Sobre la admiración a Pérez Galdós
Contra lo que podría esperarse por las entradas anteriores (y en general a quien ha puesto atención a mis numerosas mochilas que murieron en cumplimiento del deber a lo largo del tiempo), no soy una persona que solamente se dedique a lo más extraño de la literatura contemporánea y deje de lado a los clásicos consagrados. Aunque admito que el canon literario es numerosas veces producto de los prejuicios e ideas preconcebidas de los académicos, lo cierto es que muchas de las obras contenidas vale la pena leerlas y compartirlas porque poseen numerosos tesoros. Tal es el caso de la obra de Benito Pérez Galdós, escritor español que hasta hace no mucho tiempo era un escritor leído y consultado de manera frecuente y que el día de hoy por alguna razón su popularidad ha disminuido un poco (quizá producto de la lectura obligatoria de la cruel Marianela en las escuelas secundarias y cuya lectura voluntariamente he evitado, aunque temo no será por mucho). Sin embargo, su nombre está escrito en la historia de la literatura y siempre encontrará a las personas que estén dispuestos a escuchar al gran maestro.
Admiro a Pérez Galdós como escritor y como persona. Como escritor es un artista que jamás temió a la historia: de un anticlericalismo acendrado pero que utilizó con gran maestría el imaginario católico, crítico de la corona y de las clases sociales pero que en lugar de criticarlos los evidenció por sus hechos, un hombre que tuvo una escritura eficaz pero al mismo tiempo equilibrada con los cánones de su tiempo (lo cual hace que su estilo sea elegante o digerible para nosotros, acostumbrados en nuestra época al minimalismo extremo de la prosa); en resumen, un hombre con visión del arte y que conforme a sus capacidades nos dejó un legado de amor a su país y a la historia misma, en un momento privilegiado que no dejará de ser referencia en muchos siglos. Como hombre prefirió la soledad al final de su vida a estar mal acompañado, que enfrentó a su familia y a la sociedad transformándose en un hombre de letras, que prefirió ser editor de su propia obra a recibir una bicoca como pago por sus enormes esfuerzos. Un hombre con autoridad, que debe ser leído y al que regresaremos con cierta frecuencia, aunque creo que no pronto.
Trafalgar es una pequeña novela que narra las aventuras de Gabriel de Araceli, un joven español que se embarca a la batalla homónima junto con su amigo el viejo Marcial, el Medio Hombre. Aunque molesta un poco el tono que ocupa el narrador y personaje principal hacia su amada marcando claramente la diferencia de clases sociales en evidente crítica a la situación social de esa España ocupada por Napoleón, sin duda es una obra de descripciones únicas y de un profundo sentido humano. En este fragmento contamos las últimas palabras del viejo Marcial tras la batalla. Recordemos a Pérez Galdós en este año, centenario de su muerte.
Trafalgar [fragmento]
[...]
- Pues yo digo que siempre he sido cristiano católico, apostólico, romano, y que siempre he sido devoto de la Virgen del Carmen, a quien llamo en mi ayuda en este momento; y digo también que, si hace veinte años que no me he confesado ni comulgado, no fue por mí, sino por mor del maldito servicio, y porque siempre lo va dejando uno para el domingo que viene. Pero ahora me pesa de no haberlo hecho, y digo, y declaro, y perjuro que quiero a Dios y a la Virgen y a todos los santos; y que por todo lo que les haya ofendido me castiguen, pues si no me confesé y comulgué este año fue por el aquél de los malditos cascones, que me hicieron salir al mar cuando tenía el proeto de cumplir con la Iglesia. Jamás he robado ni la punta de un alfiler, ni he dicho más mentiras que alguna que otra para bromear. De los palos que le daba a mi mujer hace treinta años me arrepiento, aunque creo que bien dados estuvieron, porque era más mala que las churras, y con un genio más picón que un alacrán. No he faltado ni tanto así a lo que me manda la ordenanza; no aborrezco a nadie más que a los cascones, a quienes hubiera querido ver hechos picadillo; pero pues dicen que todos son hijos de Dios, yo les perdono, y así mismamente perdono a los franceses, que nos ha traído esta guerra. Y no digo más porque me parece que me voy a toda vela. Yo amo a Dios y estoy tranquilo. Gabrielillo, abrázate conmigo, y apriétate bien contra mí. Tú no tienes pecados, y vas a andar finiqueleando con los ángeles divinos. Más vale morirse a tu edad que vivir en este emperrado mundo... Conque ánimo chiquillo, que esto se acaba. El agua sube, y el Rayo se acabó para siempre. La muerte del que se ahoga es muy buena, no te asustes..., abrázate conmigo. Dentro de un ratito estaremos libres de pesadumbres, yo dando cuenta a Dios de mis pecadillos, y tu contento como unas pascuas danzando por el Cielo, que está alfombrado por estrellas, y allí parece que la felicidad no se acaba nunca, porque es eterna, que es, como dijo el otro, mañana, y u mañana, y mañana, y al otro y, siempre...
Hi! I am a robot. I just upvoted you! I found similar content that readers might be interested in:
https://crestomatiasdehoy.blogspot.com/2013/09/trafalgar-benito-perez-galdos.html