras tanto, me dispuse a buscar la harina y el agua para preparar mi desayuno. —Hey, tierra llamando a Marco —hablé, mientras comenzaba a hacer la masa.
—Perdóname por lo que diré, prima, pero… ¡Coño de la madre! —gritó. Aquello pareció salir del fondo de su corazón.
—¿Qué pasa? —inquirí, asombrada. Dejé de amasar, para escucharle con total atención—. ¿Marco, qué tienes?
—Pasa que no les he dicho, y dudo que Cruella me deje ir por la hora —refunfuñó—. Lo más probable es que me aturda con su drama de con quien iré, con quien regresaré, dónde me quedaré, tú sabes cómo es ella.
—Lo sé, por eso la detesto —mascullé entre dientes—. Bueno igual, te podrías quedar en mi casa, si quieres, para evitar más problemas.
—¿En serio? —preguntó. La emoción fue evidente—. ¿De verdad me puedo quedar en tu casa? Porque si es así, tal vez me deje ir y…
Reí, mientras terminaba de preparar mis arepas. —Por esa misma razón te estoy diciendo que te quedes aquí, Marco. ¿Acaso crees que te dejaría morir? ¡Jamás lo haría!
—¡Eres la mejor! —chilló—. Hablaré con mi papá y con Cruella. Otro detalle, ¿tú me pasarás buscando o debo irme a tu apartamento?
—Lo sé, lo sé. No hace falta que me lo digas —respondí, luego ambos reímos—. Bueno, ya, pongámonos serios —espeté—, como prefieras. Puedes venirte antes, si así lo deseas. O te paso buscando, igual la fiesta es a las 10.
—Fino, hablaré con la gente aquí en la casa, y te aviso.
—Yo no sé si ir. Si tú me dices que vas, te juro que me arriesgo, no quiero andar sola en ese lugar —dije, mientras con la mano que tenía desocupada, removía el café—. Por cierto, ¿Cruella y mi tío saben de esa fiesta?
Marco se quedó en silencio.
Yo, mientras tanto, me dispuse a buscar la harina y el agua para preparar mi desayuno. —Hey, tierra llamando a Marco —hablé, mientras comenzaba a hacer la masa.
—Perdóname por lo que diré, prima, pero… ¡Coño de la madre! —gritó. Aquello pareció salir del fondo de su corazón.
—¿Qué pasa? —inquirí, asombrada. Dejé de amasar, para escucharle con total atención—. ¿Marco, qué tienes?
—Pasa que no les he dicho, y dudo que Cruella me deje ir por la hora —refunfuñó—. Lo más probable es que me aturda con su drama de con quien iré, con quien regresaré, dónde me quedaré, tú sabes cómo es ella.
—Lo sé, por eso la detesto —mascullé entre dientes—. Bueno igual, te podrías quedar en mi casa, si quieres, para evitar más problemas.
—¿En serio? —preguntó. La emoción fue evidente—. ¿De verdad me puedo quedar en tu casa? Porque si es así, tal vez me deje ir y…
Reí, mientras terminaba de preparar mis arepas. —Por esa misma razón te estoy diciendo que te quedes aquí, Marco. ¿Acaso crees que te dejaría morir? ¡Jamás lo haría!
—¡Eres la mejor! —chilló—. Hablaré con mi papá y con Cruella. Otro detalle, ¿tú me pasarás buscando o debo irme a tu apartamento?
—Lo sé, lo sé. No hace falta que me lo digas —respondí, luego ambos reímos—. Bueno, ya, pongámonos serios —espeté—, como prefieras. Puedes venirte antes, si así lo deseas. O te paso buscando, igual la fiesta es a las 10.
—Fino, hablaré con la gente aquí en la casa, y te aviso.
Iba a responderle, pero la llamada se cayó. No le di importancia, de todos modos. Cuando ya mi desayuno estuvo listo, me senté a ver televisión mientras comía. Hice zapping en todos los canales, mas no tuve éxito en la búsqueda de algo interesante.
Miré el reloj cuando ya hube terminado. El mismo marcaba las once de la mañana. Quería salir a hacer mi rutina diaria de ejercicios, más el tiempo no estaba muy agradable. De todas formas, me duché y arreglé. Preparé un envase de agua mineral y mi iPod con sus respectivos auriculares.
Lo bueno de vivir sola era que no tenía que avisar mis salidas ni horas de regreso a nadie. Podía llegar a la hora que me diera la gana, literalmente. Era independiente de mis padres, de hecho, aprendí a serlo desde mi adolescencia.
Justo cuando iba de salida, Alexandra, mi mejor amiga, me llamó.
—Ponquesito, ¿cómo estás? —me preguntó apenas atendí la llamada.
—Yo bien ¿y tú, caraota? —respondí, al tiempo que cerraba la casa para salir.
—No me gusta que me llames así, lo sabes —masculló—. Bueno, en fin, el asunto es que…
—¿Quieres saber si iré a la fiesta, cierto? —la interrumpí, apretando los labios para no reírme.
—¿Cómo lo supiste? —preguntó, asombrada.
—¿Será porque te conozco, amiga? En fin, creo que si iré. ¿Y tú? —cuestioné, ella soltó una suave risa.
—Sí, lo imaginé. Yo quiero ir con Cristóbal, ya sabes, estamos saliendo. Pero el carro se dañó, no sabemos que tiene —contó—. Si logramos resolver, iremos.
—Oh, vamos, Laura, si no logran arreglarlo, yo los paso buscando.
—¿De pana? —preguntó.
—Sí, de pana te lo digo. Avísame igual, porque debo pasar por Marco temprano.
—¿Segura que son amigos, Stefanía? Ustedes son inseparables.
—Ay, ya vas a empezar tú con eso —repliqué con fastidio. La verdad es que me tenía cansada con ese tema—. No seas ridícula, Alexandra. Marco es mi primo, casi mi hermano, deberías grabártelo. Además, es mi mejor amigo. Si tuviera novio, ya te habría dicho.
—Bueno dicen que carne de primo, se come —murmuró.
—No seas imbécil —contesté, hastiada. Ella reía—. En serio te lo digo. Deja de inventar historias de amor y sacarme novios donde no hay.
—Amiga, tarde o temprano te llegará, tranquila. —Sonreí por aquella respuesta suya. Se pronunció un silencio incómodo y luego añadió—. Te dejo, Cris acaba de llegar y almorzaremos juntos.
—Vale, me lo saludas. No olvides avisarme si debo pasarlos buscando —dije y colgué.
—Yo bien ¿y tú, caraota? —respondí, al tiempo que cerraba la casa para salir.
—No me gusta que me llames así, lo sabes —masculló—. Bueno, en fin, el asunto es que…
—¿Quieres saber si iré a la fiesta, cierto? —la interrumpí, apretando los labios para no reírme.
—¿Cómo lo supiste? —preguntó, asombrada.
—¿Será porque te conozco, amiga? En fin, creo que si iré. ¿Y tú? —cuestioné, ella soltó una suave risa.
—Sí, lo imaginé. Yo quiero ir con Cristóbal, ya sabes, estamos saliendo. Pero el carro se dañó, no sabemos que tiene —contó—. Si logramos resolver, iremos.
—Oh, vamos, Laura, si no logran arreglarlo, yo los paso buscando.
—¿De pana? —preguntó.
—Sí, de pana te lo digo. Avísame igual, porque debo pasar por Marco temprano.
—¿Segura que son amigos, Stefanía? Ustedes son inseparables.
—Ay, ya vas a empezar tú con eso —repliqué con fastidio. La verdad es que me tenía cansada con ese tema—. No seas ridícula, Alexandra. Marco es mi primo, casi mi hermano, deberías grabártelo. Además, es mi mejor amigo. Si tuviera novio, ya te habría dicho.
—Bueno dicen que carne de primo, se come —murmuró.
—No seas imbécil —contesté, hastiada. Ella reía—. En serio te lo digo. Deja de inventar historias de amor y sacarme novios donde no hay.
—Amiga, tarde o temprano te llegará, tranquila. —Sonreí por aquella respuesta suya. Se pronunció un silencio incómodo y luego añadió—. Te dejo, Cris acaba de llegar y almorzaremos juntos.
—Vale, me lo saludas. No olvides avisarme si debo pasarlos buscando —dije y colgué.
