Mi educación estuvo llena de amor pero también de represalias. En mi niñez sentía que mi mamá era muy estricta con sus regaños, castigos y con su forma de educarme en valores y principios.
Hoy en día le agradezco que hubiese sido así porque eso me ha permitido ser una persona con valores, educación y cortesía con cualquier persona. Mi guio en un camino en el que la educación, responsabilidad y trabajo tenían que ser mi norte.
Sin embargo, creo que el ser humano ha evolucionado significativamente en los últimos 17 años y los niños actualmente tienen acceso a más información, tienen profesionales en psicología y neurociencia que preparan los juguetes y programas de televisión adaptados a sus preguntas, a su acelerado desarrollo y a un mundo que necesita tanto a próximas generaciones que sean estudiosas, con valores, con respeto al prójimo y sobre todo, con cuidado al planeta.
Yo creo que la mejor educación del siglo 21 debe estar basada un 80% en el amor, en el respeto y la tolerancia. Enseñarles a los niños que los problemas se resuelven hablando, en un tono de voz normal, que tienen que saber escuchar y siempre respetar a sus mayores.
El otro 20% deben ser castigos, para mí eso es algo que indudablemente no se puede perder pero que sean castigos que no vengan aunados a la violencia. Quitarles algún juego de su preferencia, no premiarlo con dulces ni salidas a jugar. Colocarlos unos minutos sentados a reflexionar y luego hablar con ellos.
Los niños entienden y saben en la mayoría de los casos lo que han hecho mal, hay que hablarles, explicarles el por qué del castigo y las consecuencias que tendrá por haberlo hecho. Así iremos creando personas más comunicativas, menos violentas, con más valores.
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