Son las 9:14 de la noche cuando comienzo a escribir esto. Se supone que algún hecho de hoy debería motivarme a escribir. Pero qué va, misión imposible. Hoy no me sale ni siquiera un párrafo de algo medianamente rescatable. No sé si será el cansancio de la semana acumulado o que simplemente no es el día más productivo para mi ejercicio diario; el punto es que como no les puedo ofrecer algo por lo que valga la pena leer casi 500 palabras, escribiré sólo algo por lo que acabo de pasar.
Durante el día trabajo como niñera, nana, cuidadora... como sea que le digan (o lo que mejor se ajuste a mis funciones reales). Paso todo el día con un niño de cuatro años y, al llegar la tarde, llegan sus hermanos. Tienen aproximadamente 13 el varón y 11 la niña. Como parte de mi labor debo velar por su hora de estudio al día.
Luego de una exteensa discusión con la chiquilla, accedió a entregarme sus cuadernos y a comentarme que la semana próxima tiene prueba de matemáticas. Yo soy pésima con los números, pero heme ahí, practicando con ella suma y resta de números con decimales. Debo confesar que por breves instantes tuve que recurrir a la calculadora de mi celular.
Pasamos largo rato resolviendo casi 15 ejercicios que le puse. Yo explicándole lo poco que entendía y ella enseñándome los métodos de la escuela. Cuando se aburrió, todo comenzó a hacerlo de mala gana. Tuve que repetir el sermón que alguna vez les escuché a mis padres sobre lo importante de estudiar, de aprobar las asignaturas, de la universidad, bla, bla, bla. Al final, como sé que le divierte conversar conmigo y usar su celular, le dije: "Si resuelves todos los ejercicios que quedaron, puedes tomarles una foto y enviármela al whatsapp, yo te los reviso desde mi casa". Como vi su entusiasmo, subí el nivel: "Peeero, antes debes pasarme una foto de tu habitación ordenada". Creo que tenía esperanzas de no trabajar horas extras.
Ahora, cumplo con publicar esto rápido, porque tengo varios ejercicios de matemática esperando en mi galería de fotos.