Recuerdo perfectamente el primer día de clases en la universidad. Una sifrina barata la estaba fastidiando porque “se había cruzado en su camino” cuando ella estaba entrando a la cafetería para comer. La insultó y la empujó al suelo, humillándola. Como si esa ridícula fuera la última Pepsi Cola del desierto. ¡Pff! Luego, por supuesto, tuve que intervenir. Y fue allí cuando conocí a Alexandra.
—¡Que momentos aquellos! —exclamé en voz alta, sin pensar que tal vez me escucharían. Pensarían que estoy loca o algo así—. ¡Como si realmente te importara lo que piensen ellos, Stefanía!
Iba bajando por las escaleras ya que el ascensor estaba dañado, como cosa rara. Al estar en la planta física, me percaté de que estaba comenzando a llover. Me quité el auricular y me acerqué a la entrada de la residencia.
—Si pensaba salir, es mejor que se quede tranquila. Se viene una gran tormenta —anunció el vigilante.
—Gracias, eso haré —contesté, resignada—. Gracias por la sugerencia, de todos modos.
En efecto, pocos minutos después se desató un torrencial aguacero. Por supuesto, no me quedó opción que regresar. Era tedioso tener que subir y bajar escaleras, ¿pero que más podía hacer? En el camino, me encontré con varios de mis vecinos, les saludé, hablé con ellos un poco, y seguí mi camino.
Una vez estuve dentro del apartamento, comencé a preparar el almuerzo. Pretendía comer algo ligero, pero no era momento para dietas. Hice de las mías y entre tanto trabajo, el celular comenzó a sonar nuevamente. Era mi primo.
—¿Qué ocurre? —pregunté, apenas atendí el teléfono—. No me digas que Cruella…
—¿Podrías callarte y abrirme la puerta? Voy subiendo, parezco un pollito remojado por este maldito aguacero —refutó. Su voz sonaba tensa—. Así que, por favor, abre ahora mismo.
—¿Qué dices? ¿Cómo que…?
—¡Qué suerte tengo yo para la gente despistada, vale! —expresó. El sarcasmo, evidente en su voz, me hizo molestar—. Stefanía solo te pido que abras la puerta del apartamento, voy subiendo y estoy mojado por la lluvia.
—¿Es un juego? Marco…
—No, Stefanía, no estoy jugando —objetó—. ¡Por lo que más quieras, abre la bendita puerta! —reclamó.
—¡Ya voy! —chillé. Él colgó y yo corrí hacia la puerta. La abrí y me topé con que, ciertamente, él parecía un pollo remojado—. Oh, Dios, Marco, ¿por qué no me has pedido que te buscara? ¡Pasa adelante!
Murmuró algo parecido a un “gracias”. Cerré la puerta tras él, y procedí a buscarle una toalla. Al regresar, le vi recostado sobre el sofá, pero se levantó al instante que me vio con la toalla. —Ten, para que te seques un poco —dije, de mala gana—. De todos modos, lo mejor es que te des un baño.
—Si, pues, estuve al borde de un resfriado mientras esperaba por ti —masculló.
—Debiste avisarme que vendrías, Marco —reñí—. Habría ido a buscarte o yo que sé. Ah, no, pero el niño llega de sorpresa y en medio de un torrencial aguacero.
—Te estuve llamando como cien veces, Stefanía —replicó, tajante—. Pero tú, como cosa rara, no contestas ese pedazo de teléfono —añadió, desviando su vista hacia el vacío.
Me quedé callada. No quería embarrarla más. —¿Y bien? ¿Cómo es que estás aquí? ¿Te has escapado o qué?
Me miró, con un ceño bastante fruncido, y replicó: —No digas estupideces, ¿quieres?
—¿Entonces cómo es qué estás aquí?
—Si no lo recuerdas, hoy tenemos una fiesta, primita. —Sonrió, a medias—. Y bueno, por un milagro divino de Dios —alzó las manos al cielo mientras hablaba—, Cruella me ha dado permiso para ir, con la única condición de que me viniera ya mismo a tu departamento y me quede a dormir aquí —contó.
La mandíbula se me quedó floja. —Ya va, espera que asimile lo que acabo de oír —él viró los ojos—. ¿Cruella te ha dejado ir? —pregunté, aun sin poder creerlo.
Él me clavó la mirada. —Sí, Stefanía, eso dije —contestó, con un gesto que, él sabía, me disgustaba.
—Coye, eso sí que es un verdadero milagro —expresé, asombrada—. Es la primera vez que hace algo tan inteligente. —Ambos reímos.
—Lo sé —contestó, entre risas—. Aunque es normal, digo, aún no soy mayor de edad y pues…
—Todavía no lo eres —corregí, él asintió sonriendo—. Pero haremos fiesta ese día, escríbelo, Marco.
—Eso espero, y debe ser algo fenomenal, déjame decirte, porque no todos los días cumples 18 años.
—No, pero te haces más viejo, ¡ja! —contesté, burlándome.
Él me dedicó una mirada siniestra. No pude evitar retorcerme de la risa.
—Ridícula, debe ser que tú eres muy joven —murmuró. Apreté los labios, reprimiendo otra carcajada—. Bueno, volviendo al tema de la fiesta —tragó saliva, para continuar—, ¿no sabes si Alexandra irá?
—Sí, bueno si arreglan el carro, irá con Cristóbal. De otra forma, tendremos que pasarlos buscando. —El resopló. Pestañeó y su mirada se relajó—. ¿Qué te pasa? ¿Por qué te molestas?
—Detesto que esté saliendo con ese imbécil —refutó.
Alcé una ceja, incrédula. —¿Cómo dices? A ver, ¿cómo es que…? Explícame, ¿cómo es que detestas que ella esté saliendo con Cristóbal? ¿No qué la odias?
—Tú no entiendes, Stefanía, ella es…
—Alexandra es mi mejor amiga, ¿ok? —le interrumpí—. Puede salir con quien le plazca. A menos que estés enamorado de ella, y estés celoso.
—¿De dónde sacas semejante barbaridad? ¿Acaso estás viendo novelas o qué? —inquirió. La furia de su voz, subió a sus ojos, y su frente se arrugó—. Yo sé que ella es tu mejor amiga, pero primero fue sábado que domingo, ¿o me equivoco?
—Ok, vamos a hacer algo —le dije, cortante—. No quiero discutir contigo, tampoco quiero que estés enojado, mucho menos, que estés enfermo, así que anda a darte un baño, ¿quieres? Estás empapado y te dará un resfriado —aseguré.
—Te pareces a Cruella cuando hablas así —se burló él.
—Cállate. No digas eso ni en broma —soltó una carcajada—. Ya, Marco, en serio, ve a darte un baño. No quiero tener que pagarte como nuevo si te enfermas. Luego Cruella tendrá más motivos para no dejarte venir.
—Buen punto —admitió. Él se quedó en silencio, mirando, sin ver la lluvia, a través de la ventana.
Luego de que Marco se duchara, nos dispusimos a almorzar. Había cocinado un exquisito arroz con pollo y como el dinero me sobra, de bebida teníamos Coca – Cola. Hablamos un buen rato y a eso de las tres de la tarde, decidimos dormir. Por suerte tenía una habitación extra en el apartamento, y allí fue donde durmió mi primo.
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Cuando desperté, miré el reloj. Alertada por la hora, me levanté y fui a la habitación de huéspedes para despertar a Marco.
—Oye, levántate. Son las 7 de la noche —le dije mientras movía suave su hombro. El muy desgraciado no se movió. Parecía muerto—. Idiota, levántate o juro que te lanzo un vaso de agua —amenacé, pero no hubo respuesta—. Te lo buscaste.
Me dirigí a la cocina y serví un vaso de agua fría, regresé a la habitación con la esperanza de que ya hubiese despertado, pero no fue así.
—Sorry, pero no me has dejado otra opción —murmuré antes de lanzarle el vaso de agua.
—¡¿Qué rayos?! —gritó despertándose. Mordí mi labio, reprimiendo una carcajada—. ¡Stefanía! ¿Estás loca? —reclamó. Estaba reprimiendo una risotada, sin embargo, pude hablar con calma. —Bueno perdona, pero tenía rato hablándote y no respondías. Parecías muerto.
—¡No seas exagerada! —chilló. Suspiró y me miró, ahora más calmado —. ¿Qué hora es?
