Mi madre está desapareciendo suavemente, como la bruma de la mañana, como se esconde el sol en las tardes de Aysén. Su memoria se esfuma entre sus rezos y la sinfonía del agua. Mi madre se nos va, se nos fue una parte de ella, el resto se lo estamos quitando a las garras al olvido, preguntándole con suavidad su nombre y el nuestro, los días de la semana y el nombre de al menos uno de mis gatos.
Mi madre no es mi madre, porque eligió siendo casi una niña ser la madre de todos y de nadie. Se enamoró de un ser etéreo como ella misma, descifró en sus palabras escritas y traducidas a miles de idiomas, dialectos e interpretaciones múltiples, el profundo amor por la humanidad y la necesidad espiritual de estar al lado de quien sufre.
Es así como nos topamos en la vida, yo siendo una adolescente rebelde, inquieta, prisionera política a mis cortos años, y la monja que estaría a cargo de mi persona, lo que ella realizó con entusiasmo inusitado para esos años, sugiriéndome lecturas, conversando todas las noches sobre distintos temas de actualidad, y de libros, estando encerrada terminaba mis estudios secundarios, a pesar del entorno, con excelentes calificaciones. La monja ampliaba mis horizontes prestándome los libros de los premios Nobel de escritura universal y otros, lo que me llevaban a mundos impensados, países mágicos, soluciones para una humanidad más justa y vidas intensas que hacían más llevadero el encierro, siendo hasta hoy, una buena lectora, y madre de dos promesas que aman las letras.
En los oscuros años de la dictadura chilena, cuando desaparecía gente sin volver a ver a sus seres queridos, y sus rostros quedaron contenidos en los carteles que aun exhiben sus familiares exigiendo una respuesta, ya no para saber si están vivos o como les mataron, simplemente al menos queriendo saber dónde están sus huesos, para depositar una humilde flor y cerrar ese duelo que mata el alma y alimenta la pena, en ese fragor de la vorágine de los cancerberos del dictador, ella me buscó y logró que apareciera con artilugios de mago y con la complicidad dulce e insolente del Cardenal del pueblo, lograron que me soltarán la segunda vez, después del paso por el infierno.
Me buscó cual sabueso a su presa, tocando puertas, rezando a veces, insultando en otras, hasta que por cansancio, aburrimiento y por no tener más problemas con la iglesia, y los medios internacionales, los cancerberos me dejaron en un lugar desde donde podría llegar a mi familia. Desde ese día ella no fue más la monja, o la madre, fue mi segunda mamá, porque rescatarme del averno debe haber sido una parición.
Pero ahora, después de tantos años, en los que se nos metió en la piel, años en lo que sin pedirle permiso la adopté como madre y abuela de mis hijos, este último rol asumido con claras muestras de satisfacción, y cariño por esa nieta y nietos que la aman, ahora se nos está desvaneciendo. Primero empezó a hacerse cada vez más pequeña, su voz hermosa y clara, digna del mejor coro de ángeles, ya no canta. Su andar cansino y esa memoria cuya fragilidad es como fino cristal, se está trizando sutilmente, en silencio, como para que no nos demos cuenta que se está escabullendo, se nos escapa mi madre, mi mamá, mi vieja y no puedo retenerla.
Mañana no me recordará, no sabrá que somos una familia que la quiere, que su situación nos importa. El mañana no existirá en su memoria, ni siquiera el hoy. No recordará la lectura que hacíamos en el atardecer y los comentarios de distintos autores. No recordará el nacimiento de mis hijos, en los que siempre estuvo cerca, y llegaba con sus medallitas de oro y ángeles protectores que aún conservo. No recordará las risas en las festividades, ella repartiendo regalos, empanadas y chicha en las fiestas patria de mi país, así como colonias y pañuelos finos, chocolates y helados en las navidades.
No recordará los almuerzos que hasta hace poco hacíamos en familia, ella visitando mi casa, ocasión en la cual se hacía aseo profundo, se enceraban hasta las piedras, y se bañaba el gato, que despistado demostraba su enojo ante ese tremendo atropello sin sentido. En su larga estadía en la ciudad de Rancagua, a 86,6 km de Santiago desde donde nosotros vivimos, al menos una vez al mes nos preparábamos a visitarla partiendo en la mañana temprano y la llevábamos a almorzar a su restaurante favorito, donde gentiles garzones que la conocían, la atendían con especial esmero. Para luego llevarla de vuelta a su casa religiosa y a su vida espartana, llamándola por teléfono casi todos los días, sospechando que la bruma había aparecido.
Ahora está más cerca, ya que por su enfermedad, fue trasladada hace una semana a Santiago, donde tiene visita restringida y monjas jóvenes mal humoradas, que no soportan a estas viejas llenas de achaques, con la mente lejana, sin darse un tiempo para conocer su historia, mirar a esa mujer como un Cristo que sufre, no solo como una carga. Y ella no puede defenderse ni pedir piedad por su mente difusa, sus pies deformes y la presión alta. Mi madre se desvanece en el tiempo, y yo impotente no podré verla partir.
Animo mami, la abuela se enfadaría si te viera triste "la depresión es cosa de gente sin nada que hacer" me dice cuando le digo que estoy de bajón y enseguida me da ideas de cosas que puedo hacer como ordenar los armarios e ir a misa... así que ya sabes, que no te pille.