El metro es un mundo extraño. Subterráneamente todo se antoja grotesco, agresivo, dantesco. La hora pico* es el momento más temido del día y es que, si uno no posee reflejos felinos, pasará roncha pareja.
Jamás me he quejado del sistema en sí, sino de la gente que lo utiliza, pues pareciera no tener cerebro o simplemente no querer utilizarlo. Son miles las anécdotas que se pueden sacar de un solo viaje en el metro. Curiosas, aterradoras, graciosas, shockeantes, y pare de contar.
Hace unos días venía leyendo tranquilamente y, por la hora, sabía que encontraría demasiada gente en Ruíz Pineda**. Decidí guardar el libro y hacerme a un lado. Curiosamente había suficiente espacio en el vagón, por lo que el abordaje de la gente se dio sin contratiempos, pero al escucharse el pito que anuncia el cierre de puertas, una señora XXL saltó hacia adentro, magullando bastante a la gente que se encontraba en la puerta.
No suelo expresar mi intolerancia cuando estoy en público, hago muestras excesivas de paciencia e intento sonreír. Pero, vamos, intenten hacer todo eso junto cuando la persona que casi te aplasta y se restriega contra tu cuerpo en un espacio claustrofóbico huele a empanada de pollo rancia y suda a mares.
Decidí ignorarla, aunque el olor desagradaba y su sudor empapaba mi ropa. Estaba a punto de tener un ataque de pánico.
Llegando a mi estación me percato que la cantidad de gente es nada normal. Me dispongo al salir del vagó pero, cuando este abre las puertas, un vórtice de gente se precipita y las personas que buscan salir también lo hacen. Surgió una situación bastante extraña, y peligrosa. Una muchacha me sostenía del brazo desde afuera del vagón, evitando que me cayera. Mientras, desde adentro, alguien tiraba de mi bolso. Como esta es una práctica bastante común para despojar a la gente de sus pertenencias, decidí no dejarme hurtar y poner todo mi empeño en salir de ahí con mi bolso intacto.
Mientras tanto, entre la gente que pujaba por salir y la que pujaba por entrar a mi nariz llegó un olor repulsivo, sí, el olor a las empanadas rancias.
Cuando logré salir sentí que continuaban tirando de mi bolso, aún fuera del vagón. A lo que decidí responder y me volteé con expresión amenazadora, preparado para soltar una sarta de palabrotas. Cuando caí en cuenta, una pequeña me tenia sujeto por el bolso, me explicó que ante la desesperación, con la cantidad de gente que había, decidió sujetarse de mi bolso para poder salir.
*Hora en la que la mayoría de las personas se trasladan.
**Estación al oeste de la ciudad de Caracas. La gente que borda el tren ahí parece ser fanática de las estampidas.
El metro... un gran desafío diario @otroindie
Cuando se vuelve cotidiano pasa a ser un gran reto de resistencia, velocidad y paciencia.
Al menos nos mantiene en forma.
Saludos.
La verdad leo tu post y me siento trasladada a todas las mañanas y tardes que vivo en el metro, realmente lo que nos cansa y agota, a los que trabajamos y estudiamos, no es eso en si, sino el viaje en estos medios de transporte, la gente, los que rayan la pintura, mete mano, carteristas etc, etc, me gustó tu post saludos desde caracas la california.
Sí, y la desidia y el mal comportamiento de la gente. Gracias por leerme.
Saludos desde San Antonio.
Qué dolor de bolas el metro y el ferrocarril Cúa-Charallave-Caracas. Buenas letras. Un saludo.