—Son las siete —él se sorprendió—. Así que comienza a vestirte. Cenaremos algo antes de irnos. —le dije.
—Fino, pero primero… Nada, ya veré que resuelvo con esto —respondió secándose con una toalla—. Ahora salte, voy a cambiarme —sin decir nada más, salí y solté una carcajada—. ¡No te rías! ¡No es gracioso! —gritó.
—Es inevitable, lo siento —exclamé entre risas.
Regresé a mi cuarto para buscar en mi closet lo que iba a vestir para la fiesta. Tenía que ser algo súper espectacular. Luego de una hora, logré conseguir la ropa adecuada. Encendí la plancha para alisar mi cabello. Cuando estuve prácticamente lista, salí a preparar la cena.
—¡La diva en la pasarela! —exclamó mi primo—. Miren que tenemos aquí, vale.
—¿Tan mal estoy?
—¿Qué? ¡Claro que no tonta! —contestó riendo.
—¿Entonces?
—Tú si eres lenta, Stefanía —masculló—. Lo que te iba a decir es que… Ay, nada, olvídalo.
—No seas idiota, dime.
—Es que estás demasiado bella, Stefy, en serio. <br —Gracias, primo.
Nuestros estómagos rugieron con fuerza. Indicio del hambre que teníamos. Decidí preparar hamburguesas. Minutos más tarde, el olor a carne invadió la sala. Marco me ayudó con los vegetales. Por suerte había hecho un buen mercado. En el refrigerador guardaba una Pepsi – Cola y la saqué para que se descongelara.
Mientras preparaba la cena, el teléfono sonó, pero no tenía ganas de hablar con nadie, por lo que Marco atendió la llamada.
—Es ella —murmuró bajito, con notable desprecio. Rodé los ojos al ver su expresión.
Seguí cocinando mientras escuchaba a mi primo hablar por celular. Sabía que Alexandra no era de su agrado, por lo que no pude evitar reír ante las respuestas que él le daba a mi amiga. Luego de que colgara, lo miré.
—Que ya Cristóbal logró prender el auto —avisó dejando el celular en la barra—. ¿Te ayudo en algo?
—Sí, ve sirviéndolas —le dije mientras colocaba las rodajas de carne en los panes—. Ponle todo a tu gusto, en el refrigerador están las salsas —anuncié.
—Prima yo he venido. Tampoco es que soy turista —replicó.
—Perdón, creí que no recordarías, digo ¿cuándo fue la última vez que viniste? Ah, sí ¡HACE UN AÑO!
—No seas mentirosa, vine hace quince días para terminar el trabajo final.
—¿Sí? ¡Ah, cierto!
—Ya veo porque no tienes novio, eres burda de despistada, Stefanía —criticó.
Le lancé una mirada envenenada. —Bueno, ya. Empieza a comer, que calladito te ves más bonito —él comenzó a reír. Serví los dos vasos con hielo y Coca – Cola, para luego sentarme a comer.
—¿No te hacen falta mis tíos? —preguntó de repente, tomándome por sorpresa.
—Sí, de vez en cuando, pero veo que yo a ellos no. No me han llamado desde que me vine a vivir a Caracas —él tosió—. No te preocupes, no me molesta hablar de eso.
—En realidad tosí porque me ahogué, pero ajá —sonreí—. ¿Y qué has sabido de Eddy? ¿Cómo le va en Chile?
—Pues está muy bien, gracias a Dios —respondí sonriente—. Me dijo ayer por WhatsApp que vendrá de visita unos días, pero no ha confirmado nada.
—Espero sea pronto, me gustaría verlo.
—A mí también, lo extraño mucho.
—¿Qué hora es?
—Cálmate, Marco. Aún hay tiempo —respondí—. Come tranquilo.
—Vale, es que quiero ir, en serio.
—Si no te conociera, pensaría que tienes años sin ir a una fiesta.
—He ido a fiestas, pero es la primera vez que voy a una discoteca —lo miré atónita—. ¿Qué?
—¿Estás bromeando? —negó—. ¡Marco, por Dios! —exclamé.
—Soy menor de edad, lo sabes.
—Lo sé, pero... ¿en serio nunca has ido a una discoteca? —pregunté.
—En serio, esta es la primera vez —respondió. Estaba muy serio hasta que comenzó a reír—. Te la creíste, gafa. Obvio he ido a discotecas —dijo.
—Imbécil —fue lo único que pronuncié. Él seguía riendo—. Ya estaba buscando la forma de hacerte pasar.
Cuando por fin terminamos de comer, tomé las llaves del apartamento y del carro, mi maquillaje, celular y salimos de casa. Mientras bajamos las escaleras, conversábamos. Nos dirigimos al estacionamiento. El mío llamaba demasiado la atención, vale decir.
—No comprendo porque nunca has sido del agrado de mi madre —soltó Marco cuando estábamos dentro del auto.
—La verdad es que yo tampoco, pero me da igual lo que ella piense —él asintió—. Mi tío, en cambio, es muy... Es otro nivel, ¿me explico?
Asintió. —Lo es.
Fui a encender el auto pero no hubo reacción.
Uno...
Dos...
Tres...
Nada, el auto no encendía. Golpeé el volante más de tres veces.
—¿Qué pasa? ¿Por qué no prende? —preguntó Marco.
—Si supiera —murmuré—. Se supone que debería prender, ayer por la tarde le llené el tanque de gasolina. Este carro me tiene harta.
—¿Ayer lo llenaste? ¿Segura?
—Sí, luego de la universidad.
Él se asomó a ver el tablero de luces, y suspiró. —Claro, ya entiendo —masculló—. Estúpida tenías que ser. No tiene combustible, mira eso. Está en E, Stefanía, ¡En "E"! ¡No tiene nada! ¿Si comprendes?
—No es posible —golpeé el volante una vez más.
—Pues ya ves que sí —murmuró— ¿Qué vamos a hacer? ¿Tomaremos un taxi? Lo mejor es que actuemos rápido, ya casi es la hora —preguntó mi primo.
—¿Te has vuelto loco? ¿Acaso nunca sales? —pregunté furiosa—. No tomaremos ningún taxi. Pásame mi celular —le pedí—. O no, mejor marca el número de Alex. Ella es quien nos salvará esta noche.
—¿Qué? ¡No! Si es así, prefiero un taxi, en serio. No quiero ir en el mismo auto que ella. Sabes que no la soporto.
—No seas niña, Marco. Deja la ridiculez ¿Quieres ir a la fiesta? —él asintió—. Entonces llámala.
—La llamo porque de pana quiero ir a esa fiesta —refunfuñó. Marcó el número y me tendió el teléfono. Rodé los ojos y lo recibí. Al tercer repique, atendió.
—Hola, ponquesito, ¿qué pasa?
—Hoy serás tú quien nos salve.
—¿Por qué? ¿Qué pasó?
—El auto no quiere prender. Se ha quedado sin gasolina —le conté. Oí como le repetía lo mismo a Cristóbal—. Por favor, ven a buscarnos.
—Claro, claro, amiga. Ya vamos para allá —dijo y colgó.
Sonreí victoriosa.
—¿Qué te dijo? —preguntó Marco.
—Que ya viene por nosotros —contesté. Saqué mi bolso, las llaves y cerré el auto. Marco salió enseguida y me siguió hasta la planta física.
Por suerte habían arreglado el ascensor en la tarde, por lo que rápidamente subí a dejar las llaves del carro en el apartamento. Total, ni las necesitaría. Al bajar, Marco seguía esperándome.
—Apúrate, ya llegaron —dijo. Salimos literalmente corriendo, y subimos al auto de mi amiga.
—Gracias, en serio —le dije a Alexandra—. Nos han salvado la noche
Cristóbal rió. —Tan solo a ti se te ocurre dejar el carro sin gasolina, Stefanía.
—Estaba segura de que ese carro tenía suficiente —me defendí.
Ellos rieron.
—Lo importante es que iremos y vamos a disfrutarlo al máximo —dijo mi mejor amiga.
—Claro, por supuesto.
Durante el camino a Holic nos divertimos demasiado. Cristóbal, el chico con el que Alex, como yo le llamo, está saliendo, me empieza a caer bien. Creo que no les mencioné eso, pero antes Cristóbal no me agradaba para nada. Le quitaba demasiado tiempo a mi amiga y casi nunca compartíamos juntas, por ende, no lo trataba mucho. ¿Cómo cambian las cosas, no?
