Carolina y Alberto llevan poco tiempo en su casa nueva, una enorme casa de paredes rojas y verdes con un enorme jardín. Tenían tanto espacio al aire libre que los dos decidieron poder disfrutar de tener un nuevo miembro en la familia: una perrita llamada Lola. Lola era un perro negro que fueron a recoger a la perrera y que les escogió a ellos nada más entrar allí. Le costó un poco adaptarse a su nueva casa, pero en pocos días ya estaba encantado con su nuevo hogar.
Un perrito no es un juguete y requiere muchos cuidados, como todos los demás en casa. Era muy juguetona y cada vez que alguna visita llegaba a casa no paraba de saltar, de llevar sus juguetes favoritos, una alita de pollo de plástico con sonido a los pies de las personas y una serpiente alargada de espuma dura con la que le gustaba enredar sin parar.
Una tarde de sábado los padres de Alberto llamaron a la puerta y cuando este abrió. Lola salió entusiasmada a recibirlos. Sus ladridos se cortaron de repente cuando vieron que los padres de su dueño traían en brazos a un pequeño perrito. ¿Quién era ese animal? ¿Sería su amigo?
Lola comenzó a dar enormes saltos sacando su lengua para saludar a su invitada animal, pero lo que recibió no fue un buen saludo, sino que aquella perrita de pequeño tamaño empezó a mostrar sus dientes y a ladrar de una forma extraña y enfadada que Lola no entendía.
Los padres de Alberto estuvieron un rato en casa y luego explicaron a la pareja que tenían que irse por una urgencia a otra ciudad unos días y que pedían el favor de si su perrita Timba podía quedar en casa con ellos. Los dos accedieron y Timba era su nueva invitada.
Desde el primer día Timba no quiso ser amiga de Lola, no jugaba con ella, se iba a otra zona de la casa. Lola no sabía qué hacer. Estaba muy triste. Con lo bien que lo pasarían corriendo las dos por el jardín. Era una perrita muy pequeña, pero Lola prometía no hacerle daño. A veces le llevaba juguetes en su boca y se los soltaba delante, Timba no los cogía e incluso le ensañaba sus dientes con malestar.
Un día Lola vio como Timba bajaba corriendo con sus patitas diminutas la escalera y como había agua que se le había caído a su dueña Timba resbaló y se calló escaleras abajo. Cuando la pequeña quiso levantarse tuvo que encoger su pata trasera porque notaba algo de dolor. Lola se dio cuenta y se acercó a ella. La impulso sin hacerle daño con su morro hasta el jardín donde estaban Carolina y Alberto descansando.
Cuando vieron que la pequeña Timba se había hecho daño la llevaron al veterinario esa misma mañana. Cuando Timba volvió a casa ya no era la misma. Fue corriendo hacía Lola moviendo el rabito y Lola entendió que era un gesto de agradecimiento. A partir de ahí los dos días más que Timba se quedó a vivir en casa ambas perritas fueron muy amigas.
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