En una aldea cuyo nombre se perdió en el tiempo se cuenta la historia de un escalador…

Aquel que alguna vez fue un niño a quien siempre le gustaban los retos, en un momento se propuso uno tan grande, que algunos lo tildaron de soñador… este reto era que algún día iba a subir a la cima de una montaña que nadie había podido escalar desde que el mundo era mundo. Era la montaña más alta de la región, tan alta que las generaciones pasadas decidieron apodarla ¡La montaña de los gigantes!

Mientras el tiempo pasaba el niño crecía al igual que su desesperación por conquistar ese sueño. Se preparó por años, superó miles de obstáculos y pruebas, hasta que llego el gran momento ¡se sintió listo para dar inicio a su travesía! Era el mejor escalador que existía, pero este joven se había concentrado en alcanzar sus logros por sí mismo y que la gloria fuese solo para él. Nunca optó por conseguir un compañero, algo que para estas misiones de escaladas era imprescindible.

Pero eso no lo detuvo, él estaba acostumbrado a saborear sus victorias en soledad…

Llegó el día; muy temprano en la mañana comenzó su ascenso, por su mente solo cruzaba la idea de cumplir su gran sueño, su objetivo era superar este reto para el que se había preparado toda la vida. Al caer la noche, su determinación lo hizo continuar, cuando la decisión más prudente era acampar... En un momento ni siquiera la luz de la luna lo acompañó, las estrellas también se habían ocultado. Solo eran él y la absoluta oscuridad.

No se detuvo, su ambición de llegar a la cima era más grande que su miedo; continuó su ascenso, subió y subió. En un momento de su forzosa escalada se dio cuenta de que solo estaba a cincuenta metros de la cima, su emoción fue tan grande que se apresuró y…resbaló. Cayó a gran velocidad y no veía en qué forma podía frenar su estrepitoso descenso, mientras caía todo daba vueltas a su alrededor, pero él no podía ver nada, sólo sentía como si la oscuridad lo succionara.

Durante esos largos segundos de caída libre, los buenos y malos momentos de su vida pasaron frente a sus ojos. Un nudo se le hizo en la garganta, sabía que hasta aquí iba a llegar, era su momento. En un último intento desesperado, extendió sus manos, esperando poder aferrarse a algo… de repente, sintió un tirón tan fuerte en su cintura que pensó que sería partido en dos. ¡La había olvidado! El pánico se había apoderado de él, había olvidado por completo los clavos de seguridad que sostenían la cuerda, los había dejado conforme iba subiendo. Sus años de preparación le salvaron la vida.

Por largo rato estuvo suspendido en el aire y, en un punto, simplemente le gritó a la nada:

"¡Ayúdame Dios mío!"

De repente, una voz la habló como si le susurra al oído.

-Imposible.- dijo la voz, se escuchaba como un eco lejano.

-¿Quién eres?- preguntó el joven exaltado, pensando que se estaba volviendo loco.

-¿Quién crees que soy?- fue la única respuesta que obtuvo.

-Si de verdad eres Dios- dijo el escalador, aún con duda en su voz, Entonces puedes salvarme.

-¿De verdad piensas que puedo salvarte?

-¡Por supuesto, eres Todopoderoso!

Hubo un prologando silencio, el joven pensó que simplemente estaba hablando solo, hasta que finalmente la voz dijo:

-Suéltate de las cuerdas que te suspenden, confía en mi…sólo así serás salvado.

…Algunos días después, al alzarse el sol sobre el horizonte, un escalador se encontraba subiendo la montaña. En ella vio algo que lo hizo bajar inmediatamente en busca de ayuda. Había encontrado a un joven escalador que decidió subir la montaña solo y sin decirle a nadie.

No hubo mucho que pudieran hacer por él, cuando lo encontraron ya estaba muerto.

Reflexión

Esto demuestra que muchas veces debemos abandonar a la lógica humana, dejar el temor y abrir la puerta a lo sobrenatural y espiritual que proviene de un Dios que existe pero que nos negamos aceptarlo, recuerda cuando veas que lo difícil se vuelve imposible de escalar, sientes que tus fuerzas humanas te abandonan, lo sobrenatural esta allí esperando que lo llames, deja tus temores y no esperes ser encontrado guindando muerto por no dar tu paso de FE.