Fui a la playa. Había decidido despejarme, y quizás escribir algo.
El sol resplandecía solitario en un cielo sin nubes. La arena era dorada en algunas partes marrón, cuando la removían unos pies descalzos. Las olas rompían estallando en cristales blancos contra las piedras y el muelle.
Camine hacia allí y distinguí un camino zigzagueante, oculto, entre malezas y peñascos, lo seguí. No se veía ni un alma alrededor.
Por el sendero habían lagunas calmas que reflejaban el cielo, los manglares y los arboles que surgían por doquier. Llegue a un paraje solitario en donde unas casas, quizás abandonadas, reflejaban el sol en sus paneles. En el otro extremo, en la lejanía, desembocaban a un camino de arenisca.
Existía un embarcadero mas pequeño y embarcaciones y lanchas volteadas, boca abajo, sobre la orilla. Me introduje debajo de una para refugiarme del sol.
Muchas veces comparaba el sol con el tiempo, sobre todo, cuando en una caminata o en algún lugar permanecía mucho tiempo en su exposición, sentía una mordida leve, un escozor intimo. Luego de una picazón moderada venían las punzadas de dolor.
Sentía que me incitaban, me invitaban apremiantes, hacer algo. A no estar parado en un solo sitio sin moverme. En muchas ocasiones en una habitación atestada de gente, en la tranquilidad de la tarde, en una acera, o contemplando un edificio el tiempo también me mordía y me pedía con furia hacer algo.
En la lejanía del horizonte se veían las islas.
Y una estela blanca se divisaba aquí y allá, lanchas.
Debajo del bote, de pronto, me sentí perdido en una absurda paz. Abandonado de alguna manera pero feliz.
Se oscureció la tierra a mis pies. Me levante de súbito y apareció un hombre. Al levantarme me sentí mareado, ajeno, como si de verdad me hubiera perdido. Y las casas solitarias, el mar y la extensión de arena me parecieron lejanas, un poco raras.
— ¿Que hace usted aquí?¿También se perdió?— pregunto el hombre, con una voz educada, uniforme— media alrededor de un metro setenta, estaba quemada al sol con partes rojizas sobre sus brazos, su nariz perfilada y sus mejillas. Sus ojos estaban ocultos tras unos lentes nacarados.
— Solo caminaba, nada mas.— respondí un poco seco, luego agregue— ¿Una de esas casas es suya?.
Ignorando mi pregunta, se acerco y respondió
— ¿Caminar?¿Usted solo?— parecía bastante intrigado
Me miro pensativo y se quito los lentes, tras ellos habitaban unos diminutos ojos castaños, tristes. Sentí el cansancio en ellos y un dolor sordo que retumbaba al mirarlos.
Tuve una ligera conmoción y respondí.
— Si, solo caminar.
— Necesito ayuda— pidió después de que sus ojos ya me lo hubieran dicho. — Llegue aquí buscando el Confesor mas grande del mundo. Tu también te encuentras perdido, quizás sepas algo de el. He cometidos pecados, como casi todos—guardo silencio, pero antes de poder responder, continuo— ¿Usted no?. Pero muy pocos se sienten como yo. Al menos eso he leído, eso me han dicho. Siento que las miradas de reproche se clavan a mi espalda y muchas veces he sentido nauseas el ver mi propia imagen reflejada en algún lugar. Es difícil buscar un perdón absoluto, vagar por allí y aguardar que alguien en una calle, en un semáforo o en un cruce llegue y te libere. Diga te libero. Oír libertad.
— Ya me iba— me excuse de la manera mas gentil posible, dirigí una larga mirada por donde había venido, donde debía estar el primer muelle, ya no estaba.
"Quizás camine demasiado" pensé. Las casas permanecían silenciosas y el viento aleteaba la camisa azul del hombre. Allí estaba de nuevo el tiempo mordiendo. Me encontré a mi mismo diciendo:
—¿Dónde queda el Confesor mas grande del mundo?.
— Gracias — grito el hombre vehemente, emocionado—cuando se movió para abrazarme y estrechar mi mano descubrí su cuerpo delgado.
— Gracias, muchas gracias de verdad— prosiguió alocado— He venido de muy lejos por esto. Solo busco paz, redención. Sentir que soy liberado por fin. Me llamo Kurt, gracias.
Cuando extendí la mano y busque sus ojos pude percibir el brillo de agradecimiento en sus ojos, como si su espíritu entero se hubiera arrodillado.
Extendí una mano.
— Mucho gusto soy Sert— dije.
Voltee por ultima vez, me sentí perdido y las islas habían desaparecido.
Frente a mi se vislumbraba un camino dorado.
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