Mi madre

Esta es mi madre dormitando durante una siesta, bajo el efecto de un agradable sol de invierno a través de la ventana.

Cuando le hice este retrato tenía ochenta y siete años, y ya empezaba a estar cansada de vivir. Tres años después se rindió dulcemente, sin hacer ni un ruido, en medio de su círculo filial, y desde entonces la extraño cada momento.

Hace unos días han pasado la Nochebuena, la Navidad, la Nochevieja, el “Día del Año”, como ella llamaba al día de Año Nuevo… Y en breve llegará la noche de Reyes, la que ella pasaba con desvelo, envolviendo regalos sigilosamente y marcando los paquetes con los primorosos carteles que llevaban nuestros nombres escritos en su bellísima caligrafía.

Dentro de unos días sería su cumpleaños, y nos reuniríamos con ella para que soplara las velas, cada vez más numerosas. Llegaron a ser tantas que las sustituimos por esas con forma de número, para que no tuviera que hacer tanto esfuerzo al soplar.

En un par de meses llegará la primavera, tan festejada siempre por ella con ramos de flores y pequeñas espigas que colocaba mejor que nadie, con la maestría de una experta en arreglos florales, uno de sus numerosos y humildes talentos innatos.

Y dentro de algunos meses más, será de nuevo el aniversario de su muerte, claro.

Cada año, inevitablemente, se suceden onomásticas y celebraciones, fiestas y ocasiones especiales, y en ninguna de ellas está ya, dejando un hueco palpable e imposible de llenar. Pero tal vez ese vacío que siento sea mi perpetuo homenaje, mi conjuro contra el olvido y el tiempo. De modo que no quiero perder la tristeza que me causa su ausencia, no quiero sustituir por ninguna distracción ese dolor que me invade a veces, cuando el recuerdo se vuelve agudo, cuando casi puedo olerla y sentir su presencia. Quiero concentrarme en ella para renovar la memoria, para que no se oxide ni un detalle, para que permanezca siempre, siempre…

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Dibujo realizado con pluma y tinta negra.