A los que comprenden la infinidad del universo.
A los que no ceden.
A la humanidad de los humanos.
E indudablemente a mi mayor fan: Víctor.
Pasamos meses pensando cómo podríamos evaluar bajo presión a los seres humanos que conservaban el grado más alto de humanidad. Necesitábamos hacerles unas pruebas, pero era difícil diseñarlas, era difícil establecer cómo calcular el nivel humanidad. Debíamos probarlos para darles una oportunidad sin precedentes. Comenzamos por elegirlos para salvaguardarlos, ya que la tierra estaba al borde de una guerra nuclear. Otra vez. Después de años de rigurosa observación los conseguimos. Tuvimos que intervenir con urgencia antes de que fuera tarde, y la prueba comenzó sin darnos cuenta.
La situación se volvió inmanejable. Inició lo que podemos interpretar como un juego entre la humanidad de los humanos contra la ferocidad de los humanos. Una partida sin reglas con una misión por bando:
Los marcados: llegar vivos a nuestros refugios.
Los frenéticos: exterminar o atrapar a los marcados.
No sabíamos de lo que eran capaces.
Invencible. Es un pensamiento invencible. Intentar no pensar en ello me hace ubicarlo en primer plano. ¿Cuánto tiempo he corrido tratando de huir de la realidad? Intenté leer y jugar con Andru, pero no pude distraerme. No quiero saber nada de los resultados de los setecientos. Ni los Andros pueden evitar que los siempre privilegiados de la sociedad se salgan con la suya. Si ellos han mandado al canciller de la Worl Corp a organizar las elecciones de los seres humanos que conserven el grado más alto de humanidad en todo el planeta, no creo que sean tan inteligentes. O tal vez sí son inteligentes, pero son ingenuos. No saben cuan corruptos somos los humanos, y cometen el error de dejarlo en nuestras manos. Hablar con mis padres para distraerme fue inútil también, no pueden hablar de otro tema que no sea del que quiero escapar, y como recurso desesperado salí a trotar a la calle. Me mueve el piso observar desde las afueras el zoológico fantasma al que he llegado después de avanzar varios kilómetros. Nunca me he atrevido a entrar, pero he deseado hacerlo desde la primera vez que lo encontré, y como quiero darle duro a mi ansiedad, sé que si me atrevo, la noquearé. Este es el momento. Salto la verja, y caigo agachado, sintiendo haber aterrizado en otra dimensión. Miro hacia atrás, y me doy cuenta de que en realidad lo es. Camino hasta llegar a uno de los caminos de concreto. Los barrotes de las jaulas están forrados por enredaderas. El camino está mohoso por la humedad del lugar porque los rayos de luz están bloqueados completamente por los árboles gigantes y de tronco grueso. Hay una soledad intimidante aquí. Si no me dieran miedo estas instalaciones tan desoladas traería a Andru, pero apenas tiene siete años y no confío en este lugar por su entresijo. Es raro que los vagabundos no hayan tomado este sitio. Al menos no se ve ninguno. He visto animales sueltos, como de verdad debería ser un zoológico, con los animales libres. Veo varias clases de monos que también me ven a mí. Parece que no frecuentan ver creaturas como yo. Es un lugar extenso. Hay iguanas, ardillas, pavos reales, gallinetas y una especie de roedor que en el llano se le llama picure. Por lo visto solo se han llevado los animales grandes en el Gran Desalojo a “zonas protegidas” por la OICA (Organización Internacional de conflictos armados) y han dejado todos los pequeños en este lugar. El gran desalojo ocurrió hace diecinueve años, y yo recién cumplía tres, cuando la guerra que pensamos que no nos afectaría de ningún modo porque ocurría al oeste de Europa, llegó a Venezuela sin que nos diésemos cuenta. Después de treinta y dos vueltas a la órbita solar con guerras consecutivas, debimos prever que en algún momento nos arroparía. Mientras camino, de a veces miro hacia atrás porque siento que alguien me observa. Encuentro un perro en el camino mirándome fijamente, me detengo y cuando se me ocurre sisearle para llamarlo comienza a ladrarme como si estuviera molesto. Su primer ladrido desencadena una reacción en masa de muchos otros perros que se reúnen en manada y comienzan a perseguirme ¿A qué velocidad corren los perros? No lo sé, pero ya entiendo por qué nadie entra a este lugar, es de ellos y lo cuidan. Comienzo a sentir miedo y a correr rápido, tan rápido como únicamente se puede hacer cuando corres por tu vida. No sé qué tanto daño puedan hacerme si logran atraparme. Los otros animales chillan y se esconden. Los araguatos son los que causan más ruido. Un perro me lanza