Marco, por su parte solo lanzaba comentarios sarcásticos, pedante como siempre, para todo lo que decía mi amiga. Hasta que me cansé y le di un codazo en el estómago.
—¡Auch! ¿Qué te pasa, Stefanía? —chilló—. Eso duele, ¿me quieres matar?
Cristóbal y Alexandra rieron. Yo iba a hacerlo también, pero preferí disimular.
—No le veo lo gracioso —masculló.
—Ay, no seas niña, Marco —exclamé. Me acerqué a él un momento—. Compórtate, al menos disimula, no sé, no seas tan obvio —le murmuré en el oído.
—¿Disimular? Eso no está en mi diccionario —me respondió de la misma forma—. Sabes que, si algo me disgusta, lo expreso a todo dar —rodé los ojos ante su respuesta.
Decidí dejarlo pasar. Ya luego hablaría con él.
—¿Cómo fue que te quedaste sin gasolina? —preguntó Cristóbal—. En serio, no lo supero.
—Ah, pues, Marco fue quien se dio cuenta —confesé—. La verdad, creí que tenía suficiente.
—Algo hiciste para que se quedara sin nada de nada —intervino Alex.
—Ir a la universidad, de resto, nada más —comenté—. En fin, será mañana que lo lleve a la gasolinera —solté, frustrada. Ellos rieron.
Cuando por fin llegamos a Holic, nos bajamos y en la entrada el tipo de seguridad chequeó nuestros nombres en la lista. No se podía creer la cantidad de personas que había. Nos encontramos con varios de nuestros compañeros, bueno, pronto serían ex compañeros. Si es que el destino no nos volvía a unir en el próximo semestre.
—Iré a la barra a pedir un trago —anunció Cristóbal—. ¿Quieren algo?
—Sí, una cerveza para empezar —dije.
—Que sean dos —añadió Alex.
—Que sean tres, pero iré contigo —le dijo Marco para luego retirarse los dos hacia la barra de la discoteca. Alex y yo nos sentamos en una de las mesas cercanas a la entrada. La estábamos pasando genial. Me dirigí, por un momento, al baño para retocarme el maquillaje. Al salir, choqué con mi amiga. En ese momento se nos acercaron Diego y Christian.
—Hola, guapas —saludó Diego, quien a diferencia de Christian, era el más fornido.
—¿Qué tal? —respondí cortante.
—Creí que no vendrías —habló Christian. Los ojos le brillaban.
—Pues aquí me ves —sonreí falsamente—. ¿Qué, los han dejado sus chicas de la semana? ¿Quiénes eran? —fingí pensar—. Ah sí, Michelle y Diana, ¿dónde están ellas?
—Si no fueras tan odiosa, juro que ligaría contigo de nuevo, Stefanía, en serio —respondió Christian— ¿Por qué me hablas así, eh? Desde que cortamos me tratas súper mal.
—Oh, disculpa, no sabía que había que lanzarle flores a la persona que te ponía los cuernos —respondí—. A ver, Christian, yo no quiero nada más contigo, ¿quedó claro? Y no vayas a responder porque no me interesa lo que vayas a decirme —agregué antes de que pudiera decir algo.
Su gemelo, Diego, salió a flote para defenderlo: —¿Por qué eres tan odiosa, Stefanía? Sabes, si pudieras al menos...
—Ay ya, Diego, en serio. Córtala con eso, no vuelvas a dar el mismo discurso. ¿Qué no tienes otro? —le pregunté.
—¿A qué te refieres?
—Siempre que quieres coquetear con alguien le lanzas lo mismo, ¿acaso crees que no me doy cuenta? Ya, amigo, está como trilladísimo ese discursito tuyo. Se parece a la canción del taxi, ¿la has escuchado?
Mi mejor amiga solo permanecía en silencio, pero al escucharme decirle lo de la canción que ella tanto odia, rompió a reír. Y seguro que, si Marco lo habría escuchado, reaccionaría de la misma manera.
—¿Ves porque no me gusta invitarte a salir? —habló Diego.
—Ah, ¿es que tú pensabas invitarme a salir? ¿Teniendo novia? No, cariño, yo no nací para ser segundo plato, y mucho menos "la de la semana".
—Contigo no se puede hablar, definitivamente —habló Christian.
Miré a Christian, con una falsa sonrisa. —¿Y tú dejas que tu hermano coquetee conmigo sabiendo que fui tu novia? —hice una mueca.
Él colocó una mano sobre el hombro de su hermano. —Déjalo, en la casa nos arreglamos, ¿verdad, hermanito?
—Ay ya, si no tienen nada que hacer, no vengan a fastidiarnos a nosotras, please —le pedí.
Justo en ese momento, aparecieron Cristóbal y mi primo con nuestros tragos. Recibí el mío y seguí atenta a lo que decían, aunque la verdad, no me interesaba en absoluto. Cristóbal no se había percatado de que sus amigos estaban allí con nosotros, hasta que Diego habló.
—Pero miren quien está aquí, vale. Si no es más que Cristóbal Méndez, el beisbolista nato —el aludido miró a Diego y se sorprendió. Los dos se unieron en un abrazo—. Cónchale pana, si no es así, no nos vemos. Tenía tiempo sin saber de ti.
—¡Epale, chamo! ¡Coye sí, vale! —respondió Cristóbal. Marco, Laura y yo nos miramos y reímos—. ¿Y Diana? ¿Michelle? ¿No vinieron?
—¿Quiénes son ellas? —preguntó Christian.
Enseguida los tres comenzaron a reír.
—¡Hombres! —exclamamos Alex y yo al unísono.
La fiesta continuó lenta. Los tortolos se perdieron de nuestra vista, al igual que Diego. Me dispuse a bailar con Christian un rato —a petición suya, claro—, y al terminar la canción, cada quien siguió su rumbo. Me senté nuevamente con mi primo, y miré alrededor a ver si le hacía una vuelta con una chica.
—Mira, ahí viene Valentina —le dije—. Sácala a bailar —él me miró sorprendido.
—¿Estás loca? Miguel me mataría. La última vez por poco me deja ciego.
—Si eres exagerado —recriminé—. Además, Valentina lo dejó, ya no están juntos. Aprovecha y diviértete. Marco me miró poco convencido de mis palabras.
—Bueno está bien, pero no te vayas a mover de aquí —reí—. Estás ebria, Stefanía, ¿qué quieres? ¿Qué abusen de ti o algo así?
—Te pasas de dramático, deberías ser escritor de novelas —le dije entre risas—. Ve y haz lo tuyo. Anda a divertirte. En pocos segundos, Marco ya no estaba en mi campo de visión.
—Creo que tú deberías hacer lo mismo —me dijo alguien. Levanté la mirada para encontrarme con quien menos esperaba.
—¿Mauricio? —pregunté intentando no variar mi expresión—. ¡Tiempo sin saber de ti, chico! ¿Qué haces aquí?
—Lo mismo que tú, claro —respondió sonriente—. Bueno, con la diferencia de que yo me estoy divirtiendo —comentó—. No digo que tú no, solo qué… —Se quedó callado—. ¿Qué demonios has hecho? Estás demasiado ebria. Mi rostro se mantenía inexpresivo.
—¿Estabas huyendo de mí? —negué—. Bueno, la verdad es que me hacías falta. No te veía desde que cortamos. Estuve fuera del país y regresé a buscarte, pero me dijeron que ya no estabas viviendo allá.
—La vida da muchas vueltas, ¿no crees? —pregunté como quien no quiere la cosa.
—Así es, pero sabes que no creo en las casualidades —me tomó la mano—. Si nos volvimos a encontrar fue por algún motivo, ¿no te parece?
Removí la mano, y le miré fijamente. —Tal vez tengas razón.
—Ven, vamos a bailar —me dijo con cariño—. Deja ya de beber, estás demasiado ebria.
Estaba delirando, seguro que sí. Acepté la petición para no ser descortés. Nos acercamos a la pista y comenzó a sonar Bella y Sensual de Romeo Santos con Daddy Yankee y Nicky Jam. La reconocí al instante. Me costó mantener el equilibrio, debo admitirlo. Sin embargo, él me ayudó a mantenerme en pie. En un momento de descuido, Mauricio me besó.
