Fue en una clase de matemáticas del primer año B, a mediados del siglo pasado, cuando apenas cumplía los 12 años, en el liceo “José Luis Ramos” de la ciudad de Maracay, Venezuela, cuando aprendí, para siempre, las bases absolutas de la lealtad, como también, las absolutas y terroríficas bases de la deslealtad.
El profesor Bernardo Pérez, con su rechoncha y jovial figura, era poseedor, sin saberlo, del conocimiento universal. Yo, aún mocoso, comprendí sin proponérmelo, que la base de la filosofía eran los procesos numéricos y que todas las relaciones humanas respondían a este código:
El amigo de mi amigo es mi amigo
el enemigo de mi amigo es mi enemigo
el amigo de mi enemigo es mi enemigo
EL ENEMIGO DE MI ENEMIGO ES MI AMIGO
Fue con el tiempo, cuando salí a la calle sin espadas y me mataron mil veces y sobretodo, cuando crucé todas las esquinas de mi vida con los bolsillos rotos y retorné en abundancia, que me dí cuenta, que el profesor Bernardo Pérez era Dios.
Han pasado los años… muchos, han llovido todas las lágrimas sobre mis dudas y en todos los lugares me he perdido, pero aprendí a ser ese amigo, que cuando es amigo, siempre será amigo.
Matemática pura.
Rubén Darío Gil