Plaza Venezuela; una fuente, muchas historias.
Un día cualquiera; salía de la Universidad Central de Venezuela camino a Plaza Venezuela para tomar el bus e irme a casa. Iba ensimismado en mis problemas, algo bastante común para cualquier venezolano en la actualidad: solo pensar en los problemas. Situaciones tan graves, pero tan frecuentes, como lo son la delincuencia; la escasez de comida; el no tener dinero suficiente y en consecuencia tener que conseguir otro trabajo; las colas para poder comprar la comida al precio que es y no “bachaqueada” o el no poder comprar sencillamente porque la comida regulada solo la venden de acuerdo al número de cédula correspondiente para dicho día y probablemente ese día no te toque. Los retrasos en el metro; la falta de autobuses, de transporte público en general; no conseguir efectivo; que no llegue el agua a la casa desde hace no sé cuánto tiempo; la cantidad de amigos y familiares que se han ido del país o lamentablemente aquellos que también “han partido” pero no exclusivamente del país si no de su vida, pues el derecho a vivir en mi país es algo que cada día que pasa parece más un lujo de algunos pocos que un derecho inherente a la simple condición de ser humano. Esta es la Venezuela que me tocó conocer.
En fin. Venía caminando por un puente; precavido, pues iba solo. Semanas atrás había leído en las noticias ciertas reseñas y en grupos de Whatsapp comentarios que hacían referencia a un grupo de niños de la calle, que se han dedicado a la delincuencia, robando por la zona.
Me percaté que más adelante estaban cinco niños, probablemente los mismos a los que me refiero antes; en la acera por donde iba caminando, crucé a la plaza sin pensarlo dos veces y me di cuenta que ahí, no muy lejos de la fuente, estaban, me imagino yo, el resto de este grupo de pequeños delincuentes; no obstante, no me importó continuar mi recorrido puesto que había suficiente gente caminando en el sitio; me sentí mucho más seguro.
Seguí hasta la parada de autobuses, hice la cola y me monté en el bus sin ningún problema. Cuando el transporte público arrancó el trayecto, pasó nuevamente por la plaza; veía la fuente desde otra perspectiva, tuve que morderme la lengua por haberlos juzgado; todo parecía mucho más claro ahora. Vi a esos pequeños niños a los que unos minutos atrás les había temido; a esos niños que no tienen nada, que simplemente han sido abandonados, que no tienen la culpa de estar ahí y que la mayoría de ellos ni siquiera han tenido la oportunidad de estudiar para mejorar su situación ya que desde criaturas han tenido que trabajar; pedir dinero en la calle o comer de la basura, de nuestras sobras...
Los vi bañándose en aquella fuente, en la gran fuente de Plaza Venezuela; parecían felices, que disfrutaban. La estaban pasando bien, jugaban entre ellos, como niños que son, descansando de su ardua labor, pues, cuando se le seque la ropita que traen puesta, seguramente la realidad los golpeará así como nos tumba a todos. Irónicamente, para ellos, pareciera que la realidad viene siendo más cruel que para cualquiera; no es lo mismo volver a casa luego de un largo día que no tener a donde volver. A veces el miedo crea en ti prejuicios que pueden destruir a otros con tu manera de ver el mundo.
Qué tristeza; qué tristeza me da ver como estos inocentes chiquillos pasan su infancia, una de las etapas más bonitas de la vida; tratando de sobrevivir y creciendo sobre la marcha a un ritmo ciertamente acelerado; haciendo cosas que le corresponderían a sus ausentes padres; siendo padres de ellos mismos y sin embargo, a pesar de la brutalidad a la que este país los somete; siguen siendo niños y actuando de un momento a otro como tal; divirtiéndose en esa gran fuente de Plaza Venezuela.
En mí época de estudiante, por allá en 1986, salía de la Facultad de Ciencias, cruzaba por Odontología, seguía el pasillo a la derecha, luego a "tierra de nadie", cruzaba a la derecha por detrás de la Facultad de Humanidades y continuaba a la salida principal, justo donde Usted, inició su relato.
Para aquellos días, no era común ver niños en las calles de Plaza Venezuela; uno que otro mendigo; nada de bachaqueros...
Por lo general, salíamos en grupo, dos, tres y a veces más...
Quiero dejar en claro, estimado @stefano470, que no comparto el término usado por Usted, al referirse a esos niños y algunos adolescentes como "delincuentes". No son delincuentes, son seres humanos nacidos en esta desgracia de gobierno que nos empobrece. Ellos, son el reflejo desencadenado del sistema parasitario narcocomunista que como un cáncer de médula, ha hecho metástasis en todos los niveles de la sociedad, en las instituciones; ha carcomido los principios básicos, dejando sin valores a los más indefensos; a esos que son la generación de relevo... Tristeza embarga mi alma, al ver lo que sucede en mi hermoso país.
Buenas tardes. Cabe acotar que efectivamente al principio de la publicación llamo a los niños "delincuentes"; pero si usted se toma el tiempo de leer con atención el resto del artículo; yo mismo pido disculpas explícitamente por haber usado ese calificativo y hago énfasis en el cambio de perspectiva que me hizo reflexionar para no usar más estos términos al referirme a un ser humano en esas condiciones.
Estoy totalmente de acuerdo con usted, tanto así que hice mención de esto que está diciendo en su comentario. Muchas gracias por haberse tomado el tiempo de haber leído mi artículo; le invito a ser un lector frecuente de mi blog.
La situación del país hace que el corazón se vaya endureciendo y nos hace ver cosas donde no las hay. Me duele este tipo de cosas que cuentas, no es justo que nuestros niños estén así. Pido a Dios las cosas cambien para bien. Te dejo mi voto.
Increíble!! Me encantó tu manera de expresar tu experiencia. Sigue así!
Así es estimado @stefano470, nuestros miedos y prejuicios a veces nos impiden volver la mirada y ver la realidad que viven otros.