—Lo siento, no puedo —dije, separándome.
—¿Qué pasa? ¿Por qué no puedes? ¿Tienes novio?
—No, eso no, sino que... Simplemente no puede pasar más nada entre tú y yo, Mauricio, lo lamento —dije—. Yo no pienso caer en tu trampa, no quiero que juegues conmigo de nuevo.
—¿Qué? ¿Qué dices? ¿De dónde sacas eso?
—Déjalo ya, por favor —le dije. Estaba nerviosa, tanto que las palabras salieron muy atropelladas de mi boca. Me alejé de él y comencé a buscar a Marco y luego a Alex, debíamos irnos enseguida sino quería sufrir un ataque emocional. ¡Voy a colapsar!
Encontré a mi primo conversando muy amable con Valentina. Con una mirada, le hice saber que quería irme de ese lugar. Él se despidió de la muchacha y fuimos en busca de Alexandra, a quien encontramos bailando para Cristóbal y otros tipos que, literalmente, la desvestían con la mirada más sádica de todas.
Como pude, la saqué de allí. Si yo estaba ebria, esa mujer se había vuelto leña, por no decir lo que en realidad parecía. Alexandra me miró disgustada. —¿Se puede saber qué demonios pasa contigo? ¿Tienes alguna idea de lo que podría suceder luego si no te sacaba de ese círculo?
—Estaba bailando, y me interrumpiste —balbuceó.
—¿Bailando? Alex, en todo el sentido literal de la palabra, te ofreciste a todos esos tipos. Ella no respondió.
—Nos vamos a casa.
—¿Qué? ¡No! ¡Es muy temprano! —chilló.
—Vámonos, Alexandra. Esto no va a terminar bien.
—¿Qué hora es? —preguntó fastidiada.
—Cuatro de la madrugada, pronto amanecerá —contesté. Impaciente, le insistí: —Alexandra Aldana, en serio, vámonos.
—Yo los puedo llevar —dijo Mauricio, apareciendo de pronto—. Dime a dónde van, yo los llevo sin ningún problema.
—Vamos a mi casa.
Él asintió. Entre Marco y yo, cargamos a Alexandra. Sin embargo, no aguanté mucho. Mauricio la tomó en sus brazos y caminó delante de nosotros. Al estar frente a la camioneta, me sorprendí. —¿Esto es tuyo? —él asintió—. Es muy lujosa, y muy bonita.
Sonrió en respuesta.
Abrió la camioneta y recostó a mi amiga en el asiento del copiloto. Mi primo y yo nos sentamos en el asiento trasero. La incomodidad e incertidumbre eran notorias.
En el camino, mi exnovio me estuvo preguntando tantas cosas sobre mi vida personal. Marco las respondió todas por mí. Y no porque no quisiese hablar, sino que sentía que la cabeza me iba a explotar por el alcohol. Estuvimos también recordando los buenos tiempos de la relación hasta que sacó a colación el tema de la ruptura.
—Vivo al lado de "El Gran Café" —anuncié, con la intención de cambiar el tema. Él pareció no notarlo. Y si lo hizo, entonces ignoró completamente lo dicho.
—La próxima vez que hablemos, te agradezco, no toques el tema de la ruptura.
—¿No lo has superado?
—¿Tú sí?
—Yo te pregunté primero, respóndeme.
—Yo ya pasé la página. Me vine a Caracas justo por eso, por querer empezar de cero.
—Bien, eso es justamente lo que yo vine a hacer.
—Qué bien —contesté, tajante—. Ahora sí, ya me voy.
Mi primo se había adelantado con Alexandra en sus brazos. Como pude, lo alcancé. Tomamos el ascensor y en cuestión de segundos ya estábamos en el sexto piso. Marco depositó a Alexandra en el sofá y la cubrió con una sábana gruesa. Le quitó las sandalias con cuidado y las colocó en el suelo.
—Quien te viera, Marco Antonio —le dije cuando caminábamos hacia nuestras respectivas habitaciones.
—Cállate. Ella no puede saber nada de esto.
—Le gustas, Marco.
—Sí, pero sabes que no es mutuo.
—Ahora dices eso, pero la vida da muchas vueltas, lo sabes.
—Ve a dormir, prima, o el alcohol seguirá haciendo de las suyas.
Reí. Entré a mi habitación y me desvestí casi por completo. Dejé mi bolso en el escritorio, no sin antes sacar mi celular. Lo coloqué en la mesa de noche, me coloqué mi pijama y me acosté a dormir.
Iba bajando por las escaleras ya que el ascensor estaba dañado, como cosa rara. Al estar en la planta física, me percaté de que estaba comenzando a llover. Me quité el auricular y me acerqué a la entrada de la residencia.
—Si pensaba salir, es mejor que se quede tranquila. Se viene una gran tormenta —anunció el vigilante.
—Gracias, eso haré —contesté, resignada—. Gracias por la sugerencia, de todos modos.
En efecto, pocos minutos después se desató un torrencial aguacero. Por supuesto, no me quedó opción que regresar. Era tedioso tener que subir y bajar escaleras, ¿pero que más podía hacer? En el camino, me encontré con varios de mis vecinos, les saludé, hablé con ellos un poco, y seguí mi camino.
Una vez estuve dentro del apartamento, comencé a preparar el almuerzo. Pretendía comer algo ligero, pero no era momento para dietas. Hice de las mías y entre tanto trabajo, el celular comenzó a sonar nuevamente. Era mi primo.
—¿Qué ocurre? —pregunté, apenas atendí el teléfono—. No me digas que Cruella…
—¿Podrías callarte y abrirme la puerta? Voy subiendo, parezco un pollito remojado por este maldito aguacero —refutó. Su voz sonaba tensa—. Así que, por favor, abre ahora mismo.
—¿Qué dices? ¿Cómo que…?
—¡Qué suerte tengo yo para la gente despistada, vale! —expresó. El sarcasmo, evidente en su voz, me hizo molestar—. Stefanía solo te pido que abras la puerta del apartamento, voy subiendo y estoy mojado por la lluvia.
—¿Es un juego? Marco…
—No, Stefanía, no estoy jugando —objetó—. ¡Por lo que más quieras, abre la bendita puerta! —reclamó.
—¡Ya voy! —chillé. Él colgó y yo corrí hacia la puerta. La abrí y me topé con que, ciertamente, él parecía un pollo remojado—. Oh, Dios, Marco, ¿por qué no me has pedido que te buscara? ¡Pasa adelante!
Murmuró algo parecido a un “gracias”. Cerré la puerta tras él, y procedí a buscarle una toalla. Al regresar, le vi recostado sobre el sofá, pero se levantó al instante que me vio con la toalla. —Ten, para que te seques un poco —dije, de mala gana—. De todos modos, lo mejor es que te des un baño.
—Si, pues, estuve al borde de un resfriado mientras esperaba por ti —masculló.
—Debiste avisarme que vendrías, Marco —reñí—. Habría ido a buscarte o yo que sé. Ah, no, pero el niño llega de sorpresa y en medio de un torrencial aguacero.
—Te estuve llamando como cien veces, Stefanía —replicó, tajante—. Pero tú, como cosa rara, no contestas ese pedazo de teléfono —añadió, desviando su vista hacia el vacío.
Me quedé callada. No quería embarrarla más. —¿Y bien? ¿Cómo es que estás aquí? ¿Te has escapado o qué?
Me miró, con un ceño bastante fruncido, y replicó: —No digas estupideces, ¿quieres?
—¿Entonces cómo es qué estás aquí?
—Si no lo recuerdas, hoy tenemos una fiesta, primita. —Sonrió, a medias—. Y bueno, por un milagro divino de Dios —alzó las manos al cielo mientras hablaba—, Cruella me ha dado permiso para ir, con la única condición de que me viniera ya mismo a tu departamento y me quede a dormir aquí —contó.
La mandíbula se me quedó floja. —Ya va, espera que asimile lo que acabo de oír —él viró los ojos—. ¿Cruella te ha dejado ir? —pregunté, aun sin poder creerlo.
Él me clavó la mirada. —Sí, Stefanía, eso dije —contestó, con un gesto que, él sabía, me disgustaba.
—Coye, eso sí que es un verdadero milagro —expresé, asombrada—. Es la primera vez que hace algo tan inteligente. —Ambos reímos.
