Tres días más tarde, el Dr. Amberais llegó a su ciudad de origen y acudió a su puesto de trabajo como si nada hubiese sucedido. Las personas que lo vieron llegar hicieron correr la noticia como la pólvora, y en pocos minutos, su despacho era un hervidero de policías, periodistas y gente preguntando si estaba bien, si le habían hecho daño, si la policía de aquella ciudad lo había encontrado, si había sido informada su familia... Aunque había preparado varias explicaciones durante su largo regreso en un coche de alquiler, no pudo utilizar ninguna de ellas, pues en ese instante volvió a la realidad y comprendió el verdadero alcance de su desaparición. Jamás contaría a nadie lo sucedido ni tampoco proporcionaría una falsa historia, pues no cabía duda de que la policía investigaría cada palabra que él pronunciase a partir de ese momento. De modo que su expresión de perplejidad y el asombro de cuantos le rodeaban, facilitaron la improvisación de la única salida posible: fingir un lapsus de memoria y afirmar que lo último que recordaba eran los prolegómenos de una de sus conferencias. Preguntó si alguien sabía dónde estaban su ordenador portátil y su móvil, y ante el silencio de los compañeros y la desilusión de los periodistas, se sentó en su mesa y comenzó a buscar entre los papeles y en los cajones de la mesa. La policía despejó el despacho y le interrogó, tras lo cual llegaron algunos familiares que le acompañaron a un reconocimiento médico.
Días más tarde, tras una revisión completa y ante la buena salud mental observada por los médicos, abandonó la clínica y retomó su vida normal. Sin embargo, algo había cambiado para siempre: los más allegados le colmaban de atenciones y no le dejaban solo ni un momento, sus vecinos le saludaban con fingida naturalidad, y sus compañeros de trabajo apenas le hacían consultas. Algún tiempo después, el número de becarios a su cargo fue disminuyendo, las tesis que salían de su grupo de trabajo fueron cada vez más escasas, las conferencias y las intervenciones en congresos fueron desapareciendo... Él seguía demostrando cada día su capacidad y su buen juicio, pero la envidia y las intrigas de unos pocos propiciaron la desconfianza sobre su estabilidad mental y el temor de una recaída, de modo que su trayectoria profesional fue tomando un rumbo inesperado.
A veces se pregunta si debería contar la verdad, si aún estaría a tiempo. Pero siempre rechaza esta idea ante la posibilidad de perder lo único íntimo que permanece a salvo de todos y de todo: aquel breve lapso de tiempo que sigue protegiendo con su vida.
El dibujo es digno de Picasso
Jajaja... ¡Gracias!
A ver si saco tiempo para dibujar o pintar, que llevo cinco días sin hacerlo; las vacaciones se acabaron y se nota, qué le vamos a hacer. Un abrazo, @jgcastrillo19.