DE IMPREVISTO: MARACAY, VENEZUELA
En una noche regular, estábamos sentados en el sofá viendo pasar sin emoción las imágenes que trasmitían en el televisor. Un bostezo se apoderó de mí sin compasión y aproveché el movimiento de mi cabeza para mirar a los miembros de mi núcleo familiar; a mi costado, mi madre dormitaba en silencio en una posición visiblemente incomoda, mientras papá cerraba los ojos por unos segundos y volvía a abrirlos intentando disimular que estaba más dormido que despierto, mi hermano era quien sujetaba el control remoto buscando entre los canales algo interesante de visualizar, nuestro perro, Dobby, estaba como siempre echado a mis pies, y luego estaba yo, deseosa de que alguno se levantara y rompiera la dulce escena familiar para seguirle los pasos y poder descansar. Había sido un día satisfactorio, pero cansón, como últimamente parecían ser todos.
Al cabo de los minutos, mi hermano pareció encontrar un canal que encajara con los gustos del grupo, entonces mamá dejó caer su cabeza en mi hombro sin notarlo y papá terminó vencido por Morfeo. Justo en el instante en el que me disponía a despertarlos para que descansaran en su habitación, resonó la bocina de un carro frente a casa. Los ojos de todos se abrieron por la sorpresa. Esperamos suponiendo que podía ser algún molesto vecino, sin embargo el estruendo del claxon volvió a penetrar el ambiente. Dobby fue el primero en dar señales con sus ladridos, luego mamá se levantó a trompicones para ir hasta la puerta seguida por el resto. ¿Quién hacía visitas a la hora de dormir? ¿Quién podía ser aquel que llamaba a la puerta sin haber avisado antes siquiera? Probablemente, alguien no muy grato para mí.
Al llegar a su destino, mamá lo reconoció de inmediato, era uno de sus sobrinos con un compañero de viaje. De inmediato los recibimos y saludamos con gran afecto, sin dejar de mencionar la sorpresa que sentíamos por su imprevista visita, especialmente, por el viaje de 8 horas por carretera que tomaron para llegar hasta aquí. No tuvimos que esperar mucho para saber sus razones, debían asistir a un compromiso laboral irrefutable y aprovecharon la ocasión para hacer entregas de invitaciones a todos los familiares residentes en la ciudad, en Cumaná.
Mamá tomó la tarjeta de invitación entre sus manos y la detallaba atentamente buscando alguna pista, entre tanto preguntaba a viva voz a qué se debía aquello. Mientras mi sonriente primo contestaba a todas sus interrogantes, yo le arrebaté la misiva y lo descubrí en un santiamén: era una invitación para el matrimonio eclesiástico de unos queridos primos, quienes serían hermano y cuñada de quien se encontraba en casa.
¡La alegría inundó el hogar! Habría de celebrarse una boda en pocos meses, en el estado Aragua, exactamente en Maracay. Sería un viaje de 8 horas que a mi hermano y a mí se nos antojaba fantástico, pero a papá, quien sería el conductor, le entumecía las piernas de solo pensarlo. No había nada más que añadir, la travesía estaba próxima a iniciar y no podía dejar mi libreta para redactar sobre cuanta belleza lograra divisar.
Mientras escribía estas líneas, uno de mis compañeros expresó con voz maravillada “Venezuela es bella”. Por lo visto, no soy la única capaz de admirar la perfección imperfecta de lo que nos rodea.
Su aleteo y cantar es igual al de los demás.
Su color amarillento es tan brillante como el sol con el que cada mañana adora su cuerpo calentar. Su presencia es una muestra de las maravillas en la tierra. Es un ser vivo, uno más, uno del montón, uno que aun así tiene mucho valor. Sin embargo, este canario tiene algo que lo hace sin igual. Él vive su día a día con una patica nada más, y ahí es donde está la magia, eso lo hace especial, pero sigue siendo tan hermoso como los demás.
Ahora bien, ¿Alguna vez has venido a mi país? ¿Qué te ha parecido?