una mordida a la pantorrilla y la esquivo recortando una zancada, veo una brecha de tres metros en el suelo, construida para evitar el escape del animal que habitaba en la zona. Tiene una cerca de alfajol que me llega a la cintura, y luego de poner un pie en el tubo superior, la salto y entro al espacio donde en algún tiempo había un rinoceronte. Lo sé por la estatua de cemento con la silueta de la cabeza de un rinoceronte blanco, que está en el medio del espacio. Los perros flanquean la cerca perimetral pero les llevará mucho tiempo llegar hasta donde estoy. Tal vez no puedan entrar a esta área. Subo a un árbol para asegurarme de estar a salvo. Los perros llegan, y desorientados, poco a poco dejan de ladrar. Desde aquí puedo verlos orgullosos y felices de haberme hecho correr; mueven la cola, se olfatean y se lamen la espalda y las orejas entre ellos. Me quedo inmóvil para no hacer un solo ruido hasta que después de un buen rato se van.
Ya deben haber dado los resultados. Aunque tuve la oportunidad de postularme en las elecciones no lo hice. Los setecientos que los Andros llevarán al planeta Determinio terminarán siendo los hijos de multimillonarios, no los postulados humildes y buena gente que merecen un lugar en la nave. Cuando supe que el proceso estaría en manos de nosotros los humanos, me di cuenta que los Andros viajaron miles de millones de kilómetros para nada. Desde esta rama, puedo ver en el cielo una de las cientos de miles de naves que mantienen el planeta en custodia por el delito de Extinción Inminente. Mis familiares, amigos y conocidos lamentan que no me haya postulado porque creen que yo hubiera sido útil. Lamentan que no pueda estar ni cerca de ser uno de los que puede abordar esa nave a Determinio para colaborar en la construcción de un nuevo mundo. Mi padre gritaba molesto, que las elecciones eran para enviar a los mejores seres humanos, a los que conservaran de verdad un grado ejemplar de humanidad, no a los que pagaran más por publicidad, por comprar votos o un cupo de la lista. No para que abordaran la nave los hijos de la Worl Corp y otros millonarios y poderosos. Me bajo porque está comenzando a oscurecer. Vuelvo a bloquear el asunto analizando los detalles al caminar. Observo una edificación con forma de serpiente, cuya entrada es la boca del reptil, y se pueden ver sus grandiosos colmillos desgastados por el tiempo. El letrero de madera que ahora solo cuelga de uno de sus extremos, dice: Serpentario. ¿Se las habrán llevado en el desalojo o las lanzaron al monte para que fueran libres? La última posibilidad me hace tener precaución de usar las trochas echas por las pisadas de los animales. Las zonas enmontadas son peligrosas. Un pequeño chivo se cruza en mi camino de regreso a la salida, pastando tranquilamente en lo que antes era el espacio de las jirafas, al menos eso creo por los altos comederos y una “J” amarilla en la pared con manchas anaranjadas, el resto de las letras se ha corroído por la pintura vencida. No me acerco al caprino, no vaya a ser que de pronto aparezca una manada de sus semejantes y también quieran corretearme. Un golpe seco se oye, como el de una patada fuerte a un saco de entrenamiento de karate, y mis ojos no pueden creer lo que ven; un jaguar ha saltado encima del pequeño y lo asfixia mordiéndolo en el hocico. El pequeño apenas suelta algunos chillidos de desesperación. Estoy petrificado con… con los ojos muy abiertos y mis hombros contraídos. Sé lo difícil que es ver el salto de un jaguar a su presa. No lo disfruto porque compadezco al pequeño animal, pero por dentro siento el alivio de saber que la naturaleza nunca se detiene y sigue funcionando. Habilidad física contra habilidad física en un plano de posibilidades innatas, como debe ser. No habilidad física contra cualidad de un objeto, como un arma de fuego. Eso no es una competencia natural, y es lo que hizo que los humanos nos sintiéramos la especie superior. El chivo ha muerto, y el jaguar lleva su presa detrás de una roca. Doy la vuelta ahora más precavido y asustado por estar metido en un lugar donde mis habilidades físicas me hacen insignificante. Miro a todos lados con cautela, ya que aquí cualquier cosa es más rápida que yo. Si siempre hubiera sido así, si no hubiéramos sabido crear armas, sentiríamos más respeto por los animales, no nos creeríamos tan superiores. O tal vez las armas no son el problema, tal vez es que nunca nos enseñaron a usarlas con respeto y consideración. Qué suerte que a nadie se le ha ocurrido venir a alterar este extraño ecosistema.