—Lo sé —contestó, entre risas—. Aunque es normal, digo, aún no soy mayor de edad y pues…
—Todavía no lo eres —corregí, él asintió sonriendo—. Pero haremos fiesta ese día, escríbelo, Marco.
—Eso espero, y debe ser algo fenomenal, déjame decirte, porque no todos los días cumples 18 años.
—No, pero te haces más viejo, ¡ja! —contesté, burlándome.
Él me dedicó una mirada siniestra. No pude evitar retorcerme de la risa.
—Ridícula, debe ser que tú eres muy joven —murmuró. Apreté los labios, reprimiendo otra carcajada—. Bueno, volviendo al tema de la fiesta —tragó saliva, para continuar—, ¿no sabes si Alexandra irá?
—Sí, bueno si arreglan el carro, irá con Cristóbal. De otra forma, tendremos que pasarlos buscando. —El resopló. Pestañeó y su mirada se relajó—. ¿Qué te pasa? ¿Por qué te molestas?
—Detesto que esté saliendo con ese imbécil —refutó.
Alcé una ceja, incrédula. —¿Cómo dices? A ver, ¿cómo es que…? Explícame, ¿cómo es que detestas que ella esté saliendo con Cristóbal? ¿No qué la odias?
—Tú no entiendes, Stefanía, ella es…
—Alexandra es mi mejor amiga, ¿ok? —le interrumpí—. Puede salir con quien le plazca. A menos que estés enamorado de ella, y estés celoso.
—¿De dónde sacas semejante barbaridad? ¿Acaso estás viendo novelas o qué? —inquirió. La furia de su voz, subió a sus ojos, y su frente se arrugó—. Yo sé que ella es tu mejor amiga, pero primero fue sábado que domingo, ¿o me equivoco?
—Ok, vamos a hacer algo —le dije, cortante—. No quiero discutir contigo, tampoco quiero que estés enojado, mucho menos, que estés enfermo, así que anda a darte un baño, ¿quieres? Estás empapado y te dará un resfriado —aseguré.
—Te pareces a Cruella cuando hablas así —se burló él.
—Cállate. No digas eso ni en broma —soltó una carcajada—. Ya, Marco, en serio, ve a darte un baño. No quiero tener que pagarte como nuevo si te enfermas. Luego Cruella tendrá más motivos para no dejarte venir.
—Buen punto —admitió. Él se quedó en silencio, mirando, sin ver la lluvia, a través de la ventana.
Luego de que Marco se duchara, nos dispusimos a almorzar. Había cocinado un exquisito arroz con pollo y como el dinero me sobra, de bebida teníamos Coca – Cola. Hablamos un buen rato y a eso de las tres de la tarde, decidimos dormir. Por suerte tenía una habitación extra en el apartamento, y allí fue donde durmió mi primo.
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Cuando desperté, miré el reloj. Alertada por la hora, me levanté y fui a la habitación de huéspedes para despertar a Marco.
—Oye, levántate. Son las 7 de la noche —le dije mientras movía suave su hombro. El muy desgraciado no se movió. Parecía muerto—. Idiota, levántate o juro que te lanzo un vaso de agua —amenacé, pero no hubo respuesta—. Te lo buscaste.
Me dirigí a la cocina y serví un vaso de agua fría, regresé a la habitación con la esperanza de que ya hubiese despertado, pero no fue así.
—Sorry, pero no me has dejado otra opción —murmuré antes de lanzarle el vaso de agua.
—¡¿Qué rayos?! —gritó despertándose. Mordí mi labio, reprimiendo una carcajada—. ¡Stefanía! ¿Estás loca? —reclamó. Estaba reprimiendo una risotada, sin embargo, pude hablar con calma. —Bueno perdona, pero tenía rato hablándote y no respondías. Parecías muerto.
—¡No seas exagerada! —chilló. Suspiró y me miró, ahora más calmado —. ¿Qué hora es?
—Son las siete —él se sorprendió—. Así que comienza a vestirte. Cenaremos algo antes de irnos. —le dije.
—Fino, pero primero… Nada, ya veré que resuelvo con esto —respondió secándose con una toalla—. Ahora salte, voy a cambiarme —sin decir nada más, salí y solté una carcajada—. ¡No te rías! ¡No es gracioso! —gritó.
—Es inevitable, lo siento —exclamé entre risas.
Regresé a mi cuarto para buscar en mi closet lo que iba a vestir para la fiesta. Tenía que ser algo súper espectacular. Luego de una hora, logré conseguir la ropa adecuada. Encendí la plancha para alisar mi cabello. Cuando estuve prácticamente lista, salí a preparar la cena.
—¡La diva en la pasarela! —exclamó mi primo—. Miren que tenemos aquí, vale.
—¿Tan mal estoy?
—¿Qué? ¡Claro que no tonta! —contestó riendo.
—¿Entonces?
—Tú si eres lenta, Stefanía —masculló—. Lo que te iba a decir es que… Ay, nada, olvídalo.
—No seas idiota, dime.
—Es que estás demasiado bella, Stefy, en serio. <br —Gracias, primo.
Nuestros estómagos rugieron con fuerza. Indicio del hambre que teníamos. Decidí preparar hamburguesas. Minutos más tarde, el olor a carne invadió la sala. Marco me ayudó con los vegetales. Por suerte había hecho un buen mercado. En el refrigerador guardaba una Pepsi – Cola y la saqué para que se descongelara.
Mientras preparaba la cena, el teléfono sonó, pero no tenía ganas de hablar con nadie, por lo que Marco atendió la llamada.
—Es ella —murmuró bajito, con notable desprecio. Rodé los ojos al ver su expresión.
Seguí cocinando mientras escuchaba a mi primo hablar por celular. Sabía que Alexandra no era de su agrado, por lo que no pude evitar reír ante las respuestas que él le daba a mi amiga. Luego de que colgara, lo miré.
—Que ya Cristóbal logró prender el auto —avisó dejando el celular en la barra—. ¿Te ayudo en algo?
—Sí, ve sirviéndolas —le dije mientras colocaba las rodajas de carne en los panes—. Ponle todo a tu gusto, en el refrigerador están las salsas —anuncié.
—Prima yo he venido. Tampoco es que soy turista —replicó.
—Perdón, creí que no recordarías, digo ¿cuándo fue la última vez que viniste? Ah, sí ¡HACE UN AÑO!
—No seas mentirosa, vine hace quince días para terminar el trabajo final.
—¿Sí? ¡Ah, cierto!
—Ya veo porque no tienes novio, eres burda de despistada, Stefanía —criticó.
Le lancé una mirada envenenada. —Bueno, ya. Empieza a comer, que calladito te ves más bonito —él comenzó a reír. Serví los dos vasos con hielo y Coca – Cola, para luego sentarme a comer.
—¿No te hacen falta mis tíos? —preguntó de repente, tomándome por sorpresa.
—Sí, de vez en cuando, pero veo que yo a ellos no. No me han llamado desde que me vine a vivir a Caracas —él tosió—. No te preocupes, no me molesta hablar de eso.
—En realidad tosí porque me ahogué, pero ajá —sonreí—. ¿Y qué has sabido de Eddy? ¿Cómo le va en Chile?
—Pues está muy bien, gracias a Dios —respondí sonriente—. Me dijo ayer por WhatsApp que vendrá de visita unos días, pero no ha confirmado nada.
—Espero sea pronto, me gustaría verlo.
—A mí también, lo extraño mucho.
—¿Qué hora es?
—Cálmate, Marco. Aún hay tiempo —respondí—. Come tranquilo.
—Vale, es que quiero ir, en serio.
—Si no te conociera, pensaría que tienes años sin ir a una fiesta.
—He ido a fiestas, pero es la primera vez que voy a una discoteca —lo miré atónita—. ¿Qué?
—¿Estás bromeando? —negó—. ¡Marco, por Dios! —exclamé.
—Soy menor de edad, lo sabes.
—Lo sé, pero... ¿en serio nunca has ido a una discoteca? —pregunté.
—En serio, esta es la primera vez —respondió. Estaba muy serio hasta que comenzó a reír—. Te la creíste, gafa. Obvio he ido a discotecas —dijo.
—Imbécil —fue lo único que pronuncié. Él seguía riendo—. Ya estaba buscando la forma de hacerte pasar.
