Los dos jovencitos caminaron por la plaza, paso a paso, a la velocidad que querían. Caminaron porque ahora estaban juntos, porque los dos habían luchado día tras día, sin importar las adversidades. ¿La universidad? ¿El trabajo? ¿Padres estrictos? Ya nada importaba, ahora ambos eran libres, apartados del mundo, en una ciudad sin nombre ni edad. Evitaron tropezarse, no querían arruinar el momento. Evitaron mirarse a los ojos, no querían que el sentimiento de pertenecer a alguien, de una forma tan pura, se les escapara de las manos. Evitaron correr, o arrastrar los pies, porque sabían que aquel momento se tomaría todo el tiempo que fuese necesario. Ahora que ya habían huído y dejado atrás a sus amigos, sus padres, y todos los problemas. Él la miró, ya habían llegado a la puerta del apartamento. Ella lo miró, con esos penetrantes ojos cafés hermosos, los que él ama tanto. Entraron en el edificio, agarrados de la mano.