Los ladridos se vuelven a escuchar a poca distancia y comienzo a correr a toda velocidad. Los perros han conseguido mi rastro e intentarán alcanzarme. Acelero un poco más al ver la cerca perimetral, pero sin tregua, un perro logra morderme la tela del pantalón a la altura de la batata. Me engancho con las manos en la verja y trepo exasperado, con el perro aun sujetándome. Los colmillos perforando la carne de mi pantorrilla derecha me causan un dolor terrible. Me siento en el tubo superior, y con mi pierna izquierda pateo fuertemente la cabeza del animal haciéndolo caer del lado del zoológico, pero el impulso me hace dar una voltereta hacia atrás, como una zambullida de buzo, pero sin un mar que me proteja de la gravedad, y mis manos pueden hacer muy poco para amortiguar el impacto que mi cabeza recibe al chocar la acera de la calle con mi lóbulo occipital.
Despierto en una cama. Por la pesadez de mis ojos, por el dolor de cansancio en mis músculos de tanto correr, y por las vueltas de mi cabeza, sé que he estado inconsciente después de lo de ayer. Alguien debe haberme traído, porque sé que quedé tendido en el suelo y no pude haberme trasladado hasta aquí desde tan lejos. No quería abrir mis ojos, por la punzada en la parte posterior de mi cabeza. Con mis dedos compruebo el bulto que me ha dejado el golpe, y el intenso dolor me hace quitarlos enseguida. El techo blanco, las paredes moradas y cortina anaranjada corroboran que es mi cuarto. Esos perros sí que saben cómo defender su territorio. Parece que ir al zoológico funcionó a la perfección para saltar en el tiempo. Pero es hora de saber lo que está ocurriendo. Cuando me atrevo a abrir mis ojos otra vez, mi cerebro hace un reconocimiento de la situación, me termina de sacar de la hipnosis de la atmósfera ambiental que aún sentía en mi pecho, y me devuelve a la ansiedad, por Andru, por su seguridad y la del resto de mi familia. También por el destino del planeta.
El reloj de la pared marca las seis y catorce de la mañana. Estuve inconsciente unas doce horas. Al mover mis pupilas veo en el televisor sin volumen disturbios, mucho humo, y fuego rodeando a las personas. Un escalofrío aprieta mis costillas. Ahora mis pupilas se mueven hacia mi antebrazo izquierdo y la veo; Hay una marca del tamaño de una pelota de softball. Es como un símbolo de líneas gruesas desde el centro y terminan siendo puntiagudas. Van en diferentes direcciones, ramificándose de una en una. Es como un tatuaje brillante de color verde intenso. Levanto mi brazo para verla de cerca y se ve como una red neuronal a través de las líneas, como un multiverso en tercera dimensión. Me pierdo observándola. Al enfocar nuevamente la pantalla del televisor, veo en el recuadro inferior derecho un símbolo parecido al que está en mí antebrazo, pero de color azul. Intento leer el encabezado de la noticia pero mi visión no ha vuelto por completo. Andru entra al cuarto. La luz del televisor refleja lo negro de su cabello y hace ver más clara su piel. Yo sonrío por ver que está bien, pero él no responde a mi expresión. Ni un poco. Con la toalla que trae en sus manos cubre la marca de mi antebrazo, y se queda de pie mirándome con una expresión que nunca le había visto.
-¿Qué ocurre Andru? -Le pregunto con cuidado.