Cuando por fin terminamos de comer, tomé las llaves del apartamento y del carro, mi maquillaje, celular y salimos de casa. Mientras bajamos las escaleras, conversábamos. Nos dirigimos al estacionamiento. El mío llamaba demasiado la atención, vale decir.
—No comprendo porque nunca has sido del agrado de mi madre —soltó Marco cuando estábamos dentro del auto.
—La verdad es que yo tampoco, pero me da igual lo que ella piense —él asintió—. Mi tío, en cambio, es muy... Es otro nivel, ¿me explico?
Asintió. —Lo es.
Fui a encender el auto pero no hubo reacción.
Uno...
Dos...
Tres...
Nada, el auto no encendía. Golpeé el volante más de tres veces.
—¿Qué pasa? ¿Por qué no prende? —preguntó Marco.
—Si supiera —murmuré—. Se supone que debería prender, ayer por la tarde le llené el tanque de gasolina. Este carro me tiene harta.
—¿Ayer lo llenaste? ¿Segura?
—Sí, luego de la universidad.
Él se asomó a ver el tablero de luces, y suspiró. —Claro, ya entiendo —masculló—. Estúpida tenías que ser. No tiene combustible, mira eso. Está en E, Stefanía, ¡En "E"! ¡No tiene nada! ¿Si comprendes?
—No es posible —golpeé el volante una vez más.
—Pues ya ves que sí —murmuró— ¿Qué vamos a hacer? ¿Tomaremos un taxi? Lo mejor es que actuemos rápido, ya casi es la hora —preguntó mi primo.
—¿Te has vuelto loco? ¿Acaso nunca sales? —pregunté furiosa—. No tomaremos ningún taxi. Pásame mi celular —le pedí—. O no, mejor marca el número de Alex. Ella es quien nos salvará esta noche.
—¿Qué? ¡No! Si es así, prefiero un taxi, en serio. No quiero ir en el mismo auto que ella. Sabes que no la soporto.
—No seas niña, Marco. Deja la ridiculez ¿Quieres ir a la fiesta? —él asintió—. Entonces llámala.
—La llamo porque de pana quiero ir a esa fiesta —refunfuñó. Marcó el número y me tendió el teléfono. Rodé los ojos y lo recibí. Al tercer repique, atendió.
—Hola, ponquesito, ¿qué pasa?
—Hoy serás tú quien nos salve.
—¿Por qué? ¿Qué pasó?
—El auto no quiere prender. Se ha quedado sin gasolina —le conté. Oí como le repetía lo mismo a Cristóbal—. Por favor, ven a buscarnos.
—Claro, claro, amiga. Ya vamos para allá —dijo y colgó.
Sonreí victoriosa.
—¿Qué te dijo? —preguntó Marco.
—Que ya viene por nosotros —contesté. Saqué mi bolso, las llaves y cerré el auto. Marco salió enseguida y me siguió hasta la planta física.
Por suerte habían arreglado el ascensor en la tarde, por lo que rápidamente subí a dejar las llaves del carro en el apartamento. Total, ni las necesitaría. Al bajar, Marco seguía esperándome.
—Apúrate, ya llegaron —dijo. Salimos literalmente corriendo, y subimos al auto de mi amiga.
—Gracias, en serio —le dije a Alexandra—. Nos han salvado la noche
Cristóbal rió. —Tan solo a ti se te ocurre dejar el carro sin gasolina, Stefanía.
—Estaba segura de que ese carro tenía suficiente —me defendí.
Ellos rieron.
—Lo importante es que iremos y vamos a disfrutarlo al máximo —dijo mi mejor amiga.
—Claro, por supuesto.
Durante el camino a Holic nos divertimos demasiado. Cristóbal, el chico con el que Alex, como yo le llamo, está saliendo, me empieza a caer bien. Creo que no les mencioné eso, pero antes Cristóbal no me agradaba para nada. Le quitaba demasiado tiempo a mi amiga y casi nunca compartíamos juntas, por ende, no lo trataba mucho. ¿Cómo cambian las cosas, no?
Marco, por su parte solo lanzaba comentarios sarcásticos, pedante como siempre, para todo lo que decía mi amiga. Hasta que me cansé y le di un codazo en el estómago.
—¡Auch! ¿Qué te pasa, Stefanía? —chilló—. Eso duele, ¿me quieres matar?
Cristóbal y Alexandra rieron. Yo iba a hacerlo también, pero preferí disimular.
—No le veo lo gracioso —masculló.
—Ay, no seas niña, Marco —exclamé. Me acerqué a él un momento—. Compórtate, al menos disimula, no sé, no seas tan obvio —le murmuré en el oído.
—¿Disimular? Eso no está en mi diccionario —me respondió de la misma forma—. Sabes que, si algo me disgusta, lo expreso a todo dar —rodé los ojos ante su respuesta.
Decidí dejarlo pasar. Ya luego hablaría con él.
—¿Cómo fue que te quedaste sin gasolina? —preguntó Cristóbal—. En serio, no lo supero.
—Ah, pues, Marco fue quien se dio cuenta —confesé—. La verdad, creí que tenía suficiente.
—Algo hiciste para que se quedara sin nada de nada —intervino Alex.
—Ir a la universidad, de resto, nada más —comenté—. En fin, será mañana que lo lleve a la gasolinera —solté, frustrada. Ellos rieron.
Cuando por fin llegamos a Holic, nos bajamos y en la entrada el tipo de seguridad chequeó nuestros nombres en la lista. No se podía creer la cantidad de personas que había. Nos encontramos con varios de nuestros compañeros, bueno, pronto serían ex compañeros. Si es que el destino no nos volvía a unir en el próximo semestre.
—Iré a la barra a pedir un trago —anunció Cristóbal—. ¿Quieren algo?
—Sí, una cerveza para empezar —dije.
—Que sean dos —añadió Alex.
—Que sean tres, pero iré contigo —le dijo Marco para luego retirarse los dos hacia la barra de la discoteca. Alex y yo nos sentamos en una de las mesas cercanas a la entrada. La estábamos pasando genial. Me dirigí, por un momento, al baño para retocarme el maquillaje. Al salir, choqué con mi amiga. En ese momento se nos acercaron Diego y Christian.
—Hola, guapas —saludó Diego, quien a diferencia de Christian, era el más fornido.
—¿Qué tal? —respondí cortante.
—Creí que no vendrías —habló Christian. Los ojos le brillaban.
—Pues aquí me ves —sonreí falsamente—. ¿Qué, los han dejado sus chicas de la semana? ¿Quiénes eran? —fingí pensar—. Ah sí, Michelle y Diana, ¿dónde están ellas?
—Si no fueras tan odiosa, juro que ligaría contigo de nuevo, Stefanía, en serio —respondió Christian— ¿Por qué me hablas así, eh? Desde que cortamos me tratas súper mal.
—Oh, disculpa, no sabía que había que lanzarle flores a la persona que te ponía los cuernos —respondí—. A ver, Christian, yo no quiero nada más contigo, ¿quedó claro? Y no vayas a responder porque no me interesa lo que vayas a decirme —agregué antes de que pudiera decir algo.
Su gemelo, Diego, salió a flote para defenderlo: —¿Por qué eres tan odiosa, Stefanía? Sabes, si pudieras al menos...
—Ay ya, Diego, en serio. Córtala con eso, no vuelvas a dar el mismo discurso. ¿Qué no tienes otro? —le pregunté.
—¿A qué te refieres?
—Siempre que quieres coquetear con alguien le lanzas lo mismo, ¿acaso crees que no me doy cuenta? Ya, amigo, está como trilladísimo ese discursito tuyo. Se parece a la canción del taxi, ¿la has escuchado?
Mi mejor amiga solo permanecía en silencio, pero al escucharme decirle lo de la canción que ella tanto odia, rompió a reír. Y seguro que, si Marco lo habría escuchado, reaccionaría de la misma manera.
—¿Ves porque no me gusta invitarte a salir? —habló Diego.
—Ah, ¿es que tú pensabas invitarme a salir? ¿Teniendo novia? No, cariño, yo no nací para ser segundo plato, y mucho menos "la de la semana".
—Contigo no se puede hablar, definitivamente —habló Christian.
Miré a Christian, con una falsa sonrisa. —¿Y tú dejas que tu hermano coquetee conmigo sabiendo que fui tu novia? —hice una mueca.
