El Viejo Testamento nos muestra cómo Dios va escogiendo a individuos, primero a Noé y luego a Abraham para iniciar el proceso consciente (en la psiquis) de la salvación, para desplegar su Plan de Salvación.
De esta manera Abran pasa a ser Abraham para que su nombre refleje su misión, “Padre de una muchedumbre de pueblos”. A Abraham le dá una promesa, como parte de la alianza pactada con él. La promesa hecha antes de la existencia de la Ley de Moisés, es el inicio del cumplimiento de Gen 3,15. Esta promesa refleja la voluntad de Dios- “Que todos se salven”. Por Adán todos se perdieron, por Abraham todos y todas las naciones serán bendecidas. Pero resulta que ni el hombre individual, ni su colectivo son capaces de efectuar su salvación, v.g., los judíos no llevaron la ley de Dios a las naciones y además sus preceptos, aunque celosos por Dios su creador, no reflejaban la naturaleza verdadera de la libertad de Dios, al ser usados para coartar al otro y esclavizarlo, no para liberarlo. Los humanos no pudieron cumplir su parte de las alianzas. Pero a pesar de todo esto, desde los patriarcas hasta Jesús y eternamente, Dios es fiel.
En el Éxodo, la presencia de Dios se mantiene en la columna de fuego y en la nube. Dios no se rinde y establece la Ley de Moisés. Pero por los rigores producto de la dureza de su corazón, Mateo 19,8; no están conformes y los judíos, el pueblo que Dios preparó para que fuera su pueblo pide un Rey, para estar como las demás naciones. Es decir no entendieron su misión, de hacer que las demás naciones quisieran ser como los judíos. Piden un Rey sin darse cuenta que al pedirlo en realidad lo que pedían era cambiar de Rey, en el caso de los judíos el mismísimos Dios a través de los jueces, por un Rey como el de sus vecinos. Son infieles, pero Dios que es siempre fiel, con dolor se lo concede (no se puede contradecir, por lo que es deferente a su libertad de escoger a otro rey).
Así sigue la peregrinación del pueblo de Dios, entre infidelidades y la firmeza del “resto fiel”. Dios nunca se rinde y hace otra alianza con David, donde uno de su casa llegará y será Rey de Reyes y reinará eternamente.
Hermanos peregrinos, en este recorrido a saltos por el Plan de Dios, llegamos a la plenitud de los tiempos, como San Pablo llama a este momento en la historia de la salvación.
En este momento Dios nos regala unos de los misterios más profundos, sublimes y sobrecogedores de todo este drama de salvación; La Encarnación. Hay muchos niveles y ángulos de entendimiento de este misterio. Para mí el más impresionante es el que un ser infinito, Dios, pueda ser “contenido” en un ser finito, es decir el vientre de María, ¡sin dejar de ser infinito! En el transcurso de nuestro peregrinar de fe, quedan muchos cabo sueltos, tanto en lo relativo a la fe como en un sinnúmero de otros temas. Uno de esos cabos sueltos que me acompañó por muchos años fue precisamente la explicación de la “recta numérica” de nuestro maestro de matemáticas de octavo grado. En tal explicación nos decía que había números enteros finitos yendo en ambas direcciones de la recta numérica hasta infinito, ó n+1 como nos decía. Luego nos dice que entre cada número entero, hay fracciones, pero lo que me dejó perplejo fue lo que dijo a continuación; que estas fracciones se pueden ir haciendo cada vez más pequeñas hasta tener un número infinito de fracciones entre un número entero y el próximo, o sea que dentro de un número finito (los números enteros) había un número infinito de fracciones. En otras palabras que la ¡matemática ya estaba dando una descripción general del misterio de la encarnación!
Otro ángulo que me dio mucho trabajo comprender fue el título que le dan a María las letanías del rosario de “María puerta del cielo”. La confusión estriba en que yo veo a Cristo como la puerta del cielo, Jesús es Sumo Pontífice, constructor de puentes y El mismo es el puente que nos lleva de este mundo al cielo y de paso nos abre la puerta del cielo que hasta su sacrificio en la cruz estaba cerrado (Gen 3, 25), ¿cómo entonces decimos que María es la puerta del cielo? Solución, María es la puerta del cielo en cuanto que es la puerta por la que la Divina Trinidad le plació entrar a este mundo y hacerse uno de nosotros, el Emmanuel. Es decir la puerta del cielo a la Tierra, mientras que Jesús es la puerta de la Tierra hacia el cielo.
Nota: este es el 7mo. de una serie de 12 posts sobre el tema, continuará...