-No quiero que te maten. -Me dice secamente. Obviando las punzadas de mi cabeza, me levanto y lo tomo de los hombros con una expresión seria, impactado por lo difícil que es escuchar algo así en la voz de un niño. Y no es un niño cualquiera, es mi hermano.
-¿Por qué dices eso Andru? -Le digo fingiendo calma.
-Porque eso les hacen. –Luego de tragar grueso y fruncir mi seño, decido que no quiero que esté asustado y lo abrazo.
-Todo va a estar bien Andru ¿Dónde está papá?
-No entiendes nada de lo que está ocurriendo. Nada puede estar bien. -Me sorprende otra vez. No sé qué decir porque él tiene razón, no sé qué ocurre. Mi padre, Jhon Zálomon, entra al cuarto, me mira preocupado también, me extiende la mano y me dice:
-Te explico en el camino. Tenemos que salir de aquí Nova Isaac.
No me atrevo a preguntar por qué, o a dónde iremos. Simplemente porque no recuerdo haber visto en alguna otra oportunidad a mi padre preocupado. Ni siquiera en los tiempos de la dieta blanca.
–Ponte esto. -Me dice Magdalena Persie, mi madre, estirándome un cabestrillo. Pero no tengo ninguna lesión el brazo.
-¿Por qué debo usar eso? -Se me sale, y mi padre se molesta: -¡Solo hazlo Nova! –Me grita y yo me irrito, porque él debería comprender que no entiendo nada de lo que pasa. Cuando llegamos a la puerta y me cercioro de que la mordida del perro no ha dañado mi pantorrilla, mi padre se detiene a escuchar, cuidando que no haya alguien cerca.
Al abrir la puerta con cuidado, salimos en grupo. Nuestra vecina, la señora Giomaira, cuyo césped siempre mantengo al ras más por amistad que por trabajo, nos ve, mira el cabestrillo y se lleva las manos a la boca ¿Es porque cree que me lesioné o es porque sabe que tengo esta marca? Termina disimulando y me echa la bendición haciendo una cruz con su mano derecha. Se escucha venir un automóvil y mi padre le hace señas. Cuando se detiene nos subimos. Yo voy detrás con mi madre y Andru, mi padre va adelante con Altaír. Yo lo conozco, es un amigo de mi padre. Se conocieron por un juego online de computadora cuando eran niños, y luego se encontraron aquí en Venezuela cuando lo trasladaron de Ecuador a nuestro país. La verdad, era muy agradable escucharlos hablar de sus hazañas como jugadores. En este momento, su rostro expresa fastidio y alarma. No quiere estar con nosotros.
-¿De qué color es su marca? ¿A qué hora apareció? –Pregunta Altaír.
-¿Es necesario que te responda? –Le contesta mi papá con fuerza.
-¡Oye tranquilo Jhon! Solo tengo curiosidad. -Responde el hombre como si hubiera hecho algo sumamente delicado.
-Muéstrasela Isaac. –Aun con toda mi confusión, accedo. Le muestro mi marca verde y Altair da un frenazo que hace dar al carro un movimiento brusco. Andru se asusta y mi madre casi entra en pánico.
–Somos amigos Altaír, es mi hijo. –Hay un momento de silencio. La cara de Altaír palidece. El ruido de una sirena es lo que impide el silencio total. Mi madre coloca la mano en la manilla de la puerta preparándose para salir. -Solo llévanos lejos de aquí, por favor. Es lo único que te pido. –Siento desconcierto al notar que Altaír, al ver la marca en mi antebrazo, ha comenzado a cuestionarse si es buena idea llevarnos en su auto. -Arranca por favor. –Le suplica mi padre. Altaír baja la frente, mueve la palanca y comienza a andar.
-Solo hasta los límites de la ciudad Jhon. Lo siento. –Advierte.
-¡Gracias! –Le expresa mi padre y se le nota el alivio en las mejillas y en la respiración. Mi madre, feliz, abraza a Andru.
El ruido de la sirena se intensifica. Es de un vehículo policial que se acerca cada vez más. <<Por favor detenga el vehículo>> Nos dice por un parlante cuando nos alcanza.