Él colocó una mano sobre el hombro de su hermano. —Déjalo, en la casa nos arreglamos, ¿verdad, hermanito?
—Ay ya, si no tienen nada que hacer, no vengan a fastidiarnos a nosotras, please —le pedí.
Justo en ese momento, aparecieron Cristóbal y mi primo con nuestros tragos. Recibí el mío y seguí atenta a lo que decían, aunque la verdad, no me interesaba en absoluto. Cristóbal no se había percatado de que sus amigos estaban allí con nosotros, hasta que Diego habló.
—Pero miren quien está aquí, vale. Si no es más que Cristóbal Méndez, el beisbolista nato —el aludido miró a Diego y se sorprendió. Los dos se unieron en un abrazo—. Cónchale pana, si no es así, no nos vemos. Tenía tiempo sin saber de ti.
—¡Epale, chamo! ¡Coye sí, vale! —respondió Cristóbal. Marco, Laura y yo nos miramos y reímos—. ¿Y Diana? ¿Michelle? ¿No vinieron?
—¿Quiénes son ellas? —preguntó Christian.
Enseguida los tres comenzaron a reír.
—¡Hombres! —exclamamos Alex y yo al unísono.
La fiesta continuó lenta. Los tortolos se perdieron de nuestra vista, al igual que Diego. Me dispuse a bailar con Christian un rato —a petición suya, claro—, y al terminar la canción, cada quien siguió su rumbo. Me senté nuevamente con mi primo, y miré alrededor a ver si le hacía una vuelta con una chica.
—Mira, ahí viene Valentina —le dije—. Sácala a bailar —él me miró sorprendido.
—¿Estás loca? Miguel me mataría. La última vez por poco me deja ciego.
—Si eres exagerado —recriminé—. Además, Valentina lo dejó, ya no están juntos. Aprovecha y diviértete. Marco me miró poco convencido de mis palabras.
—Bueno está bien, pero no te vayas a mover de aquí —reí—. Estás ebria, Stefanía, ¿qué quieres? ¿Qué abusen de ti o algo así?
—Te pasas de dramático, deberías ser escritor de novelas —le dije entre risas—. Ve y haz lo tuyo. Anda a divertirte. En pocos segundos, Marco ya no estaba en mi campo de visión.
—Creo que tú deberías hacer lo mismo —me dijo alguien. Levanté la mirada para encontrarme con quien menos esperaba.
—¿Mauricio? —pregunté intentando no variar mi expresión—. ¡Tiempo sin saber de ti, chico! ¿Qué haces aquí?
—Lo mismo que tú, claro —respondió sonriente—. Bueno, con la diferencia de que yo me estoy divirtiendo —comentó—. No digo que tú no, solo qué… —Se quedó callado—. ¿Qué demonios has hecho? Estás demasiado ebria. Mi rostro se mantenía inexpresivo.
—¿Estabas huyendo de mí? —negué—. Bueno, la verdad es que me hacías falta. No te veía desde que cortamos. Estuve fuera del país y regresé a buscarte, pero me dijeron que ya no estabas viviendo allá.
—La vida da muchas vueltas, ¿no crees? —pregunté como quien no quiere la cosa.
—Así es, pero sabes que no creo en las casualidades —me tomó la mano—. Si nos volvimos a encontrar fue por algún motivo, ¿no te parece?
Removí la mano, y le miré fijamente. —Tal vez tengas razón.
—Ven, vamos a bailar —me dijo con cariño—. Deja ya de beber, estás demasiado ebria.
Estaba delirando, seguro que sí. Acepté la petición para no ser descortés. Nos acercamos a la pista y comenzó a sonar Bella y Sensual de Romeo Santos con Daddy Yankee y Nicky Jam. La reconocí al instante. Me costó mantener el equilibrio, debo admitirlo. Sin embargo, él me ayudó a mantenerme en pie. En un momento de descuido, Mauricio me besó.
—Lo siento, no puedo —dije, separándome.
—¿Qué pasa? ¿Por qué no puedes? ¿Tienes novio?
—No, eso no, sino que... Simplemente no puede pasar más nada entre tú y yo, Mauricio, lo lamento —dije—. Yo no pienso caer en tu trampa, no quiero que juegues conmigo de nuevo.
—¿Qué? ¿Qué dices? ¿De dónde sacas eso?
—Déjalo ya, por favor —le dije. Estaba nerviosa, tanto que las palabras salieron muy atropelladas de mi boca. Me alejé de él y comencé a buscar a Marco y luego a Alex, debíamos irnos enseguida sino quería sufrir un ataque emocional. ¡Voy a colapsar!
Encontré a mi primo conversando muy amable con Valentina. Con una mirada, le hice saber que quería irme de ese lugar. Él se despidió de la muchacha y fuimos en busca de Alexandra, a quien encontramos bailando para Cristóbal y otros tipos que, literalmente, la desvestían con la mirada más sádica de todas.
Como pude, la saqué de allí. Si yo estaba ebria, esa mujer se había vuelto leña, por no decir lo que en realidad parecía. Alexandra me miró disgustada. —¿Se puede saber qué demonios pasa contigo? ¿Tienes alguna idea de lo que podría suceder luego si no te sacaba de ese círculo?
—Estaba bailando, y me interrumpiste —balbuceó.
—¿Bailando? Alex, en todo el sentido literal de la palabra, te ofreciste a todos esos tipos. Ella no respondió.
—Nos vamos a casa.
—¿Qué? ¡No! ¡Es muy temprano! —chilló.
—Vámonos, Alexandra. Esto no va a terminar bien.
—¿Qué hora es? —preguntó fastidiada.
—Cuatro de la madrugada, pronto amanecerá —contesté. Impaciente, le insistí: —Alexandra Aldana, en serio, vámonos.
—Yo los puedo llevar —dijo Mauricio, apareciendo de pronto—. Dime a dónde van, yo los llevo sin ningún problema.
—Vamos a mi casa.
Él asintió. Entre Marco y yo, cargamos a Alexandra. Sin embargo, no aguanté mucho. Mauricio la tomó en sus brazos y caminó delante de nosotros. Al estar frente a la camioneta, me sorprendí. —¿Esto es tuyo? —él asintió—. Es muy lujosa, y muy bonita.
Sonrió en respuesta.
Abrió la camioneta y recostó a mi amiga en el asiento del copiloto. Mi primo y yo nos sentamos en el asiento trasero. La incomodidad e incertidumbre eran notorias.
En el camino, mi exnovio me estuvo preguntando tantas cosas sobre mi vida personal. Marco las respondió todas por mí. Y no porque no quisiese hablar, sino que sentía que la cabeza me iba a explotar por el alcohol. Estuvimos también recordando los buenos tiempos de la relación hasta que sacó a colación el tema de la ruptura.
—Vivo al lado de "El Gran Café" —anuncié, con la intención de cambiar el tema. Él pareció no notarlo. Y si lo hizo, entonces ignoró completamente lo dicho.
—La próxima vez que hablemos, te agradezco, no toques el tema de la ruptura.
—¿No lo has superado?
—¿Tú sí?
—Yo te pregunté primero, respóndeme.
—Yo ya pasé la página. Me vine a Caracas justo por eso, por querer empezar de cero.
—Bien, eso es justamente lo que yo vine a hacer.
—Qué bien —contesté, tajante—. Ahora sí, ya me voy.
Mi primo se había adelantado con Alexandra en sus brazos. Como pude, lo alcancé. Tomamos el ascensor y en cuestión de segundos ya estábamos en el sexto piso. Marco depositó a Alexandra en el sofá y la cubrió con una sábana gruesa. Le quitó las sandalias con cuidado y las colocó en el suelo.
—Quien te viera, Marco Antonio —le dije cuando caminábamos hacia nuestras respectivas habitaciones.
—Cállate. Ella no puede saber nada de esto.
—Le gustas, Marco.
—Sí, pero sabes que no es mutuo.
—Ahora dices eso, pero la vida da muchas vueltas, lo sabes.
—Ve a dormir, prima, o el alcohol seguirá haciendo de las suyas.
Reí. Entré a mi habitación y me desvestí casi por completo. Dejé mi bolso en el escritorio, no sin antes sacar mi celular. Lo coloqué en la mesa de noche, me coloqué mi pijama y me acosté a dormir.
¡@stefanygabriela! Muy bueno el contenido, sigue asi!
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