-¿Quitaste la placa de identificación como te lo pedí? -Le pregunta mi papá a Altaír y este le dice que sí. -Detén el auto. -Altaír frena. El carro de policía ha hecho lo mismo pero mi padre y Altaír abren las puertas primero. Se bajan con una cabilla afilada en sus manos y avanzan al carro de policía. El oficial no se atreve bajar cuando los ve con las herramientas, y ellos, con fuerza le dan un pinchazo a los cauchos delanteros de la patrulla. Cuando estos explotan, mi padre corre de vuelta al carro. Altaír se devuelve caminando y pensativo, sube, enciende el motor y arranca a toda marcha. Nadie habla. Mis ojos están fijos en ningún lugar y mi respiración está reprimida.
-¿Qué es lo que ocurre papá? -Pregunto por fin.
-¿Ni si quiera lo sabe? -Pregunta Altaír y mi papá niega con su cabeza.
-Los Andros han encarcelado a los setecientos elegidos. Era una trampa. Ellos sabían, como tú, que se cometería un acto de corrupción. Y esto, como respuesta a la oportunidad que nos habían dado, les ha servido como una prueba irrefutable de estar cometiendo el delito de extinción inminente. Shopenshammer, uno de los genios más antiguos de la galaxia de Andrómeda fue el encargado de anunciarlo todo. Seguidamente explicó que ellos ya tenían hecha una lista de personas que de verdad conservan casi intacto su grado de humanidad. Que su selección era el resultado de un proceso de más de veinte años de observación del comportamiento.
-Las luces de media noche. –Añade mi madre recordándome uno de los hechos más curiosos que viví en mi naciente adolescencia, cuando mis ojos vieron dos luces navegando en el cielo, con movimientos irregulares que las naves terrestres no tenían ni tienen la capacidad de hacer.
-Exacto, nos observaban. -Continúa mi padre mientras vemos casas que están siendo saqueadas, hombres con armas blancas amenazan a otros, cortan árboles para hacer barricadas, un joven lanza piedras a nuestro auto y se queda mirándonos con frialdad, porque Altaír no se ha detenido y le ha pasado por encima a los escombros. –El problema es que no calcularon la maldad de las personas de las que se burlaron. La Worl Corp ha logrado hacerse con una nave de los Andros, y la tienen custodiada con una fuerza militar descomunal.
-El planeta es de la Worl Corp. –Anexo y Altaír me mira de reojo. –Y los Andros no saben que se enfrentan a una especie que tiene más de dos mil treinta años de experiencia en guerras. –Altaír asiente. -¿Pero qué son estas marcas?
-Tienes que prometerme que cuando te cuente no te alejarás de nosotros. Tenemos que estar unidos. –Al considerar lo que dice, sé que no puedo prometerlo. No puedo poner en peligro la vida de Andru, ni la de ellos. Mentir por mantener a salvo tu familia, nunca será un error, por eso muevo mi cabeza de arriba abajo. –Esas marcas…
Altaír frena cuando vemos a cien metros dos vehículos en llamas bloqueando la calle. Cientos de personas van a pie por los costados de la carretera. Todos quieren salir de la ciudad.
-Hasta aquí. -Dice Altaír. –Mantén esa marca oculta. –Me mira y mi padre confirma con su cabeza, le da un apretón de manos a su amigo y bajamos. No me da tiempo de agradecerle a Altaír porque mi padre le ordena marcharse de inmediato, ya que las personas miraban su auto con ansias de quitárselo. No por el modelo ni la pintura, es un malibú negro en buen estado, pero lo observan con recelo porque es un medio para escapar.
-Estás sumamente lesionado del brazo. –Me dice mi padre con sus ojos puestos sobre los míos. –Nadie puede tocarte ese cabestrillo.
No le respondo, por la incomodidad de seguir sin información sobre lo que soy ahora, pero debo obedecer. Odio obedecer sin saber el por qué. Cruzamos la barricada por un costado, lo más lejos posible. Tres minutos después, distingo una mujer con traje policial que nos observa con detenimiento. Es de unos treinta o veintiocho años, delgada, de piel blanca y cabello negro. Tiene un rostro bonito. Andru comienza a quejarse de querer ir conmigo, pero no puedo cargarlo porque supuestamente estoy lesionado del brazo. Andru tiene intenciones de llorar, pero antes de que lo haga, lo cargo con mi brazo derecho.
-Tenemos que caminar rápido. –Le digo a mi familia en voz baja, y me las arreglo para tocar mi nariz con mi dedo índice derecho. Es nuestra señal de “alerta”. Una señal de muchas otras que establecimos para mantenernos a salvo en esta sociedad tan volátil. Ellos entienden y aceleran el paso. La mujer policía se me acerca dando un trote y le sonríe a Andru.
-¿Te puedo llevar? Él tiene su brazo dañado. –Le dice a Andru ofreciéndole los brazos. Andru se niega. -¿Quieres que tu hermano se lastime más el brazo? –Andru vuelve a negar con su cabeza. Me mira y le hago un gesto para hacerle entender que está bien que ella lo cargue. La mujer policía lo sostiene en brazos y comienza a hablar con Andru usando una voz tranquila. -¿Cómo te llamas? Yo me llamo Alessandra.
-Albert Andru Zálomon Persie.
-Qué nombre tan espectacular tienes. ¿Cuántos años cumpliste?
-Voy a cumplir ocho.
-Qué niño más bello. ¿A dónde intentan ir? –Me pregunta a mí.
-Solo intentamos alejarnos de... –Me detengo porque no sé de qué nos alejamos. –De las zonas pobladas. –Agrego por intuición y ella comprende.
-Qué cosas ¿No? Algunos están locos por encontrar a algún marcado para delatar su ubicación o atraparlos, y a mí que me encantaría conocer a uno de ellos porque los admiro, porque los respeto, porque tienen que habérselo ganado, y por eso para mí sería todo un honor. ¿Tú qué opinas? -Me pregunta y yo miro a mi padre pero él me evita como todo un experto en ocultar lo que siente y lo que piensa.
-Opino que eres alguien increíble para no ser de las personas que quieren encontrar un marcado. –Le digo ladeando mi cabeza <<¿Y qué ganas con encontrar un marcado?>> pienso, esa es mi segunda duda, la primera es: <<¿Qué somos los marcados?>> pero sé cómo sacarle información. –¿Y si tú eres una marcada? - Le pregunto bromeando y Alessandra se ríe con expectativa pero no se ofende; es decir que ser un marcado no es malo ni peligroso. En respuesta, me enseña los brazos y el cuello. Al parecer ese es el lugar en el que suelen aparecer.
-No soy una marcada. –Dice aun sonriendo con simpatía. -Yo solo quiero que mis futuros hijos tengan oportunidad de vivir en un mundo mejor. –No sé a qué viene su comentario ¿Quiere que estar a favor de los marcados es estar a favor de un mundo mejor? O ¿Quiere decir que por no tener una marca puede hacer algo para que sus hijos tengan la oportunidad de vivir en un mundo mejor? Si no le importa ser una marcada, creo que no es algo favorable. -Tú si puedes tener una marca escondida en ese cabestrillo. -Me dice también en tono de broma. –Esa marca la llevan personas jóvenes así como tú. De tu edad. -Alessandra habla con una soltura impresionante. Al parecer de verdad no le importa encontrar un marcado ni ser una marcada, lo que me desconcierta, porque si no es algo tan relevante ¿A qué viene todo este desastre? ¿Por qué estaba mi marca en la televisión? Aunque esa era de color azul ¿Por qué Andru me la tapó por miedo a que me hagan daño? ¿Por qué me la han tapado con un cabestrillo e insisten que la mantenga oculta? ¿Por qué Altaír frenó al ver mi marca? ¿Porque soy peligroso, o porque quería intentar quedarse conmigo o matarme? Si quería intentar quedarse conmigo ¿De qué le hubiera servido? “Esa marca la deben tener jóvenes como tú” dijo Alessandra.
-¿Eres muy mayor para tener una marca? –Pregunto para seguir sacando información, y tener un rango de la edad de los marcados.
-Tengo veintiocho. –Responde. –Sé que parezco de veinticuatro, o menos, pero no, ya no calificaba. –<<”ya no calificaba”>> pensé. Interesante. –Tú sí, debes tener menos de veinticinco ¿Cierto?
-Correcto, tengo veintitrés. –Le digo y comprendo que los marcados deben tener menos de veinticinco. Mi madre comienza a sentirse incómoda por la conversación ¿O son celos de madre? La verdad es que Alessandra es guapísima, y es probable que mi madre esté celosa por ello.
-¿Ya ves? Los marcados deben ser… -Unos gritos femeninos se escuchan a mi espalda, doy la vuelta y veo a tres hombres revisándoles los antebrazos y la espalda a dos mujeres. La sangre me hierve. Pero debo contenerme, aunque no puedo evitar la rabia, no puedo evitar mirarlos con furia. Los hombres lo notan y me observan un momento con sus caras prendidas en euforia. Tienen un aspecto desgastado. Su líder, un hombre de piel blanca, de cabeza rapada y ojos teñidos de rojo, se me acerca, se para frente a mí y me golpea el brazo que tengo envuelto en el cabestrillo. Estoy tan molesto que olvido simular que tengo una lesión y lo empujo fuertemente con mi mano derecha. Alessandra se acerca a mi madre para que sostenga a Andru. Luego se apresura y se interpone entre mi agresor y yo.
-Aquí no hay nada. -Le dice Alessandra. -Vete de aquí. -Pero él había notado que no me había quejado de su golpe.
-¡Hay que revisar a este! -Le ordena a sus dos aliados y salen corriendo hacia donde estoy. Alessandra frena a uno, mi papá frena al otro y yo tengo que luchar con el líder. Pero en el forcejeo, el cabestrillo se desliza y la marca verde de mi antebrazo brilla en sus ojos coléricos.
-¡Es el verde! -Grita desquiciadamente a dos metros de mí. -¡Es el condenado verde!
Repite con más fuerza y todas las personas que están por los alrededores me miran y corren para ponerse cerca. El hombre saca un cuchillo y Andru comienza a llorar. Alessandra me mira con sus labios blancos por la sorpresa ¿O es miedo? Yo miro mi marca otra vez, frotando mis ojos, porque no me había dado tiempo de observarla de día. Debajo de ella, hay un pequeño recuadro con cinco líneas de letras. Esta mañana no estaban. Dicen:
Misiones temporales:
1-Aléjarte de tu familia.
2-Ocultarte en un sitio seguro.
3-Buscar agua. (Niveles bajos de hidratación)
4-Consumir proteínas.
Al alzar la vista, veo un hombre desconocido que le salta encima a mi atacante.
-¡Corre! -Me gritó mientras le hundían el cuchillo en el pecho.
Con un movimiento rápido me saco el cabestrillo porque me estorba y debo correr. Estoy rodeado por un círculo de personas listas para saltarme encima. Giro buscando a donde correr pero estoy bloqueado en todas las direcciones. Entonces en ese momento ocurre algo extraño. Una mujer y un hombre empujan un lado del círculo de las personas que me acechaban. Logran abrir un canal por el cual puedo salir. Otras personas gritan <<¡Atrápenlo!>> señalándome, pero yo ya estaba corriendo a la salida que me habían habilitado. Unos intentaban protegerme y otros atraparme. Una mujer sostuvo por el cabello a otra que venía por mí. Un hombre a mi favor le rompió la franela a otro que quería bloquear mi paso. Otros peleaban, se empujaban, se gritaban. Y yo, antes de salir del cúmulo de personas miré hacia atrás para ver a mi papá que me gritaba que corriera. Aunque no lo escuché, lo interpreto al leerlo en sus labios. Me ha afectado una extraña sordera. Un aturdimiento. Cuando miro al frente se queda en mis ojos la imagen de mi papá forcejeando con uno de los agresores, Alessandra cuyo rostro tal vez no volvería a ver más nunca, que clavaba un rodillazo en el estómago del otro sujeto. Mi salvador, yacía apuñalado en el pavimento de la carretera. Al asesino, lo retenían entre tres personas. Y siento una rotura en el corazón, al recordar a Andru con su cara rompiendo en llanto, estirando un brazo por querer venirse conmigo. Tal vez tampoco vuelva a verlo, pero las misiones de mi antebrazo deben ser cumplidas, y no precisamente porque estén escritas en mi antebrazo, es porque estar cerca de mi familia es un peligro para ellos. No puedo dejar de correr, no puedo dejar que me atrapen, no puedo permitir que los sacrificios sean en vano. La caza de marcados, ha comenzado.